La Carta de Intención

RafaelCorrea, FMI

Por: Carlos León González.

Discriminar los préstamos, reconociendo entre ellos o créditos o deudas, tiene sentido para evaluar el contenido de la Carta de intención ante el FMI. Shakespeare, en el Mercader de Venecia, y John Perkins en Confesiones de un Sicario económico, permiten apreciar las dificultades inherentes a no honrar los créditos, el uno, y el otro, las consecuencias políticas de conceder préstamos a sabiendas de que no podrán ser pagados para tomar financieramente a los países. Jacques Attali en su Historia de la Propiedad, por su sentido originario, describe la cuestión así: «Como todo objeto contiene la vida de quien lo ha creado, es peligroso poseer un bien que no ha fabricado uno mismo. Se corre el peligro de tener más de lo que se debe, de romper el equilibrio cósmico, de hacerse atacar por las cosas. Aceptar un objeto de alguien que lo ha fabricado es correr el riesgo de ser desestabilizado, de ser poseído por él. Dar es desafiar. Tomar es arriesgar la vida. Esto es verdad en todas las sociedades. Cuando se ha tomado una cosa que no se puede devolver, su fuerza que es la del propietario crea dificultades al prestatario. El miedo a la mala muerte es la clave de la relación. Un mal morir es lo que más se teme. Y esto basta para hacer respetar las propiedades». La tesis que se puede formular es la siguiente: el crédito adquiere sentido político cuando no puede honrárselo. En este caso todo préstamo deja de tener la forma crediticia y adquiere la forma de endeudamiento. Y jamás será lo mismo contratar créditos que inesperadamente se conviertan en deudas, que contratar deudas a sabiendas de que no se adquieren créditos. Lo primero se explica por los riesgos asumidos al prestar y que son relativos al hecho de ser físicamente imposible traer información del futuro; lo segundo se explica por tener un gran conocimiento del presente, en este último caso, una perversidad manifiesta y una política concreta. Las deudas externas crecen, justamente, porque no son préstamos contratados como créditos. Créditos y Cartas de intención son incompatibles entre sí. Esto se revela, claramente, al distinguir entre 3 ciclos propios de la producción mercantil: el de las compras al contado, el de las compras a crédito y el de las compras con deuda. Las fases del ciclo de las compras al contado aparecen así: primero se produce, luego se vende, después se compra y, finalmente, se consume. La regla a derivar es simple. Es imposible consumir la producción ajena sin tener producción propia y mercados que la realicen. Se compra producción para uno con la producción de uno para otros. La producción útil es la base de todo poder adquisitivo. En el segundo ciclo, el de las compras a crédito, sus fases aparecen así: primero se presta, luego se compra, más tarde se consume, después se produce, a continuación se vende y, finalmente, se paga. En este ciclo sus extremos, préstamos y pagos no son cuantitativamente iguales. Los pagos siempre son mayores a los préstamos. La regla emerge. Se presta producción que es útil para uno y se paga con la producción propia que es útil para otro. Por tanto, la producción propia con los mercados pertinentes, no sólo es la base de todo poder adquisitivo sino que también es el fundamento de toda capacidad de pago. Por consiguiente, la finalidad de tomar créditos no es para tener que pagarlos uno, sino lograr que lo hagan los mercados. Por esto los momentos, productivos y mercantiles, son irrenunciables. Y, en el tercer ciclo, el de las compras con deudas, sus etapas se presentan así: primero se presta, luego se compra, más tarde se consume, después no se produce y, obviamente, al no haber producto no podrán existir ventas y, finalmente, tampoco habrá pago por lo que se vuelve a prestar más, prestar para pagar es parte de este proceso. La diferencia entre sus extremos, prestar y prestar más es cuantitativa; al final la deuda sólo sube. Las deudas no constituyen créditos que los mercados paguen porque no los tienen; sus pagos dependerán de los patrimonios de los deudores o de los países endeudados. La Carta de intención está contenida, enteramente, en este tercer ciclo. Expresa un endeudamiento, que por carecer de producción que vender, tiene como único referente de pago la vía patrimonial, o bien el de los ciudadanos individuales y/o del patrimonio de los pueblos. Las deudas jamás la pagan los gobiernos pese a que ellos la contratan. La política económica que se describe en la Carta de intención toma la libra de carne de la misma población, estructura ahorros para pagar. Así la Carta de intención es una herramienta política que organiza, no sin incertidumbre o riesgos, la sustentabilidad financiera que, como política económica, hace posible, al menos por ahora, obtener un mayor crecimiento de la deuda externa pública.

