Chop Suey: un mercado de carne y de almas

Una literatura ecuatoriana de crónica roja

 

«Tenía, tristes, esparcidos sobre el pecho, gusanos de muerte, grandes, blancuzcos, entre esa carne marmoteada, asquerosamente ya no carne. Se había quedado cadáver, por no decir solo, porque solo nadie podría saber desde cuándo estaba; dos semanas atrás en la tina: muerto. Todo lo que rozaba el agua se había descompuesto antes, así que las piernas ya no se distinguían en esa gelatina claroscura, verdosa y densa, y las rodillas apenas se mantenían en el aire, váyase a saber por qué; la nuca se había hundido en el consomé y los huecos vaciados de los ojos se proyectaban quietos y fijos al techo descascarado del baño.»

Sebastián Oña, Chop Suey 

(Este texto, al que se ha realizado pocas modificaciones, fue preparado para la presentación de la novela Chop Suey, en la Feria Internacional del Libro de Quito, en el mes de noviembre de 2017.)

La novela del escritor y crítico de literatura, Sebastián Oña (Quito, 1981), Chop Suey, determina los dos extremos del universo que se impone en su narrativa, desde exactamente el principio. A modo de anuncio y de símbolo, la forma de aquella figura esotérica del animal que se come la cola (ouróboros): un ciclo eterno, violento e inútil, entre el Putumayo bombardeado por aviones de guerra, y el Trébol —«se fue el relleno con el crecimiento del Machángara y se cagó todo (literal)». Eterno, violento e inútil como la vida y la muerte. Pues es la breve e intensa existencia o representación de unos personajes en torno al medio de crónica roja en que trabajan.

Esto significa algo más que la evidente sensibilidad técnica y la destreza artística del escritor, tratándose de una novela de tipo social y realista, en cuya ficción revela y denuncia más que cualquier noticiero televisado o periódico de factura decente… sin habérselo determinado desde un principio, sin un propósito expedito, sino como un efecto del mensaje del que ningún texto se puede escapar. La novela va descubriéndose a sí misma en la marcha, mientras se realiza y a través de las posibilidades de unos elementos preestablecidos.

Apuesto también a algunas experiencias personales: el autor, cuando universitario hizo pasantías en el periódico Extra en la ciudad de Quito, medio impreso y bandera del sensacionalismo mórbido. Así conoce de primera mano las técnicas, los estilos, los fines de un medio de aquel estilo, y también a los componentes humanos, no solamente del medio, sino del edificio: desde distinguidos cubículos para las tareas de trabajo, como la relación con guardias y conserjes. Y el «arte» de conmover, el negocio de la desgracia y la pasión por lo morboso, por la nota patriótica, sacarle el jugo a un escándalo todo lo que pueda durar; de ahí una inmensa sospecha de mediocridad. Las tardes de lluvia, encerrado en las oficinas del medio, tediosas, lentas, aburridas a veces, en que se redacta crónicas, se revisa imágenes y se elucubra el nombre de una noticia bomba. Todo aquello entre el tipeo de las máquinas.

Los Johnny Peguches, Medinas, Osorios, los Gordos que conducen el jeep del periódico, los Luchos y Silvitas fotografiando muertitos, casi existen. Casi. Casi viven y casi comparten el mismo mundo con las Jennys putas del Oriente, de Lago Agrio y Tarapoa (los Johnnys y las Jennys casi se llegan a amar). Los Belmonte, también conocidos como el Belmont, el Memo y el cazador (o simples desenterradores, cuando no detectives). Los Don Marcial chulos mafiosos, que viven de la trata y quién sabe de qué más de lo que el Johnny ni se quería enterar. Casi existen los chapas vecinos «rayas» vendidos… Y existen asesinos profesionales exportados desde Israel por Febres-Cordero, para que enseñen métodos de tortura eficientes y más sofisticados —como si eso pudiera ser—, como el Quilico, ahora dueños de empresas de seguridad y aun señores de la mafia.

A Chop Suey acude otro matiz de honestidad singular, consecuente con mi lista anterior, y son las expresiones con que está narrada esta novela. No se percibe una impostura o capricho del uso de «malas palabras», garabatos e insultos con una pretensión de llamar la curiosidad hacia un escándalo ilusorio, más propio de publicistas de televisión, forzándose las acciones y atenciones, bastante eficaz con espectadores de la tele y lectores incautos de diarios sensacionalistas o de revistas pornográficas y de espectáculo.

