Cientos de voluntarios internacionales han participado en el norte de Siria en la lucha armada contra la organización yihadista liderada por Abu Bakr al Baghdadi. Brecha conversó con uno de ellos, que partió de Barcelona para integrar en los últimos meses las fuerzas de autodefensa del pueblo yazidí.
por Leandro Albani
Cuando vio las “barbaridades” que Estado Islámico (EI) cometía en Siria e Irak, tomó una decisión que nunca se le hubiera pasado por la cabeza. Robin Poe –nombre que utiliza por cuestiones de seguridad– es un ciudadano de Barcelona con “casa, moto, coche y mujer”, como él mismo dice. Hace varios meses, decidió viajar a Rojava (el Kurdistán sirio) y ponerse a disposición de las fuerzas de autodefensa kurdas para combatir al grupo yihadista, que, en su esplendor, llegó a tener bajo su control entre ocho y diez millones de personas.
Desde que las Unidades de Protección del Pueblo (Ypg/Ypg, por sus siglas en kurdo) comenzaron a defender el territorio sirio, cientos de internacionalistas viajaron para sumarse a la resistencia contra EI, que fue coronada en marzo, cuando los últimos yihadistas fueron derrotados en la pequeña aldea de Baghouz, en la provincia de Deir Ezzor, fronteriza con Irak (véase Brecha, 29-III-19).
Poe –que todavía se encuentra en el norte de Siria– recuerda, en diálogo con Brecha: “Mi vida antes de tomar la decisión de partir hacia Rojava era la de cualquier persona de a pie, con un trabajo humilde”. Para el internacionalista, el punto de inflexión fue ver todos los días “en los noticieros las barbaridades que cometía Estado Islámico ante los ojos del mundo y que nadie hiciera nada”.
Sin explicar demasiado de qué forma, cuenta que se puso en contacto con las Unidades de Resistencia de Shengal (Ybs), las fuerzas de autodefensa aliadas a las Ypg/Ypg que el pueblo yazidí organizó cuando EI arrasó las regiones del norte de Irak en 2014, y masacró y secuestró a miles de pobladores. “Tras unos meses conversando, me dijeron que podía viajar cuando estuviese listo para unirme”, confirma. Durante un mes, luego de arribar al territorio, recibió un curso de formación militar y política, un proceso por el que pasan todos los voluntarios internacionales.
Los yazidíes son un pueblo originario de Oriente Medio que profesa una religión sincrética, monoteísta, que toma conceptos del cristianismo, el islam y el zoroastrismo. Erróneamente, son conocidos como
“adoradores del diablo”. El pueblo yazidí se encuentra distribuido en el norte de Irak –especialmente en la planicie y las montañas cercanas a Mosul–, en el sur de Qamishli –en Rojava– y en la provincia de Mardin, en el Kurdistán turco. También hay yazidíes en Armenia, Georgia y Europa central, sobre todo en Alemania, como parte de la diáspora que escapó luego de sufrir persecuciones, masacres y hasta genocidios.
LA LUCHA POR EL TERRITORIO.
Una vez en Rojava, Poe se sumó a las fuerzas de autodefensa con el objetivo principal de redoblar los combates contra EI. “He luchado durante siete meses; en concreto, en la zona de Deir Ezzor, en el desierto”, cuenta. Reconoce que participó en 14 operaciones –emboscadas, sabotajes, ofensivas y contraofensivas– y que hubo momentos en los cuales pensó en cometer “locuras” luego de arrestar a los yihadistas de EI. El odio que le despiertan los miembros de ese grupo es tan grande que ni siquiera intentaba comunicarse con ninguno cuando se entregaban luego de las derrotas.
Si bien las Fuerzas Democráticas de Siria (Fds), que nuclean a las Ypg/Ypg y a milicias de otras nacionalidades de la región, tienen el apoyo de la coalición internacional liderada por Estados Unidos, Poe reconoce que lo que más le impactó “fue ver que Estados Unidos y sus aliados han podido parar este conflicto desde el minuto cero, y no lo han hecho, por el único interés que mueve al mundo: el dinero; hay que tener en cuenta que todas las guerras tienen un fin, y es el económico”.
