Sobre el último libro de Chantal Mouffe: Populismo de izquierdas ¿alguna novedad?

Por Pierre Khalfa

El último libro de Chantal Mouffe, “Por un populismo de izquierdas” 1/, da la ocasión de recapitular sobre los fundamentos, las evoluciones y los problemas de lo que se presenta como una nueva estrategia para la izquierda 2/. Al analizar esta obra la situaremos en la línea de otros escritos, en particular el libro fundador de Ernesto Laclau “La razón populista” 3/.

Una concepción truncada de la política

A largo de todos sus escritos, Chantal Mouffe denuncia con razón la ilusión de una política sin conflictos. Critica las concepciones consensuales de la democracia afirmando “la naturaleza hegemónica de todo orden social” 4/. En su última obra, opone “dos formas de contemplar el campo político. El planteamiento asociativo lo presenta como la esfera de la libertad y de la acción en concierto. A la inversa, el planteamiento disociativo lo concibe como el espacio del conflicto y del antagonismo” 5/y lógicamente se reclama explícitamente de esta última opción.

Esta oposición es reductora. La designación de un adversario/enemigo 6/ es ciertamente la condición del combate político y la construcción de una frontera entre “el ellos y el nosotros”, por retomar el vocabulario de Mouffe, es necesaria. Pero la política no puede reducirse a ello. El espacio político es también un espacio en el que se construye lo común a través en particular de la elaboración de proyectos políticos. En este sentido, no se pueden oponer, como hace, los planteamientos asociativo y disociativo de la política que forman un todo indisociable. Ciertamente focalizarse en el planteamiento asociativo tiene por consecuencia, in fine, negar la existencia de conflictos. Pero el planteamiento disociativo del que se reclama olvida que la política no se puede reducir a una estricta correlación de fuerzas.

De focalizarse demasiado sobre el enemigo/adversario, se corre el riesgo de olvidar la cuestión del proyecto por el que se lucha. La oposición “nosotros/ellos” no pude ser fecunda mas que si está sobredeterminada por un proyecto emancipador portador de un imaginario social de transformación, como fue en su tiempo la idea del comunismo 7/. En “Por un populismo de izquierdas”, Mouffe precisa sin embargo la naturaleza de este proyecto, radicalizar la democracia -veremos más adelante lo que entiende por ello y los problemas que plantea-, pero esto no le impide a lo largo de todo el libro focalizarse sobre la frontera entre el “ellos y el nosotros” como constituyendo el criterio esencial de la acción política.

La cuestión de la extrema derecha

Esta centralidad está cargada de consecuencias en su forma de tratar a la extrema derecha. Mouffe, por otra parte, no emplea jamás para esas formaciones políticas el término “extrema derecha”, término que critica vivamente, sino el de “populista de derechas”. Retoma así las cantinelas de las clases dirigentes y los medios dominantes que califican de populista a la extrema derecha y la izquierda de transformación social y ecológica con el objetivo de amalgamar corrientes políticas opuestas y así desacreditar las posiciones de esta izquierda. Pero eso no es lo más grave.

Presa de su concepción de la política como creación de una frontera entre el “ellos y el nosotros”, y constatando que es también el método de la extrema derecha, retoma la idea de que frente al neoliberalismo, “populismo de derechas” y “populismo de izquierdas” llevarían así, cada uno a su manera, un combate contra el “sistema”. Llega así a escribir “que la mayor parte de las demandas expresadas por los partidos populistas de derechas son demandas democráticas a las que debería darse una respuesta progresista” 8/. Para justificar su posición, Mouffe indica que “estas reivindicaciones emanan de grupos que son los principales perdedores de la mundialización neoliberal […] Un planteamiento populista de izquierdas debería intentar proponer un vocabulario diferente a fin de orientar esas demandas hacia objetivos igualitarios […] su sentimiento de exclusión y su deseo de reconocimiento democrático, expresados anteriormente en un lenguaje xenófobo, (pueden) traducirse a un vocabulario diferente y ser dirigidos hacia otro adversario” 9/.

