Por Giuseppe Cocco (1)/ Editorial Revista Lugar Común Num. 51
A los 5 jóvenes asesinados en Maricá (RJ)
25 de marzo de 2018
Sávio de Oliveira, 20 anos
Matheus Bittencourt, 18 anos
Marco Jhonata, 17 anos
Matheus Baraúna, 16 anos
Patrick da Silva Diniz
PRESENTES !
1.- LA DEMOCRACIA Y EL IMPEACHMENT
Entre 1935-1936, ante la impotencia de las grandes movilizaciones del Front Populaire para barrer la emergencia del fascismo en Francia y en Europa, Georges Bataille (con André Breton) animó a un gran grupo de intelectuales que produjo un manifiesto llamado Contre-Attaque(2). Por un lado, Bataille y otros intelectuales intentaban desesperadamente afirmar que la izquierda y los movimientos populares necesitaban ir más allá de la defensa formal y burocrática de sus derechos y movilizar algo que tuviese la fuerza para oponerse realmente al fascismo: «Nosotros luchamos para transformar el mundo de la impotencia que es la sociedad humana donde vivimos; nosotros luchamos para que la omnipotencia humana se libere de un pasado de miseria y disponga libremente de las riquezas de la tierra»(3). Bataille piensa que la «sociedad burguesa es una organización sin potencia (y que) no es en cuanto autoridad que ella necesita ser combatida, sino como ausencia de autoridad»(4). Él constata que «ningún régimen democrático estabilizado nunca fue derribado por una revolución clásica». ¿Por qué esta estabilidad? «Porque (en la democracia) el descontento, aun cuando generalizado, termina, en el mejor de los casos, formando dos corrientes de pensamiento divergentes. No hay más la cabeza coronada para reunir contra ella toda oposición, pues si ocurre que un jefe de Estado o un jefe de gobierno sean objeto de una negativa generalizada, el juego normal de las instituciones lo elimina, dando así satisfacción a una parte de los descontentos»(5).
Tenemos aquí una bella definición del papel jurídico y político de la figura constitucional del impeachment. En primer lugar, es una institución jurídica típica de la democracia representativa que funciona como válvula de escape, que permite evitar la «revolución» y también el «golpe». Es la válvula que regímenes autoritarios como el venezolano, el cubano o el chino no tienen. En segundo lugar, esa capacidad que tiene el sistema representativo de flexibilizarse (cambiando de gobierno) hace que se produzca una inversión política que Bataille define en estos términos: «(en los casos de los regímenes autocráticos) es la autoridad que se vuelve intolerable. En la democracia, es la ausencia de autoridad»(6). Sin embargo, el funcionamiento de esta flexibilidad no es siempre el mismo en las democracias. En los sistemas parlamentarios, todo esto se resuelve por el «simple» cambio del primer ministro (como en el caso del Reino Unido o de Italia). Hasta el sistema presidencial francés prevé esta posibilidad por el cambio del primer ministro, incluso con la posibilidad de tener el presidente y el primer ministro oriundos de fuerzas políticas que están en oposición entre ellas (la cohabitation). Cabe recordar el caso de los Estados Unidos, donde el impeachment es un instituto particularmente rígido y eso tal vez explique en parte el altísimo número de presidentes norteamericanos que fueron asesinados.
En el caso de Brasil, el sistema presidencial hace que el impeachment sea una institución necesaria y al mismo tiempo le confiere una dimensión particularmente traumática. Nada que haya impedido a la izquierda y el PT de participar con entusiasmo de la campaña por la destitución del primer presidente democráticamente elegido en un período en que las instituciones democráticas eran aún más precarias de lo que son hoy. Curiosamente, uno de los senadores del PT más activos en la propagación del discurso que reduce el proceso de impeachment a un «golpe» nació políticamente como un líder de los «chicos pintados», los jóvenes que se coloreaban con los colores de Brasil durante las manifestaciones por la destitución de Fernando Collor, en 1992. Entonces, en primera instancia, el impeachment como institución es parte importante del funcionamiento jurídico de la representación democrática y responde a una necesidad política: acoger el clamor de las calles y de las protestas, aunque eso pueda ser sólo superficial. En ese sentido, el impeachment de la ex presidenta Dilma Roussef fue incluso un «impeachment» clásico, ya sea en el plano jurídico o político. Que la «Elba» de Collor fuera una «prueba» acusatoria más fuerte que la «pedaleada fiscal» de la Dilma es algo que queda por cuenta de los ejercicios retóricos de los dos campos que se formaron en la época y no tiene ningún peso en un dispositivo jurídico que se refiere a un proceso eminentemente político ante el clamor social.
