Al hablar de las primeras burguesías capitalistas, indefectiblemente, vendrán a nuestras listas familias como Bardi y Peruzzi, en Florencia; Frescobaldi, en Siena, y Tiépolo, en Venecia… Los Bardi lograron realizar su fortuna en Inglaterra, puesto que criaban cabras, y el negocio de las telas y de la vestimenta los proyecto a ser de los primeros banqueros, convirtiéndose en una de las más acaudaladas y políticamente importantes familias de Florencia.
Comenta el historiador económico Carlo Cipolla (1922-2000), en una de las tres crónicas que componen sus “Tres historias extravagantes”, sobre los escándalos económicos del alto Medio Evo, que Bardis y Peruzzis solían salir a las calles de Florencia, junto a sus hampones contratados para seguridad y ajustes de cuentas, hasta los jefes de familia, hijos, nietos, hombres, mujeres y viejos, cuchillo en mano y garrotes, dispuestos a arreglar las cosas desde a los puñetazos, llegando a escenas de acorralamiento y masacre o vejación de sus enemigos, corriendo y gritando, convirtiendo a Florencia en su estadio particular, ring de pelea y campo de batallas… Así, Montescos y Capuletos no tienen nada de ficción, aunque solo siendo un tanto más moderados… Lo que la burguesía no alcanza a la aristocracia en refinamiento, le queda debiendo al proletariado en lo de “chusma cósmica”.
Nos recuerda a no lejanos sucesos en municipios nacionales, regentados por estas castas que manejan sus propias fuerzas de choque o ejércitos de sicarios, aunque con cierta, si se puede decir, “sofisticación”.
Pero la burguesía, como primera clase banquera, tiene de su parte y es su primordial aporte a la historia económica de la economía humana, es el manejo del dios de los fetiches, la moneda.
También en este libro, Cipolla recuerda que a los Frescobaldi los quebró la Corona Inglesa, que se aprovechó de un préstamo que la familia burguesa le hizo, arriesgando su estabilidad, seguro que por un plan de acaudalar ambicioso, que los ingleses nunca pagaron, o devolvieron, con sus respectivos impuestos, etcétera. Lo que hoy en día, de manera más sofisticada, de llama el “crédito”. Pero ahora, al contrario, se lo hace un país acaudalado a uno pobre, y le cobra intereses, y se llama “imperialismo”.
Siguiendo con nuestra nota, hay un interesante artículo de la BBC acerca de otra de estas familias pioneras del Capitalismo, que son los Medici, y que paso a resumir a continuación de la siguiente manera.
Los Medici tienen, frente a estas familias anteriormente mencionadas, un rasgo o signo singular, y es que volvieron el arte su Capital. Y volvieron, de pasada, el arte una mercancía, en muchos de los casos, para pocos asequible.
Ricos, apasionados, de un refinamiento exquisito y despiadados, así se concibe la idea de esta familia florentina en la actualidad.
En el escudo de armas de la familia de Medici, que adorna Florencia por donde se vaya, hay seis bolas, que son los besantes o antigua moneda bizantina, que indica que el oficio de la familia tenía que ver con el comercio de moneda.
El primer de Medici banquero, fue Giovanni di Bicci de Medici, que, nacido pobre y fundó el primer banco de Florencia. en 1397.
“La banca renacentista se realizaba en público. Los comerciantes de dinero iban al mercado y vociferaban sus mejores ofertas: «¡Tengo 50 florines para prestarte y me los pagas en Navidad!«. Cada banquero trabajaba desde su propia mesa, instalada en el pasillo del mercado. «Banko» es italiano para ‘mesa’, de ahí nuestra palabra «banco». Como era un negocio de alto riesgo, no era raro que muchos quebraran, y cuando eso sucedía tenían que romper ceremonialmente su mesa. De ahí «banco rotto» o bancarrota”, ilustra Andrew Graham-Dixon, historiador de arte. (BBC)
Este banco tuvo éxito por una razón de la que, como exponía Cipolla en nuestra anterior referencia, los Frescobaldi no se cuidaron, y era no prestarle a la realeza porque no devolvía el dinero. Y desde una naturaleza de interés de clase, ¿para qué le iba a devolver a su clase competidora? ¿Para que se fortalezca?… Aunque manteniendo o permitiendo existir a miembros del mismo oficio que le sean utilitarios. Estas relaciones de producción siempre han sido bastante complejas y mezquinas.
