Desde que Israel confiscó la montaña Abu Ghnaim, expulsó a los palestinos y palestinas y no se les permitió recoger las aceitunas, cultivar sus tierras ni acceder a ellas. Cada uno o dos años, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y las fuerzas israelíes abren las puertas que cercan Abu Ghnaim para que los propietarios de las tierras visiten sus tierras ocupadas.
El 26 de octubre de 2017, algunos propietarios pudieron visitar sus tierras por unas horas con restricciones, pero a otros se les negó la entrada. Se había acordado entrar desde las siete de la mañana, pero los militares israelíes llegaron hora y media tarde. Informaron a los propietarios en ese momento de que podían pasar y de que volverían a abrir las puertas a las cuatro de la tarde. Durante esas horas, esas personas estuvieron encerradas en sus propias tierras, sin poder marcharse antes. No estaban preparadas, no tenían suficiente comida ni agua para tantas horas, pero a pesar de todo decidieron entrar. No quisieron perder la oportunidad.
La mayoría de las personas a las que se permitió acceder eran mayores. Tuvieron que caminar más de dos horas por la montaña para llegar a sus tierras. Abandonada durante mucho tiempo, la tierra estaba muy seca, algunos árboles habían muerto y apenas había aceitunas que pudiesen recoger. Llegó la decepción.
“Está muy seca y es muy triste ver la tierra así”, me explicaron los propietarios. Algunos de ellos mantienen todavía la esperanza de recuperarla, de volver allí algún día con sus hijos: “nos quedan los documentos originales que prueban que poseíamos la tierra desde hace cientos de años, jarras de aceite vacías y la esperanza de recuperar algún día nuestra tierra”.
Explican que antes solían pasar mucho tiempo en Abu Ghnaim, que iban en grupos a recoger aceitunas, almendras e higos. En febrero solían ir a cortar las ramas de los árboles, cultivar y fertilizar la tierra. A veces se quedaban durante varios días para trabajar, durmiendo en una casa que había, la Banoura Palace. “Solíamos obtener cada año cuatro bolsas grandes de aceitunas, cada una de unos 70 kilos. Producíamos entre 30 y 35 tanques de aceite y lo vendíamos en el comercio local. Éramos conocidos por la buena calidad del aceite y nos ganábamos así la vida, pero ahora tenemos que comprar las aceitunas y el aceite”.
Abu Ghnaim, además de una zona agrícola, era también el espacio para compartir buenos momentos en familia los fines de semana. Había vida en la tierra, la tierra les daba vida.
Artículo publicado en el nº77 de Pueblos – Revista de Información y Debate, segundo cuatrimestre de 2018.
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