Sin duda alguna, la situación es de alta complejidad. No solo se trata de parar la máquina de destrucción sino también de regenerar, reconstruir y rescatar todos los espacios posibles para volverles a dar la vida que alguna vez engendraron.
Por Andrei Briones Hidrovo
Colapso social. Las evidencias siguen siendo contundentes e irrefutables: vamos camino a la extinción de las diferentes formas de vida sobre la faz de la Tierra (incluyendo la propia vida humana), así como de la estructura biofísica dónde ésta es posible. En Brasil, la deforestación de la Amazonía no ha parado y sigue en aumento. Entre 2017 y 2018, 7.900 km2 de bosque fueron deforestadas. Esta actividad es el segundo factor y motor del cambio climático, teniendo un sin número de efectos en cascada (Phillips, 2018). Los océanos, que cumplen un rol importante en el ciclo del carbono, se están calentando y acidificando (Harvey, 2017). De hecho, el calentamiento de los océanos es una bomba de tiempo (Carrington, 2019a). Un porcentaje importante de arrecifes ya se han perdido (Watts, 2016).
Nuevas investigaciones indican que los polos se están calentando 2 y 3 veces más rápido. Los veranos en esa parte del mundo son ahora más cálidos (Pendleton et al., 2019), teniendo como efecto el aumento del nivel del mar (Smears & Gutierrez, 2018). A ello se suma un nuevo reporte en dónde se señala que al menos 1/3 del hielo del Himalaya está condenado a su derretimiento y que, de no cambiar la tendencia, 2/3 de esa capa de hielo (y reserva de agua) se perderán (Wester et al., 2019; Carrington, 2019b). Lo mismo se ha evidenciado en los Andes ecuatorianos. La temperatura global del planeta sigue su curso ascendente. El 2018, es hasta el momento, el cuarto año más caliente (Schwartz & Popovich, 2019), pero el 2019 se puede convertir en el año más caliente de la historia (Leahy, 2018) en algunas partes del planeta, esto debido a la presencia de El Niño y los efectos de la desestabilización del sistema climático. Esta predicción se alinea con un hecho reciente: en pleno mes de febrero, se han alcanzado temperaturas típicas del mes de julio en ciudades como Londres (Inglaterra) o Zaragoza (España). Aunque el fenómeno de El Niño no es particularmente partícipe e incidente es dichas partes del mundo, es irrefutable la inusitada alza de temperatura a consecuencia del cambio climático (Cereceda, 2019).
Pero a medida que pasa el tiempo, aparecen nuevos datos y evidencias de lo que ya muchos catalogan -a la situación mundial- como una catástrofe. El 60% de la población animal (mamíferos, aves, peces, reptiles) ha desaparecido en la era del antropoceno (Carrington, 2018; Ripple et al., 2019). Por si fuese poco, nuevos estudios revelan el desplome de la población de insectos (41%) y por tanto del inminente colapso del sistema-base de creación de vida (Carrington, 2019d). Un alto porcentaje de insectos (masa) ya han desaparecido y que proyecta que dentro de 100 años, estos habrán desaparecido (Lister & García, 2018; Sánchez-Bayo & Kris., 2019; Carrington, 2019c). Los estudios se basan en lugares como Puerto Rico, país megadiverso. El principal factor de la extinción de la fauna es la agricultura y el uso de pesticidas, a lo que le sigue la urbanización y el mismo cambio climático. Y es precisamente la pérdida de biodiversidad que ha puesto en una grave amenaza el futuro suministro de alimentos (Watts, 2019).
