De barro y silencio, una obra en comunión con los títeres

Fue una de las mañanas de marzo de este año en que mi amigo el artista de títeres y director, Esteban Ruíz, de una manera un tanto circunstancial me invitó al ensayo de una de las tantas obras a las que dedica tiempo su labor de creador.

Vivo fuera de Quito por estos meses, pero me dio mucho gusto posponer ciertas actividades para poder asistir a tan llamativa invitación.

El día llegó y caminamos desde su domicilio —que en parte es una especie de teatro también— ubicado en el bello y popular barrio de San Juan, hasta el pleno Centro Histórico, en que en un cuartel de bomberos se había instalado un sitio de ensayo. Ahí encontré al también creador y titiritero Patricio Viteri, junto a su compañera de escena, Jacqueline Villavicencio, realizando ciertos ejercicios, tanto de motricidad, musculares y estiramiento, como de modulación vocal, entonación y concentración, justo como uno se imagina los preparativos para un ritual, una importante ceremonia.

Pronto, cada uno tomó su puesto y empezó esta función —pues, es lo que fue para mí: algo más que un mero ensayo y una experiencia.

SÍNTESIS:

Velado; sombreros negro… Música. Se movía el teatrino, con un efecto para la expectación con un títere bailarín dando una bienvenida: un juglar. Un personaje bohemio, que espera el inicio de la fiesta y que, al mismo tiempo, la representa y es su símbolo mismo.

 

Y empezaban a saltar más elementos a mi atención, todos salidos de ese micromundo que es aquel escenario dentro de escenario: el teatrino; era una radio que nos llamaba a sintonizarnos con la fiesta andina, el carnaval, mediante su emanación musical. ¡Una Vaca-loca!

Dentro de toda esta algarabía armoniosa, irrumpió algo que a todos nos podría estremecer y frustrar, de repente. Con profundo dramatismo, la fiesta es interrumpida por el funesto personaje que implica el poder y el castigo, también la censura: el comisario del pueblo, que mete preso a un animado e inspirador payaso.

Disociamos de esto que la fiesta ha sido, más que secuestrada, acallada y condenada al silencio de la prohibición.

Llegó un lamento: anuncio del payaso encarcelado, que es el mismo espíritu que a fiesta añora y encarna.

La relación entre el payaso y un reloj, era la desesperación, el tiempo que parece no pasar mientras cesa el festejo, el signo de la celebración que indica los logros de un año de esfuerzos, ya sea de arduos trabajos, como de la cosecha germinada: la concreción o existencia del esfuerzo de las mujeres y los hombres.

Atravesamos hacia la apelación circense mediante la entrada en escena de un artista de la cuerda floja, como una prolongación del lamento y la desesperación del payaso encarcelado, de la festividad censurada con toda su alegría y simbolismos de liberación; lo que impide el cierre victorioso frente otro ciclo, otra etapa, otra estación.

Aparece Alfonso, una especie de representación del saltimbanqui andino. Y desde otra radio, suena “Kalimán el Hombre Increíble”. Una serie de máscaras que anuncian el juego, la picardía y el innato ingenio de la sabiduría popular andina se prepara.

Las máscaras son: una negra; una multicolor y festiva, y otra, que es la cara del alcalde.

Al sugerirse la suspensión del desfile, entendemos que la figura del payaso encarcelado es la misma negación de la festividad. Entonces, la actitud del payaso es algo desaforada, desesperada y frenética, en cuanto este existe para ser libre.

Alfonso, el saltimbanqui, entonces cae de las escaleras. Pero se reincorpora. Obedece a los llamados del payaso encarcelado. Y Alfonso se pone la máscara del alcalde, con lo que engaña, tanto al comisario como también al mismo payaso, que es liberado.

Con la liberación del payaso mediante este engaño realizado por Alfonso el saltimbanqui, se reinicia el ritual de la fiesta, y ya no veremos más un teatrino que es el escenario de una cárcel, sino un verdadero escenario acorde con músicas conmovedoras y consiguientes actos de baile. Es decir, el renacer de la fiesta liberada por los valores y motivos populares, que así como el arte, buscan en ella su propia libertad.

ADVERTENCIA:

Si bien este breve panorama que aquí se presenta podría pasar en estos tiempos como un temible “spoiler”, nada más mi intención es la de dar un panorama bastante íntimo de un ensayo al que fui invitado, con la intención de que diera ciertos puntos de vista como artista, un ojo externo contrapuesto al de sus miembros creativos y actorales; lo que los escritores hacen al término de sus textos, con la participación de un editor/crítico, podría ser una acertada comparación.

Sin embargo, en arte, no existe un «spoiler», puesto que la perspectiva, el punto de vista y la interpretación están atados a sensaciones y a una sensibilidad dependiente de las emoción y la experiencia íntima del observador o lector; así, en la descripción de un cuadro, de una obra de teatro y de un libro, no existe spoiler. Por otra parte, creo que debería restringirse al cine o a cierto tipo de cine que ha generado la necesidad de la categoría por su propia estructura y cantidad/limitación de signos y movimientos simbólicos. Pero en teatro, otros factores determinan esta liberación del cliché.

Este punto de vista, y ya casi imaginaria recreación de la obra de títeres del grupo Mano 3 “De Barro y Silencio”, espero que tan solo alimente la curiosidad del público, con la seguridad de que cada uno de sus espectadores tendrá al final de la misma un punto de vista y apreciación personal y superior al de esta breve reseña.

*De barro y silencio es una obra de Patricio Viteri dirigida por Esteban Ruíz

Acerca de Esteban Poblete 86 Articles
Corrector, editor y escritor. Tiene publicaciones en poesía, relato y novela. Realiza crónicas, entrevistas, artículos y reportajes para varios medios. Maneja la página de servicios de corrección y productos escritos UMBRA Ediciones.

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