Los riesgos de excluir a la izquierda laborista de la política británica

Por Andy Beckett

El liderazgo de Jeremy Corbyn está en tiempo de descuento. Esa presunción lleva cerniéndose a lo largo de sus tres años y medio como responsable laborista. Se hace presente cada vez que hay una crisis en el laborismo. Se hace presente cada vez que hay unas elecciones peligrosas, como son las locales de este mes de mayo. Y después de cualquier resultado laborista malo o incluso pasable, el final del liderazgo sigue presente en la cabeza de sus muchos enemigos, de muchos comentaristas, de muchos corbynistas inquietos.

Cuando el Partido va mejor con él, como durante las elecciones de 2017 e inmediatamente después, remite esta sensación de que se encuentra perpetuamente a prueba, pero nunca de manera completa ni por mucho tiempo. En junio de 2017, dos días después de que el laborismo hubiera logrado la mayor porción de voto desde el triunfo aplastante de Tony Blair en 1997, el entonces diputado laborista Chris Leslie declaró al programa radiofónico Today, de la BBC: “No deberíamos pretender que se trata de una victoria insigne. Es buena,….pero no va a ser lo bastante buena”. Veinte meses después, sin aguardar a ver si si estaba justificado su escepticismo sobre el potencial electoral del corbynismo, abandonó el Partido para fundar el Grupo Independiente.

Parte del sentimiento de temporalidad, de asedio, del actual régimen laborista se debe a Corbyn mismo: su renuencia inicial a colmar el vacío de liderazgo laborista, su relativa falta de habilidades políticas convencionales, su avanzada edad para líder de un partido británico moderno. Cumplirá 70 años en mayo, pocos después de las elecciones locales, lo que resultará útil para sus necrológicas políticas si el laborismo obtiene malos resultados, como sugieren ahora mismo las encuestas.

Pero los despiadados criterios por los que se le juzga se aplican también a la izquierda en su conjunto. Pese a los dos enormes mandatos democráticos de Corbyn, se dice sin cesar que la izquierda se ha “apoderado” del Partido, que se trata de una “secta”, de un “culto”, de un “virus” extraño. El lenguaje se ha vuelto tan de lugar común que raramente se señala lo cargado que está. La izquierda laborista se ha convertido en alteridad.

Mucha gente del resto del Partido, y de círculos más amplios de la política y los medios británicos, no considera que la izquierda constituya una tribu legítima del laborismo, no digamos ya dirigentes legítimos, y no digamos ya un potencial gobierno legítimo. Esto rara vez se hace explícito. Excluir a un grupo grande y hoy tan dinámico puede resultar un argumento embarazoso en una democracia, sobre todo cuando la derecha radical del Partido Conservador nunca se ha convertido en alteridad del mismo modo. Por el contrario, empezando por Margaret Thatcher, a menudo ha dirigido el país. Pero una vez se advierte la implacable hostilidad que despierta la izquierda laborista, eso explica un montón de fenómenos políticos británicos que resultan, si no, desconcertantes.

En las últimas semanas, los diputados de una reunión del Partido Laborista en el Parlamento aplaudieron, según se informa, la escisión del Grupo Independiente, pese al inmenso daño que ha causado a las opciones de un gobierno laborista. Tom Watson, leal segundo, en teoría, de  Corbyn, ha dicho cosas que podrían acabar en carteles electorales de los “tories”, cosas como “Yo amo a este Partido [Laborista], pero hay veces en que ya no lo reconozco”. Ha establecido el grupo Future Britain, programado para reunirse por vez primera el lunes por la noche [11 de marzo] para que los diputados laboristas “socialdemócratas” se afirmen contra el “utopismo doctrinario”, que suena como un código nada sutil para la izquierda.

Entretanto, como siempre, periodistas políticos experimentados, que pasaron decenas de años tolerando las obscuras artes de Alastair Campbell y otros persuasores del Nuevo Laborismo, se han declarado horrorizados por el “acoso” a los opositores por parte de los corbynistas. Tom Bower, biógrafo de Gordon Brown y una docena de hombretones más, le ha puesto a su actual libro sobre Corbyn el subtítulo de El despiadado complot de Corbyn por el poder. Los partidarios de Corbyn pueden sentir la tentación de responder: ya quisiéramos esa suerte.

