Bajo el supuesto de sus posibilidades abiertas, ambos podrían ser ejemplos de un progresismo tardío con respecto a sus pares latinoamericanos. No obstante, los chances para llevar a cabo reformas sociales radicales son más limitados que los anteriores gobiernos neodesarrollistas.
Por Esteban Arias Chavarría
El panorama electoral en América Latina se vislumbra complejo. Este año se definen los rostros gubernamentales de 6 países latinoamericanos. El primero ha sido Costa Rica, en donde ningún candidato presidencial alcanzó el mínimo requerido en primera ronda, por lo que definirá su presidente en abril próximo. Los resultados de febrero y las recientes encuestas colocan al predicador pentecostal Fabricio Alvarado en primer lugar, que ha fundamentado su propuesta en la oposición al matrimonio igualitario. En abril también se define el gobierno paraguayo, que enfrenta al oficialista Partido Colorado y su candidato Mario Abdo Benítez y a la oposición agrupada en la denominada Alianza para GANAR, que presenta a Efraín Alegre como candidato presidencial y a Leo Rubín como candidato a vicepresidente, del Partido Liberal y el Frente Guasu (del expresidente Lugo) respectivamente. Las recientes encuestas colocan al candidato oficialista con más de 30% de ventaja sobre GANAR. A finales de año se celebrarán los esperados comicios en Venezuela, en medio de una creciente sospecha internacional y las divisiones internas de la oposición de derecha. Por su parte, Brasil espera un regreso del expresidente Lula da Silva, quien ha sido condenado por corrupción y es altamente probable que se le impida su participación a pesar de liderar los sondeos. Antes de las elecciones en Venezuela y Brasil, también se celebrarán votaciones presidenciales en Colombia y México.
En estos dos últimos países el escenario político-electoral parece distinto, ya que los dos candidatos de la izquierda ‘progresista’ tienen opciones de resultar electos. En Colombia, el ex guerrillero y ex alcalde de Bogotá, Gustavo Petro aparece en los sondeos en un empate estadístico con el candidato de la derecha Iván Duque. No obstante, tras las elecciones legislativas de este pasado 11 de marzo, las perspectivas no son del todo favorables para los intereses del candidato progresista. El parlamento ha sido ganado mayoritariamente por la derecha uribista y otros partidos conservadores que se han opuesto a los acuerdos de paz con las FARC. De ganar los comicios presidenciales en mayo próximo, Petro tendría que enfrentar una férrea oposición legislativa que nubla las oportunidades del mínimo cambio o reforma. Además, tendrá que enfrentar las estrategias del miedo por parte de los sectores dominantes que lo acercan al proyecto chavista, así como las constantes amenazas de agresión en un país donde la polarización política se expresa constantemente por medios violentos. Ante esto, la posibilidad de un gobierno de centro-izquierda en Colombia, en medio de un contexto sudamericano de ascenso de una nueva derecha, se vislumbra difícil pero no se pueden descartar las posibilidades.
El caso de México presenta un mejor escenario para el candidato Andrés López Obrador, de Morena. Sin ser concluyentes, su candidatura está a 10 puntos porcentuales por encima del deteriorado PRI y su candidato Ricardo Anaya. Al menos de que haya un giro radical en las preferencias electorales, parece que AMLO se hará de la victoria a pesar de las acusaciones constantes de recibir apoyo de Maduro y Venezuela. Al igual que Gustavo Petro, los sectores de derecha recurren a la imagen deteriorada del modelo rentista y autoritario venezolano para amenazar un futuro apocalíptico en caso de triunfar. Para ventaja de AMLO, las condiciones económicas, sociales y políticas mexicanas ya están suficientemente deterioradas para romper el cerco empresarial, político y mediático en su contra. Sin embargo, el caso de López Obrador presenta una particularidad importante. Su candidatura avanza de la mano de una alianza con los sectores conservadores agrupados en el Partido Encuentro Social. El fenómeno evangélico también ha jugado un papel significativo en Costa Rica y en Colombia, pero en el caso de México evidencia que estos grupos se alían con los partidos políticos con opciones electorales que les aseguren su agenda mínima. Tampoco es nuevo un giro conservador en la agenda de derechos humanos por parte de partidos progresistas; el expresidente ecuatoriano Rafael Correa se opuso al matrimonio igualitario y la agenda feminista.
Ese es el escenario general de estos dos países en el plano electoral. Bajo el supuesto de sus posibilidades abiertas, ambos podrían ser ejemplos de un progresismo tardío con respecto a sus pares latinoamericanos. No obstante, los chances para llevar a cabo reformas sociales radicales son más limitados que los anteriores gobiernos neodesarrollistas. Si aquellos fueron ejemplos de un ‘reformismo sin reformas’ tanto por vocación propia –no se atrevieron ni intentaron transformaciones estructurales- como por los constreñimientos de la economía internacional, los hipotéticos gobiernos de López Obrador y Petro tienen todavía un escenario más complejo. Su triunfo se daría en medio de una tendencia a la derechización del espectro político en América Latina y la mayoría de países del centro, lo que obstaculizaría las alianzas regionales. Tampoco se puede ser acrítico de los ejemplos previos de los gobiernos de su clase, el progresismo en realidad derivó en la cooptación estatal de luchas y reivindicaciones populares legítimas. Esto es parte de la estatalidad latinoamericana que desvía por la vía burocrático-administrativa las contradicciones sociales y las luchas de los trabajadores, campesinos y sectores empobrecidos a través de gobiernos de corte nacional-popular, sin que se resuelvan sus condiciones y demandas. Varios de estos gobiernos terminaron aplicando planes de austeridad típicos de gobiernos neoliberales, con sus consecuencias negativas de sobra conocidas. Esto sería más marcado por tratarse de políticos profesionales tanto en México como en Colombia. Pero no se puede descartar cambios que de alguna forma incidirían en la correlación de fuerzas, como por ejemplo un golpe a la Alianza del Pacífico, que es un bastión neoliberal en la región.
El profetismo es cosa de los líderes pentecostales y sus partidos políticos, tan de moda en los últimos años, no de las ciencias sociales. Así que todavía falta mucho por ver y escribir sobre el devenir real de la política latinoamericana y los escenarios que se configurarán en los próximos meses.
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