“Sin un mínimo conocimiento de la China moderna no es posible entender la China contemporánea”

Entrevista a Xulio Rios sobre La China de Xi Jinping

Por Salvador Lopez Arnal

Xulio Ríos es Director del Observatorio de la Política China. Asesor de Casa Asia y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, colabora con diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Forma parte de consejos científicos y comités de redacción de diversas publicaciones sinológicas. Profesor y consultor de varias instituciones universitarias de España, China y América Latina, es autor de más de una docena de libros sobre China, entre los que pueden destacarse: China, ¿superpotencia del siglo XXI? (1997), China: de la A a la Z (2008), o China moderna (2016), premio Cátedra China 2018.

En esta conversación nos centramos en su último libro, La China de Xi Jinping, publicado por la Editorial Popular en 2018.  

Enhorabuena por su nuevo libro. Resumo el índice para nuestros lectores. Presentación. Introducción. 1. Ideología. 2. Política. 3. Taiwán y las crisis territoriales chinas. 4. Economía y sociedad. 5. Seguridad y defensa. 6. Relaciones exteriores. Bibliografía. Todo en casi 300 páginas.

Otro aviso a nuestros lectores: me voy a dejar muchas preguntas en el tintero.

Empiezo por el título, La China de Xi Jinping. ¿No hay en ese título un fuerte protagonismo del presidente de la República Popular? China no es suya. Recuerda aquellos títulos o afirmaciones sobre “La China de Mao” o “La URSS de Stalin” por ejemplo.  

Se trata no tanto de enfatizar la “propiedad” como de aludir al momento histórico que vive el país, en este caso bajo la presidencia de Xi Jinping, a quien todos reconocen, por otra parte, como un líder “fuerte”, de alto perfil. En suma, es la China en tiempos de Xi, procurando contextualizarla y definiendo sus trazos esenciales en los órdenes básicos, cuáles son sus retos y desafíos, cuánto hay de continuidad y de cambio a partir del análisis de su primer mandato, iniciado en 2012 al frente del Partido Comunista y del país a partir de 2013. Y con un reconocimiento implícito y con cierta retranca de que Xi puede estar al frente de los destinos de China más del tiempo del inicialmente previsto, es decir, dos mandatos, una década.

¿Hay culto a la personalidad, siguiendo tradiciones que parecían superadas, en el caso de Xi Jinping? ¿Se ve Xi Jinping como un Mao del siglo XXI?  

Hay una cierta merma del liderazgo colectivo y un encumbramiento, muy apreciable en los medios chinos, del liderazgo central que representa Xi. El liderazgo colectivo fue una propuesta de Deng Xiaoping precisamente para evitar los males derivados del “gobierno de un solo hombre” que tantas desgracias acarreó en la política china durante el maoísmo. La percepción de que China vive ahora un momento crucial de su proceso de modernización sirve de argumento para recuperar la idea de un líder fuerte, no un primus inter pares sino un primus supra pares. De ahí tantos esfuerzos por presentar tempranamente a Xi como “núcleo” de la quinta generación de dirigentes y enfatizar la lealtad como principio básico para ahuyentar las críticas que pudieran debilitarlo y abrir fisuras que debiliten la capacidad del PCCh para liderar el país. Por otra parte, Xi sabe que no puede superar a Mao pero no le importaría quedar por delante de Deng Xiaoping en el escalafón histórico-político de la Nueva China.

Más allá del resurgir de cierto culto a la personalidad, lo que más preocupa es el cuestionamiento de otras reglas internas diseñadas por Deng Xiaoping para establecer una institucionalidad respetada para resolver los problemas asociados al proceso sucesorio en la cúpula del Partido, la preservación de los consensos, etc. Hoy quizá predomine la idea de que aquel consenso adormecía la dirigencia y no permitía tomar decisiones arriesgadas en el momento preciso. El riesgo es que esta especie de dinastía orgánica que representa el PCCh pueda adentrarse en una fase de inestabilidad y turbulencias como la vivida durante el maoísmo.

El subtítulo del libro: “De la amarga decadencia a la modernización soñada”. ¿A qué amarga decadencia hace referencia?  