A pesar, o más bien, debido en parte a todo el pánico a la izquierda laborista, rara vez ha sido ésta dominante en el Partido. El último líder izquierdista antes de Corbyn fue George Lansbury, en la década de 1930, otro radical londinense relativamente mayor, que duró tres años antes de verse forzado a dimitir por parte de figuras más centristas a las que desagradaba su pacifismo. El hecho de que al líder del laborismo en los primeros 80, Michael Foot, se le considere a menudo un izquierdista, cuando pasó en realidad buena parte de su mandato frustrando a la izquierda y discutiendo con ella, y con su figura clave, Tony Benn, en particular, es señal de cuán exagerada puede ser la imagen convencional de la fuerza de la izquierda laborista.

“Los dirigentes laboristas tiemblan ante el implacable avance del ejército de Benn”, avisaba el [Daily] Express en mayo de 1981, después de que Benn lanzara su famosa candidatura para el puesto de segundo del Partido. Y sin embargo, debido en buena medida a que la prensa le otorgó esa alteridad de una forma tan eficaz, como una especie de demagogo extranjero – el “ayatolá Benn”, según The Sun, como el líder revolucionario iraní, ayatolá Jomeini – no consiguió la victoria. .

Los centristas laboristas hablan a menudo acerca de la necesidad de que el Partido sea un “credo amplio”. Bastante menos a menudo, aceptan que el control de ello debería alternarse entre sus distintas tribus de forma aproximadamente representativa. Hace ocho años, David Owen, ex-ministro laborista y cofundador del SDP, declaró al New Statesman que, tras la derrota del gobierno centrista de Jim Callaghan (en que figuraba Owen) en las elecciones generales de 1979, “No era irrazonable para quienes están a la izquierda tratar de desplazar el equilibrio de poder en el Partido más cerca de sus puntos de vista”.

Pero en los años 80, Owen estaba bastante menos dispuesto a dejar que la izquierda tuviera su turno. Cofundó el SDP en parte para bloquearla. El documento de fundación del SPD, la declaración de Limehouse de 1981, que él contribuyó a redactar, denunciaba “la deriva hacia el extremismo en el Partido Laborista”, supuestamente dirigida por Benn, como algo “no compatible” con las “tradciones democráticas” del Partido. El mes pasado, al presentar el Grupo Independiente, Leslie caricaturizó el corbynismo casi exactamente en los mismos términos. El laborismo, afirmó, había sido “secuestrado” por “la izquierda dura”.

¿Importa que no quiera tanta gente que la política británica incluya una izquierda de alguna significación? Aunque no sea uno en absoluto de izquierda, la reciente historia británica sugiere que importa. Entre el desdibujamiento de la influencia de mediados de los 80 y la victoria del liderazgo de Corbyn en 2015, la izquierda parlamentaria británica menguó hasta quedar reducido a unas cuantas docenas de diputados – la totalidad, efectivamente, de la izquierda en los Comunes –, ocasionalmente admirados, más a menudo vistos con condescendencia y ridiculizados, casi siempre marginales respecto a la acción de gobierno. Mientras tanto, políticos más convencionales, supuestamente más realistas, nos trajeron el thatcherismo, guerras con frecuencia desastrosas, y una versión cada vez más disfuncional del capitalismo de libre mercado.

Ahora que vivimos con la posteridad de todo esto, – con una derecha conservadora que promete más experimentos destructivos, y con un centroizquierda laborista que no ha hecho aflorar ideas nuevas desde el apogeo del “blairismo” hace dos décadas  – parece un tiempo raro para decidir que la política británica puede pasarse sin una alternativa de izquierdas. El proyecto laborista es raquítico, incompleto y excesivamente ambicioso. Puede resultar más fácil concentrarse en sus fallos y escándalos que valorar sus medidas políticas y decidir luego si algunas de ellas son soluciones para las múltiples crisis del país. Pero si pudiera Gran Bretaña dejar de algún modo, por fin, de cuestionar si la izquierda laborista pertenece a la política convencional general, podría incluso descubrir que la izquierda tiene cosas que ofrecer.

articulista del diario The Guardian, estudió Historia moderna en Oxford y Periodismo en California (Berkeley). Entre sus libros se cuentan Pinochet in Piccadilly: Britain and Chile´s Hidden History (2002) y When the Lights Went Out: Britain in the Seventies (2009) y, el ultimo publicado, Promised You a Miracle.

Fuente:

The Guardian
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Ecuador-Today, agencia de comunicación.

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