Cambio climático y seguridad internacional, una nueva relación

Por Pablo D. Bejarano Torrecillas

Una colaboración de la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México

El mundo globalizado e interdependiente moderno, tan celebrado por sus avances y crecimiento económico, parece tener un aspecto del que no se puede estar del todo satisfecho. Hoy, la humanidad está pagando con creces las ganancias que obtuvo al cambiar sus actividades económicas y sus fuentes de energía. El desorden ecológico ocasionado por el mismo hombre, al creerse dueño único del mundo sin darse cuenta de que es solo una especie más, han causado daños generacionalmente irreversibles, que pueden poner en riesgo su propia existencia.

Los autores que proponen vincular los problemas ambientales con la idea no tradicional de seguridad, tienden a rechazar la concepción estatocéntrica y militarizada que dominó la agenda internacional durante el periodo de la Guerra Fría. A partir de ello, impulsan una visión de seguridad que va más allá de la protección de un Estado frente a las potenciales agresiones externas, al argumentar que existen problemas ambientales en todas las esferas; es decir, mundiales, regionales y locales, que representan una verdadera amenaza a la salud y el bienestar de los individuos de cada país, por lo cual es de interés común y no solo de los Estados, evitar la degradación ambiental.

El conflicto frente a las vertientes teóricas

Para poder sustentar lo anterior, es necesario hacer un especial hincapié en tres vertientes teóricas de las Relaciones Internacionales. En primer lugar, se encuentra la teoría del realismo político, paradigma fundamental en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuya finalidad principal es explicar las relaciones entre los Estados en términos de lucha por el poder. Para estos teóricos, la estabilidad en el mundo únicamente es posible por medio de lo que denominan como equilibrio de poder entre dos potencias. En la persecución de sus intereses nacionales, los únicos actores son los Estados, por lo que su concepto de seguridad hace referencia únicamente a la protección militar e integridad territorial.

En primera instancia, su propuesta desecharía por completo la problemática medioambiental. Sin embargo, existe una delgada línea de justificación al denotar que los realistas caracterizan al mundo como un lugar de recursos finitos e insuficientes. Por ende, debido a que son escasos, la lucha por los recursos naturales tiene un gran potencial para el conflicto; es decir, el poder recae en aquel que posee dichos recursos.

La consolidación de asuntos ambientales en la agenda internacional y la relación de medio ambiente con la seguridad se ha convertido en un tema de discusión política y académica.

En segundo lugar, se encuentra la teoría idealista, contraposición exacta al realismo político. Los idealistas, al contrario que los realistas, ubican a la cooperación como base de las relaciones humanas y, consecuentemente, aceptan la idea de supranacionalismo así como la existencia de actores no estatales. Bajo ese presupuesto es posible entender la problemática ambiental como una contrariedad que debe ser atendido bajo la perspectiva de cooperación por los Estados, organizaciones no gubernamentales y corporaciones internacionales.

A partir de las dos perspectivas teóricas anteriores, nace la teoría de la interdependencia compleja, que afirma que no existe una jerarquía de temas en las Relaciones Internacionales; es decir, se deben de tomar en cuenta todos los factores tecnológicos, económicos, ambientales, culturales y financieros como aspectos relevantes de las relaciones entre los Estados. Su adaptación implica llevar a cabo ajustes en las relaciones entre los países (dada la complejidad del problema), en especial entre el mundo desarrollado y el mundo en desarrollo. Por ende, ninguna nación puede aislarse de las diversas formas de degradación ambiental que se producen en otras regiones; es decir, los efectos de los daños son generalizados. Lo anterior demuestra la vigencia y la necesidad de tratar el tema medioambiental como un asunto de seguridad internacional, ya que, si bien no se trata de hacer frente a amenazas militares (concepción tradicional de seguridad), se trata de afrontar de manera colectiva, un problema que afecta todos los rincones del planeta, desde aquellos más desarrollados a aquellos menos beneficiados.

Seguridad y medio ambiente

Tanto en las Relaciones Internacionales como en las políticas de seguridad, el término de seguridad como tal, es entendido como ausencia de conflictos violentos y la permanente existencia, integridad y soberanía de los Estados, así como la coexistencia pacífica de las naciones en el sistema internacional. La consolidación de asuntos ambientales en la agenda internacional y la relación de medio ambiente con la seguridad se ha convertido en un tema de discusión política y académica a partir de la década de 1970. Sin embargo, Jessica Tuchman Mathews sería la que, con base en estadísticas convincentes relacionadas con el crecimiento poblacional, sobreexplotación de recursos naturales, extinción de especies, y deforestación, propuso por primera vez la necesidad de ampliar el término de seguridad nacional.

Podríamos volver la mirada dos, 3 siglos atrás y darnos cuenta de la marca que ha dejado el ser humano en todo aquello que toca: conquistas asimétricas (Estados Unidos, Latinoamérica), guerras obstinadas (Primera y Segunda Guerra Mundial), genocidios degradantes (el Holocausto, Armenia, Camboya y Ruanda). Un siglo después, no conformes con haber tomado tan pobres decisiones, nos enfrentamos a una nueva problemática autogenerada: el cambio climático, la catástrofe del siglo XXI.