¿Cuáles son los límites sobre lo ilusorio o la impostura en la novela? La grosería de Chop Suey fluye sincera y con naturalidad, elegante y digna, entre estos personajes que nos recuerdan a estudiantes de medicina que van deformándose las sensibilidad por aquella necesidad de soportar las clases de anatomía, entre autopsias, sangre y vísceras, olores a descomposición, pestilencia a fin de cuentas y las maneras con que se soporta la aun contradictoria idea de la muerte, mediante chistes sórdidos e interacciones que tienen lo mismo de cariñosas, de guasas o de grotescas. Y siempre con mucho respeto y humor, eso sí.

Como una pincelada, y no brochazo con que improvisar un fondo difuso y de vulgar utilería, el autor alegoriza los detalles de las distintas narraciones anecdóticas con elementos de su propia memoria, infantil, juvenil y familiar. Son caracterizaciones sutiles, tratadas, modeladas psicológica y artísticamente, como si en distintas etapas ya las hubiera estado recolectando en un cofre, para al fin darles un solo lugar y juntándose en un escrito.

Me refiero a ellas, y cito: «El Doctor Oña abrió la puerta del consultorio. […] Estiró las manos sobre la mesa, las muñecas peludas aparecían por las mangas del mandil». Eso lo sabe quien haya pasado de visita por el consultorio de nuestro querido psiquiatra… y padre del autor en su alter ego mortal. Pregunta el Lucho, el fotógrafo: «Doctor, y usted cómo es que aguanta los gases (lacrimógenos), y el otro le dijo que había trabajado quince años en la Pérez Guerrero y América y el Lucho pensó, ahhh, y pensó que seguro el Doctor estaba pensando, y porque no soy un marica…» Otra cita: «En ese invierno costeño se jugaba la Copa América. Mis tíos y mi viejo bebían cerveza prácticamente de sol a sol, mirando los partidos por la tarde.» Lo escribe a través del Osorio, terrateniente decadente e intelectual, venido a menos, al recordar la gloria pasada familiar. No hace falta decir que se trata de la mención a una finca por el sector de Quinindé.

Una, con lupa: «[…] nos contaba el abuelo, en los pocos momentos de buen humor que le conocimos». Y el numeral 19, el impresentable testimonio del «pana» atacado con un picahielos una madrugada, por un justiciero.

Chop Suey tiene un solo diálogo, el del numeral 5. El único. Pues, después de esta sola muestra, se dedica con genialidad a la narración de los diálogos, a su descripción y a la de sus monólogos en relación con una voz narrativa omnipresente, obteniendo un uso ejemplar de las técnicas polisémicas.

De las historias que se desarrollan en esta tragicomedia, entre varios momentos descritos con meticulosidad, muchos son solamente la descripción de un instante, y dentro de sus tres partes constitutivas, resaltan la historia de amor del periodista Johnny Peguche con la prostituta Jenny del Oriente; las desdichas del escritor fracasado, pedante y alcohólico, Osorio, entre la temprana viudez y las memorias de su amado fantasma, al cuidado de sus tres gatos y de su padre loco, y la imprescindible figura y entrada en escena del detective Sebastián Belmonte, que lucha, se esfuerza por entrar en esta historia, no tan solo como pesquisa y observador de Johnny Peguche, sino hasta llegar a encontrar un destino en la misma, obteniendo además de una corporeidad, unos movimientos y unas ideas sistematizadas, un alma sensible, que padece neciamente, a la figuración del Laertes hermano de la Ofelia shakespeariana.

Vuelvo a apelar, para culminar este comentario, al significado esotérico de aquel animal que se come su propia cola, en relación de una novela que determina su dinámica entre las noticias de las bombas en el Putumayo y el deslizamiento del relleno del Trébol al arrastrarlo todo las aguas negras del Machángara, en la intensa y breve existencia de unos sujetos vinculados al medio de crónica roja, con una sola acotación: la relación entre la vida y la muerte es eterna, violenta e inútil. En Chop Suey estas variables logran tomar claridad en un texto ciertamente estremecedor, que avade los juicios valorativos y moralistas, para describirnos a su modo singular, original y de manera profunda, la peligrosa emotividad humana y el devenir absurdo de unos personajes cualquiera, volviéndose así una novela altamente sensible y extrañamente conmovedora, apelativa al pathos clásico y trágico, en que se critica la flagelación que impone la sociedad, la vida y la realidad, sobre la carne y el alma.

Acerca de Esteban Poblete 86 Articles
Corrector, editor y escritor. Tiene publicaciones en poesía, relato y novela. Realiza crónicas, entrevistas, artículos y reportajes para varios medios. Maneja la página de servicios de corrección y productos escritos UMBRA Ediciones.

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