Siempre digo que sin un mínimo conocimiento de la China moderna no es posible entender la China contemporánea. Ahí tenemos que mirar primero, como mínimo, para aprehender las claves mínimas elementales de la China actual. Desde el siglo XVIII, en tiempos del emperador Qianlong, la China centro del mundo, la primera potencia durante siglos, inició una franca decadencia cuando la revolución industrial asomaba en Occidente. Las Guerras del Opio y con Japón en el siglo XIX consumaron la humillación del país, un hecho que está muy presente en el imaginario chino y que fundamenta la necesidad de poner fin a ese ciclo histórico en el que China dejó de brillar.

También del subtítulo: ¿qué tipo de modernización es esa modernización soñada?  

Es la otra cara de la moneda. Es el afán por la recuperación de la grandeza perdida. Un sueño que los primeros movimientos modernizadores del siglo XIX asociaban con la imitación del modelo occidental e intensamente orientado contra la propia cultura, a quien se culpaba en último término de los males del país, razón del atraso. Hoy no es así. La modernización que pretende culminar el PCCh no significa solo la construcción de un país grande, fuerte y poderoso, instalado en el epicentro del sistema global, sino también un país que transita por una vía singular, propia, y reconciliada con aquella cultura clásica que el maoísmo tanto denostó y que sin embargo hoy día representa una parte importante de esas “singularidades” que ayudan a blindar el experimento chino frente a la presión occidental.

Una duda de muchas personas interesadas. En su opinión, ¿qué sistema económico-social es el que rige actualmente en China? ¿Socialismo, socialismo de mercado, capitalismo de Estado, un capitalismo salvaje controlado parcialmente por el Partido Comunista Chino?

Creo que estamos demasiado acostumbrados a ver las cosas con altas dosis de simpleza, en blanco y negro, noche y día, pecado y virtud, vida y muerte, capitalismo y socialismo, situando estas realidades como antagónicas cuando en verdad todo es más complejo. El pensamiento chino apunta a la coexistencia simultánea, a la armonía, a la “unidad de los contrarios” de la que nos hablaba Mao en su tesis sobre la contradicción. Yo califico el sistema chino como un sistema híbrido y en transición donde podemos encontrar formas asociables al capitalismo o al socialismo y en el que no encajan las categorías políticas al uso. Podemos decir socialismo de mercado o capitalismo de Estado, definiciones que para nosotros son más próximas, pero no alcanzan a reflejar con exactitud la dimensión singularizadora del modelo chino, en el cual los factores culturales e históricos tienen una gran importancia.

El presidente chino ha asistido a actos en recuerdo de Marx, en este año del bicentenario de su nacimiento. ¿Sigue habiendo inspiración marxista en las reflexiones de la dirigencia china?  

Sin duda está presente, se sigue reivindicando y forma parte de los procesos formativos tanto en las universidades como en las escuelas del Partido. El PCCh no ha dejado de ser marxista ni leninista por haber incorporado el pensamiento de Mao, de Deng Xiaoping o las aportaciones de Jiang Zemin, Hu Jintao, o ahora, el xiísmo que promueve el presidente Xi. Incluso ha incorporado elementos del confucianismo y del legismo, dos corrientes del pensamiento clásico contrapuestas a lo largo de la historia china. La sociedad armoniosa de Hu Jintao coincidió con un repunte de la aceptación de algunos aspectos del confucianismo. El Estado de Derecho de Xi Jinping es una manifestación no del estado de derecho liberal sino del repunte del neolegismo en la China contemporánea. El eclecticismo ideológico es una característica destacada del ideario del PCCh que ratifica la necesidad de evolucionar con los tiempos sin por ello renunciar al bagaje histórico e ideológico que da sentido a su existencia como tal. Xi definió a Marx como “el más grande pensador de los tiempos modernos”. Dicho lo cual eso no evita que puedan existir contradicciones que debemos analizarlas como prueba de una evolución cuyo resultado final es aún incierto.

Apenas hay en su libro referencias a lo que en su momento se llamó grupo o banda de los cuatro (incluida la viuda de Mao). ¿Queda algo de las posiciones defendidas por aquel grupo que algunos llamaron ultraizquierdista?  