2.- EL GOLPE MAGICO
En el momento en que el destino de Dilma estaba sellado, el PT y el campo de la izquierda en general pasaron a vehicular la narrativa del golpe y esta se volvió ampliamente mayoritaria, involucrando al voto crítico de 2014 e incluso buena parte del izquierdismo, del activismo que se dice anarquista con el apoyo de la intelectualidad global que se mostró en esa situación como una verdadera nomenklatura. Se trata de una narración doblemente falsa. No sólo porque el impeachment es un procedimiento perfectamente constitucional, sino por el hecho de que esa narración del «golpe» no tenía (y no tiene) ninguna intención (ni siquiera ninguna posibilidad) de suscitar la movilización social necesaria para enfrentar el impeachment. El golpe es en realidad un «golpe de magia». Por un lado, transforma la causa en un efecto (peor, en una «víctima»), por otro, apuesta por el cambio institucional que el impeachment viabiliza para protegerse de las verdaderas amenazas. En este sentido, es incluso un «golpe de maestro», porque no es fácil hacer entrar la casi totalidad del mundo intelectual en una trampa tan grosera: la oposición meramente formal y jurídica interpretada por el abogado que ocupaba el cargo de Ministro de Justicia («¡es golpe!», «no hay pruebas!», «es un golpe mediático-parlamentario!» etc.) llevaba a una oposición real suficiente para chantajear todo el campo de la izquierda («frenar la ola fascista», «fuera Cunha», » «Fuera Temer», «Lula libre») y totalmente fuera de cualquier intención de oponerse concretamente al impeachment. La oposición formal transforma al PT y a Lula en víctimas y las causas (de la crisis) en efectos (de la crisis como «golpe» y como «complot» de la «elite blanca», la misma de la que Lula era el último aliento). En el caso de Dilma y Lula, pasaron así, tranquilamente, de la condición de responsables de la violenta recesión y la estafa electoral, a víctimas de un golpe, mientras que el desempleo, bancarrota y violencia iban a parar en el regazo de Temer. Así, el pueblo de Río, masacrado por las consecuencias de la orgía de robos, remociones, megaeventos, obras inútiles y mafias, debería -en la narrativa Ninja- movilizarse para defender a Lula y el PT, sus verdugos (claro, junto a Cabral y al miedo). Obviamente, esto no sucedió. Pero en el mundo de las ideas lo que cuenta son sólo las imágenes y los recursos que se tienen para multiplicarlas en las redes sociales.