Es cierto que una parte del electorado de extrema derecha está constituido de víctimas de las políticas neoliberales. Pero Mouffe no parece ver que, para este electorado, las cuestiones sociales son vistas a través de un prisma xenófobo y racista que sobredetermina una visión que moviliza afectos poderosos como el resentimiento y el miedo, en el que las pasiones movilizadas remiten sobre todo al odio al diferente. Mouffe hace sin embargo una larga exposición sobre la necesidad de tomar en cuenta la fuerza de los afectos en política. Critica, con razón, una visión estrictamente racionalista de la política y señala “el papel decisivo que juegan los afectos en la constitución de identidades políticas” 10/. Pero en el caso de la xenofobia y del racismo, este análisis se deja de lado y todo ocurre como si considerara los afectos ligados al racismo y a la xenofobia como una simple capa superficial pues los individuos afectados son las y los que están aplastados por el capitalismo financiarizado. Cae ahí en un economicismo racionalista, precisamente cuando afirma, por otra parte con mucha razón, que “las identidades políticas no son la expresión directa de posiciones objetivas en el seno del orden social” 11/.

Estos afectos mortíferos podrían pues ser erradicados simplemente cambiando de vocabulario. ¿Es tan sencillo? No nos dice, por otra parte, nada de lo que debería ser este nuevo vocabulario. ¿Se trata de hacer concesiones a la xenofobia retomando para sí ciertos propósitos sobre las personas migrantes como determinada gente de izquierdas se ve tentada a hacer?< 12/Ganar electores hoy partidarios de la extrema derecha supone en primer lugar permanecer firme en el combate y la argumentación contra el racismo y la xenofobia. Toda concesión en este terreno no puede sino reforzarles en sus convicciones y dar aún más crédito a las formaciones políticas que han hecho de ello su doctrina. Esto supone también ser capaz de transformar el rencor odioso, que está en la raíz del racismo y de la xenofobia, en una esperanza que permite proyectarse en el futuro. Es por tanto en la construcción de un nuevo imaginario emancipador donde reside la solución. Evidentemente, la formación de tal imaginario no se decreta. No puede ser mas que una creación inédita, el producto de luchas sociales, de victorias, aunque sean parciales, de esperanzas que poco a poco se imponen sobre la resignación dibujando así el horizonte de una sociedad por venir.

En la situación actual, la posición de Mouffe no puede sino legitimar aún más al Frente Nacional y desarmarnos en el combate contra él. En un texto sintético presentado como una hoja de ruta para la “izquierda populista”, Christophe Ventura, animador de la página web Mémoire des luttes, rechaza toda consigna de voto contra la extrema derecha cuando esta última está opuesta a un candidato del “sistema” con el pretexto de que “en realidad tiene muy pocas posibilidades de estar en posición de conquistar el poder” 13/. ¡ Por tanto espera y apuesta a que una mayoría de electores no siga su recomendación! Por su parte, llevando hasta el final este tipo de análisis, el economista Jacques Sapir, que viene de la izquierda, ha llegado ha defender una alianza con el Frente Nacional.

Radicalizar la democracia

Mouffe indica claramente querer poner la cuestión de la democracia en el corazón de un proyecto de emancipación. Constatando que “los valores democráticos continúan jugando un papel decisivo en el imaginario político de nuestras sociedades 14/ […] y que empuja a extender la libertad y la igualdad a una multiplicidad de nuevos campos” 15/, se fija como objetivo “radicalizar la democracia”. No se puede sino compartir este análisis, este objetivo y su rechazo del “falso dilema entre reforma y revolución” 16/ así como su voluntad de distinguir el liberalismo económico del liberalismo político (existencia de un Estado de derecho, separación de poderes y libertades democráticas). Sin embargo aún quedan tres problemas.

¿Enemigos o adversarios?

