Por: Galo Ramón V
Desde una mirada histórica, además de su importancia para los pueblos norandinos, lo más sorprendente de estas fiestas es su permanente actualización, la disputa de sentidos, la producción de intercultura y los cambios que ha experimentado en los últimos 500 años. Es posible identificar, al menos, seis coyunturas, en los que las celebraciones cambiaron notablemente, a pesar de mantener elementos de continuidad. Para seguir este proceso, tomemos la Sierra Norte del Ecuador.
La fiesta como rito de celebración de las cosechas y la renovación de la fertilidad
Antes de la conquista incaica, los dos personajes centrales, que condensan el sentido de la celebración eran el Yanayumito y el Ayahuma. El Yanayumito era el espíritu del Yanaurco (o Cerro Negro), que cada año, en junio, salía desde el cerro y convocaba a las peleas rituales de las comunidades. Venía en medio de 12 huracanes, traía al espíritu de la vertiente y se abalanzaba con ferocidad para tomarse el centro ceremonial. Este espíritu guerrero se encontraba con el Espíritu de los Ancestros, el Ayahuma, que era mas bien festivo, de cuya dualidad, surgía un combatiente que era a la vez guerrero y festivo. Con este doble carácter, los jóvenes bailadores de las parcialidades de arriba (del urcu) celebraban un combate ritual con las parcialidades de abajo (urai), para disputarse el control del centro ceremonial y la supremacía ritual durante ese año. En medio del combate, de bailes rituales y bebidas que duraban varios días, agradecían y despertaban la fertilidad de la tierra con el intenso zapateo, la regaban de sangre de los combatientes, le agradecían con música y coplas, y yacían en su seno en la borrachera final.
La fiesta como formación de un guerrero
El carácter guerrero del Yanayumito interesó a los incas, cuando conquistaron a esta zona, porque vieron aquí la oportunidad de reclutar combatientes para su ejército. De esta manera, rebautizaron a Yanayumito como Waruchicuy, que era una fiesta en la que se hacía un rito de paso de los niños a adultos, en el que se les entregaba el pantalón y las armas, luego de realizadas algunas pruebas físicas, en las que el joven probaba su fuerza y madurez. Por tratarse de un idioma externo, la palabra Warachicuy se transformó en Aruchico, forma como se la conocía en la época colonial. El nuevo poder ha redefinido el sentido principal de la fiesta, pero ella mantenía una fuerte continuidad.
La fiesta suprimida y la resistencia de los pueblos
Tras el ciclo de revueltas que sacudió a los Andes en la segunda mitad del Siglo XVIII, los españoles decidieron suprimir estas celebraciones, que en muchos casos, fueron el origen de grandes revueltas. Un documento de finales de la colonia, del Corregidor de Otavalo don Juan Guerrero y Matheus, en 1794 señala que en “dicho tiempo (se refiere a junio), reyna entre esta gente bárbara la manía de hacer combatir entre si a cierto número de Indios que llaman vulgarmente Harochicos, cuyo uso tuve por conveniente impedir, por medio de la prohibición enunciada, a fin de que los yndios no tuviesen riesgo que temer, y quedasen abolidos los desafios y combates particulares, por estar obligado, el Corregidor, a castigar severamente toda especie de grosería y ferocidad, entre esta gente incivil”.
Curiosamente, en ese mismo año, la fiesta de los “Harochicos” se celebró en Cayambe en complicidad con los blancos del pueblo que decidieron celebrar su fiesta de toros, que también estaba prohibida por la autoridad colonial. La fiesta sobrevivió como producto de un momento de intercultura entre indios y blancos pueblerinos, como subversión y desafío al poder colonial, celebraciones paralelas, distintas pero encontradas en el espacio y en la fecha.
La fiesta como parodia patriótica
A raíz de la independencia en la primera mitad del Siglo XIX, se legitimó el “guerrero patriota” que independizó al país. Se mantuvo activo en las continuas guerras entre caudillos, que no pasaron desapercibidos por la resistencia indígena.