Al ingresar a las Ybs, el barcelonés se sintió contenido y apoyado. “La relación con los combatientes de las Ybs siempre fue genial: son personas muy agradecidas. Desde el primer momento, nos hicieron sentir como en casa. Nos daban sus propias mantas cuando había, algún colchón flaquito, comida, en fin, de todo. Lo poco que tuviesen era primero para nosotros”, relata.
“En las Ybs son auténticos guerreros, sin miedo a morir”, remarca. “No creo que conozcan qué es el miedo en combate; son increíbles. Todos fuimos a luchar por algo en lo que creíamos y contra la barbarie radical islamista, contra el maldito Daesh.”
Al referirse al pueblo yazidí, no duda en calificarlo como “maravilloso, muy hospitalario”: “Nos hacían todo más fácil”. “Lo que me asombró de la población yazidí es la generosidad y la hospitalidad con el extranjero”, dice. “A veces, he llegado a sentir vergüenza de cómo nos han tratado: como si fuéramos reyes, preparándonos manjares. Ellos robaron un pedacito de mi corazón.”
INTERNACIONALISMO CONTRA EI.
La lucha del pueblo kurdo despertó admiración en muchas partes del mundo. Desde militantes de organizaciones de izquierda hasta personas sin contacto alguno con la historia de Kurdistán, estas personas decidieron lanzarse a un territorio que todavía se encuentra cruzado por la violencia armada, el desplazamiento forzado de personas y una disputa geopolítica en la que confluyen las principales potencias mundiales y regionales.
Robin Poe tiene presente todo el tiempo los días de guerra cruenta. “En las operaciones de Deir Ezzor estaba todo minado; había cadáveres, bombas trampa por todos lados”, rememora. “Las personas apenas tenían comida: Estado Islámico las estaba matando de hambre y sed.” Cuando las milicias kurdas avanzaban liberando pueblos y aldeas, los miembros de EI “huían y mataban a todos los que podían”. “Por eso, me ponía muy contento cuando acabábamos con ellos. Sabía que así nunca más violarían a una niña.”
Las masacres cometidas por EI –ahora transformadas en atentados focalizados en diferentes partes el mundo– dejaron una marca que será muy difícil borrar. Las heridas todavía están presentes en los pueblos que sufrieron a manos de los seguidores de Abu Bakr al Baghdadi, que después de cinco años reapareció, a fines de abril, en un video de 18 minutos difundido por Al-Furqan, medio vinculado a EI.
“Después de haber combatido, creo que soy mejor persona –analiza Robin Poe–. Sabía que, llegado el momento, no me temblarían las manos para acabar con esos criminales. Pero jamás pensé que se me daría acabar con esa gentuza. En Rojava conocí también la humildad, la generosidad, que la gente se entregara toda sin querer nada a cambio.”
Ahora, Robin Poe espera salir del territorio, luego de que las Fds ordenaran el retiro de algunos contingentes de internacionalistas. Por estos días, disfruta, junto con los pobladores, de los festejos por haber liberado Baghouz y haber dado uno de los golpes mortales más poderosos a EI. Los días futuros de Robin son una incógnita. Sabe que en su país volverá a los trabajos esporádicos de siempre. Uno de sus sueños, aunque luego de la guerra pueda sonar simple, es aprender el oficio de soldador. “Ahora toca volver, pero antes, terminar con lo que vinimos a hacer”, dice.
Por estos días, en Rojava se define un futuro incierto. La autonomía defendida por los kurdos y los pueblos que habitan el norte de Siria se encuentra amenazada por Turquía y, en menor medida, el propio gobierno sirio. Ninguno de estos poderes muestra interés en el proyecto que encabezan los kurdos, basado en el empoderamiento de las mujeres y la convivencia entre nacionalidades y religiones.
Como última reflexión de su experiencia, Robin Poe afirma: “La revolución en Rojava ha sido maravillosa desde el punto de vista de cómo hombres y mujeres caminan juntos a luchar, a la guerra, sin miedo, con la alegría de defender y luchar por lo que ellos creen: la consigna ‘mujer, vida, libertad’”.
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