Guayasamín y las vidas secretas de los melancólicos

Para los perezosos: “Expresiones en gráfica” son más de 360 obras de Guayasamín en serigrafía, xilografía aguafuerte y técnixas mixtas. Se exhiben en el Centro Cultural de la PUCE hasta el 30 de mayo, la entrada es libre. Las coloridas obras abordan la melancolía y el tiempo, y registran la violencia generada por la política del siglo XX. Te abren los ojos para indagar tu propio interior.

 

Por Sergio Poveda.

Paré la música del celular. No sintonizaba con lo que tenía frente a mis narices. Delegaciones femeninas o de turistas, a ratos, se tomaban selfies junto a un cuadro. Y con sus dedos índice, contadas universitarias repasaban en el aire un rostro azul náusea o unos temblorosos ojos, grandes como telescopios, de la exposición “Guayasamín: Expresiones en gráfica”, que acoge el Centro Cultural de la PUCE-Quito.

Recuerdan, ¿no? ¡Guayasamín (1919-1999), el pintor quiteño cuyo trabajo se hizo universal! De ojos minúsculos, canoso, que retrató a madres e hijos, a Paco de Lucía, a las víctimas de las dictaduras en el cono Sur… El autor de esa fachada idéntica al volcán Potosí que se llama La Capilla del Hombre, cuyo interior mantiene sus obras sobre la interculturalidad.

Pues bien, la exhibición reúne más de 360 reproducciones en pequeña escala (de sus obras en dimensiones más grandes) por medio de serigrafías, litografías, aguafuertes y técnicas mixtas. Siguiendo el circuito en forma de U de los paneles oliva, azul, blanco, negro y ocre, donde cuelgan las obras, distingues tres momentos en la obra de Guayasamín: Huaycayñán, La edad de la ira y La ternura.

La primera serie presenta los gestos desesperados de indios, negros y mestizos. Si nos fijamos en la xilografía Manos del mendigo, por ejemplo, ojeras de carbón taladran los pómulos de un hombre y su mirada se infla como un toldo a la espera del auxilio de los cielos. El siguiente ciclo repasa los macabros resultados del fascismo en el siglo XX: los uniformes color crema y las caras deformes de militares destacan sobre una marea sangrienta en La sonrisa de los generales (serigrafía).

Hasta ahí este tour de la tragedia te turba por el desfile persistente de primeros planos de caras alargadas, siempre partidas en dos: una mitad está herida, la otra es de miedo o resignación, de ojos hinchados y fosas nasales dilatadas; personas alicaídas, confundidas y al borde de la demencia, sea por sus tensiones mentales o el talante sanguinario, sin un atisbo de futuro. ¿Qué les impide levantarse de ese abismo emocional, asirse de su libre albedrío? ¿Qué influjo puede transformar esas almas perdidas de la Tierra? Nada evapora sus muecas dolorosas. Sobre estos rasgos faciales, Martha Traba, crítica de arte, dijo que son “actos demagógicos del indigenismo”; pero en las reproducciones individuales se ve algo más, algo que ella tal vez no supo reconocer.

Pues, la tercera etapa te aternuriza por la atención a ese respaldo mutuo pero desdichado entre amantes, o madres e hijos. Y piensas ¿qué historias, abandonos u horrores aguantan? ¿Quién gesta su caos? La serigrafía El sueño de la niña tiene la respuesta: mientras la pequeña duerme, sombras marrones -que sugieren su delgadez y serenidad- se riegan sobre su piel clara como la madera, entonces profundas pinceladas azules surcan, depredadoras, la atmósfera para acechar su descanso o aguardar hasta que despierte. Esos brochazos, ubicuos y programados (¿desde dónde?), incluso, transmiten la sensación de batir, dictar u operar sobre la realidad. ¿Nos habla de un control o plan deshumanizante? También los círculos, trapecios y triángulos que usa se revelan como geometrías de la melancolía por medio de una combinación de tonos oscilantes del azul, rojo, verde, amarillo y marrón. Esas “luces” predominantes sobre la piel de los personajes de Guayasamín, dan indicios de sus vidas secretas. El estilo tremendista o cubista de Guayasamín pareciera apuntarnos que prestemos atención al sufrimiento, necesidades y barreras ajenos.

¿Han visto la película Big Fish (2003)? Su poeta escribió sobre la ciudad: “El césped tan verde. Los cielos tan zules. ¡Spectre se ve súper bien!”. Sí, esas tres breves líneas invitan a reír, pues su autor invirtió más de una década en decir algo así de corriente y cliché, pero también, subrepticiamente, cumplen una función recordatoria: Spectre no lucirá espléndida por siempre. Noto que ese registro de lo efímero es parte de “Expresiones en gráfica”.