Para Mouffe, “el objetivo de la política democrática es construir el “ellos” de tal forma que no sea ya percibido como un enemigo a destruir, sino como un adversario […]. Un adversario es un enemigo, pero un enemigo legítimo con el que se comparten puntos comunes porque se comparte con él una adhesión a los principios ético-políticos de la democracia liberal: la libertad y la igualdad. Pero estamos en desacuerdo en cuanto a la significación y la aplicación de esos principios” 17/. Para ella, pues, “la finalidad de la democracia es transformar el antagonismo en agonismo” 18/.

La distinción entre enemigo y adversario parece seductora, pero toda la cuestión está en saber según qué criterios distinguir el enemigo del adversario. Respuesta de Mouffe: “Adhesión a los principios etico-políticos de la democracia liberal: la libertad y la igualdad”. Pequeño problema: los principios de libertad y de igualdad no existen en sí mismos sino que solo toman sentido en su declinación concreta. Tomemos un ejemplo concreto. El Medef y más globalmente los neoliberales, promueven la libertad de empresa como un principio absoluto. Sabemos que todo proceso de emancipación deberá ponerle término y por tanto que deberá atacar a ese principio. El desacuerdo sobre la aplicación de ese principio que evoca Mouffe se traduce aquí concretamente en su puesta en cuestión radical. ¿Cómo consideraría Mouffe esta puesta en cuestión? ¿En qué categoría coloca a quienes quieren poner en cuestión este principio? Se podrían así multiplicar los ejemplos concretos que muestran las ambigüedades, incluso las contradicciones, del criterio propuesto.

El período denominado de los “Treinta gloriosos” es otra ilustración de lo anterior. No son “los puntos comunes” compartidos con las clases dirigentes los que permitieron los avances sociales entonces, sino la correlación de fuerzas concreta tras la segunda guerra mundial las que forzaron a aceptar “el compromiso fordista”. Este último fue puesto en cuestión en cuanto se dio la ocasión y sobre todo cuando esta configuración no garantizaba ya al capital una tasa de ganancia suficiente. Las clases dirigentes hicieron estallar sin ningún problema los puntos comunes y principios ético-políticos de la democracia liberal que Mouffe piensa que están en la base de la democracia liberal.

Hay de hecho una cierta ingenuidad en sus palabras cuando escribe que la “confrontación entre proyectos hegemónicos opuestos que no pueden ser reconciliados racionalmente […] es puesta en escena a través de una confrontación regulada por procedimientos aceptados por los adversarios” 19/. El problema es que los conflictos sociales no se regulan como duelos entre gentlemen y es bastante poco probable, como muestran numerosas experiencias históricas, que las clases dirigentes acepten tranquilamente plegarse a reglas si éstas tienen por consecuencia desposeerles de su poder.

En definitiva, y es una paradoja, partiendo de una concepción únicamente conflictiva de la política, llega, en nombre de la distinción entre enemigos y adversarios, a considerar que “es preciso que haya un consenso sobre las instituciones de base de la democracia y sobre los valores “ético-políticos” que definen la asociación política” 20/. Partiendo de una visión hipertrofiante y esencializante de la oposición amigos/enemigos, llega, para tratar políticamente esta oposición a plantear un consenso sobre las instituciones 21/ y los principios que las fundan.

¿Es la democracia representativa el horizonte insuperable?

Colocándose así en el estricto marco de la democracia liberal y reduciendo la finalidad de la democracia a transformar el antagonismo en agonismo, se ve llevada bastante lógicamente a limitar su horizonte a la democracia representativa. Si critica con razón la visión de la Multitud de Hardt y Negri, no responde a la objeción mayor que oponen al populismo: “el poder del pueblo es sin cesar puesto en el primer plano, pero a fin de cuentas es una pequeña camarilla de políticos quien decide” 22/. Se deja así de lado todo una sección de la sociología crítica, de Max Weber, Robert Michels o Moisei Ostrogorski desde comienzos del siglo XX a Pierre Bourdieu más recientemente.