En 2018 se celebran los 40 años del inicio de la política de reforma y apertura que Deng Xiaoping auspició a partir de 1978. Se ha prestado mucha atención a la vertiente económica de aquel cambio pero supuso también una intensa rectificación de la línea ideológica, iniciada precisamente con la liquidación de la Banda de los Cuatro, llamada entonces a asegurar la continuidad del maoísmo sin Mao, aunque este se desmarcó de los posicionamientos de Jiang Qing en los últimos años de su vida. Mao sigue siendo un líder providencial para buena parte de la sociedad china y objeto de culto en el sentido más extenso. Y el maoísmo tiene también seguidores en la China actual. Es difícil de precisar su dimensión real, que algunos cifran en el 25 por ciento de la base social, en buena medida alimentada por las sombras del proceso de reforma en China, en especial por el aumento de las desigualdades y la quiebra o abandono de ciertos valores. Esa pervivencia obliga al PCCh a mantener cierto discurso de connivencia con el maoísmo a fin de no dejar ese espacio para que otros lo ocupen. Aunque en realidad, en muchos aspectos, el maoísmo contradice el rumbo de la China actual.

El primer capítulo de su libro lleva por título “Ideología”. Varias dudas de golpe: ¿cuál es actualmente la ideología del Partido Comunista chino? ¿Es realmente un partido comunista? ¿Mantienen relaciones con otros partidos comunistas del mundo?

Su ideología de base no ha cambiado, aunque en su desarrollo histórico, como he dicho, ha procurado incorporar otros elementos que, sin embargo, no niegan su fundamento principal. Hay que tener en cuenta que su proyecto es estratégico, de largo plazo. La revolución china siempre manifestó muchas especificidades y desde la caída de los “28 bolcheviques” liderados por Wang Ming en los años 30 del siglo pasado, incorporó una componente nacionalista que ha ido ganando significación con el paso del tiempo. Cuando Mao proclamó la Nueva China en 1949 era un país inmensamente rural, pobre y con una población analfabeta que había padecido 33 años de guerra… ¿Cómo decretar el socialismo realmente existente en ese contexto? Por otra parte, el funcionamiento del PCCh obedece al canon de las formaciones de este tipo, es decir, su cultura política y organizativa apunta en esa dirección, centralismo democrático incluido. Y sí, mantiene relaciones con otros partidos comunistas de todo el mundo, aunque también con otros partidos, incluso de signo ideológico antagónico.

Habla usted en este apartado de “la ideología del sueño chino”. ¿Qué sueño es ese, qué ideología es esa?  

El “sueño chino” es una de las marcas más representativas del mandato de Xi Jinping. Refleja en gran medida esas aspiraciones de varias generaciones a un futuro mejor después de décadas de sufrimiento de tantas penalidades. Apunto varias ideas que lo singularizan. En primer lugar, la de progreso con identidad, es decir, la necesidad de recuperar un equilibrio entre la modernización y la tradición, guardando distancias con una occidentalización sin matices pero también con el ensalzamiento acrítico del ideario tradicional. En segundo lugar, la exigencia de una vía propia, adaptada a sus especificidades y que no resulte una copia mimética de los modelos occidentales. El sueño que plantea el PCCh pretende dejar atrás el pesimismo que ha impregnado los anhelos de anteriores generaciones y poner fin a la humillación y la decadencia. El sueño de Xi completa el anuncio de Mao de que China se puso de pie y la vocación de Deng por desarrollar el país. Es el sueño colectivo del renacimiento de China.

Habla usted también del neo-tradicionalismo en el pensamiento y discurso de Xi Jinping. ¿Cómo hay que entender ese neo-tradicionalismo? ¿Una vuelta a Confucio leído con gafas marxistas?

El pensamiento tradicional es objeto desde hace años de una importante relectura. En buena medida, esto responde a la necesidad de ocupar cierto vacío ideológico y espiritual provocado por décadas de reforma y apertura que no solo han derivado en confusión en Occidente sino también en la propia China. Para muchos resulta extraño ver al PCCh reivindicando ahora el pensamiento clásico tras múltiples campañas contra las “viejas ideas” pero lo cierto es que no debemos entenderlo como un fenómeno aislado sino como parte de un rearme ideológico que pone también el acento, por ejemplo, en la divulgación paralela del marxismo o en la reafirmación de lo que llaman los “valores socialistas centrales”. Se trata con ello no solo de reconciliarse con la cultura tradicional, base igualmente importante de su estrategia de poder blando a nivel global, sino de renovarse ideológicamente con activos nacionales que pueden contribuir a contrarrestar la hipotética seducción que pueda operar la occidentalización y quebrar su hegemonía cultural.

