Crónicas de Jenga / Un encuentro con el escritor Efraín Villacís

Crónicas de Jenga Un encuentro con el escritor Efraín Villacís
Crónicas de Jenga Un encuentro con el escritor Efraín Villacís

Puedo recordar que aún no me había graduado del colegio al que a Dios Gracias fui a dar para cumplir aquel noble propósito, cuando conocí a Efraín Villacís (Quito, 1966) por intermediación de nuestro amigo en común, Pancho Estrella. Fue una tarde y el encuentro se dio en el ahora desaparecido “Bar Carrión”, cantina disfrazada de tienda del barrio administrada por doña Blanquita, en el tiempo en que aún podrías haber bebido con tus amigazos las botellas de licor que les placiera, si tenías con qué hacerlo, o claro, si hubieras sido tan importante y afortunado como para constar en los prístinos listados de crédito, que doña Blanquita resguardó con denodado celo, durante décadas hasta un poco entrado el principio del siglo. ¿Por qué se cerró su tienda de las inmediaciones de la Universidad Católica? Eso es otro caso para una crónica, extraordinaria y posterior. Pero ahí nos conocimos hacia el año 99, y después fuimos en jorga hacia la casa de otro de los amigos en común de Pancho y Efraín, hacia el barrio de la 24 de Mayo, por la que los del Norte sentían una especie de fascinación mezclado con temor, por las leyendas que de ahí se comentaban, especialmente por sus afamados prostíbulos. Bueno, los de mentes y corazones menos intrépidos, le tenían verdadero pavor. Y esa noche aprendí que -al menos en ese tiempo, un poco pasada la hora en que la jarana terminaba porque los burdeles cerraban sus puertas y las meretrices se iban a dormir- trepar esa calle era de lo más tranquilo, y hasta espiritual.

Recuerdo que aquella madrugada, Gustavo, el dueño de casa, me obsequió un ejemplar de Fantomas con textos de Cortázar y, en uno los repletos anaqueles de ese depar entregado de libros, también hojeamos el Allá Lejos, de Huysmans, que, a mí en especial, me traía consternado.

Durante esos años, hasta mis primeros tiempos universitarios, recuerdo que nos encontramos varias veces, especialmente después de los eventos de presentaciones de libros en el Centro Cultural Benjamín Carrión, con Raúl Pacheco, César Chávez, el Pelirrojo León, Juan Carlos Moya y toda su banda… También ahí, en aquel tiempo, conocí al poeta Roy Sigüenza o al crítico David Guzmán. Pues, yo quería en el fondo ser escritor y me parecía que, compartiendo con ellos, el camino sería más ligero quizá; lo que no fue así, pero nos divertimos un montón.

Y a dos décadas de eso, nos encontramos otra tarde, en este año, no recuerdo qué mes ni dónde (sí lo recuerdo, pero me las doy de misterioso); y con una previa amenaza de entrevista de mi parte, mi viejo amigo aceptó acudir. Ciertamente, con las vicisitudes de la pandemia, las responsabilidades con que arruinamos nuestras vidas y todo eso, se nos habían complicado las cosas… Ya no importa. Estábamos ahí un viernes por la tarde, Efraín, el editor Lucho Muñoz y yo, coincidiendo para tratar dos asuntos distintos en el itinerario, hasta que sin darnos cuenta, terminaba siendo el mismo asunto. ¡Por la amistad! ¡Salud!

Respecto a la reminiscencia de Ciudad Jenga, última novela de Efraín (Grado Cero Editores, 2020), en las propias palabras del autor, se remite a Quito como a “una ciudad manoseada, y como si tuviera el Síndrome de Turner: es vieja, pero se la ve demasiado nueva. Entonces, todo el mundo la quiere manosear, aunque no sea para sentir placer, sino para sufrir… O para sentir que eres feliz y no lo eres nunca”.

En el proceso del levantamiento de Octubre de 2019, el autor salió a las calles: “No como un rebelde, ni como un héroe ni nada, porque máximo puedes llegar a cínico”… La cuestión es que, al regresar de San Blas a su casa, Efraín se resfrió. Al enfermar, tuvo que enfrentarse al conflicto desde la cama y la televisión, y sacar sus conclusiones sobre los bandos, las “verdades” de los noticieros, oficialismo y contrincantes, más las imágenes de la confrontación en el Centro de Quito, y todo esto le parecía un verdadero absurdo. De esta manera y desde su circunstancia, surge la idea de generar un relato en el cual se tratase sobre esta ciudad como de cualquiera, desde la Patagonia hasta el Istmo de Panamá, con el único requisito de que tuviera montañas. Ahí se encuentra dos ideas cruciales: “la niña con Síndrome de Turner, que tiene cientos de años como es esta pinche ciudad, y más bien algo que se va rehaciendo y rehaciendo jugando a que se caiga, que es Jenga”, tal como el popular juego familiar de mesa.

