Ecuador Today visitó a Diana Armas en su tienda de arte.
La artista Diana Armas (Quito, 1981) comenta tener una relación con el arte que viene directamente de la vida. No se siente vinculada en forma alguna a la Academia. Siente que es una vocación que va con ella desde niña.
En las palabras de Diana Armas: “Pero no supe que quería ser artista o que se podía ser artista, hasta como los 18 años. Recién ahí es que me pusieron a escoger qué quería seguir, y yo primero escogí Arquitectura, y después me cambié a Artes.”
A fin de cuentas, su experiencia y paso por la Facultad no fue algo agradable. Nos cuenta que perdió el año. Y considera que lo mejor que le pudo haber pasado es eso. Considera a la Academia, o al menos, a la enseñanza académica del arte, una gestión oscura, retardante y burocrática, me imagino algo así como Kafka describe la sociedad…
DIANA ARMAS: Ahí me di cuenta de que no necesito estar yendo a ningún lado para que me enseñen arte, porque todo lo tenía adentro y las técnicas se aprenden. Entonces, yo seguí dibujando y pintando por mí cuenta.
ECUADOR TODAY: Entonces, ¿qué ventajas ves, en lo que ha sido tu carrera y tu actividad como artista, en haber evadido o haberte librado de la Academia, y al haber escogido una formación libre y autodidacta?
Lo que hace Diana sale de su sensibilidad, desde su corazón. Diana Armas considera que la originalidad y lo que es auténtico, es el arte. Cuando se estudia, se hacen las cosas por cumplir, por hacer los deberes, por obtener un título, y esto es como ir a ANETA.
DA: Te dan un título, pero no sabes manejar un carajo. Y lo que debes saber es manejar. Sí, en la carretera, en la vida real. Pienso que yo pinto en la vida real, y que el que estudia, está ahí haciendo los deberes.
Pero Diana Armas no está en contra de que alguien más enseñe o guíe. Lo importante es que esto salga desde dentro, desde una propia iniciativa. Y su opción personal, no deja de ser muy suya.
DA: Yo tengo la necesidad de pintar todos los días. Se duerme mi hijo por la noche, y voy a pintar; porque no puedo parar. Y me digo: “Ya tienes que dormir. Es la una de la mañana”… Y no paro, no paro. Es una necesidad y un placer a la vez. No quiero parar.
ET:¿Cuáles son los temas en los que más énfasis has puesto?
DA:Soy muy versátil. Hago también ilustración. Así que, hace un tiempo, como que dividí mi arte… Puedo hacer cosas infantiles, como puedo hacer cosas muy oscuras. Entonces, por un lado, creo que tengo mi “arte personal”, que es lo que hago en óleo, las cosas que trabajo con muñecas, y este arte lo estoy trabajando en las noches. En el día, es lo que ves en la tienda. Yo divido en: acrílicos en el día y óleos por la noche. Óleos, es mi obra seria, y el acrílico, es más para divertirme, porque veo que también son más comerciales y más accesible para todo tipo de gente.
DA: Cuéntanos de tu obra de la noche.
Diana Armas siempre pintó cuadros al óleo por la noche. Pero, de un tiempo acá, Diana está jugando con muñecas.
DA: …Con todas las muñecas que se quedaron guardadas… Es como una pintura 3D. Estoy pintando con cosas. Ahí, les intercambio las cabezas… con animales, con dinosaurios, con todo. O les pinto a las muñecas al óleo… Les tatúo, les pinto, y les doy un espíritu. A cada una quiero darle su jaula. Y quiero que mi próxima exposición sea un lugar con muchas jaulas colgadas. No cuadros.
Para Diana Armas es incómodo mover su obra, lo que se vuelve necesario para sus exposiciones. Cuando los cuadros se mueven, es como si cobraran vida, pues hay muchos otros ojos que los ven. Hay gente que se fascina, que se vuelve admiradora de su obra… «Y no se vende nada». Diana se ríe de sí misma. Pero en una de sus últimas exposiciones vendió una «urna de muñeca», en dos mil dólares… Lo que es extraordinario. Esta única venta, es lo que compensa el exhaustivo traslado, cuidados y descuidos, puesto que los «cuadros» singulares de Armas están compuestos de pequeños objetos, delirios barrocos y caprichos indumentarios. Y le roban.
DA: Una vez me robaron un dije, se robaron un dije de La Loca.
Al mencionar a «La Loca», lo hace con tal familiaridad, que me parece aun conocerla.
A otro cuadro, también le robaron un reloj antiguo.
En cuanto a “crítica formal”, no hay mucho. Pero Armas cree que la gente ve lo que lleva dentro. Utiliza el ejemplo de la calavera, que asusta a algunos. Algunas personas piensan que es la muerte, mientras que, en cambio, para Diana Armas significa la vida. «Todos estamos parados en la calavera, y estamos vivos», comenta. Para la artista, es más la vida que la muerte. Para la artista Diana Armas, la calavera es el diseño de Dios. Y si ella tuviera oportunidad, se pasaría para siempre haciendo calaveras de todos los tipos. La marca comercial de Armas lleva por nombre “La Kalaka”.
También pasó por la etapa de negar la venta. Entrando al tema de la parte comercial del arte, recordamos que para varios artistas, por cierto cliché bien marcado, existe, ficcionalmente la mayoría de veces, una diferencia entre el “artista comprometido” y “artista vendido”. Y así ella recuerda que para seguir pintando debía generar ingresos. Aunque le era chocante la idea de que su arte la llegara a mantener. Estudió diseño, pues, para estos efectos. No obstante los requerimientos económicos y materiales que exige el realizar arte, piensa que ciertas limitaciones también son necesarias y beneficiosas para la creación. Para Diana Armas, venderse es aceptar trabajar para una ideología que no es la suya; descarta así la realización de retratos por encargo de personas de la política, gente, supuestamente, muy importante.
ET: ¿Qué necesita Diana Armas para continuar con sus actividades, tanto netamente artísticas como comerciales?
DA: Para la tienda, publicidad. Necesito vender. Mi obra de la noche, no varía, no cambia y continúa. En la tienda se encuentran cosas, desde un dólar… Para que la gente me compre, transforme parte de mi arte en arte útil. Un cuadro de tres mil dólares, no te compran todos los meses…
ET: Y en la parte espiritual, la del intelecto, ¿qué necesitas para crear?
DA: Yo tengo adentro un infinito que no va a parar.
Antes de dejar la tienda de Diana, doy un último vistazo a los objetos alrededor. Llaman mi atención una serie de calacas, caprichosas y simpáticas, que la artista transformó en cucas, muñecas de papel a las que se intercambiaba sus prendas indumentarias en el año de la chispa; chocolates que por cubierta llevan famosas obras clásicas ─La Muchacha del Armiño, de Leonardo, por ejemplo─, y por la espalda, me sorprende esa especie de mirada dotada de nuevos ánimos, como comentaba Diana al dotar de un espíritu al objeto, de una de sus muñecas, que un poco siniestra, me recuerda al querubín de un grabado de Alberto Durero, lo que sospecho un capricho propio: MELENCHOLIA.
Te sientes agradecido, por el tiempo y las palabras. Pero, además, por lo realizado, lo material, el placer visual y de los sentidos, las ideas.
Dejo la tienda que tiene Diana en la calle Veracruz, y continúo hacia la Avenida América, alargada y bulliciosa, pensando aún en las cosas que ella y su arte, de una manera curiosa, me siguen diciendo.
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