Para los perezosos: Los oídos fueron los invitados de honor en la ‘galería merenguera’ montada por los estudiantes del artista Omar Puebla en la Alianza Francesa. El fin: “que los guambras ideen modos para vivir del arte” dijo Puebla que, además, exponía Errantes, sus hits de performance. Esa noche del 20 de diciembre, un sillón con grafitis aplicados fue el ‘as’ que acaparó las miradas.
Advertencias:
¿Han oído frases como:“¿Vos artista? ¡Prefiero que te vayas a cana!”, o “Son bohemios, tienen los cables cruzados y siempre huelen a sobaco”, o “¡Te vas a morir de hambre, hijita!”, o “Los artistas son como los peces en el río: beben y beben y vuelven a beber…”?
Debido a ese tipo de “hermosas” palabritas, que advierten de un escabroso futuro, vivir del arte puede ser algo parecido a una faena taurina: lidiar con el público, el cual, si no le parece tu obra, te rebanará con su indiferencia (en el caso de los músicos, les dará con la guitarra en la cabeza). Frente a esa indeseable posibilidad, el artista multifacético y profesor de Arte Público en la UCE Omar Puebla (1977), que presentaba su muestra Errantes en la Alianza Francesa, incitó a sus estudiantes a “tomarse” esa galería y dotarle tanto de los elementos de la calle como de las técnicas de los vendedores ambulantes para socializar sus trabajos de arte. Un desafío y, también, un curioso engreimiento –que con el tiempo puede ser providencial- para los aprendices. Para entenderlo mejor, demos un paseo en siete paradas a través de esta galería mutante.
Primera parada: Las ideas
¿De veras, Puebla sacrificaría la solemnidad y el prestigio de la galería moderna, en pos de los atributos de un tiánguez ambulante? ¡Claro! Los estudiantes armaron seis colectivos de nombres pintorescos -Guambras Kcas o Perra runa, por ejemplo- , y con ideas curiosas tunearon a la galería.
Idea 1.“Difundiremos nociones sobre el proceso de creación”, explicó Diana Lignia (27). Idea 2.“Montaremos un paisaje sonoro con cuñas de los mercados populares”, dijo Lilian Farinango (24).Idea 3. “Crearemos señaléticas inspiradas en el tiempo que conduzcan hacia la exhibición”, describió Bryan Mantilla (21). Las ideas 4 y 5 implicaban registros visuales: primero, “emplearemos el trueque: donaciones por obras”, puntualizó Josselyn Rivas (24), y, segundo, Ricardo Murillo (25) prometió “un performance pro arte en el Parque del Arbolito”. En la Idea 6 “usaremos el grafiti y lanzaremos una peña solidaria que consta de tres premios: la sorpresa, el kit para vivir del arte y un mueble”, cerró Paula Martínez (21).
Segunda parada: ¿Qué es una galería?
Es un recinto espacioso, con objetos artísticos colgando en las paredes y la gente pasea por su interior en busca de experiencias estéticas. De hecho, la primera galería apareció en 1865 en París. La dirigía el francés Paul Duran-Ruel (1831-1922), un negociante de frente amplia, cabello plateado, mirada complaciente tirando a analítica, y bigotito mosca, el cual, seguramente, temblaba al igual que su angustia por las escasas ventas y apuros económicos. Pero, todo cambia, en 1888 se desplazó a Londres y New York, cuyos habitantes compartían su apuesta por los impresionistas. Este art-dealer pagaba a los creadores y exhibía sus obras; Monet fue uno de sus más notables descubrimientos. La galería adquirió entonces un aire de respetabilidad.
“Tener una identidad propia es la clave para sobrevivir en el mundo del arte”, sostiene Shafiq Nordin, creador malayo de la surrealista Aletheia. Y, ¿qué si también se fabrica una identidad fresca para las galerías?