Actualmente, la temperatura global del planeta se ubica ya en 1°C con respecto a la era pre-industrial. De no cambiar la tendencia, en la próxima década se alcanzarán 1,5°C, dando lugar a condiciones de vida extremas y por consiguiente, desencadenando la masiva extinción de especies de flora y fauna, y poniendo en riesgo la existencia del propio ser humano. Dicha temperatura (límite) es el punto de no retorno1, es decir, aquel punto que una vez alcanzado (y sobrepasado), toda acción pro-clima y de mitigación no podrán revertir ya la tendencia. Y aun cuando se mantenga la temperatura por debajo de 1,5°C, habrá de todas formas consecuencias sobre la habitabilidad y la biodiversidad (IPCC, 2014; 2018). Esto se debe a que los efectos actuales sobre el sistema climático mundial son consecuencia del aumento de las emisiones y de la deforestación, desde hace 30 años. Es claro entonces que, de no realizar cambios radicales globales, autocondenaríamos a todas las formas de vida a su extinción. Al respecto, académicos y colectivos alrededor del mundo se han manifestado, exigiendo a los gobiernos tomar medidas urgentes para evitar lo ya advertido. Incluso, desde hace unos meses atrás, jóvenes entre 14-18 años en países desarrollados se han sumado al reclamo del cambio climático y crisis ecológica, ya que tienen claro que de no haber cambios, no tendrán futuro (Watts, 2019).
Existen dos factores importantes y de condición: la escala y el tiempo. Dada la magnitud del problema, hablamos de una escala global, evidenciando su complejidad. Por otra parte, está el tiempo. Tenemos menos de 11 años para realizar todos los cambios, esto según los pronósticos determinados a partir de modelos matemáticos-climáticos (IPCC, 2018; Aengenheyster et al., 2018).
Ciertamente se ha argumentado y discutido el colapso del sistema climático mundial y sus consecuencias. Pero hay algo que “aterra” de igual manera que el cambio climático y la desaparición de la vida sobre el planeta: el colapso social-global. Muchos claman y con justa razón, por ejemplo, parar a toda costa el uso de combustibles fósiles, no obstante ¿alguien se ha imaginado las implicaciones sociales, económicas y políticas en todo el mundo? ¿Qué significará para el ser humano esos cambios radicales a fin de evitar los 1,5°C? Hasta el momento, sólo se ha sido capaz de imaginar ese otro mundo idílico, en el que en efecto mantenemos la temperatura del planeta por debajo del límite determinado; el mismo mundo que se ha pretendido construir en nombre del desarrollo (sostenible).
Evitar el colapso climático nos lleva sin duda al colapso social-global, con posibles efectos rebotes sobre los ecosistemas y biodiversidad. La clave de ello está en la energía, y en particular sobre los combustibles fósiles (CFS). Éstos últimos son los principales causantes del incremento de CO2 en la atmósfera, seguido por la deforestación. Teniendo en cuenta que el 81% del suministro de fuente primaria de energía proviene de los CFS (67% energía final) (IEA, 2019), la alta dependencia en CFS para satisfacer necesidades básicas, y que es necesario reducir emisiones a un ritmo de al menos 30% anual (y por tanto reducción de CFS) (IPCC, 2014), todo apunta a que el modelo de vida actual del ser humano colapsaría.
¿Por qué habríamos de esperar un colapso social? En términos generales, dado que al final se trata de reducir el consumo de recursos y energía, es decir, de modificar, controlar y limitar el metabolismo de las sociedades, los cambios radicales esperados para evitar alcanzar 1,5°C quebrarían el sistema social lo que incluye la parte política, además de la económica. Dejar de consumir implica dejar de producir (o simplemente dejar de extraer y producir), que a su vez afecta a quienes trabajan (gran porcentaje en la industria, el sector de mayor impacto ecológico) para poder subsistir. Dado que todo está conectado, habría un efecto “dominó”. Al incrementarse el desempleo, al verse limitada la producción de ciertos alimentos, al reducirse la venta de petróleo, ante la posible racionalización equitativa e igualitaria de recursos y la falta de garantías por parte del estado para dotar de servicios básicos (agua, electricidad, calefacción) y alimentación, se crearían las condiciones para una gran revuelta (y pobreza, en términos económicos) partiendo de las condiciones actuales. Cabría pensar que se podrá sustituir los CFS por fuentes renovables de energía, pero resulta que aquello no es factible por un sin número de razones (ver Vehículo eléctrico: ¿qué cambia? – Parte I). El estado, al no estar en capacidad de controlar tal descontrol social inminente, entraría en crisis. Y ante dicha situación, habría que considerar varios factores que entran en juego, tales como la democracia, poderes fácticos, voluntad popular, creación de nuevas instituciones estatales, control de los medios de producción, reorganización política, reestructuración de leyes, nuevos derechos civiles, inmigración, cooperación, etc.
