Lo que esconde la ciudad de los cuatro ríos

Por: Paola Hidalgo.

Quien conoce Cuenca sabrá a lo que me refiero, quien no, tratará de imaginar y se hará el cuadro mental, que, aunque algunas veces parezca exagerado, no lo es. Nunca será exagerado lo que le cuentan de Cuenca.

Si, se trata de la ciudad que aún mantiene matices de sociedad familiar tradicional, en donde las autoridades en sus discursos utilizan pronombres posesivos al referirse a la población: nuestras mujeres, nuestros jóvenes, etc. Ese sentido de posesión marca una especie de cuidado y protección de lo externo, de lo que pueda representar una amenaza.

Uno de los diarios de Cuenca publicaba: ¿“Tienes un retraso? nosotros te ayudamos, información confidencial”. Llamé, me agendaron una cita el mismo día en la tarde. La dirección era del centro histórico, en una de las casas coloniales.

Estas casas guardan muchos misterios, algunas se han convertido en una especie de conventillos que albergan a familias numerosas, otras son oficinas, otras consultorios médicos. Me refiero a aquellas casas con patio y jardín central. A su alrededor pasamanos y habitaciones que seguro alguna vez fueron dormitorios, los pisos regularmente son de madera. El sonido que producen suele ser un poco escandaloso.

Al llegar me armé de valor para poder escuchar todo el discurso. Subí las gradas del edificio viejo de dos pisos, habían centros nutricionales, consultorios odontológicos y médicos. Estaba un poco nerviosa, envié mi ubicación actual a una amiga y toqué la puerta.

La ciudad de los cuatro ríos, de paisajes particulares, de iglesias que se erigen como imponentes ponópticos dispuestos a vigilar (y castigar), tal como lo dedujo alguna vez Foucault. Esa ciudad al sur del Ecuador que avisora múltiples formas de mantener el conservadurismo y las buenas costumbres de su gente.

Me recibieron dos señoras, una estaba sentada detrás de un escritorio y me miraba por encima de sus lentes cuadrados mientras la otra me preguntaba los datos generales antes de hacer que pase a la “revisión”.

Tenían cuadros con temática religiosa, había una división simple entre la sala de espera y la sala de atención en donde tenían una camilla y un escritorio. Al principio la mujer que me atendía me tomó todos los datos, me pidió un número convencional de algún familiar “por si me pasaba algo al momento de realizarme el aborto” Obvio no conseguiría nunca que me realicen un aborto, más bien se trataba de estrategia de atemorizarme desde el inicio de la conversación.

El contexto en el que vivimos en Cuenca es un poco particular para las personas que hemos cuestionado el involucramiento de la sociedad y la iglesia en nuestras decisiones. Una ciudad que vive de las apariencias, de la religiosidad.

La mujer tenía un cuestionario en sus manos, las preguntas eran cerradas, sin embargo ella indagaba por cada una de mis respuestas. Empezó por preguntarme cuántos años tenía, el número de semanas de gestación, sin embargo no me pidió ninguna prueba que confirme mi embarazo, cuestionó mi edad ligada a la decisión de abortar. Asumo que fue complicado atenderme porque ninguno de los argumentos que tenía hacía tambalear mi decisión. Cuando hablamos sobre mis motivos para abortar le dije que mi proyecto de vida impedía continuar el embarazo (salir del país). La mujer al escuchar eso le llamó a la otra exclamando: ¡Cuéntale que han habido muchas chicas que se han ido al extranjero a estudiar embarazadas! La otra mujer metió su cabeza en la sala y dijo: ¡Es verdad y han salido adelante con sus hijos y son felices!. Me dieron un sin número de argumentos del porqué tenía que tener un hijo, además de “consejos” basados en consideraciones de género; si era niño debería mantener ciertas formas para que no se haga “meco”.

Afuera, en el pasillo, jugaban algunos niños, la mujer de la sala de espera de vez en cuando abría la puerta y les ordenaba silencio. Yo miraba cada detalle del lugar, no quería que se me escape nada para poder recuperarlo en lo posterior. Noté que lo único que podía asemejarse a un consultorio médico era una camilla.

La mujer continuó mostrándome láminas del crecimiento evolutivo del feto. Al ver que las imágenes no despertaban mi sensibilidad, se levantó de su silla, se aproximó hacia un televisor antiguo y lo encendió diciendo: ¡Voy a hacerme un café, quiero que mires esto atentamente! Ella salió y me dejó un video en el que mostraban pedazos de niños calcinados, manos pequeñas llenas de sangre, extremidades destruidas. Al final del video una imagen bastante simbólica: sangre, pedazos de ser humano, unas monedas y un par de billetes, todo esto acompañado de una música tétrica que se reproducía.

La mujer regresó, me dijo que me recueste en la camilla, me pidió que me descubra el vientre y me colocó un gel. Mediante un aparato intentaba que yo escuche los latidos del ser que “llevaba en mi vientre”. El aparato reproducía un sonido muy débil, lejano. Seguramente se trataba de las arterias. –¿Escuchas? Son los latidos del corazón de tu bebé, por mi experiencia se trata de un varón, ¿Qué nombre le vas a poner?.

En el lenguaje común y en algunos casos en la medicina la utilización de términos referentes a las etapas evolutivas del producto alojado en el útero están dirigidos a crear un ser con cualidades humanas desde los primeros días de su evolución. La denominación de “bebe” responde a un proceso de “maternalización” no fortuito, resultado de una herencia “hetero – binaria” que normaliza la procreación como parte de la realización de las mujeres.

Cuando las mujeres tomamos decisiones sobre nuestros cuerpos y abortamos transgredimos aquel sistema mandatorio, al no reproducirnos desestabilizamos el tejido social y se convierte en una de las pocas formas en las que podemos revertir la norma como un acto político.

Los grupos anti derechos actúan en todas las esferas; desde los niveles cotidianos hasta esferas de poder político. Se involucran en las iglesias, en los discursos de los medios de comunicación, en los espacios de toma de decisión en torno a políticas públicas, etc. Su accionar no tiene reparos.

Estuve en ese lugar por más de tres horas escuchando aseveraciones sobre el buen comportamiento de las mujeres, conceptos caducos y sin fundamentos teóricos sobre la anticoncepción, cuestionamientos sobre mi falta de sensibilidad, hasta llegar a tildarme de asesina en potencia. Acepto que fueron horas complicadas, no solo para mi sino para ella también, pues su fórmula no apeló a mi sensibilidad.

Posteriormente a la experiencia que tuve en aquel lugar, había olvidado que mi número telefónico quedó en manos de aquellas personas. Semanas después recibí una llamada de la misma señora que me atendió, preguntó por mi nombre ficticio a quien le respondí que yo era la hermana de aquella mujer que se acercó a buscar información para abortar y su respuesta fue: – Y cómo está ella, queríamos saber si su embarazo está bien? –

Quizá las mismas sean las estrategias que utilizan en Cuenca como en otras ciudades. Sin embargo, la Santa Ana de los cuatro ríos aún intenta sobresalir por sus buenas costumbres, moral y religiosidad, incluso acosta de los derechos y seguridad de las mujeres… Sin embargo existimos las que gritamos fuera de la catedral: “Quiten sus rosarios de nuestros ovarios”, las que hemos decidido dejar de ser clandestinas.