¿Se puede hablar propiamente de xiísmo? Si fuera así, ¿qué características tendría el xiísmo, un neomaoísmo del siglo XXI a la altura de las nuevas circunstancias?  

Oficialmente se denomina el “ pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con peculiaridades chinas de la nueva era” y ha sido inscrito en la propia Constitución como guía de la actual etapa. Hay una voluntad explícita de que el xiísmo complemente el maoísmo y el denguismo a modo de una tercera fase en el desarrollo político de la Nueva China. Se justifica en la identificación de una nueva contradicción principal, que ya no radicaría en la confrontación de la demanda social y la escasez de recursos, propia de las dos etapas anteriores, sino que contrapone la demanda social a un desarrollo desequilibrado y no sostenible. Xi plantea culminar el último tramo de la modernización en dos grandes zancadas, hasta 2030 primero y 2050 después, otros 40 años de desarrollo que deben transformar la faz de China en todos los sentidos. Estamos hablando de un siglo si partimos de 1949, lo cual da idea de la significación de la orientación estratégica en todo este proceso. La cuestión clave radica no solo en la plasmación de un nuevo modelo socioeconómico sino en la conformación de un nuevo sistema político que siente las bases de una nueva legitimidad del PCCh, no ya basada en el hecho revolucionario (y lejano) o en el crecimiento (ya menguante) de las décadas precedentes sino en la observación de una norma legal que debe asegurar la perennidad de su hegemonía convertida en pilar estructural de una mejor gobernanza, adaptada a la sociedad y el mundo del siglo XXI.

Cuando habla usted, en el capítulo II, de China y el retorno a lo grande, ¿qué debemos entender aquí por grande? ¿China desea ser una superpotencia como EEUU? ¿Aspira a superarles? ¿Desea acaso que el siglo XXI se pinte de amarillo?  

Desde el punto de vista histórico, la apertura de China al exterior tiene más trascendencia que la propia reforma económica. China volverá a ser grande en lo económico. Es ya la segunda economía del mundo y pronto será la primera si las cosas no se tuercen. Según el FMI ya lo es desde 2014 en términos de paridad de poder de compra. Pero ya fue la primera potencia durante varios siglos. La diferencia ahora radica en que la apertura pone fin a su autarquía tradicional. El emperador Qianlong rechazó la petición del enviado del rey Jorge de Inglaterra cuando le solicitaba la apertura de sus mercados, asegurando que ellos tenían de todo y que no necesitaban nada de nadie. La kaifang o apertura, en los años ochenta, puso fin a un desarrollo histórico de más de veinte siglos instituyendo la interdependencia con el exterior como clave permanente. Por eso China no podrá nunca cerrar sus puertas al mundo, entre otras cosas porque ha interiorizado que esa fue la principal causa de su decadencia.

Por sus dimensiones físicas, demográficas, etc., es lógico pensar que China, si la historia sigue su curso, devenga la primera potencia del mundo en muchos planos. Ahora bien, las diferencias culturales con Occidente son aun significativas, no se van a evaporar con la proliferación de McDonalds en las ciudades chinas, y la coexistencia en la pluralidad y la diversidad, desde el respeto mutuo, deben marcar el futuro. Xi habla de comunidad de destino compartido, que puede interpretarse como que el destino de toda la humanidad no puede ser gestionado solo por Occidente. En el PCCh actual no se advierte vocación mesiánica de otros tiempos. No hay expansionismo en el modelo chino pero China está llamada a desempeñar un papel destacado en el sistema global. Occidente tiene que aceptarlo sin que ello signifique que deba renunciar cada cual a sus identidades civilizatorias.  

Habla en este apartado del reformismo económico. ¿Qué finalidades tiene ese reformismo?  

La clave consiste en instituir y reconocer una lógica de reforma permanente para desarrollar la economía del país basándose en el gradualismo y la experimentación en el contexto de una visión de largo alcance. El PCCh no rechazó el mercado pero tampoco se desdijo de la planificación. El plan quinquenal sigue siendo el referente principal de la política económica en China, aunque el mercado disponga de espacios que se han ido ensanchando en los últimos años buscando la eficiencia económica. Por otra parte, la economía privada se ha desarrollado mucho. En 1978, la economía pública respondía del 79 por ciento del PIB mientras que en 2017, la economía privada respondía del 69 por ciento del PIB. Pero los sectores estratégicos (desde la comunicación a los transportes, la energía, la banca, etc.) siguen en manos públicas. Esas palancas permiten que el control del proceso de reforma descanse en el PCCh evitando que se imponga la lógica del mercado frente a un Estado débil. No es el caso de China. En la práctica, se demuestra que esto le brinda unas fortalezas adicionales para impulsar las reformas necesarias en condiciones superiores a las economías de mercado de signo liberal. Tiene otros problemas, pero la combinación equilibrada de estos factores es lo que ha permitido el enorme salto que ha experimentado la economía china en estos años, con trazos que cambian y trazos que no deben cambiar por más que Occidente presione para que se “homologue”.  