En el caso de los países “desarrollados” dicha situación es más compleja, ya que han alcanzado tal estado de bienestar (aparente e inmoral) que es poco probable que quienes tengan el control del estado, accedan a vulnerar y poner en riesgo el citado estado de bienestar. Al “tenerlo todo”, no cabe pensar el perder ese “todo” por acción racional y voluntaria. “Quiero que entren en pánico” fueron las palabras de Greta Thunberg en el Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), joven sueca de 16 años, quien se ha convertido en una líder activista a favor del clima y que está liderando huelgas por el clima alrededor del mundo, entre jóvenes de su misma edad. Y es precisamente quienes están al frente de los diferentes estados que, por el contrario, no desean esa creación de pánico y desestabilización del orden social, ya que es un llamado al caos y una amenaza para quienes ostentan el poder.
Es justamente ese modelo socio-industrial de los países desarrollados, bajo el dominio del capitalismo, que nos ha llevado a la desestabilización del sistema climático mundial y crisis ecológica, a lo que se suma la desigualdad e injusticia social y la pobreza tanto en dichos países como en el resto del mundo. Y este es el otro punto de gran importancia para evitar el colapso climático. Aunque se cree lo contrario, resulta que la pobreza y desigualdad en el mundo ha ido en aumento, tanto así que hay más de 4.000 millones de personas en el mundo que viven con menos de 10 dólares al día (Hickel, 2018; Hickel, 2019). Esa pobreza se ha agravado más con la destrucción y contaminación de ecosistemas, impidiendo a muchas comunidades tener acceso directo a agua limpia y demás recursos naturales (Latouche, 2009). Mientras que los países “ricos” deberán extralimitarse, los países “pobres” deberán por el contrario mejorar sus condiciones sociales de tal manera que puedan tener garantizadas las necesidades básicas, lo que indudablemente implicará un aumento en el consumo de recursos y energía, y por tanto, efectos sobre las emisiones y los ecosistemas en general. En consecuencia, la reducción drástica de las emisiones de los países “ricos” (es incierto cuanto podrían descender) ayudaría a la compensación de las mejoras de las condiciones de las parte pobres del mundo, con un balance neto positivo en favor del clima.
Sin duda alguna, la situación es de alta complejidad. No solo se trata de parar la máquina de destrucciónsino también de regenerar, reconstruir y rescatar todos los espacios posibles para volverles a dar la vida que alguna vez engendraron. Claro ejemplo sería la deforestación. No sólo que se la pararía, sino que se destinaría trabajo para la reforestación y el rescate de los ecosistemas y biodiversidad a fin de restaurarlos y que a largo plazo, nos suministren aquello que es vital para la subsistencia humana. Con ello, el espacio físico-habitable-aprovechable tendería a reducirse, lo que a su vez limitaría el aprovechamiento de recursos naturales, estableciendo así mismo nuevos límites. ¿Habrá para todos? ¿Cuánto?