Tercera parada: Vencer el miedo
Por lo visto, el verbo “crear”, sea cual sea su modalidad o fórmula, es el único instrumento de trabajo de los artistas. Hay quien cree que tal oficio es ‘cosita fácil’, o sea, que cualquier persona con dos gramos de cerebro y algo de ingenio puede hacer. Si bien algunos artistas se rompen la cabeza para producir obras, su esfuerzo no termina ahí: también deben sobrevivir hasta que la obra les alcance para el almuerzo, para los materiales de trabajo, para las medicinas de sus críos, o, para unos coctelitos. Esto no es nada nuevo, el hoy aclamado Greco vivía endeudado en su apogeo. El vínculo entre sociedad y arte siempre ha sido frágil, por ende, fortalecerlo se convierte en un reto que Puebla enrostró a sus estudiantes. Imagino qué pensamientos les invadieron a los pupilos: “¿tengo que hacer algo que no interiorizo y encima exhibirlo?, ¿tengo que desobedecer las órdenes de mi achole y, además, disfrutarlo?”
Cuarta parada: El médium
Era el 20 de diciembre y la galería de la Alianza Francesa parecía una cueva. Esa noche concluía la exhibición Errantes, una muestra de los hits de performance del quiteño Puebla, el escultor de miniaturas en plastilina y de barba presocrática, cuyo humor chispeante contagia de entusiasmo y que, en 2016, se disfrazó de payaso e invitó a transeúntes a dar un vistazo al Museo Nacional; un tipo cuyo trabajo artístico es, como diría Carlos Michelena, “un chance loco, un chance patán” e innovador. Entre las 7 pm y 9 pm, Puebla ofició cuatro roles y, simultáneamente, el aspecto de encierro y penumbra de la sala mutó.
“Hagan bulla. Aquí el party, move your body, everybody. Mi gente mía, Latino el mundo, en alegría. Vamo’ juntos a la montaña…” –retumbó la canción de acordeones pegajosos que Puebla eligió, en su papel de Dj.
Pero, al instante, ejerció de médium: orquestaba las acciones de los estudiantes, identificaba qué les impedía desplegar sus “espectros” artísticos y les indicaba cómo “fumigar” el recelo. Eventualmente, como vocero oficial de la galería merenguera decía: “venga, bienvenido, llévese los mejores stickers (Seymour Diera, Mordelón, etc) de la noche, están en la mesa junto al performance Máscaras Mexicas”. Y, en su último papel, fue el maestro de ceremonias de la rifa solidaria.
Los merengues ripiados constituyeron la atmósfera de jolgorio, fiesta. No fue un desbarajuste. Más bien, la gente circuló sin inhibiciones por la sala. Así arrancaron las acciones de los aprendices.
Quinta parada: Paisaje sonoro
Sí: las intervenciones de los estudiantes seducían, mas los invitados de honor eran los oídos. La esencial seriedad de la galería se esfumó. En su lugar, reventaron sonidos entre la negrura de las paredes y el resplandor de las pantallas que reproducían videos de las performances de Puebla.
Poco después cesó la música y aparecieron tres ¿espantapájaros?: “Venga, venga, llénese de conocimiento…”. El trío enfilaba, algo soterrado, hacia la salida. Pero, de pronto, serpenteó entre la gente, profiriendo parlamentos sobre el arte con voces muy trémulas que, solo a ratos, se sacudían la vergüenza: “Es importante crear hábitos de consumo de arte, hábitos saludables”. Los jóvenes portaban sus trabajos –generatrices, pop art y grabados-, dispuestos como una especie de poncho, sobre los cuerpos, pues aludían a la vestidura de los equecos. Cada mensaje que salía de sus bocas pertenece a El arte de vivir del arte de Felipe Ehrenberg. Este número se parecía a los predicamentos del ‘perruno’ Diógenes, filósofo griego, quien, quizá, fue el primer performer de la historia.
Justo entonces, “El gas… El gas..” y otros anuncios prorrumpieron desde la mochila de una estudiante vestida de negro que, encorvándose para pasar desapercibida, se mezclaba con el público.
Luego, en la sala de cine, pasaron dos videos. En el uno, vendedoras del Mercado de Santa Clara donaban víveres que los aprendices repartieron en las inmediaciones del Albergue San Juan de Dios, y terminaba con el obsequio de grabados para los donantes, obras basadas en los retratos de éstos últimos realizando las ofrendas.