En 1863, Hassaurek, un embajador de USA en el Ecuador, describe a los Aruchicos que miró en las fiestas de junio en Cayambe. Nos relata que el aruchico “traía zamarros negros de pelo largo, pequeños sombreros de paja con protectores blancos, un pañuelo alrededor de la cabeza, y otro en los hombros, y, bajo éste un traje de lana llamado chusma. Pero la parte más importante de su atuendo consistía en dos tres cencerros sujetados a una tira de cuero que ellos llevaban sobre un hombro a modo de bufanda…El líder del grupo tenía su cara pintada de negro, en tanto que su vestido trataba de asemejarse al de un soldado. También era ayudado por una supuesta negra que hacía todo tipo de travesuras. Sus amigos intentaban a toda costa dar una apariencia de valor y disciplina militar” (Hassaurek, (1863), 1997:327).
Es decir, el aruchico continuaba representando en su color negro al espíritu de las montañas y tenía un claro carácter guerrero, tal como era en el pasado. Sin embargo, ha aparecido una pareja, “la mujer negra”, la “chinuca” que juega con sus travesuras, atemperando al personaje o mostrando el otro lado del cerro, a tiempo que representa a la contraparte femenina del combatiente, es decir a los linajes masculinos y femeninos, que espacialmente representaban el Urcu y el Urai. El Aruchico representaba a un soldado patriota, forma de legitimar su presencia en esa coyuntura
La fiesta como celebración de San Juan, San Pedro y San Pablo
La Iglesia Católica comprendió que era inútil oponerse a la fiesta. De manera inteligente buscó incorporarla en su santoral católico. Los curas se involucraron en la organización de la fiesta, empezando con el cambio de nombre, denominándola “San Pedro” o “San Juan”. La historiadora Chantal Caillavet opina que en el caso de Otavalo, se eligió a San Juan (El Bautista), porque fue degollado y vertió sangre, tal como se hacía en la fiesta en las peleas rituales (verter sangre) y en el arranque de gallos. Es decir, la fiesta se fue transformando, tanto en su nombre, como en la multiplicidad de elementos que incorporaba: Yana Yumito (como la pelea ritual y de agradecimiento por buenas cosechas), el Waruchikuy (como rito de paso de los jóvenes en guerreros incaicos, como Soldado Patriota (de las guerras de independencia) y como la fiesta de San Juan o San Pedro, que incluía corridas de toros, bandas de pueblo, guitarra, cantos y coplas guerreras y de contrapunto hombre-mujer. Nacía una enorme intercultura, a despecho de los poderes que intentaban sujetarla.
La fiesta se diversifica y busca nuevos sentidos
A partir de los 60, con la modernización agraria y la revitalización indígena, se produjo un nuevo cambio: en varios sitios desapareció el Yana Yumito, los Aruchicos y el AyaHuma, o se transformaron en elementos folclóricos (o muy escondidos). Por ejemplo, en Cotacachi, el elemento central de la fiesta es el “ritual de agresión” entre la zona alta y baja por apropiarse simbólicamente de la plaza, acompañado de un consumo dispendioso de comida y de bebidas, más cercanos a los rituales de fertilidad y cosecha. En cambio, en Cayambe, se ha suprimido el combate ritual para enfatizar el baile, la música chicha, la disputa del sonido ambiental con el ingreso de poderosos parlantes móviles, el contrapunto de coplas de fuerte sabor sexual y la incorporación de indígenas y mestizos que han adoptado como suya la fiesta.
En Otavalo, el aspecto central de la fiesta es el baño ritual en las cascadas y lagunas, el baile y la bebida, todo ello bajo un discurso que enfatiza la reapropiación de las tradiciones filocusqueñas de lo que se supone debería ser el Inti Raymi. En San Pablo y en algunas comunidades de Cayambe, la fiesta es un ritual para renovar las relaciones de poder entre las comunas y las autoridades locales, por medio de la rama o arranque de gallos; en las tolas de Cochasquí y en Puentoyachil se dan cita una serie de “neoancestralistas” para conectarse con la energía solar.
En todos estos espacios, circulan disfrazados, unos de aruchicos, otros llevan los atuendos del ancestro festivo (el “ayahuma”), y por fin otros, disfrazados de charros, ninjas, soldados con camuflaje, varios personajes usan gafas oscuras para representar al poder (siempre esquivo), sombreros, bandas presidenciales, otros representan dibujos animados de la TV, mecánicos, policías, payasos, entre otros, que oscilan entre la imitación y la ridiculización del personaje, como en un carnaval; mientras otros aprovechan para asistir rotativamente a todas estas celebraciones, homogeneizando el tiempo y espacio, en medio de la diversidad. La interculturalidad bulle, pero aún no abre todas las puertas.
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