¿Se respetan los derechos sindicales en China? Elaine Hiu y Eli Friedman explicaban en un artículo de título sorprendente -“El Partido Comunista Chino contra las leyes laborales chinas” ( https://www.jacobinmag.com/2018/10/china-communist-party-labor-law-jasic – que “en mayo de 2018, un grupo de trabajadores de Shenzhen Jasic Technology Co (Jasic) comenzó a responder a los diversos esfuerzos de la compañía para engañarlos sobre su debida compensación, mediante el establecimiento de un sindicato de empresa, un derecho que garantiza la ley china. Pero en lugar de recibir apoyo del Gobierno, los trabajadores y sus aliados se han encontrado con el desprecio oficial, despidos, represión violenta, detenciones policiales y cargos legales espurios”. ¿Exageran Hiu y Friedman?  

Los sindicatos oficiales, la Federación Nacional de Sindicatos, actúan en el marco del sistema político chino como una entidad prestadora de servicios. Su papel en los conflictos laborales es muy limitado y acostumbra a posicionarse buscando alternativas que no siempre satisfacen los intereses de los trabajadores. Durante muchos años, la consigna oficial en China fue “primero eficacia, después justicia”. Esto derivó en que la justicia social, los derechos laborales, etc., pasaran a un segundo plano en nombre de la maximización de los objetivos económicos, la gran prioridad. Aun ahora, por primera vez en muchos años, en el XIII Plan Quinquenal se plantea como objetivo no solo duplicar el PIB en 2020 con respecto a 2010 sino también duplicar el ingreso per cápita de la población. Esta evolución explica que en situación de conflicto, los trabajadores busquen alternativas fuera del marco oficial, intentando crear sindicatos autónomos, buscando el apoyo de ONGs especializadas o incluso más recientemente de estudiantes comprometidos con su causa. Como cabe imaginar, el PCCh intenta controlar al máximo cualquier expresión de autonomía en un esfuerzo por multiplicar su presencia y ocupación de todos los espacios en los que pueda detectarse cierto dinamismo cívico con potencial para cuestionar su política o magisterio. La represión es parte de la respuesta cuando otros mecanismos no funcionan.

Le cito (de un artículo suyo reciente): “En los últimos meses, en el marco de los debates en torno al cuadragésimo aniversario de la adopción de la política de reforma y apertura en China (1978), se ha reactivado el debate acerca del papel del sector privado en la economía china. Su alcance ha sido tal que los máximos dirigentes del país se han visto obligados a realizar precisiones contundentes”. ¿Qué papel juega, qué papel desean que juegue el sector privado en la economía china?  

Como he señalado anteriormente, en términos de porcentaje, la economía privada es muy importante; responde, por ejemplo, del 90 por ciento del empleo urbano en una China que desde 2012 es también, por primera vez en su historia, más urbana que rural. En 2017, se contaban 27 millones de empresas privadas, la mayoría pymes. Pero el debate actual está muy relacionado con la guerra comercial con EEUU y la capacidad empresarial para encararla. En el ámbito académico y político, en China algunos piensan que el sector público está en mejores condiciones de afrontar este reto y por eso sugieren redimensionar el papel de la economía privada fortaleciendo los vínculos con el conjunto del sector público, propiciando una especie de gestión conjunta que algunos sugieren incluso llevar más allá, planteando abiertamente que las empresas estatales tomen el control de las empresas privadas en algunos sectores. No creo que se llegue a eso pero simplemente el hecho de que se abra un debate de estas características es bien indicativo del nivel de singularidad de la economía (y la política) china.  

Se critica en ocasiones al gobierno y al partido chino por sus políticas respecto a las nacionalidades minoritarias. Tíbet y Xinjiang serían los ejemplos más citados. ¿Observa usted cambios en esa política?  

