Argentina frente a la recesión geopolítica y la dinámica bipolar

El mundo de Alberto. ¿Qué mundo le toca? ¿Qué mundo nos toca? Los próximos artículos que publicaremos en Panamá indagan ahí, a través de la mirada de amigos y colegas que nos permiten construir el borrador de un mapa global que no nos puede hallar ilusos. Hace cuatro años llegaba al poder un presidente y un proyecto político cuya promesa podía resumirse en ese mantra repetido: «integrarnos al mundo». Pero pasó lo peor: nos fuimos a integrar a un mundo que discutía, justamente, su integración. Guerras comerciales, inmigración, muros y armas a los ciudadanos. Se nos enfrió el vainilla late en la mano. El próximo presidente parece más realista y menos eclipsado por esa abstracción global. Los textos que publicaremos estas semanas serán un aporte modesto a la conversación de un país que aprende siempre la lección: integrarnos es de adentro hacia afuera y no de afuera hacia adentro. No se trata, no se trató nunca, de disolvernos en el mundo. Pasen y lean.
Esteban Actis / Nicolás Creus @actis_esteban / @creusnicolas Esteban Actis es Dr. en Relaciones Internacionales/Profesor de Política Internacional Latinoamericana (UNR). Nicolás Creus es Director de Estrategia Global en Terragene SA / Profesor Política Internacional Argentina (UNR).

Mirar al mundo 

Las elecciones ya pasaron, y más allá de las discusiones sobre mayorías y minorías electorales lo que resulta claro es que el próximo gobierno de Alberto Fernández enfrentará en su primer año un complejo escenario internacional, signado por una recesión geopolítica que impulsa y torna probable una recesión económica, configurando así una posible y peligrosa “doble recesión externa”. De este modo, la nueva administración deberá rápidamente comenzar a resolver los desequilibrios macroeconómicos y despejar el horizonte de la deuda soberana, en un contexto internacional sumamente desafiante e incierto. La buena lectura de la dinámica externa será un punto clave e imprescindible para maximizar oportunidades y reducir amenazas.

A diferencia del plano doméstico, en donde las variables que intervienen son en muchos casos maleables y el gobierno dispone de un amplio set de herramientas para influir y condicionar el desarrollo de las acciones, el entorno macro internacional es algo que viene «dado», sobre todo para los países periféricos y en desarrollo como es el caso de Argentina, que disponen de una escasa -o más bien nula en muchas dimensiones- capacidad para influir sobre el curso de los acontecimientos que ocurren más allá de sus fronteras.


Por esta razón, la comprensión acerca de la estructura y la dinámica de funcionamiento del orden internacional es fundamental para adecuar las decisiones políticas al margen de maniobra potencial disponible en cada momento o situación. El error en este cálculo, sea por defecto o por exceso, es altamente perjudicial y problemático para cualquier Estado pero sobre todo para aquellos con menor poder relativo. De este modo, mirar al mundo en pos de no subestimar ni sobreestimar los márgenes de maniobra existentes en un contexto volátil e incierto, será clave para la inserción internacional del próximo gobierno.

RECESIÓN GEOPOLÍTICA Y SU IMPACTO EN LA ECONOMÍA INTERNACIONAL

El orden internacional actual transita por un proceso de “recesión geopolítica” signado por la conflictividad e incertidumbre en la política internacional. Este fenómeno se explica, principalmente, por una mutación simultánea en la estructura del poder mundial y en los fundamentos políticos, ideológicos y normativos del orden, a saber: nueva bipolaridad emergente y crisis del orden internacional liberal. Vale recordar que en la historia de las relaciones internacionales, cada vez que se producen movimientos y alteraciones en la estructura del poder global a nivel estatal, la conflictividad suele ser la norma.

El incipiente orden multipolar que emergió durante la primera década del siglo XXI resultó algo engañoso puesto que estuvo más vinculado a la dimensión del poder relativa a la autonomía y no tanto a aquella relativa a la influencia. En otras palabras, las denominadas “potencias emergentes” –Brasil, India, Rusia– reforzaron su capacidad para resistir presiones externas (autonomía) pero sin lograr cambios significativos en su poder para moldear acontecimientos y resultados a escala global (influencia). EEUU convivió fácilmente con aquel escenario y lo usufructuó para salir de la gran recesión de 2008.

Quien sí logró aumentar “poder como influencia” fue la República Popular de China, exhibiendo una notable transformación de la riqueza en poder, muy palpable desde la conducción de Xi Jinping. Entre 1998 y 2018 China multiplicó por 14 su PBI –de 1 trillón a 14.1 trillones–  y se convirtió así por lejos en la segunda mayor economía del planeta, al tiempo que se transformó además en el principal acreedor del mundo como consecuencia del constante y enorme superávit acumulado de su cuenta corriente-. La riqueza derivó en “poder” con la decisión política –capacidad económica mediante– de mudar de un modelo intensivo en mano de obra a otro intensivo en conocimiento. La actual disputa de las empresas chinas por la delantera en la denominada 4ta Revolución Industrial (Inteligencia Artificial, Internet Cuántica, robotización y automatización, 5G, etc.) alteró el funcionamiento de las cadenas globales de valor, disputando con Occidente –principalmente con el capital estadounidense– el monopolio del “saber hacer”.

China se convirtió en el único Estado, además de EEUU, con capacidad de ofrecer bienes públicos a escala global. La decisión de movilizar su ahorro a través del financiamiento externo en pos de crear una infraestructura china para el desarrollo de alcance planetario –Belt and Road Initiative–, representa sin lugar a dudas una muestra clara de la nueva bipolaridad emergente. Hoy el mundo parece circunscrito al debate entre el atlantismoy la Nueva Ruta de la Seda. Las tensiones comerciales entre EEUU y China son la punta del iceberg de una disputa sistémica más amplia.

