Nadie ‘ayundó’ al Homo sapiens de la Orellana

Para los perezosos: El espacio urbano puede ser un arma letal para quienes –por distintas razones– terminan postrados en calles o veredas. Quito, que no es un sitio amigable con los ‘caídos’, y las inexistentes políticas públicas al respecto, nos obligan a detenernos y resolver el asunto con nuestras manos.

LIENZO presenta esta crónica escrita por: Sergio A. Poveda.

Quien crea tener o no alguna misión en la vida, con seguridad cumple papeles variados en la imaginación de la gente. Al menos, ese fue el caso que aconteció el pasado lunes, 9 de diciembre en la Av. Orellana y 9 de Octubre de Quito.  “Es un electricista”, “no, un desmayado”, “un viejo que han dejado botado afuera del garage”, “qué va, el man está suplicándole a la ‘ñora’ que no le deje” –adivinaban los transeúntes.

Alrededor de las 15:00, junto al almacén Glamorous, un hombre de azul, plop, se desplomó como las Torres Gemelas frente a la puerta blanca de una propiedad. Su gorra del Manchester United reposaba sobre el muro. Los viandantes caminaban sin darle importancia. Y la escena se complicó: el rugido de los automotores pasó a segundo plano, pues los ‘guardianes de la casa’ gruñían –amenazantes– al hombre caído. En cambio, desde la paz del patio, detrás de los perros, Mery J., la empleada, agitada, ordenaba “¡agárrenle! Siéntenle en otro lado, no le gusta a mi jefa”.

-¿Por qué no llaman al 911?, –se extrañó alguien.

-A mis patrones no les gusta esas cuestiones, –replicó con descomedimiento. Eso sí, –agregó–, se le ve morado, le falta el aire.

Esto transcurría  en las coordenadas 0°11’47.7’’S 79°29’33,8’’W (a  veinte metros de la sede del actual Alcalde, cuyos ventanales subrayan “QUITO NECESITA AYUNDA”). Al fin, pocos transeúntes se atrevieron a ‘ayundar’.

Primero, se negaron a hacer el ‘levantamiento’, porque “¿y si después del veredazo se rompió un hueso?”, dijo Alfonso Bermeo, guardia del restaurante Gran Comida China. Con él, una mujer y ‘Tuco’, cuidador de carros, quisieron verificar si el hombre respiraba. Cautivada por la delicada escena, Juanita Díaz (60) agachó la cabeza y dijo: “ha sido un borracho nomás”. El ‘caído’ se movió y escupió fuego: ¡Cuál borracho, vieja hijueputa! Los otros sonrieron.

-¿Dónde se encuentra el señor? ¿Cómo se llama? ¿De qué edad parece?, –componía el cuadro la operadora del 911.

-Dígale que parece un Homo sapiens, pero que vengan. ¡Ya! –sugirió ‘Tuco’.

Debajo de la nuca del ‘caído’ se inflaba un costal. Al estirar la mano hacia la base de fierro, le ‘bombardearon’ ladridos. Llevaba botas negras de caucho, ropas de tela jean con abalorios blancos en las bastas y las mangas, también colgaban bolsas plásticas de su bolsillo trasero y las siglas “EPMMOP” (Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas) sobresalían a la altura del hombro. Al llamar a la entidad, la contestadora de vocecita femenina indicó: “Si desea informar una emergencia marque 1”. Después timbró inútilmente un teléfono.

Cuando las nubes trepaban entre sí, el sol decembrino se abría paso pegando en media calle, llegaba el tufo de la gasolinera esquinera y una moto policial pasó volando. En la vereda, el ‘caído’ parecía cualquier tipo de reptil menos un alma humana. No despedía el olor agrio del alcohol, tenía los pómulos hinchados, luchaba pero le vencía el peso de los párpados y ponía la cara de los que penden entre el delirio y la alucinación. “Capaz le dieron pepazos de escopolamina”, sospechó el guardia, “o se pegó alguno de esos tragos que noquean”.

Daban las 4 pm, el ruido de la sirena crecía y por la Orellana subió la ambulancia dos veces, sin notar los llamados que los transeúntes hacían con los brazos.

Aparecían colas de estudiantes del Colegio Dillon que veían al ‘caído’, producto de millones de años de evolución vuelto una cosa más en la vereda: ¿no es tu tío, ese man, ve?, rieron. La ambulancia atinó, reanimaron al hombre, luego personal del EPMMOP vino por él.

Tal vez el hombre era uno de los 900 mil ecuatorianos que consumen alcohol –según datos de INEC–, otro de los ‘caídos’ que se avistan en Quito, alguien que cedió ante la debilidad humana y necesitaba un tiempo de soledad. Sea como sea, su ‘descanso’ fue casi letal a la luz del día. La gente esquivó sus piernas largas como a los chicles derretidos del concreto. Se salvó del destino desafortunado de cualquier animalito racional (o no) que pierde la conciencia en esta ciudad: o te asaltan, o te das un madrazo, o te madrean, o te consume la hipotermia. La solidaridad es un bicho raro. Al no ser un sitio amigable con los ‘caídos’ ni haber políticas públicas al respecto, una persona en el suelo es un ancla de una nave invisible que nos obliga a detenernos y tomar el asunto con nuestras manos.

Acerca de Sergio Poveda 18 Articles
Se graduó en Relaciones Internacionales en la Universidad de Lindenwood, EE.UU. Explora la vida urbana y la cultura. Inició su carrera con temas sociales en "El Telégrafo". Reportó para "The Legacy". Con agudeza documentó la vida universitaria para "USA TODAY." Reconocido internacionalmente, sus logros incluyen el Premio de la Hispanic Culture Review en 2021 por su serie "Quito Enjaulado" y el International Photography Award del Missouri Consortium en 2016. Su documental "Where Walls & Windows Speak" fue finalista en el IILA-Cinema en 2021, revela la tragedia de Mike Brown, asesinado por un policía. Sergio es miembro del New York Institute of Photography. NYIP Membership Badge

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