El PT pasó 14 años en el gobierno federal atribuyendo toda y cualquier problema brasileño a Pedro Álvares Cabral o a Fernando Henrique Cardoso. En el caso de que el proceso de impeachment haya terminado, la culpa por la mayor crisis económica de la historia brasileña (ajuste desajustado, 10% de recesión, arancel, fraude electoral, la quiebra del Estado de Río de Janeiro, etc.) ya era de Cunha y de Temer. Todo esto pasó a ser condimentado con ejercicios retóricos dirigidos a alimentar la búsqueda izquierdista y activista de fórmulas moralistas y justicialistas: «es la elite que no aguanta más al pobre viajando en avión», he aquí una de las fórmulas más estúpidas y más bien propaladas por los sectores de la propia elite que están en el izquierdismo, entre complejos de culpa e ilusiones de radicalismo. Otra fórmula de ese tipo, un poco más sofisticada, fue de pasar a gritar contra la «privatización» de una Petrobras que el gobierno del PT y del PMDB simplemente despojaron, en un caso de escuela de lo que David Harvey llama acumulación por despojo. Pero la oposición real nunca pasó, precisamente por eso, del nivel de las movilizaciones de los aparatos que aún caben en la galaxia del PT (CUT, MST, MTST) y del sectarismo izquierdista, aunque dividido. «Peor, cada vez que llegaba la hora «h», la parafernalia de la «lucha contra el golpe» retrocedió cuidadosamente hasta el punto no sólo de desaparecer, sino de sostener abiertamente el campo del gobierno Temer: cuando el gran «enemigo» Cunha fue parar en la cárcel, el «fuera Cunha» fue olvidado para mantener la narración de la «persecución»; cuando la grabación ambiental de Sergio Machado mostró que el pacto que sostiene el impeachment incluye la protección de Lula, el nombre del Lula fue borrado (y sigue siendo en estos últimos días en los memes lulistas); cuando llegó la posibilidad de destituir a Temer en el STE, el «fuera Temer» muy simplemente desapareció del mapa, no hubo ni siquiera movilización de aparato y los abogados del PT ayudaron a Temer a salvarse. Pero fue con el caso Aécio que llegamos a la explicitación: el PT apoyando el movimiento de toda la clase política contra el STF para impedir que el senador tucano fuera inhabilitado y encarcelado. Este es el golpe de magia de la narrativa del golpe: multiplicar la oposición ideal al impeachment y, en realidad, torcer por su éxito.
Entre la movilización formal «radical» y la ausencia de movilización real, tenemos la confirmación de lo que decía Bataille, pero al revés. La ausencia de autoridad que Bataille lamenta como característica de la democracia es en realidad la presencia de otra autoridad: aquella cínica alimentada por dosis inmensas y crecientes de manipulación de la comunicación, hasta el punto de afirmarse como «idea» pura. Todo esto comenzó en la delictiva campaña electoral de 2014, con respecto a la cual sería interesante saber cuántos recurrieron al uso de la colonización de las redes sociales -tanto el PT o los tucanos- con mecanismos como esos que el caso del Cambridge Analytica y de Facebook vienen revelando. La post-verdad y las fake news comenzaron en Brasil y los petistas y tucanos fueron vanguardias de la nefasta innovación.
Pero, como en la historia de Goethe, los atajos de los hechizos siempre corren el riesgo de volverse contra el propio hechicero y todo eso apareció no tanto en el desenlace parcial que es la prisión del propio Lula (decretada para el 7 de abril y realizada el día 8 de abril), sino que en las condiciones jurídico-institucionales de su lucha por la supervivencia. Esas dependen realmente del éxito que el gobierno de Temer, con apoyo de toda clase política, tendrá en volver al status quo anterior a la Lava Jato para hacer que la corrupción sistémica y general siga funcionando como el mecanismo fundamental de la gubernamentalidad brasileña. Una gubernamentalidad que desciende del Planalto hasta los territorios de las llamadas milicias y de esos hacia arriba, pasando por Cámaras de Concejales, Asambleas Legislativas y otros Tribunales de Cuentas. Una corrupción que se mostró asesina en el brutal asesinato de la concejala del PSOL de Río, Marielle Franco, y de los 5 jóvenes de Maricá.
Lo que antes era implícito y mistificado quedó claro en la víspera de la prisión. La composición del voto en el STF no podría ser más explícita: todo el escombro conservador o fisiologista votó por la concesión de HC y aún lucha por la revisión de la jurisprudencia sobre la ejecución de la prisión en segunda instancia, con Gilmar Mendes en la primera línea. Cuando ataca el levantamiento de junio de 2013, diciendo que fue el inicio de la persecución contra él, Lula está hablando la verdad de lo que piensa y condensa toda la situación: el problema no es porque él (y la gran mayoría del PT) cedieron a las sirenas de la corrupción, sino que pasar a ser combatida realmente a partir del marco legal firmado por Dilma en el calor del levantamiento de junio. Es como alguien que dice: «pero ¿cómo, la fiesta acabó ahora que acabo de llegar?!». La retórica postiza de la persecución sirve para mistificar la realidad de los tradicionales esquemas de corrupción en que Lula y el PT participaron y recalificaron peor.