¿Y si un país decide democráticamente no cooperar con otros? ¿Quién producirá qué y para quién? ¿Quién tendrá derecho a qué, y quién no? ¿Cómo distribuiremos los recursos de unos cuantos para el resto del mundo? ¿Habrá democracia climática-ecológica? ¿Es posible una recolonización de los países ricos en recursos naturales a costa del cambio climático? ¿Habrá invasiones a fin de garantizar bienestar en otros países? Como se ha ido exponiendo, el colapso social inminente no vendrá solo por el factor escala (geopolítica) sino también por el factor tiempo. Éste último, elemento central de la modernidad y por el que la vida humana se rige en las sociedades. Nuevamente estamos condicionados por el tiempo, ya que tenemos un límite: el año 2030. ¿Qué tan rápido nos podríamos organizar a escala mundial? ¿Será suficiente 11 años para realizar todos los cambios necesarios para al menos garantizar que los cambios que sufra Gaia no sean tan drásticos? Lo cierto es que el camino está trazado y es hacia abajo (de una u otra forma) y lo mejor que podemos hacer es evitar caer muy bajo; revertir la tendencia es prácticamente imposible.
Si de cambios sociales se trata, hay que revisar la historia a fin de encontrar respuestas del futuro. La revolución radical liberal, proceso de transformación política y económica, llevada a cabo entre los siglos XIX y XX, ha sido el acontecimiento más grande e importante de la historia del Ecuador. Dicho proceso social, tuvo sus inicios en 1860 con la agitación de campesinos, a razón de la penetración del capitalismo. Esa revolución se concreta con la toma de poder en 1895, con el liderazgo de Eloy Alfaro y dura hasta 1912. Sus logros: laicismo, educación, entre otros. Por su puesto, dichos logros históricos permitieron avances significativos en la sociedad ecuatoriana, constituyéndose como bases para los cambios futuros (Hidrovo, 2015). La revolución mexicana es otro de los existentes procesos sociales suscitados alrededor del mundo. Fue un conflicto armado (1910-1920) que tuvo sus orígenes en la dictadura de Porfirio Díaz la cual duró 35 años (1876-1911). Tras una serie de crisis nacionales y el creciente descontento social, hubo un levantamiento de armas por parte del campesinado mexicano, liderado por Francisco Madero, dando inicio así a la revolución. Emiliano Zapata, Pascual Orozco, Venustiano Carranza y Francisco Villa fueron algunos de los jefes y líderes militares y campesinos quienes participaron activamente. El mayor logro social fue la reforma agraria, beneficiando así al campesinado mexicano. Y se pueden nombrar muchos otros eventos de carácter social: la revolución francesa, la revolución industrial, la guerra fría, el peronismo en Argentina, revolución en Cuba, la reforma agraria en Bolivia, etc.
A este punto, la pregunta que cabe es: ¿qué relación hay entre dichos procesos históricos sociales y el cambio climático? Tiempo. Tenemos un tiempo de 11 años para llevar a cabo la mayor de las revoluciones: reestructurar las sociedades capitalistas a nivel global, de tal manera que podamos vivir dentro de los límites físicos del planeta y en armonía con las otras formas de vida, respetando su espacio. Sin embargo, resulta que la historia nos muestra que los procesos sociales no han estado marcados por el tiempo, es decir, sus objetivos han sido lograr cambios independientemente del tiempo y esfuerzo. La revolución en México tuvo una duración de 10 años. Sin embargo, el proceso como tal va más allá de ese tiempo establecido. Comenzó ya en tiempos de la dictadura y se extendió hasta 1940, por lo que estaríamos hablando de al menos 30 años. Lo mismo ocurre con la revolución radical liberal en Ecuador. Considerando sus orígenes hasta la muerte del General Eloy Alfaro, hay 50 años. Por tanto, ¿podrá el ser humano llevar a cabo la reestructuración social en un tiempo límite de 11 años, a escala global?
Ante los datos históricos y los presentes, y teniendo en cuenta los factores escala y tiempo, es claro que el siglo XXI será el siglo del colapso, del gran cambio y de la gran transformación, ya sea de una manera u otra. Sin duda alguna, hay más preguntas que respuestas. ¿Cuál y cómo será nuestro futuro?
Bibliografía
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