La visión apocalíptica de nuestro autor fue la que se le vino vaticinada desde el restaurante del Hotel Quito, “El Techo del Mundo”, desde donde se divisaba la ciudad hacia la avenida 12 de Octubre y hasta El Panecillo, pero con todo cayéndose, inclusive la representación de algunos Estados: “como el del estúpido español que decía todo al revés, como el que acá dice ser presidente ahora”… que solo piensan decir o hacer cualquier huevada para agarrarse a sus conveniencias. Entonces, la idea de Ciudad Jenga es reflejar el cinismo y juego sucio de estas clases o individuos, de ir poniendo palitos para sostener lo que para cualquierade nosotros se caería, incluyendo aquella modernidad hermosa viéndole las tetas a la Virgen del Panecillo.

Marcharon como si no hubiera otro día, solo evitaron huertos recién labrados y los sagrados páramos de agua, todo fue pisoteado, marcado, roto, rasgado. Cargaron lo que avanzaron en sus espaldas (antes, en la prehistoria, habrían sido animales de carga. Cuentan que solo fue el argumento de una obra teatral: Un drama entre salvajes, no aparece en cojupedia): comidas, mantas, ofrendas, laptops, totems. Del pecho colgaban gargantillas con las cifras de sus pueblos, algún amuleto de culturas diurnas o nocturnas, el celular personal los que debían usarlo y, en la ficha de cuero, el nombre de cada uno, la tribu, y la localización satelital de sus chozas.

Ciudad Jenga, capítulo 8

Y hasta eso pedimos otros tragos.

Recuerdo también, de aquellos años, que veía a las personas que acudían a ese tipo de compromisos como a sujetos un tanto legendarios y venerables, aunque no inalcanzables, pues los amigos que yo había conseguido eran, no obstante, un puente entre nosotros. Varios eran amigos de mis familiares; pero, no mucho tiempo atrás, ni me hubiera imaginado establecer una conversación de temas tan elevados con gente tan bella, ¡no! No era extraño encontrarse con artistas de todo tipo y disciplina, pintores y escritores hablaban con nosotros con total naturalidad. Con el tiempo era normal entablar conversaciones, con Ubidia, a quien no obstante conocía desde niño, o con Manuel Esteban Mejía, quien fue después mi profesor de Estética en mi paso por la Facultad de Artes (clases a las que me metí sin matricular, per il loro diletto), aún podías ver a Tábara. Y en su gran mayoría, los autores, artistas y críticos, no se trataba de degenerados megalomaniacos intratables; si ni siquiera existían las redes sociales con que, en este tiempo, tratamos de engañar al resto con que somos imprescindibles.

Además de Ciudad Jenga, nuestro autor ha publicado anteriormente, entre otros libros, la novela La sonrisa hueca del señor Horudi (Casa de la Cultura, 2018), y respecto a la búsqueda artística entre estas dos, Efraín las distingue radicalmente, empezando desde el tono, la voz narrativa y su lenguaje, en cuanto La sonrisa hueca es una especie de autoficción con elementos poéticos intrínsecos, que avanza más en monólogo interior que en las descarnadas descripciones que se desarrollan en Ciudad Jenga.

“Escribí la Sonrisa hueca del señor Horudi a priori una suerte de escupitajo hacia el personaje mismo (…). Y le pasan tantas cosas a Horudi: va de aquí para allá, sube, baja, levanta, culea, bebe, trabaja, engaña, convence, es parte de la política y un montón de cosas, y a la vez, hay una suerte de tedio casi catatónico… Y a la vez, fue la posibilidad de recrear todas las posibles mujeres que yo no lograré tener (…). Horudí se refiere siempre a alguien: la patria se trata como a una mujer, la ciudad se trata como a una mujer; todas son amantes, todas son hijas de puta… son mujeres de verdad, quiero decir, que no son ningunas pelotudas: son gente pilas, gente fuerte, y el pusilánime es el narrador. Pareciera ser un andante en todas las aventuras del mundo, y en realidad, es un cabrón, cojudo y cagón”.