Inútil negar que el lulismo fue exitoso en llevar la casi totalidad de la izquierda a la misma tumba en la que se colocó y colocó al PT. Socialmente eso aparece en las débiles movilizaciones que acompañaron su prisión: una vez más, lo que funcionó fue la producción retórica de imágenes falsas para intentar llenar una «idea» totalmente vacía. El espectáculo como alfa y omega de un culto de la personalidad cada vez más explícito y muerto. Mientras tanto, su salvación jurídica está en las manos, literalmente, de lo que hay de más retrogrado, Gilmar Mendes. Aunque decadentes, el PT dispone de aun de aparatos consistentes: parlamentarios, gobernadores, prefecturas, sindicatos y los llamados «movimientos sociales organizados» y esto es más que suficiente para explicar la dimensión «cativa» de las movilizaciones orquestadas, aunque también de aquellas que fueron evitadas.
¿Cuáles son entonces las razones que llevaron a la izquierda entera a seguir como un rebaño al gran líder en una defensa suicida de la corrupción que no es de ella? Que hizo al PSOL de Río de Janeiro hacerle olvidar hasta el nombre de su militante bárbaramente asesinada para hacer un circo en torno a la defensa de Lula, para dejar que se le comparara a ella, él que es jefe de un partido que se ensució las manos con «doleiros» (intermediarios informales del import/export de divisas), mafiosos, milicianos y eso precisamente en Río de Janeiro, un partido que nunca se empeñó en esclarecer los asesinatos de Celso Daniel y Toninho de Campinas? ¿Cómo puede un montón de «defensores» de la causa indígena cerrar los ojos ante el precio del Triplex de Guarujá y de la participación de Lula junto a la OAS en los intentos de imponer a los indios del Tipnis (en Bolivia) la carretera que la contratista brasileña quería construir con dinero del BNDES?
Podemos avanzar diferentes hipótesis. Una, general, se refiere al papel de la producción simbólica en la izquierda. Una segunda es más específica al modo de ser del «izquierdismo». Una tercera, a la que dedicamos la tercera parte de este editorial, es la cuestión y el papel del garantismo jurídico y del abolicionismo penal.
En primer lugar, la «izquierda» es pura trascendencia, una idea abstracta, y no es casual que Lula hablase de ello en su discurso abierta y asumidamente mesiánico el día de su entrega a la cárcel. A esa trascendencia se plegaron vergonzosamente hasta los filósofos de la inmanencia, tal vez bajo el peso de los años de prisión vividos: bendice a Lula y al PT y manifiestan un silencio cómplice con el genocida Maduro, repitiendo el vejamen de la cobertura intelectual a los crímenes del socialismo real en la URSS y en la China maoísta. El teórico de la autonomía grita «Viva Lula, mas alla Lula» mientras que el psicoanalista pop Slavoj Zizek justifica el «terror» chavista contra los venezolanos: «In such conditions is a kind of terror (police raids on secret warehouses, detention of speculators and the coordinators of shortages, etc) not fully justified as a defensive counter-measure?»(8).
Esa trascendencia es ciega y se nutre de símbolos y fetiches. Sólo que el fetichismo de la izquierda es el peor que pueda existir, al paso de que sólo vive de ello, se afirma como contra el fetiche y eso significa no sólo que los otros fetiches merecen ser eliminados (por el estigma o por la justicia «popular»), sino que él purifica los suyos de manera instantánea: la élite es golpista, pero los ricos petistas y sus jets privados son populares; Lula está preso por ser el pobre que quiso hacer política, pero sus comparsas son los mayores millonarios de Brasil: Eike Batista, Marcelo Odebrecht, Leo Pinheiro, Bumlai, etc. por lo tanto, Lula es totalmente soluble, como Nescafé. Hasta los más feroces críticos a lo largo de 14 años de gobierno del PT pasan a adorar el becerro cuando éste opera la transmutación. Incluso aquellos que escribieron páginas de libros sobre la corrupción del PT, en la hora «h», se arrodillan delante del fetiche. Todo pasa por la continua renovación del fetiche, la multiplicación eterna de nuevos símbolos vacíos: como hacían Mussolini, Stalin y Hitler, como todavía hace el peronismo y el castrismo, como hizo el chavismo. No es del Lula que ganó y gobernó que hablamos, sino que del Lula políticamente muerto, que sigue vivo sólo como fetiche.