No parece ver que el “gobierno representativo” es puesto históricamente en pie a finales del siglo XVIII con el objetivo explícito de excluir a las clases populares (por no hablar de las mujeres) de toda posibilidad de participar en los asuntos del gobierno 23/. No solo el cuerpo electoral es restringido (sufragio censitario), sino que las condiciones de elegibilidad restringen aún más la capa de los electos posibles (censo de elegibilidad). Si en los siglos XIX y XX el fin del sufragio censitario y la ampliación del sufragio universal, arrancados con duras luchas, parecen transformar la naturaleza del lazo representativo con la transformación del “gobierno representativo” en “democracia representativa”, los mecanismos de exclusión siguen en pie. Vivimos en una oligarquía electiva liberal: oligarquía, pues somos gobernados por un pequeño número; electiva, pues somos convocados regularmente a elegir con nuestro voto a esos individuos; liberal, pues hemos arrancado históricamente un cierto número de derechos que, por otra parte, las clases dirigentes permanentemente intentan recortar.

Radicalizar la democracia supone poner en cuestión este proceso. El objetivo de una política democrática debería ser la participación de todas y de todos en todo poder existente en la sociedad. Es a partir de un objetivo así como debería ponerse en pie las instituciones que faciliten su realización y debatida la existencia de formas de representación. Contrariamente a lo que afirma Mouffe, la puesta en marcha de una democracia activa 24/ no es contradictoria con el pluralismo político ni con la existencia de los partidos políticos. No se ve como la “concepción radical de la ciudadanía […] la participación activa en la comunidad política” 25/, que desea, podrían ser compatibles con los mecanismos actuales de la representación que desposeen “al pueblo” de las decisiones políticas.

Para Mouffe, “Es la falta de debate agonístico, y no el hecho mismo de la representación, lo que priva al ciudadano de su voz”26/. El debate y la confrontación de ideas son evidentemente condiciones indispensables para la democracia. Pero creer que éstos bastarían para neutralizar los efectos perversos de la representación remite a una cierta ingenuidad que ignora el papel del Estado.

La cuestión del Estado

Mouffe equipara “el planteamiento reformista (que) contempla el Estado como una institución neutra […] y el planteamiento revolucionario (que) le considera como una institución opresiva que hay que abolir”. Se podría discutir sobre esta presentación que parece olvidar que los socialdemócratas antes de su conversión al neoliberalismo han defendido históricamente la idea de que habría que reformarlo y que los marxistas revolucionarios no han hablado jamás de abolirlo y no contemplaban su extinción mas que en un proceso complejo. Pero lo esencial no está ahí. Mouffe, con razón, considera el Estado, que no puede reducirse al aparato gubernamental, como un objetivo de la lucha política. La transformación del Estado social en Estado neoliberal autoritario muestra claramente que hay ahí un objetivo político de una gran importancia.

Sin embargo no se abordan dos cuestiones ligadas entre sí: la cuestión de los contrapoderes y la de “la participación activa en la comunidad política”. Se puede ciertamente pensar que es posible emprender un proceso de transformación profunda del Estado de tal forma que este último pueda ser permeable a la multiplicidad de las demandas democráticas. Pero el Estado, incluso transformado en profundidad, seguirá siendo una instancia habitada por una tecno-burocracia, separada de la sociedad y que se eleva por encima de ella. Desde este punto de vista, la recuperación por Mouffe de la tesis de Gramsci sobre el “Estado integral”, que incluye a la vez a la sociedad política y la sociedad civil es, por lo menos, problemática. Guarda silencio sobre la cuestión decisiva de los contrapoderes que deberán ser poderosos, incluso en una sociedad en la que la democracia haya sido radicalizada. Su crítica de la tesis sumaria de la extinción del Estado para la cual la desaparición del Estado correspondería a una sociedad sin contradicciones sociales, totalmente transparente, no debe hacernos tirar el bebé con el agua del baño. El Estado no puede resumir la actividad política instituyente y crear las condiciones de una participación perenne de las y los ciudadanos en la decisión política debe pasar por instituciones políticas específicas que no pueden ser reducidas al Estado y sus aparatos.

