Las fiestas callejeras del mayor carnaval del mundo son quizás uno de los últimos lugares en el que esperaríamos encontrar a feministas movilizándose contra la represión política.
Pero el Carnaval de Río fue este año el escenario que eligió el potente y creciente movimiento feminista brasileño como plataforma para llamar a la acción contra lo que es claramente un ataque total contra los derechos de las mujeres y de género en Brasil.
A principios del pasado mes de marzo, en el Día Internacional de la Mujer, unas 50.000 mujeres participaron en una marcha en São Paulo, otras 50.000 en Río de Janeiro y miles más en concentraciones más pequeñas en todo el país.
Pocos días más tarde, las mujeres encabezaron más de 50 manifestaciones de resistencia para marcar el primer aniversario del asesinato de la activista de derechos humanos y concejal de Río Marielle Franco.
Estas acciones se enmarcan en una campaña que lleva ya tiempo activada, pero que se ha visto reforzada desde la campaña electoral del año pasado que llevó a Jair Bolsonaro, político misógino, racista y de derechas, a la presidencia del país.
Al igual que todos los brasileños que desean una democracia inclusiva y justa que defienda y proteja sus derechos, las mujeres se enfrentan al reto de tener que luchar contra las intenciones del hombre al que se ha dado en llamar el Donald Trump brasileño.
La posición de Bolsonaro en contra de los derechos civiles, las medidas que propone, su distorsión descarada de la verdad y su caótico proceso de toma de decisiones desprovistas de fundamento están incidiendo en la profundización de la brecha que divide a una sociedad inmersa en una crisis de dimensiones múltiples – política, económica, social y medioambiental.
La exclusión de las mujeres sigue siendo un desafío mayor en Brasil. Lideramos en distintas áreas de actividad – de manera sobresaliente en el mundo académico, en el que el número de mujeres supera claramente al de hombres y en el que un 72% de los artículos científicos que se publican los firman mujeres – pero la inclusión dista mucho de ser completa.
Las mujeres lideran todavía el empleo informal, la economía asistencial y los servicios, pero reciben solo el 80% del salario que obtiene un hombre en el mismo puesto de trabajo. Sin embargo, incluso así, con sus derechos no reconocidos plenamente, la creciente independencia de las mujeres no está siendo aceptada por los hombres.
No es de extrañar que en unos momentos tan difíciles, Brasil esté experimentando una epidemia de femicidios. Solo entre enero y marzo de este año se ha registrado la sobrecogedora cifra de 435 casos, lo que llevó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a instar al gobierno brasileño a que fortalezca «los mecanismos de prevención y protección para erradicar la violencia y la discriminación contra las mujeres a nivel nacional, de manera coordinada y con recursos institucionales y financieros suficientes».
Pero el gobierno actual presta oídos sordos a cualquier demanda de respeto y protección de los derechos de las mujeres. Recientemente, en la reunión anual de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la ONU, el gobierno brasileño dio vergonzosamente su apoyo a que se excluyera cualquier mención al acceso universal a los derechos de salud sexual y reproductiva en el documento de cierre, alegando que allanaría el camino a la «promoción del aborto».
Así que es particularmente alentador que, a pesar de estos obstáculos, el pensamiento feminista y su impacto estén en alza, especialmente entre las jóvenes brasileñas. Lo estamos viendo en la representación política.
En las mismas elecciones que llevaron a Bolsonaro al poder, la representación femenina en el Congreso aumentó un 51% y un 35% en las asambleas estatales. Aunque todavía son pocas las mujeres representantes en Brasil: solo 12 senadoras y 77 congresistas, en un país en el que más de la mitad de la población son mujeres.
Esta ola de cambio quedó reflejada en lugar destacado en el Estado de la Sociedad Civil 2019, el informe de la alianza de la sociedad civil CIVICUS que recoge los acontecimientos y tendencias que han impactado en la sociedad civil en el mundo durante el pasado año.
El informe señala algunas novedades históricas: por ejemplo, la elección por primera vez de una mujer indígena al Congreso brasileño en las mismas elecciones que llevaron al poder a Bolsonaro. Se trata de Joênia Wapichana, defensora de los derechos de la tierra y de los pueblos indígenas, que lucha por el medio ambiente contra los poderosos intereses de la agroindustria.
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