La Carta de Intención (III)

El sendero que, finalmente, condujo a Ecuador a subordinarse ante el FMI, el acreedor, y proponer su décimo séptima carta de intención, para nosotros, se produjo así. A fines del año 2000, atravesado el fatídico 1999, el PIB del país fue de $18.318,6 millones. Y 6 años más tarde, a la víspera del inicio del gobierno de lo que se llamó Revolución ciudadana, alcanzó los $46.802,0 millones. El PIB se multiplicó por 2.6 en ese período. En cambio y en igual lapso, 2000-2006, la deuda externa pasó de un saldo de $10.978 millones a otro de $10.215,7 millones, se redujo en un 6.9%. El balance fue: decrecimiento de la deuda externa pública acompañado de crecimientos del PIB, una situación que estructura una tendencia de 5 estrellas. Tres años más tarde, en 2009, con la Revolución Ciudadana al frente del gobierno, el PIB de Ecuador se elevó a $62.519,7 millones y la deuda externa pública descendió a $7.392,7 millones. En este trienio el PIB se multiplicó por 1.33 y la deuda externa descendió en 27.6%, efecto asociado a la exitosa renegociación de la deuda externa nominal del país, como se recordará. En este trienio el balance es el mismo que el del sexenio anterior, en suma, reducción de la relación Deuda/PIB: del 59.9% en 2000 al 11.8% en 2.009. Mejor situación financiera, imposible. Por esto se puede fácilmente imaginar o concluir que la mejor política para alejarse del FMI o de toda subordinación a los capitales financieros internacionales es formar una capacidad de expansión de la economía que no requiera generar nueva deuda externa pública y que, al mismo tiempo, haya gestado una vía patrimonial de pago que le permite, efectivamente, ir hacia una situación de cero endeudamiento externo, la mejor situación posible. Por esto, y para hoy, la política de austeridad tendría sentido si, efectivamente, iniciara un proceso de reducción de la deuda externa, el sufrimiento tendría término y a plazo cierto. Y no es así. La política de austeridad en desarrollo se incuba para endeudarnos más, bajo la promesa de la reducción futura de la deuda. Una promesa no elimina la conformación de una situación financiera de 0 estrellas. Pero, proseguimos. 2.010 fue el año en que empezó a abandonarse la situación financiera de 5 estrellas. Entre inicios de 2010 hasta hoy, la deuda externa pública pasó de $7.392,5 millones a $38.450,7 millones, creció más lentamente en el anterior gobierno, el que reinició el endeudamiento externo, y crece de manera más rápida en el gobierno actual, aunque creció en ambos, en conjunto ella, entre fines de 2009 y Abril de 2019, se multiplico por 5.2. En cambio, en igual período, el PIB lo hizo en 1.8, pasó de $62.519,7 millones a $113.088,7 millones. El balance es claro. La deuda externa pública creció más rápido que la producción del país, la misma cualidad que evidencia la expansión de la deuda externa privada, aunque a mucha menor velocidad. Este crecimiento de los préstamos, más veloz que ritmo de aumento de la producción, nos faculta para referirnos a ellos no como créditos sino como deudas, incluso por ir asociados a reiterados balances comerciales negativos, a permanentes salidas de capitales pese al 5% del impuesto a la emigración de divisas, coste de efectuar depósitos monetarios en el exterior. 2.009 y 2.010, son el epicentro de una ruptura, de un viraje. El hoy es una derivación de ese ayer y la de la política que lo formuló y gestó. Y no importa, a este respecto, que con relación al anterior gobierno, en el actual, el endeudamiento externo vaya más rápido, aunque no hay consuelo en ello. Y tampoco importa lo que el sucesor diga del antecesor y viceversa. La existencia de un ciclo de la deuda externa pública, característica del ciclo de compras con deuda, los equipara e iguala, también los distingue. La primera fase, su principio, es su mejor momento: crece la deuda externa, se expande el PIB y no se necesita ir al FMI. La segunda fase, su continuación y final, expresa incrementos de deuda, tendencia a contracciones del PIB como un recurrente adiós al crecimiento económico y necesidad del FMI para elevar aún más el endeudamiento externo. Aquí concluye la historia que las cifras muestran. Empezaremos luego la historia cualitativa que las acompaña.