El previo del marco nacional

Para Mouffe “la lucha hegemónica que busca revitalizar la democracia debe comenzar a escala del Estado-nación. […]. Solo cuando esta voluntad colectiva haya sido consolidada podrá ser productiva una colaboración con movimientos similares en otros países” 27/. Esta posición plantea un doble problema. De una parte, parece ignorar que una gran parte de las políticas llevadas a cabo en un país europeo son elaboradas por los gobiernos en un marco europeo. Negarse a actuar a nivel europeo esperando que el proceso de transformación democrática sea realizado en el marco nacional, es condenarse a sufrir el peso de las decisiones tomadas a nivel europeo.

Pero sobre todo, es no ver que un país que emprende un proceso así sufrirá inmediatamente medidas de represalia tomadas por las instituciones y los gobiernos europeos. La construcción de un movimiento social y ciudadano a escala europea es por tanto decisiva si no se quiere que ese país quede aislado. Uno de los problemas que ha encontrado el gobierno Syriza ha sido la debilidad de los movimientos de apoyo a escala europea cuando Grecia era estrangulada financieramente por las decisiones del Eurogrupo y del BCE. La capitulación del gobierno griego, aislado en el plano europeo, se explica también por este elemento.

La construcción de un movimiento social y ciudadano a escala europea es evidentemente complicada, como muestra desgraciadamente el fracaso del Foro Social europeo. Razón de más para dedicarle esfuerzos. No se trata, al hacerlo, de desertar el terreno nacional y una ruptura con el orden neoliberal pasará probablemente por una victoria electoral de fuerzas de la izquierda de transformación social y ecológica en uno o varios países. La palanca nacional es por tanto completamente decisiva. Ciertamente, Mouffe ve bien que “la lucha contra el neoliberalismo no pude ganarse a escala nacional y es necesario establecer una alianza a nivel europeo” 28/, pero su estrategia etapista -el Estado-nación primero, Europa a continuación- no puede llevar más que al fracaso al estar tan imbricadas las cuestiones europeas y nacionales.

¿Construir el pueblo?

Recordemos muy esquemáticamente la concepción de Laclau en “La razón populista”. Laclau se pretende en ruptura con lo que llama “el esencialismo marxista”. Para él, hay que “concebir el pueblo” 29/ como una categoría política no como un dato de la estructura social” 30/. Este punto es completamente decisivo. No hay fundamentos objetivos que permitan definir el actor histórico, el sujeto de la transformación social; éste es el resultado de un proceso político. Si no se puede mas que aprobar a Laclau sobre este punto, la forma en que contempla la construcción del “pueblo” como un sujeto y la idea misma de “construir el pueblo” plantea problemas. Pues la pregunta inmediata es ¿quién le construye? Si se reemplaza la palabra pueblo por proletariado, se encuentra la temática clásica del sustituismo vanguardista en la que, in fine, el proletariado, aquí el pueblo, debe ser construido políticamente por una entidad exterior. La cuestión está en saber cuál es esa entidad.

Laclau parte de las demandas sociales específicas, que califica de “democráticas”, heterogéneas e insatisfechas existentes en la sociedad. Puede formarse así una “cadena de equivalencias” que permite unificarlas y construir así un “pueblo”, dando por supuesto que toda demanda social no satisfecha no tiene la posibilidad de integrarse en la cadena de equivalencias si “entra en conflicto con los fines particulares de las demandas que son ya eslabones de la cadena” 31/.

Pero la formación de una cadena de equivalencia, por tanto de un “pueblo”, no es posible mas que si una de las demandas insatisfechas llega a encarnar el conjunto de las demás demandas: “una demanda determinada, que era quizás en su origen una demanda entre otras, adquiere en un cierto momento una importancia inesperada y se convierte en el nombre de algo que la excede” 32/. Para que “el pueblo” pueda constituirse, es precisa “la identificación de todos los eslabones de la cadena popular a un principio de identidad que permita la cristalización de todas las demandas diferentes alrededor de un denominador común -que exige, evidentemente, una expresión simbólica positiva” 33/. Entonces, “una frontera de exclusión divide la sociedad en dos campos” 34/. Es la división entre “ellos y nosotros”.