Los intentos de elevar la problemática medioambiental al nivel de seguridad internacional no son del todo descabellados al contar con una base causal evidente y amplia. De acuerdo con lo presentado en el Reporte de Seguridad de Múnich de 2018, se confirmó que 2017 fue el año más caluroso, además de haber sido afectado por numerosas tormentas, sequías e inundaciones. El progreso hacia un futuro sostenible va demasiado lento, ya que muchas partes del mundo están siendo severamente afectadas por el cambio climático y la degradación ambiental: el cambio climático se está moviendo más rápido que nosotros.

Se debe contemplar la posibilidad de dirigir al menos parte del gasto militar a las necesidades ambientales.

Por un lado, entre 2006 y 2016, un promedio de 21.8 millones de personas se vieron forzadas a desplazarse a consecuencia de eventos climáticos extremos, la mayoría de los cuales se encontraban viviendo en países con ingresos bajos cuyas posibilidades de ser desplazados es cinco veces mayor a aquellas personas de países con ingresos altos, lo cual puede resultar en el auge de una nueva crisis humanitaria. Por el otro, existe una correlación positiva entre el cambio climático y el alza en conflictos violentos afectando directamente la economía, seguridad y sistemas políticos locales.

Tan solo en 2018, la organización británica Christian Aid, publicó un informe en el que identificó diez sucesos climáticos extremos, cada uno de los cuales causó daños mayores a los mil millones de dólares: los huracanes Florence y Michael (32 000 millones de dólares), los incendios en California (13 000 millones de dólares), las sequías en Europa (7500 millones de dólares), las inundaciones en Japón (12 500 millones de dólares), las sequías en Argentina (6000 millones de dólares), las inundaciones en China (9300 millones de dólares), las sequías en Australia (9000 millones de dólares), las inundaciones en la India (3700 millones de dólares), las sequías en Sudáfrica (1200 millones de dólares) y el tifón Mangkhut en China y Filipinas (2000 millones de dólares).

El cambio climático es, y debe ser tomado en cuenta como un nuevo rubro dentro de la definición de seguridad nacional e internacional al ser un problema en el que debe existir cooperación internacional e interorganizacional. En la actualidad hablar de seguridad no es únicamente tratar temas militares, por la simple razón de que las consecuencias ambientales de los conflictos militares son muchas veces mayores que su componente militar en dónde la presencia de productos químicos o la refinación de petróleo en una zona de conflicto puede causar una catástrofe ecológica en los países vecinos.

Equilibrio entre lo ambiental y lo militar

La problemática a la que nos afrontamos no sólo es evidente sino urgente. La historia nos ha demostrado que no hay límite a la cantidad de energía que produce en planeta, en dado caso la única limitante que tenemos es aquella que establece nuestra ignorancia. Solo por mencionar un aspecto, la energía anual trasmitida por el Sol hacia la tierra supone 3 766 880 exajulios. Todas las actividades e industrias humanas juntas consumen cerca de 500 exajulios anuales, lo que equivale a la cantidad de energía que recibe la Tierra del Sol en solo 90 minutos. Es por ello, que la inversión para la generación y almacenamiento de energías alternativas debe ser un aspecto fundamental en las políticas publicas de los países para que nos permitan movernos más rápido a energías limpias.

Con lo anterior, no se busca dejar de lado la totalidad del gasto militar, punto focal del concepto tradicional de seguridad. Sin embargo, sí se debe contemplar la posibilidad de dirigir al menos parte del gasto militar a las necesidades ambientales, ya que esto podría cambiar radicalmente la situación en los países que participan en conflictos militares. El gasto ambiental no solo generaría confianza en los países afectados por el conflicto, sino que también proporcionaría un poderoso impulso a la economía, a la vez que mejoraría la salud y la calidad de vida de las personas.

Inundaciones, incendios, deshielos y alza en el nivel del mar que generan desplazados con impacto directo en las políticas migratorias de cada Estado, y sequías que incrementan las tasas de malnutrición, enfermedades diarreicas, dengue y malaria principalmente, impactando enfáticamente en las políticas y programas de salud de cada Estado, son aspectos inequívocos por lo que, tanto los académicos (realismo, idealismo e interdependencia), como los políticos, deben considerar ésta problemática como algo fundamental en términos de seguridad.

El gasto global de seguridad militar a menudo resulta en inversiones masivas para contrarrestar amenazas altamente improbables a la seguridad nacional. Enfoquemos nuestros esfuerzos en el desarrollo de tecnologías que nos permitan salvarnos y salvar nuestro planeta en vez de empeñarnos en gastar nuestro dinero en la creación de nuevas formas para destruirnos junto con nuestro único planeta.

PABLO D. BEJARANO TORRECILLAS es licenciado en Relaciones Internacionales con especialidad en temas de Seguridad Internacional y maestrante en Administración Pública por la Universidad Anáhuac México, donde es Coordinador de la Facultad de Estudios Globales. Sígalo en Twitter en @pablo_bejaranot.

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