De parada en parada por ese silencioso y luminoso salón, me topé, inesperadamente con pocos óleos originales como Paisajes de Quito: el resplandor del sol choca contra la cabeza de tenedor del Pichincha; los extremos atachados de las colinas acentúan su porte, temible, y, a su pie, las casitas, amontonadas una sobre otra como piezas de jenga, adoptan el aspecto de una escalinata dorándose con los fuegos rebeldes de la tarde. Ellos también azulean las laderas o bañan de turquesa los bosques en los que se mimetizan varios aposentos y señalan la densidad de la vegetación… Y la honda negrura de las larguísimas quebradas completa esta representación de la compleja y sensual “pared andina” que, al coronar Quito, evita que nos achicharremos. ¿Guayasamín contempló a la cordillera desde El Bellavista? Con envidiable detalle plasmó esa zona de la Gesta Libertaria, la cual hoy, 2019, sufre el atraco de una burbuja de esmog e imitaciones de rascacielos; pero, su óleo evoca la belleza y el efecto de divinidad de aquel “lomo verde”, pues su plenitud nos refugia y -si nuestra especie no empeora las cosas- tal vez seguirá intacto como lo ha hecho por siglos.

O sea, con los primeros planos, Guayasamín te lleva a imaginar las historias de esos rostros, pero con la panorámica, primero, captura algo palmario: lo que estaba dejando de ser, y luego, anuncia a la bestia que viene furiosa contra todos nosotros: el tiempo.

No deja de ser curiosa la obsesión de Guayasamín por las flores: dedicó varias aguamarinas a las yagrumas, ondulándolas como bigotes verdes, los eucaliptos puntiagudos y manzanillones o las alcachofas de filos celestes. Sobre el fondo gris de Hojas secas, la luz las atraviesa, tornasolándolas; las de color vino están firmes; y de otras se desprende polvo lila, dando paso a lo marchito: tonos de la muerte, insinúan que los procesos de vitalidad y descomposición tienen diversos ritmos -pienso. Antes de continuar el paso me desconcentra un ruido, bum bum, y de nuevo un bum, más fuerte y seco. Es una tórtola -dentro del Centro Cultural- y cabecea contra el ventanal de la salida de emergencia. Descansa sobre un nido. ¿Cuántos días lleva internada aquí? Abro la puerta, el ave se queda.

Llueve. Rumor ronco. Relámpagos: son cicatrices en el cielo espumoso. La última sala huele a desinfectante de manzana. Y en los cuadros los anaranjados y voluptuosos senos, nalgas y muslos brillan al igual que el cobre. Esta sorpresiva “serie erótica” reúne pinturas más voyeuristas que interpretan el deseo femenino latente en El minotauro, poemario de Carlos de la Torre: “en sus venas ardía una pasión devoradora”.

“La fortaleza de Guayasamín fue su autopromoción”, me dijo Trinidad Pérez, historiadora de arte. Ella sospecha que su obra podría beneficiarse, también, de un agudo trabajo crítico: “para que no se exhiba demás”. Entretanto, “Expresiones en gráfica”, pone en claro el sutil y bastante laborioso proceso de trabajo -casi obsesivo- de Guayasamín: “a veces usó 100 planchas para reproducir las capas de color”, dijo Verenice Guayasamín, hija del artista.

La suya no es una mirada escrutadora, Guayasamín se concentró en los dolores invisibles que forjan al comportamiento humano. Y ‘pescó’ con su brocha a la melancolía que aprisiona a algunas personas. Mediante “Expresiones en gráfica” apreciamos la producción prolífica del pintor quiteño. Tenía un don y construyó otro: la disciplina. Con su sensibilidad registró la violencia generada por la política de su época. Sus coloridas gráficas te abren los ojos para indagar tu propio interior; al fnal, sus imágenes te dan vueltas en la cabeza. La exposición estará abierta hasta el 30 de mayo (incluido sábados y domingos) y la entrada es libre.

Acerca de Sergio Poveda 18 Articles
Se graduó en Relaciones Internacionales en la Universidad de Lindenwood, EE.UU. Explora la vida urbana y la cultura. Inició su carrera con temas sociales en "El Telégrafo". Reportó para "The Legacy". Con agudeza documentó la vida universitaria para "USA TODAY." Reconocido internacionalmente, sus logros incluyen el Premio de la Hispanic Culture Review en 2021 por su serie "Quito Enjaulado" y el International Photography Award del Missouri Consortium en 2016. Su documental "Where Walls & Windows Speak" fue finalista en el IILA-Cinema en 2021, revela la tragedia de Mike Brown, asesinado por un policía. Sergio es miembro del New York Institute of Photography. NYIP Membership Badge

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