Ahora bien este “principio de identidad” conduce a la dominación de una demanda social particular que tomaría un carácter universal. Laclau encuentra por tanto bajo el nombre de “pueblo” el sujeto universal único con la centralidad de una opresión particular, negando así, de hecho, la pluralidad de las opresiones y su no jerarquización. Además, lo que no explica Laclau es ¿porqué y cómo una demanda social específica se convierte en un referencial universal permitiendo, como afirma, construir el pueblo? Y, cuestión primordial, ¿cómo hacer para que este referencial universal se convierta en progresista y cómo el “populismo de izquierdas” puede triunfar sobre el de derechas? Otras tantas preguntas sin respuestas. De hecho, veremos más adelante que Laclau tiene una solución que es por lo menos discutible.

En “Por un populismo de izquierdas”, Mouffe retoma, en lo esencial, esta concepción. Aportando sin embargo algunas inflexiones. Admite así que este planteamiento, “reuniendo las demandas democráticas para crear un “pueblo”, produciría un sujeto homogéneo que niega la pluralidad. Esto debería ser evitado para que la especificidad de las diferentes luchas no sea borrada” 35/ Laclau insistía en que para que una cadena de equivalencias, es decir un “pueblo”, se forme, era preciso que una de las demandas insatisfecha “adquiera en un determinado momento una importancia inesperada y se convierta en el nombre de algo que la excede” sin explicar por qué proceso esto podía producirse. Mouffe prefiere indicar que “una equivalencia es establecida entre una multiplicidad de demandas heterogéneas, pero de una forma que mantiene la diferenciación interna del grupo” 36/. Evita así uno de los problemas planteados por las teorizaciones de Laclau.

Pero queda el de la necesidad de “articular las diferentes luchas en una voluntad colectiva” 37/ o, por hablar como Laclau, cómo operar “la cristalización de todas las demandas diferentes alrededor de un denominador común -que exige, evidentemente, una expresión simbólica positiva”?. La respuesta de Laclau en “La razón populista” no tiene ambigüedades. Es la existencia del líder la que permite resolver este problema. El populismo se distingue de otros procesos políticos por una relación directa entre una personalidad que se pretende carismática y el pueblo; más exactamente, el pueblo se encarna en el líder. A la pregunta “¿quién o qué construye el pueblo?”, la respuesta populista es: es el jefe el que construye al pueblo y encarna su voluntad.

Contrariamente al populismo de derechas que no tiene este género de pudor, la gente partidaria del populismo de izquierdas evita generalmente tratar esta cuestión. Laclau es uno de los pocos que lo hacen sin rodeos. No duda en indicar explícitamente que para él, “la ausencia de líder” equivale a la “disolución de lo político” 38/. La existencia de un jefe es aquí la condición misma de posibilidad de lo político, “la necesidad de un líder existe siempre” 39/, nos dice. En relación con lo político, la existencia de un líder es elevada aquí a necesidad ontológica y hecha políticamente indispensable pues “La lógica de la equivalencia conduce a la singularidad, y ésta a la identificación de la unidad del grupo con el nombre del líder”40/. Así, para Laclau, la construcción misma de una cadena de equivalencias, es decir para él el “pueblo”, conduce a la encarnación en un líder. Pero, para él “el amor por el líder es una condición central de consolidación del lazo social” 41/. El líder carismático es así la clave de bóveda de su construcción teórica. Laclau desemboca en el viejo cliché reaccionario del hombre providencial (históricamente, lo más frecuente es un hombre).