La Carta de Intención (IV)

La historia no cuantitativa y que nos conduce, como país, hacia el FMI, se inicia así. En una entrevista denominada, el desafío de Rafael Correa, hecha por el periodista Orlando Pérez y publicada por Línea de Fuego el 19 de Enero de 2012, el comunicador le hace la siguiente pregunta al presidente: «La clase media y popular están en mejores condiciones, es indiscutible, pero los ricos también están en una situación mucho mejor. De ser así, ¿querría decir que la matriz estructural no ha cambiado mucho? Y la respuesta es tan interesante, como lo es que el ex-presidente haya aceptado la pregunta sin cuestionarla en lo más mínimo; él respondió: «El modelo de acumulación no lo hemos podido cambiar drásticamente. Básicamente estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación, antes que cambiarlo, porque no es nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero si es nuestra intención tener una sociedad más justa y equitativa.» Una declaración, como esta, fija una posición y revela la política que la sustenta. Y la actual Carta de intención también revela lo mismo, esto es, que el presidente actual tampoco tiene el deseo de perjudicar a los ricos y que también hace mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación. La carta de intención no tiene otro fundamento estructural. Ese doble deseo, tener una sociedad más justa y equitativa sin perjudicar a los ricos, es una premisa que organiza y gesta el ciclo de la deuda externa en sus 2 fases. En la primera fase, caracterizada por incrementos de la deuda, por crecimientos del PIB y elevación de las exportaciones, no se perjudicó a los ricos; y en la segunda fase, caracterizada por nuevos aumentos de la deuda externa, reducción del poder adquisitivo de las exportaciones y caídas o magros crecimientos del PIB, que están lejos de compensar la expansión anual de la población, tampoco se los perjudica, al contrario se los estimula todo lo posible. De ahí que se pueda percibir lo idéntico que existe en la formación de una economía social con activa participación estatal para mejorar la calidad de vida de la población y lograr la modernización material con otra política que, como práctica de austeridad, aparece como sometida al alto empresariado y a las oligarquías regionales. Esto ocurre a pesar de que no sea igual estar sometido a los ricos en la primera fase del ciclo de la deuda, o de continuar estándolo en su segunda fase. Pero es el ciclo que unifica a ambos gobiernos, lo que hace de lo diferente, gemelos o hermanos siameses, aunque se simule de manera real que parezcan diferentes usando uno u otro epítetos. Y es que las fases del ciclo de la deuda externa, al no ser iguales, facilitan aquello, más aún si parecen fases antagónicas: crecimiento y decrecimiento son opuestos. Así la pregunta aparece: ¿Cómo fue posible forjar una economía que sin perjudicar a los ricos otorgue justicia, equidad e igualdad de oportunidades a los pobres? Es el crecimiento que produce esa magia, y cuando él crecimiento no está, el encanto desaparece. Lo que queda es una prosaica defensa del ahorro que exista, porque sin ahorros no hay inversiones, porque sin inversiones no hay acumulación posible y porque sin acumulación es imposible salir de la segunda fase del ciclo de la deuda externa. Por esto es que la Carta de Intención asume la protección, no sólo de los más vulnerables como se dice y ojalá así sea, aunque su altruismo mayor esta referido a defender el ahorro de los empresarios y a formarles el entorno más preferido por ellos para que tengan la predisposición a invertir, a regresar al país, mediante sus inversiones, la liquidez que antes extrajeron de la circulación interior. El relato no concluye aquí.

La Carta de intención (V)

