Por: Alejandra Santillana Ortiz*
Escribo esto, con el sinsabor que deja la violencia en la garganta cuando sabes que otra compañera ha sido violentada. A veces el relato de quienes cuentan la historia, nos muestra lo que acontece como cortes dramáticos de discontinuidades. Y entonces ocurre algo que alcanzamos a mirar y alumbra eso que parecía roto y ausente, dándole forma. En estos días, Cristina Burneo Salazar ha sido blanco del ataque en redes de fanáticxs correistas, que con el beneplácito y la aprobación de otras mujeres igualmente fieles a la Revolución Ciudadana (RC), le han acusado de no pronunciarse sobre los hechos del 16 de abril. Lo hacen con el lenguaje propio de los machos que creen que hacer política es medir cuan larga la tienen, y a la par arrinconar, deslegitimar y degradar todo lo que sea femenino, y mucho más feminista. Escribo este corto texto para solidarizarme y hermanarme con Cris, a quien considero una compañera consecuente y amorosa, lúcida e íntegra. Pero escribo también porque ahí en el corazón mismo de esta violencia se alumbran tres elementos: una forma de hacer política, una estrategia y un relato.
Quizás no sean elementos tan planificados, y quizás solo hay grandes pinceladas que se reproducen en lenguajes, propósitos y dinámicas. No sé. Pero así como atacan a Cris, en estos días nos interpelan agresivamente a otras bajo acusaciones veladas de que somos parte de un «feminismo parcial, feminismo de pañuelo» que se silencia ante la represión de este gobierno.
Hacer política en masculino correista es colocarse en un lugar de superioridad moral que recorta la memoria de manera cínica porque solo coloca al Morenismo como enemigo, dejando de lado lo llevado a cabo por Correa; es usar la misoginia, el racismo y el clasismo para construir un lenguaje que minimice toda posibilidad de autonomía y de crítica radical; es la provocación como cotidiano; es buscar generar competencia entre mujeres; es legitimar el uso de la violencia para su proyecto ideológico; es insinuar, desatar que otros agredan, arrinconen, es negarse a la crítica y al debate. Es creer que el correismo es la única posibilidad política frente al neoliberalismo, como si éste no hubiera sido parte concomitante del primero. Es colocarnos a todas como seguidoras ciegas de alguien, y como asalariadas de un poder externo que nos manipula y a quien rendimos cuentas. Para la forma machista de hacer política, todas somos unas putas que no tienen autonomía de pensamiento ni de acción. ¿O no es esta misma lógica la que guió diez años los ataques que se hicieron contra otras mujeres que no cabían en el molde de la RC, por insubordinadas, insumisas, rebeldes? Puta, sinvergüenza, india, muñequita de pastel, chiflada, zorra, malcriada, improvisada, mediocre, hipócrita, desadaptada, manipuladora, fracasada, corrupta, gordita horrorosa, mediocre, tirapiedras escuchamos sin cesar en sabatinas y como eco de los seguidores del correismo. Esta forma no se ha ido, configura subjetividades de machos violentos pero también de mujeres con las que creímos podía existir un mínimo diálogo o al menos un desencuentro no violento ni virulento. Y en ese hacer que degrada para subordinar lo feminista crítico; se hace presente el relato cínico, que es finalmente la ideología del capital amoldada al correísmo: condenar la represión de Moreno, pero mantenerse mutis cuando de Correa se trata, volverse eficaces en la exigencia e indignados con la actuación de la policía, pero haber legitimado y aplaudido todas las violaciones de derechos humanos y procedimientos contra las mujeres, las organizaciones y los pueblos cuando el correismo fortalecía su política de criminalización.
Lo más cínico de este relato, es que a quienes fuimos críticxs de la RC nos ubican ahora como lxs principales responsables de Moreno y sus políticas neoliberales. Se les «olvida» que haber llamado a votar por Lenin para la continuidad del proyecto les hace responsables, como responsables son de que Lenin sea producto del correísmo y haya sido vicepresidente de Rafael. Ni que decir de las continuidades en las políticas económicas en estos 12 años de Revolucion Ciudadana (modernización capitalista y ganancias del empresariado, TLC con la UE, endeudamiento, reprimarización, los primeros regresos del FMI, despidos, entrada de empresas transnacionales, penalización del aborto en casos de violación y ninguna política para prevenir y erradicar la violencia contra nosotras). Seguramente dirán los ahora indignados contra Moreno, que la responsabilidad es de «los límites de todo proceso de cambio».
Pareciera que el propósito es orillarnos a quienes creemos que otro proyecto político, económico, afectivo y estético no es por la senda del capital, ni del Estado autoritario, ni del movimiento encubridor, ni del patriarcado y la colonialidad. Sacarnos agresivamente de toda opinión pública, es parte de una forma de hacer política y de un proyecto venido a menos y responsable de lo que está pasando, que requiere recuperar las calles para canalizar el descontento contra Moreno. Para eso, recurren nuevamente a la estrategia de años previos, en donde la izquierda, las organizaciones populares, el feminismo crítico, los pueblos y nacionalidades les resultaban incómodos y contraproducentes; y por lo tanto había que pulverizarlos, ridiculizarlos, agredirlos, silenciarlos. Queda claro que para ustedes, los correistas (así en masculino) la única forma de ocupar un lugar en la coyuntura, es convertir las calles y los relatos en formas estatales de protesta. Con lo que no contaban, es con la memoria de la lucha, y con ese hacer entre nosotras, que transforma el sin sabor de la agresión contra otras, en puntadas para entramados que si no nos blindan, al menos nos cuidan.
(*) Alejandra Santillana Ortiz, feminista de izquierda. Forma parte de Ruda Colectiva Feminista, del Foro Feminista contra el G20 y de la Cátedra Libre Virginia Bolten. Es investigadora del IEE y del Ocaru.
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