Mouffe, que no decía nada sobre esto en “L´illusion du consensus”, está obligada en su última obra a abordar, sin extenderse en ella, esta cuestión. Es en primer lugar significativo que no retome ninguna de las formulaciones de Laclau sobre la existencia de un jefe como condición de lo político. Además, mientras que Laclau insistía en “la identificación de todos los eslabones de la cadena popular a un principio de identidad” como necesidad para formar una cadena de equivalencias, ella prefiere hablar de “demanda democrática específica convertida en el símbolo del combate común” 42/ y admite que tal símbolo podría eventualmente reemplazar a la figura de un líder. Sin embargo, continúa situando “los lazos afectivos que unen un pueblo a un jefe carismático” 43/ como un medio privilegiado de crear una voluntad colectiva, presentando entonces al líder como un primus inter pares (primero entre iguales) e intentando distinguir un liderazgo fuerte del autoritarismo. Sería fácil ironizar sobre esta última distinción de la que Emmanuel Macron hace su cotidianidad… Si intenta por tanto desactivar las críticas que han provocado las formulaciones de Laclau y algunas prácticas políticas que se reclaman del populismo, se sigue sin ver cómo la valorización y el mito del líder podrían ir de la mano de una perspectiva emancipadora. En esta concepción, la participación popular y la democracia radical que Mouffe desea, toman en el mejor de los casos, una forma plebiscitaria en la que las y los ciudadanos tienen que aprobar más o menos regularmente las decisiones tomadas por arriba. No hay por otra parte ejemplos históricos o experiencias políticas que hayan acabado bien.

Para concluir (probablemente de forma provisional)

Lo que propone Mouffe “es una estrategia particular de construcción de la frontera política […]. Los partidos o los movimientos que adoptan una estrategia populista de izquierdas pueden seguir trayectorias variadas […] y no tienen que ser identificados necesariamente con esta denominación” 44/. La cuestión que se plantea por tanto de forma inmediata es saber porqué calificar una tal estrategia de populista. Mouffe, que reconoce que otra denominación habría sido posible, se hace efectivamente la pregunta. Su respuesta produce perplejidad. Para ella “cuando se trata de restaurar y de radicalizar la democracia, el “populismo”, porque hace del demos una dimensión esencial, conviene particularmente para calificar la lógica política adaptada a la situación” 45/. ¿Porqué entonces no poner sencillamente en primer plano la cuestión de la democracia, lo que tendría la ventaja, incluso desde el punto de vista de Mouffe, de ligar el sujeto político el demos, “el pueblo”, con el proyecto político asumido de “radicalizar la democracia”? Además eso evitaría la amalgama, que les gusta a los comentaristas, entre fuerzas políticas de proyectos opuestos. A menos justamente de que esta amalgama sea buscada, la colocación en situación de simetría del “populismo de derechas” y del “populismo de izquierdas” apuntando a situarse contra “el sistema”. Hemos visto más arriba los problemas mayores que plantea este tipo de estrategia.

Más allá, si las respuestas dadas por Mouffe no son verdaderamente convincentes, o incluso pueden revelarse peligrosas, las cuestiones que aborda son insoslayables: ¿cómo se forma un sujeto de la acción colectiva cuando la centralidad política del proletariado ha desaparecido, cómo construir una coherencia estratégica si ningún actor particular (el proletariado, el partido…) puede darla a priori, cómo construir un proyecto de emancipación que tenga en cuenta la multiplicidad cruzada de las opresiones que existen en la sociedad? Otras tantas preguntas decisivas para una izquierda de transformación social y ecológica que no se conforma con la dominación del capitalismo neoliberal.

https://blogs.mediapart.fr/pierre-khalfa/blog/170918/populisme-de-gauche-du-nouveau

http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article46091

17/09/2018

Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

1/ Chantal Mouffe, Pour un populisme de gauche, Éditions Albin Michel, 2018.

2/ Ver en ESSF (article 42386), Pierre Khalfa, Le populisme de gauche, réponse à la crise démocratique ? – Retour sur Ernesto Laclau et Chantal Mouffe, algunos de cuyos elementos son retomados aquí. http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article42386

3/ Ernesto Laclau, La razón populista. Fondo de Cultura Económica de España. Salvo indicación contraria, las citas de Laclau provienen de esta obra.

4/ Chantal Mouffe, Le paradoxe démocratique, Beaux-arts de Paris Éditions, 2016, p. 108.