De este modo, estamos siendo testigos de la emergencia de una nueva bipolaridad –o al menos de un bilateralismo preponderante– que resulta altamente explicativa de la dinámica internacional actual. Esta bipolaridad emergente tiene características distintas respecto de aquella experimentada entre EEUU y la URSS durante el período de la denominada “Guerra Fría”. Esta última ciertamente fue una experiencia de bipolaridad, pero no la única posible. La disputa entre EEUU y China es trascendental y determina un clima de época.

Aunque existen también otros factores, los cambios referidos en la estructura internacional y en su dinámica han coadyuvado a erosionar la arquitectura del orden internacional liberal, cuyos cimientos datan de la segunda posguerra. El apego al multilateralismo y a las instituciones internacionales, la confianza en el libre comercio y en la integración entre las naciones como así también el apoyo político a la globalización fue el “paquete” que el mundo desarrollado defendió y propagó durante largo tiempo. No obstante, en los últimos años emergió un aspecto novedoso, a saber: el cuestionamiento desde los propios centros del poder mundial hacia varios de esos principios e instrumentos basales del orden liberal, impulsado sobre todo por un malestar cada vez mayor para con sus resultados.

El auge del conservadurismo popular y de la denominada strongman era, desnuda no solo el cuestionamiento a la “condición liberal” de las actuales democracias, sino también a la “condición liberal” del propio orden internacional. En términos retóricos y simbólicos, la batalla es contra el “globalismo”. Como bien señaló Donald Trump en la última Asamblea General de Naciones Unidas, “el futuro no le pertenece a los globalistas, sino a los patriotas”. El orden iliberal que por momentos se proyecta parece tener más bilateralismo, más frontera, mayor mercantilismo, menor confianza en los organismos y foros internacionales, menos bienes públicos a ofertar y por supuesto, menos globalización.

Escenarios posibles e implicancias para Argentina

La recesión geopolítica y los peligros de una consecuente recesión económica global conforman un contexto internacional de carácter restrictivo en donde la variable de ajuste es la relación entre EEUU y China. Por su preponderancia, la evolución de este vínculo bilateral es clave para la estabilidad financiera internacional y para el crecimiento global. Es posible identificar dos escenarios extremos entre los cuales podría fluctuar la interacción entre las potencias, con implicancias sustancialmente diferentes para el resto de los actores del sistema y para el propio orden internacional como estructura, a saber: un escenario de “bipolaridad rígida” –signado por tensiones crecientes y una rivalidad abierta entre los polos de poder– y otro de “bipolaridad distendida” –con primacía de la cooperación entre las potencias para la gestión del orden mundial–.

El escenario de “bipolaridad rígida” es naturalmente el más desafiante para el mundo y sobre todo para los Estados periféricos y en desarrollo, en particular para aquellos con alto grado de vulnerabilidad y exposición externa como Argentina. Si aumenta la tensión entre las potencias, aumentan los niveles de aversión al riesgo, lo cual provoca salida de capitales desde la periferia y un aumento del costo financiero, con presión cambiaria y devaluaciones en los mercados emergentes. Los flujos comerciales y de inversiones directas también se contraen y en consecuencia las proyecciones de crecimiento se vuelven más sombrías.

Todo lo referido atenta contra las necesidades inmediatas de Argentina que podemos resumir en dos grandes temas íntimamente vinculados: encauzar la cuestión de la deuda y corregir los desequilibrios macroeconómicos. En lo que refiere al primer punto, la calma en los mercados financieros es fundamental para una resolución rápida que permita bajar el riesgo país y mejorar el horizonte tanto para la refinanciación de los futuros vencimientos como para el acceso al crédito de los distintos agentes económicos que operan en el país. En cuanto al segundo punto, además de la calma en los mercados financieros, es fundamental el desarrollo de la variable comercial y el recupero de la capacidad exportadora. Un contexto de recesión global –económica y geopolítica– obviamente atenta contra esto, en tanto que aumenta la incertidumbre e impide el despegue de las exportaciones independientemente de los saltos devaluatorios y de una mejora en la competitividad sistémica del país. En conclusión, en un escenario de “bipolaridad rígida” el margen para la recuperación es sustancialmente menor.

Este escenario podría volverse incluso más adverso en caso de llegar al extremo del “desacople” entre las potencias, lo cual derivaría en una recesión global profunda. Este es el peor de todos los escenarios posibles. No obstante, la extendida interdependencia económico-financiera y los altísimos costos que eventualmente se desprenderían de un proceso de tales características operan como contención y reaseguro. La globalización no conoce antecedentes en donde dos enormes socios comerciales hayan entrado en un proceso tal de rivalidad geopolítica capaz de revertir y desandar los niveles de interdependencia alcanzados. Hasta ahora, las partes no se han atrevido a traspasar límites críticos como la extensión de la disputa al plano financiero y monetario. Más allá de algunos amagues, no se ha llegado aún a una guerra divisas abierta y decidida. A cada pico de tensión siempre siguió un momento de distensión.

Lógicamente, el escenario de “bipolaridad distendida” es el más conveniente para la realización de las necesidades de Argentina. La aversión al riesgo se mantendría en niveles razonables y suficientes para garantizar estabilidad y evitar reversiones cuantiosas en los flujos de capitales, el costo financiero se mantendría en niveles relativamente bajos en términos históricos, sin peligro de disparadas repentinas asociadas al riesgo político y por último, no cabría esperar fuertes disrupciones en los flujos comerciales y de inversiones. Más aún, si la distención se sustentara en acuerdos concretos sobre los temas de fondo que hoy separan a las potencias, tendría lugar una fuerte reactivación del crecimiento global, impulsada por un shock de confianza y expectativas renovadas.

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