En el enlace sabatino No 448, el ex-presidente expresó: «Siempre he sido de la política de poner a trabajar el último dólar en beneficio del pueblo ecuatoriano, porque hemos perdido demasiado tiempo». Declaración que dejó entrever que, sobre la base de la preferencia por los pobres, lo importante es la velocidad, a más velocidad mejor. Pero la velocidad está claramente limitada por los ingresos propios, por los precios de nuestras exportaciones, por la cantidad física de la oferta exportable, por el ritmo de formar nuevos productos de exportación y más. Pero, y es obvio, estaría menos limitada cuando es posible tomar los recursos ajenos, por la disposición de los ahorros de otras naciones. Así los préstamos externos permitieron una velocidad mayor. Por tal motivo le fue posible poner a trabajar no sólo el último dólar propio, también y simultáneamente logró poner a trabajar el último dólar prestado. Como indica Alfredo Castillo en su Reseña de la función del endeudamiento externo, «anticipar el mañana, mediante el endeudamiento, fue el aporte «científico» del exterior». Fue esta contribución de la «ciencia económica» que Rafael Correa volvió a traer al Ecuador. La tesis es simple: No hay mayor velocidad que la anticipación del mañana gracias a la toma de recursos ajenos, lo que supera toda restricción cuantitativa referida a los recursos propios. Así, y bajo la premisa de una mayor velocidad, el ex-presidente forjó la economía y la política económica que caracterizó su gestión. Primero, eligió una política de gasto acelerado de consumo e inversión, sin formar reserva alguna de liquidez para enfrentar posibles contingencias. Segundo, estigmatizó, y despectivamente, toda política referida a tener algún grado de preferencia por la liquidez, por disponer de uno u otro «fondito». Tercero, forjó déficit fiscales e inició el proceso de re-endeudamiento externo para superar toda insuficiencia interna de ahorro o de ingresos fiscales. Cuarto, creó la expansión de la deuda externa de la mano con la tendencia al incremento del precio internacional del crudo, particularmente entre 2010 y 2014. Y, quinto, vió en el propio crecimiento de la deuda externa la fuente de liquidez para afrontar cualquier contingencia del mercado mundial o de la naturaleza, jamás con recursos propios. Explicable porque el mercado mundial es una plétora de liquidez pero temeraria e imprudente porque los mercados no aman a nadie. Unos y otros hablan de una inversión que oscila entre 70.000 y 90.000 millones de dólares y, sin embargo, hoy ingresa al país menos dinero que antes por las exportaciones y todavía no surge una nueva producción de exportación que haga las veces de la locomotora del crecimiento de la economía. Fue a partir del 2015 que se inició la fase contractiva del ciclo de la deuda externa. Las exportaciones cayeron, particularmente se derrumbó el precio del petróleo, el crecimiento desapareció y su reaparición fue precariamente susurrante, la tendencia al déficit comercial no amainó, las salvaguardias lograron poco, se perdieron ingresos similares a un año entero de exportaciones, como ajuste el gobierno usó la tarjeta de crédito y la deuda externa subió. Llegó la noche, advino el terremoto y la salida de capitales siguió. Es en el curso de esta segunda fase que él renunció a una nueva postulación para presidente y se fue, a pesar de las demandas de Rafael contigo siempre, y Lenin Moreno lo reemplazó. Así se le hizo posible eludir la traición ante sí mismo para atribuirla al comportamiento ajeno, no a su política, no al ciclo del endeudamiento externo. Si no se hubiera ido el Moreno fuera él. La Carta de intención deriva de este proceso, no de otro. No es casual que Alfredo Castillo advierta: » El concepto deuda social, trampa artificiosa para ampliar el futuro, ubica al acreedor como víctima del anonimato en una masa impotente y al deudor en protagonismo de presidentes que pagan sin ser responsables a los acreedores, no importa quién o quiénes sean. La expresión deuda social incorpora al tecnócrata común al reino financiero, único reino democrático, y allí descubre al pueblo acreedor, acreedor bueno y víctima. Esta denominación protege el significado real de la deuda externa, al asimilar una estructura de poder deudora en la que quepa el pueblo acreedor, círculo de denominaciones destinado a ocultar la función de la explotación del sistema a través de las relaciones crediticias-financieras». Un sistema de subordinación, de subordinación de presidentes que pagan, pagaderos ante el pueblo acreedor y, a la vez, pagaderos ante los capitales financieros internacionales. Por esto es que el tercer pilar de la Carta de intención recoge los buenos deseos de promover la igualdad de oportunidades y proteger a los pobres y vulnerables, como si austeridad y altruismo fuesen altamente compatibles. En el 2006, el servicio de la deuda externa pública era mayor al gasto social. $3.784,4 millones frente a $1.976, 1 millones. En el 2009, esto era al revés. $ 1.286.6 millones respecto a $4.864,0 millones. En 2.013 esto se profundizó: el gasto social fue de $8.396,3 millones y el servicio de la deuda externa pública llegó a $3.290,5. Tres años después, en 2016, el servicio de la deuda externa pública volvió a ser mayor al gasto social: $ 8.133,8 millones ante una cifra similar a la de 2009 de gasto social. Hoy, 2019, no es diferente de 2016. Fondos asignados a salud y bienestar social: $4.200,0 millones. Y al pago del servicio de la deuda externa pública, $ 8.000 millones. En el balance, el sistema pesa, y su peso tiene que ver con el re-endeudamiento del país, con la actual fase del ciclo de la deuda y con la obstrucción al ciclo de las compras a crédito. Ecuador es un país en ciernes y su mayor tragedia, no tener moneda. propia.

 

 

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Soy W. Miltón Castillo, toco la bateria en una banda de Rock and Roll, en mis tiempos libres me dedico a escribir.

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