5/ Pour un populisme de gauche, p.123.

6/ Analizaremos más adelante la distinción que hace Mouffe entre adversario y enemigo y los problemas que ésta plantea.

7/ La naturaleza real de los regímenes llamados comunistas importa poco aquí.

8/ Pour un populisme de gauche, p. 37

9/ Ibid. p. 37-38-39. Para justificar su posición, Mouffe indica que Jean-Luc Mélenchon había logrado ganar un número de votos significativo de electores del Frente Nacional. Todas las encuestas muestran sin embargo que la fuerte progresión de Jean-Luc Mélenchon proviene de que había logrado ganar una fuerte proporción (alrededor del 25%) de electores que anteriormente habían votado a François Hollande, siendo el número de votos provenientes del FN marginal (alrededor del 2%). Exagera igualmente el número de electores del UKIP que pasaron al Labour. Solo el 11% (y no el 16% como indica) de electores de UKIP en 2015 (referéndum del Brexit) han votado al Labour en 2017, que hay que comparar con el 45% de electores UKIP en 2015 que votaron conservador en 2017. Ver https://yougov.co.uk/news/2017/06/22/how-did-2015-voters-cast-their-ballot-2017-general/. Gracias a Philippe Marlière por estas últimas precisiones.

10/ Ibid p. 104

11/ Ibid p. 66

12/ Las declaraciones sobre las personas migrantes de Sarah Wagenkencht, diputada de Die Linke, y de un responsable conocido de France Insoumise, Djordje Kuzmanovic, afortunadamente desautorizadas por Jean-Luc Mélenchon, son una ilustración de ello. Ver sobre este tema Roger Martelli, ESSF (article 45985), Choix stratégiques et questions migratoires – Réponse à Djordje Kuzmanovic, dit conseiller de Jean-Luc Mélenchon. http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article45985

13/ Christophe Ventura, Principes pour une gauche populiste, septembre 2017 (http://www.medelu.org/Principes-pour-une-gauche).

14/ Pour un populisme de gauche, p. 64.

15/ Ibid p. 68

16/ Ibid p. 71

17/ Le paradoxe démocratique, p. 110.

18/ L’illusion du consensus, p. 35

19/ Pour un populisme de gauche, p. 130.

20/ Ibid, p. 50

21/ Sobre este punto, ver Patrick Braibant,Chantal Mouffe ou les incertitudes de la « radicalisation de la démocratie », Les Possibles, n° 14 – été 2017 (https://france.attac.org/nos-publications/les-possibles/numero-14-ete-2017/debats/article/chantal-mouffe-ou-les-incertitudes-de-la-radicalisation-de-la-democratie-1-3).

22/ Michael Hardt et Antonio Negri, in Pour un populisme de gauche, p. 82.

23/ Para todos estos puntos, ver la obra ya clásica de Bernard Manin, Principes du gouvernement représentatif, Flammarion 1995.

24/ Voluntariamente, no hablo de “democracia directa”, siendo esta expresión, o bien asimilada a la democracia griega, que si representa un germen (por retomar el término empleado sobre ella por Cornelius Castoriadis), no puede evidentemente ser reproducida, bien al modelo consejista que está históricamente marcado.

25/ Pour un populisme de gauche, p. 95.

25/ Ibid p. 86

27/ Ibid p. 103

28/ Ibid p. 103

29/ Hay que señalar que en su libro, La razón populista, Laclau pone la mayor parte de las veces la palabra pueblo entre comillas. Seguiremos su ejemplo.

30/ La razón populista

31/ Ibid

32/ Ibid

33/ Ibid

34/ Ibid

35/ Pour un populisme de gauche, p. 91.

36/ Ibid p.92

37/ Ibid p. 91

38/ La razón populista p.

39/ Ibid

40/ Ibid

41/ Ibid

42/ Pour un populisme de gauche, p. 101.

43/ Ibid p. 102

44/ Ibid p. 114-115

45/ Ibid p. 116

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