El trabajo del autor en esta novela fue aproximadamente de tres años y bastante exigente en el uso de la palabra en cuanto a su espectro poético. Efraín Villacís no se considera un gramático, y siente la necesidad, después de tres revisiones de una novela, de poder trabajar con un editor; lo que, por lo demás, es bien aconsejable a la gran mayoría de autores. Efraín enfatiza en trabajar la pasión de escribir. Y La sonrisa hueca del señor Horudi, se escribió de un tirón en un año, y dos fueron de correcciones, antes de asistirse con un editor. Dejo constancia que en la grabación de esta entrevista, al formular la pregunta sobre esta relación o diferencia entre las novelas de nuestro autor, he fallado en pronunciar uno de los títulos, por lo que hay una ensordecedora carcajada del editor Lucho Muñoz, que nos acompaña aquella tarde, y una voz femenina se queja del frío, mientras llega a la mesa otro vaso adornado de hielo.

En Ciudad Jenga, el juego fue lo distópico, más allá de la ciencia ficción, por ejemplo de Asimov, es decir, desde una posición creativa propia del autor, y con un personaje en la voz narrativa innominado, que se la pasa bebiendo. Esta voz narrativa encuentra su equilibrio entre los extremos del cinismo y la objetividad, pues es cabal en ambos, pues nadie, ni tú ni yo tenemos la razón, y hay una absoluta negación a que alguien te imponga estar en un bando. En síntesis, en cuanto a Ciudad Jenga, hay un profundo trabajo dedicado al discurso del propio personaje, sin citas ni lisonjas, crudo respecto a la voz de la prensa, en cuanto es el discurso de un personaje afiebrado. Cada capítulo es una construcción que, sin perder los puntos cardinales de la novela, el siguiente capítulo desmorona o tiende a hacerlo.

El tiempo promedio que llevó la composición inicial, es decir, el borrador de Ciudad Jenga, en contraste a su antecesora, fue de ocho semanas, sin incluir lasvicisitudes propias que conllevaron las discusiones con editores y supuestos editores que, después de tres páginas leídas, ya sabían qué es lo que le hacía falta al texto de Efraín, seguro que para tenerlo a tientas de lo que había terminado o no, y sacarle más plata, de lo que también nos hemos reído.

Vamos llegando casi al final de este paseo por la memoria, en que constato que, a través de los años, mi relación con Efraín Villacís no ha variado significativamente respecto a lo que se supone que sucede con otras, cuando sus correspondientes partes dejan de verse con tanta frecuencia. Que esto no haya sucedido entre nosotros, supongo que es una suerte. Aquel rostro serio y sereno que me observa mientras escucha sus respuestas, quizá me siga mirando como al muchacho de aquellos años, espero que a uno menos arrogante y necio, vicios que uno cree haber ido perdiendo con el tiempo.

El próximo proyecto literario de Efraín Villacís es Balada para no morirme, conjunto de textos cortos, entre poéticos, narrativos y filosóficos, que nació hace un poco más de un año. Dos proyectos más: uno en búsqueda de editor, y otro en procesos de corrección. Y vivir, leer como siempre y seguir escribiendo: “que es lo que me permite entrar y salir de la oscuridad y del vicio con toda tranquilidad”.

Habíamos terminado la entrevista con las miradas hacia el frontón del centro comercial El Jardín, quizá evocando el pasado, al volvernos a juntar y observarnos bien, al constatar nuestras canas y entradas que, indistintamente, nos distinguen ahora, comparándose después de un poco más de veinte años de amistad. Al día siguiente, Efraín cumplía años, pronto sería 1ero de Mayo. Pasamos al interior para, antes del toque de queda, aprovechar el tiempo escaso de estos días extraños, y quizá para hablar de esa otra vida fuera de la literatura, si es que, por supuesto, no se trate de lo mismo.

 

Créditos fotografías: Cecilia Ortiz

Créditos de la imagen:
• Crónicas de Jenga Un encuentro con el escritor Efraín Villacís


Créditos de la imagen destacada:
• Crónicas de Jenga Un encuentro con el escritor Efraín Villacís

¿Cuál es tu reacción?

Feliz

0

Alegre

0

Da igual

0

Enojo

0

Tristeza

0

Acerca de Esteban Poblete 86 Articles
Corrector, editor y escritor. Tiene publicaciones en poesía, relato y novela. Realiza crónicas, entrevistas, artículos y reportajes para varios medios. Maneja la página de servicios de corrección y productos escritos UMBRA Ediciones.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*