Y otra  vez la euforia electoral para que todo siga en su eje

Se supone que un acontecimiento como el de octubre, que conmovió las fibras más delicadas de la sociedad ecuatoriana, tendría que abrir en nuestra práctica política un paréntesis temporal, que suspenda ese continuo mecánico en el que todo funciona para que nada cambie y así se asegure la repetición compulsiva de las mismas taras políticas que generaron la ira popular que gritó en octubre.

Por: Natalia Sierra.

Sin embargo, las élites políticas no tienen ninguna capacidad de sintonizar con la sociedad, ya sea porque no les interesa en absoluto sus demandas, porque sus intereses particulares de grupos y/o  estructuras son primero, porque buscan el poder por el poder y no como posibilidad de construcción de vida social, o simplemente por inercia mental. A cuatro meses de las protestas de octubre, en lo único que piensan y para lo único que se preparan es para el nuevo ciclo electoral, que no es más que la repetición idéntica de los anteriores. Para unos y otros, octubre solo es una posible plataforma electoral que permitirá construir las ofertas de campaña, con las cuales competirán para ganar la administración de un Estado cada vez más extraño a la sociedad.

Es difícil creer que las élites políticas aún oferten su sistema electoral como salvavidas político de la sociedad, a pesar de todas las denuncias de corrupción estructural que tiene ese régimen. Ya se preparan para negociar candidaturas, hacer alianzas, comprar campañas, buscar inversionistas, etc. y ni siquiera discuten la necesidad, al menos, de intentar sanear la democracia representativa que poco o nada tienen de representación. Las denuncias de malos manejos, opacidad, negociaciones bajo mesa en el CNE no cesan, independientemente de quienes ocupen las consejerías. Ya empezarán los inversionistas electorales a apostar por varias candidaturas para asegurar luego leyes y contratos favorables para sus negocios. Lo único transparente de este proceso es su conversión en un juego de casino, en el que las grandes empresas legales e incluso ilegales apuestan por las mejores candidaturas para asegurar su ganancia cuando éstas sean gobierno.

Más allá de la retórica que utilizan los distintos representantes de esta élite política, hay una cosa cierta: la democracia liberal representativa está tomada por la lógica del liberalismo económico. No se trata ya de la construcción de representación política de la sociedad en su diversidad, de lo que se trata es del extendido cálculo de la ganancia. Cuánto invierto en las maquinarias electorales y cuánto aseguro ganar a través del control administrativo del  Estado. Así, el Estado como nunca antes es el aparato a través del cual se asegura – ya sea a nombre de la inversión pública y/o de la monetización-privatización de los bienes públicos- la ganancia de las empresas inversionista de las campañas electorales y de los operadores gubernamentales que trabajan para ellas, y que fungen de representantes políticos de la sociedad.

Todo la complejidad social y  sus contradicciones que se evidenciaron con las jornadas de octubre y que obligaban a debatir temas tan urgentes e importantes para nuestra vida común (como: la creciente desigualdad económica y social, la riqueza concentrada, el empobrecimiento extendido, la corrupción institucionalizada, el desempleo estructural, las transformaciones en la estructura productiva, el deterioro de la producción y la vida campesina, la crisis ambiental, el histórico racismo, la xenofobia, la violencia a todo nivel, etc.) quedaron reducidas a las execrables negociaciones electorales.

Aparecen los viejos candidatos que no se dan por vencidos, los nuevos candidatos  que creen ser la solución, los fuera de juego que quieren sorprender, las estrellas de televisión y quizá ahora saldrá algunos influencers. Con sus sonrisas fingidas, con sus rostros de propaganda, con sus falsos discurso conciliadores o combativos; con su supuesta intención de hacer frentes patrióticos, alianzas nacionales, alianzas democráticas, alianzas de país, etc., que mágicamente den la solución a los problemas de la sociedad vía elecciones, que curiosamente repiten el mismo patrón desde hace 40 años.

En estos 40 años de democracia  he oído las mismas falsas ofertas, las mismas falsas promesas, en muchos casos los  mismos rostros y muecas, los mismos slogans de campaña. En estos 40 años he visto hacer alianzas execrables, cambiar de partido o movimiento como se cambia de calzado, he visto el deterioro paulatino no solo de la ideología, sino de la ética política, que es aún peor. He visto personajes pasar por todos los partidos desde los de derecha hasta los supuestamente de izquierda; he visto a muchos políticos hacerse ricos por su paso por el Estado, he visto a otros aumentar sus fortunas. Hemos sido testigos de enormes atracos a la riqueza social como fue la sucretización, el feriado bancario y la dolarización, la corrupta inversión pública del correísmo. Hemos sido testigos de cómo a través del Estado, vía victoria electoral, se ha transferido los bienes de la sociedad a manos privadas, se ha despilfarrado nuestros recursos, se han entregado nuestros territorios, se ha deteriorado nuestro medio ambiente y sobre todo se nos ha robado la esperanza.

Más allá del contenido de los discursos electorales de los distintos grupos que compiten por la administración del Estado, la forma electoral los junta, los hermana y, sobre todo, los hace cómplices del deterioro de la vida política y de la apatía de la juventud, que con toda razón no cree en esa mala comedia electoral. Una cosa es cierta, cada vez más la democracia liberal representativa es una escenificación política espectral. Allí están estos personajes de las élites políticas representando su creciente narcisismo, del cual lucra el capital electoral.

Es el momento de parar este estéril círculo electoral y alimentar la verdadera democracia, la democracia de los parlamentos populares plurinacionales, la democracia desde abajo, la democracia directa. Al menos eso debería ser la urgencia de aquellos que se dicen de izquierda, pues la izquierda no es un partido ni un grupo, menos una estructura, es la voluntad que mueve a la  sociedad en busca de sus mejores posibilidades humanas.

 

 

Acerca de Natalia Sierra 69 Articles
Natalia Sierra. Socióloga, activista de izquierda.  Su acompañamiento en los procesos de lucha de los movimientos sociales ha sido visible; es además profesora de la Universidad Católica.

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