A esta etapa y a estas relaciones, se las conoce como el “principio del Capitalismo”.
Aunque, débito, usura, préstamo, eran pecados en la Biblia, y los de Medicis sentían verdadero terror de presentarse ante el Señor en el Día del Juicio, porque los arrojaría de contado al infierno, ellos eran hombres de recursos -literalmente-, y tenían un plan que consistió en lo siguiente.
Según el poeta florentino, Dante Alighieri, en su gran obra “La (Divina) Comedia”, “en el 7º círculo del averno, junto con los blasfemos y los sodomitas, estaban los prestamistas”. Pero los de Medici, huyeron de su condenación al infierno porque en la doctrina de la Iglesia, si se patrocinaba una obra artística, el pecador habría saldado sus cuentas y sería absuelto de tamaños martirios eternos.
“Los banqueros no sólo eran mal vistos en el cielo, también los acusaban de dividir la sociedad, porque creaban deuda, codicia y división. Donar algo para el baptisterio, el edificio más comunal de Florencia, donde ricos y pobres eran bautizados, era ideal: resolvía los problemas divinos y terrenales. En 1401, un gran par de puertas de bronce fueron comisionadas para la gloria de Dios. Y Giovanni di Bicci, el jefe de la familia Medici, estaba en el comité que eligió al artista: Lorenzo Ghiberti”, escribe Graham-Dixon.
Y así, los de Medicis empezaron con el arte como parte de sus mercancías.
Giovanni di Bicci de Medici murió cinco años después de que Ghilberti terminó la obra, en 1424. Esta obra demoró en terminarse 20 años. Y es una verdadera obra maestra renacentista, lo que anunció de un modo especial el valor del arte para los de Medici.
A Cosme el Viejo, hijo de Giovanni de Bicci de Medici, le cayó una responsabilidad aún más grande que la emprendida por su padre en pos de salvar el alma, pues fue el encargado de la construcción del Monasterio de San Marcos, en la década de 1430.
En la celda privada que Cosme el Viejo se hizo construir al interior de ese hogar para los monjes de la orden dominica, también “hizo colocar una inscripción que oficializaba la naturaleza del intercambio que tuvo lugar”, sobre la entrada: “El Papa, Eugenio IV, promete que Cosme de Medici será absuelto de todos sus pecados a cambio de haber construido este monasterio”.
De esta manera Cosme entró al templo para pedir por su alma. Pero es genial lo que se le ocurrió a este pícaro para salvar la reputación de su familia: se dio cuenta de que entre los pocos ricos buenos que aparecen en la Biblia, están los Reyes Magos. Y además, se hizo retratar, montado en su burrito, por el artista renacentista Benozzo Gozzoli, en la propia procesión de los mismísimos Santos Reyes.
Así que hizo que toda su familia se uniera a una fraternidad que practicaba la devoción por los Reyes Magos.
El detalle está que en Florencia, por ser una República, se suponía que “todos eran iguales”. El genio político de Cosme le hacía vestirse de manera sencilla y hasta andar montado en un burro, para no hacer notar opulencia alguna, y todas estas tretas y maquinaciones sugeridas, según Graham-Dixon, servían a Cosme, más bien como una especie de estrategia de márketing.
Cosme y su hijo, murieron en la década de 1460, ambos por problemas de la gota. Pero en el Palazzo de Medici, parecía haber desaparecido por absoluto la tan acarreada culpa. Y Lorenzo el Magnífico, el nieto, iba a entrar en escena.
Fin de Primera Parte.
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