“…Me ha sacado con los ojos dormidos” –se quejaba, bromeaba con la voz destemplada una comerciante.
“Vayan al teatro, a los cines, compren esculturas… ¡Apoyen el arte!” – fue, en el otro video, la arenga breve en pro de los artistas, por parte de un estudiante en pleno concierto. La muchedumbre dio una bulla, apenas se distinguía si era de respaldo o apresuraba al músico para continuar el recital…
En el curso de estas acciones se vendían los boletos para la rifa. Reanudaron los merengues y el paseo estaba por terminarse.
Sexta parada: El ‘as’
Entonces llegó la hora de la rifa de los tres premios. La luz de las pantallas estampaba un halo radioactivo en las cabezas que seguían hipnotizadas, sonrientes a los boletos que Puebla extraía de una bolsa plástica. Murmuraciones. Luego de varios intentos, salió el tercer número ganador: una mujer recogió el bocetero con el intaglio de una calavera en la portada. En seguida, una estudiante obtuvo el premio sorpresa: el “Kit para vivir del arte” –jabón, mascarillas y dos rollos para pintar. “Saque mi número”, suplicaba alguien. Por último, en el centro del recinto, el ‘as’ de esta galería-reloaded acaparó las miradas: un sillón de 80 cm de ancho y medio metro de alto, iluminado desde distintos vértices. Se lo llevó un pariente de los universitarios. Suerte es suerte.
“Tengo mano virgen, mala mía”, dijo la estudiante que me vendió el boleto y meneé la cabeza.
El mueble había sido intervenido, de ahí su atractivo. Con acrílico, los estudiantes pincelaron diferentes tags, coronas de Basquiat, sopa de letras y dos calaveras en la base, patrones distintos que, coloridos, se juntaban ondulantes en la superficie áspera. O sea, el grafiti migró de las paredes quiteñas hacia un mueble de salón. Mejor dicho, los ruidos urbanos, grillos modernos, aterrizaron en la panza de la galería para, a lo Pony Malta, vigorizar el espacio del disfrute, la apreciación y venta del arte.
Séptima parada: El nuevo espécimen de galería
En efecto, la galería mutante recordaba, parcialmente, a un mercado. Ahora, ¿había gallinas ponedoras? ¿Quintales de máchica? ¿A cuánto dejaban el vaso de sábila? ¿En la galería ya estaban en temporada de mangos? ¿Cómo era ese nuevo espécimen para el comercio del arte? ¡Una tentadora rareza! Por un lado, el escenario me recordaba a la película Dogville, pero la “música” de la calle le dio vivacidad, dinamismo y un toque familiar. Ya lo decía Henry Miller: “Nadie puede entender el encanto de las calles hasta que se ve obligado a refugiarse en ellas”.
Los aprendices crearon un acceso para que la gente se acerque al arte, sedujeron sus oídos; sus iniciativas, al menos, redujeron la bilirrubina… Era una invitación a conocer visiones del arte, establecer diálogos sin pudor ni retraimientos, y explorar las creaciones de los estudiantes de la Universidad Central, cuya capacidad de sorprendernos se va robusteciendo, como un corcel que trota y crea una ruta propia y salvaje. Estos actos, también, afilan su intuición: ¿qué ideas les abren las puertas del mundo? Enseñanza agridulce. No habían animales en venta, tampoco harinas, brebajes o frutas. La fórmula de Puebla no encanalló a la galería. Al contrario: los asistentes se interesaron en las obras de los jóvenes y del mismo Puebla: “la máscara azul del video me llamó mucho la atención porque nunca he visto una máscara tan fea…”, confesó un niñito.
Puebla hizo que sus estudiantes materializaran la metáfora de la galería como proveedora del alimento estético. Sí: los productos artísticos están hechos de vitamina S y C (sensibilidades y caos -de peculiares coherencias-) tan nutritivos para la mente y el cuerpo como las zanahorias, el hierro o una tilapia. El arte es vital, “gozadera total”, como entonaba Fulanito de fondo.
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