La importancia del fetichismo y su dimensión autoritaria aparece claramente cuando Lula y el PT defienden la dictadura de Maduro: se trata de alimentar a cualquier costo el mito de una radicalización, aunque eso lleve a explicitar el fondo autoritario del proyecto de poder. No es por casualidad que la intelectualidad internacional supuestamente democrática firmó un sinnúmero de manifiestos contra el golpe en Brasil y se calla sobre Maduro. Esto cuando no lo apoya y manda callar las críticas sobre él. En el día de la prisión, lo que los fieles pasan a llorar no es la pérdida de las conquistas reales, sino tan sólo la pérdida del símbolo.
Una segunda explicación sobre el éxito de las narrativas del lulismo es la adhesión masiva del izquierdismo, en particular del PSOL. El pequeño PSTU, que resistió a ese chantaje perdió la mitad de sus cuadros a causa de eso. No se trata sólo de evaluaciones (a nuestro ver equivocadas) de dirigentes que piensan en tener condiciones para disputar el botín del PT, sino que de la propia manera de ser del «izquierdismo». El izquierdismo no heredará el botín del lulismo, simplemente porque el lulismo logró romper el gueto ideológico donde la izquierda se fijaba. Aquí está la trampa: el izquierdismo, que es una forma de moralismo, criticaba a Lula por decir que «no era de izquierda, sino sólo un metalúrgico». Esto es una doble paradoja. Lo que hacía la fuerza de Lula era incluso su capacidad de no apegarse a la ideología y realmente dialogar con el «pueblo», con los pobres. Pero eso se volvió «lulismo» y el lulismo fue comprado, pasó a formar parte de la gobernabilidad mafiosa y neoesclavista del biopoder en Brasil. Por eso, Lula y el PT pasaron a decir que son lo que negaban ser: «izquierda» y que son perseguidos no por ser corruptos, sino por «ser de izquierda».
Si eso no determinó ningún movimiento social mayor, llevó el izquierdismo al suicidio político. Para el izquierdismo moralista, es imposible resistir a esa llamada maniqueísta, pues eso se refiere a su manera de ser (aunque ésta no se reduzca a eso y que desempeña, por ejemplo en Río de Janeiro, un papel fundamental y valiente de resistencia a la mafia del poder). Es, pues, por las mismas razones que el PSOL apoya a Maduro (como apoyaba al militar Chávez), mientras esta contra la intervención federal en Río dirigida por militares. El PT lo hace por mero cinismo, el PSOL porque cree en ello. Nos preguntamos qué es realmente peor. Llegamos así a la tercera explicación del «éxito relativo» del petismo en chantajear a la izquierda y hasta el activismo. De ella tratamos en el próximo y último punto.
3.- GARANTISMO Y ABOLICIONISMO: EL MOMENTO MAQUIAVELIANO
El garantismo jurídico y el abolicionismo penal son temas animados por redes de juristas, trabajadores del área de seguridad (jueces, policías) y activistas que son fundamentales para la defensa de los derechos humanos en Brasil. La defensa de los derechos humanos en Brasil es un desafío gigantesco porque vivimos una situación paradójica: por un lado, para la gran mayoría de la población esos sólo existen en el papel; por el otro, ese mismo hecho crea las condiciones de un conflicto generalizado que no sólo los hiere, sino que crea y alimenta una demanda generalizada por «menos derechos» y «más castigo». Contrariamente a lo que buena parte de la izquierda dice y lo que ahora el PT tiene interés en decir, esa demanda no está en los sectores más ricos de la población (aunque parte de ellos se hayan adherido a eso), sino que está difusa en los barrios y en los territorios donde la la población pobre vive dominada por un tremendo sistema de opresión que mezcla policía, milicias y los varios comandos de narcotráfico.