La verdad es que no, al menos para mejor. Y en el caso de Xinjiang, la situación ha ido a peor notoriamente. En general, la autonomía proclamada como alternativa para afrontar este problema es muy frágil, básicamente por inexistente. Las provincias de mayoría Han gozan de mayor autonomía efectiva en muchos casos que cualquiera de las cinco regiones autónomas de China donde el secretario del PCCh, de nacionalidad Han, es quien tiene siempre la última palabra. El autogobierno efectivo, el co-gobierno en determinadas áreas, tienen escaso recorrido. La lógica desarrollista se impone aquí a la lógica política. Es el desarrollo lo que diluirá el sentimiento identitario, dicen. Las inversiones se multiplican, la pobreza se reduce; en consecuencia, una vida mejor llevará a las nacionalidades minoritarias a identificarse más con el sueño chino. No creo que funcione de manera tan simple.  

Habla en el libro de la Quinta Internacional. ¿Qué Internacional es esa? ¿Quiénes la formarían?  

Sería una internacional de nuevo tipo que lideraría el PCCh a modo de encuentro partidario global, y se suscitó a raíz del foro mundial de partidos políticos celebrado en Beijing en 2017. En él participaron formaciones políticas de todo el mundo y de diverso signo ideológico. Xi anunció la intención de institucionalizar el evento. Con él, el PCCh busca un mayor reconocimiento internacional de su papel en la modernización del país y de sus contribuciones a la agenda global. No se trata de repetir los enfoques de anteriores u otras internacionales que se fundamentan en la afinidad ideológica sino de la creación de un marco de nuevo signo que permita establecer un foro democrático y plural en el que los diversos partidos representativos de cualquier país puedan avanzar hacia la definición de una visión mundial con respuestas a los principales problemas del orbe contemporáneo. De tal modo, también China podría elevar naturalmente su influencia internacional, un objetivo complementario de esta iniciativa que rompe con los procedimientos al uso en este tipo de foros.

Sobre el capítulo IV, “Economía y sociedad” ¿no es inconsistente que un país que dice ser una República Popular sea uno de los países más desiguales del mundo?  

Sin duda, el Índice de Desarrollo Humano se sitúa en la posición 86 y el coeficiente de Gini alerta de los riesgos. Ahora bien, también debemos poner esto en perspectiva. Más de 700 millones de personas han salido de la pobreza extrema en los últimos 40 años y para 2020 el principal objetivo es eliminarla por completo. Dicho esto, es más que cierto que el aspecto social se ha descuidado mucho en los años ochenta y noventa. También lo es que desde Hu Jintao, la situación ha empezado a cambiar. Hoy es una exigencia imperiosa si China quiere convertir el consumo en un pilar del nuevo modelo de desarrollo y universalizar un determinado nivel de bienestar. Hay mucho por hacer en educación, salud, mejora de las pensiones, etc. La idea de Deng de dejar que unos se enriquecieran primero porque no todos podrían hacerlo al mismo tiempo derivó en unos niveles de concentración de riqueza y desigualdad inasumibles. Y corregirlo eficazmente llevará tiempo.

Sobre el V, “Seguridad y defensa”: ¿China se siente agredida por Estados Unidos? ¿Teme acaso una alianza aparentemente imposible entre Occidente y Rusia contra ella?  

China reconoce la actual condición hegemónica de EEUU en el plano global aunque su alternativa aboga por un orden multipolar. Su relación con Rusia se encuentra en un momento histórico inmejorable. Las viejas pugnas con la antigua URSS se resolvieron, incluidos los litigios fronterizos. Aquel debate sobre la imposible coexistencia de “dos soles en el Cielo” (la URSS y China rivalizando por liderar el movimiento comunista internacional) pasó a mejor vida. La energía y la defensa así como una visión internacional similar nutren una relación muy sólida que se fortalece con la miopía europea. Ahora bien, China es consciente de la rivalidad estratégica con EEUU, certificada en su más reciente política de seguridad nacional y alardeada en el importante discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Houdson el pasado octubre. EEUU puede tolerar que China se convierta en una especie de Japón grande económicamente pero no que insista en su soberanía nacional para implementar un proyecto autónomo en los planos político o ideológico. El “America first” no puede ser más claro. Si China se resiste a incorporarse a las redes de dependencia de EEUU, la confrontación está servida.

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