Los programas de bienestar de las empresas disfrazan sus motivaciones primordiales: lograr la máxima eficiencia hasta que consigan automatizar las tareas y prescindir de nosotros
Por Josh Hall (The Baffler)
Nos encontramos en el vestíbulo de un gran edificio de oficinas del oeste de Londres. El gran hall estilo atrio se eleva cuatro plantas, todas acabadas en blanco brillante con detalles en roble. Unas sillas de respaldo alto rodean las relucientes mesas de reuniones negras, sobre cada una de las cuales cuelga una lámpara. A un lado de la planta hay un gran espacio tipo almacén destinado a las empresas pequeñas, donde las startups tecnológicas y de moda teclean en silencio. En el lado opuesto hay un extenso conjunto de escritorios y estudios para negocios más grandes; arriba hay un entresuelo con salas de reuniones. Y a un lado del espacio, ocupando al menos una cuarta parte de la superficie total, hay una yurta.
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