Aquí no nos interesa mucho el hecho de que el cinismo del marketing lulista se coloque como víctima de lo que sería un «estado de excepción» y de una justicia que atentaria contra los derechos humanos. Lo que nos interesa es otra discusión, con los militantes que realmente luchan por derechos (el garantismo) y justamente ponen en el corazón de esa lucha el abolicionismo penal. Sí, en Brasil la lucha por la abolición del castigo es fundamental y sólo ella puede dar sentido al garantismo. Pero, en primer lugar, ésta necesita ser una lucha y, en segundo lugar, esa lucha necesita ser contra el sistema material de dominación y no sólo (y no tanto) contra su representación formal. El voto de la Ministra Rosa Weber el 4 de abril de 2018 es emblemático y funciona como un caso heurístico. En términos jurídicos, ella confirmó su defensa del garantismo (y el hecho de estar contra la prisión antes del tránsito en juzgado) y al mismo tiempo votó contra el Habeas Corpus en nombre de lo que es llamado «estabilidad jurídica» (no cambiar la interpretación de la ley de la noche a la mañana). Pero, en términos políticos, se trata de otra cosa: Rosa Weber votó contra el uso personal de la Ley y por los que Raimundo Faoro llamaba «dueños del poder». Gilmar Mendes, en 2016, no sólo votó por la prisión en segunda instancia sino que fue uno de los mayores formuladores de aquella mayoría que en aquel momento servía para el impeachment y ahora, frente a una Lava Jato que amenaza todo el sistema de poder y su gubernamentalidad mafiosa, quiere doblar la jurisprudencia a sus intereses. Aquí no se trata de pensar que la radicalización democrática vendrá de manos de jueces y policía federal, pero que la lucha contra la gobernabilidad mafiosa es fundamental para que las garantías sean reales y para avanzar en el terreno del abolicionismo penal.
Estamos en pleno momento maquiaveliano: oponer los medios (la lucha contra la corrupción) a los fines (el garantismo jurídico) es hoy asumir una postura totalmente moralista y abstracta para permitir que el punitivismo contra los pobres, ese producido por la gubernamentalidad mafiosa, permanezca y aumente. Los pobres no son castigados sólo cuando son asesinados o cuando van a las mazmorras que el PT dejó intactas mientras que construía estadios, represas y campos de concentración llamados Mi Casa Mi Vida, ellos también son castigados todos los días en los autobuses infames que los llevan al trabajo como ganado, cuando tienen que pagar impuesto al sistema de milicias y batallones, así como cuando tienen que votar por el concejal ungido.
Para que los pobres puedan hacer política, el desmantelamiento de la gubernamentalidad mafiosa es decisiva: el milagro de junio de 2013 fue incluso el de abrir una brecha por donde los pobres podían hacer política huyendo fuera del campo que es la periferia de las grandes ciudades brasileñas: no por casualidad, en Río de Janeiro, fue un levantamiento contra Cabral y Paes, los aliados regionales de Lula y del PT. Esta lucha continúa también en la lucha contra la corrupción, aquella que Marielle y los 5 jóvenes de Maricá sostenían.
Traducción del portugués al español: Santiago de Arcos-Halyburton
1.-Giuseppe Cocco, investigador de la UniNômade, es graduado en Ciencia Política por la Université de Paris VIII y por la Università degli Studi di Padova, maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad por el Conservatoire National des Arts et Métiers y en Historia Social por la Université de Paris I (Panthéon – Sorbonne), doctor en Historia Social por la Université de Paris I (Panthéon – Sorbonne), Profesor titular de la Universidade Federal do Rio de Janeiro – UFRJ, editor de las revistas Global Brasil, Lugar Comum y Multitudes; coordinador de la colección A Política no Império (Civilizacion Brasileña).
2 Georges Bataille, André Breton, Contre-Attaque, Union de lutte des intellectuels révolutionnaires – 1935 – 1936, Ypsilon, Paris, 2013
3 Ibid., p. 68.
4 Ibid., p. 67.
5 Ibid., p. 57.
6 Ibid., p.58.
7 https://g1.globo.com/…/
8 ZIZEK, Slavoj. The Courage of Hopelesseness. Chronicles of a Year of acting Dangerously. Londres: Allen Lane, 2017.
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