Las ideas se decantan, se afinan, se enriquecen y se propagan polemizando. Polemizar es intercambiar y contrastar conocimientos, opiniones, análisis y puntos de vista. No implica, pues, violencia.
Pero sabemos que determinados asuntos levantan oleadas de agresividad primaria, es decir, no filtrada, ni enriquecida ni armonizada por la razón. Así ocurre cuando se aborda o simplemente se mienta el tema “trans”.
Tal agresividad es producto -en parte- de un fenomenal embrollo, de una caótica confusión, de una mezcolanza infecta de temas y argumentos. He dicho “en parte”, porque sabemos que también hay gente que actúa con total conocimiento de causa pero que agreden porque odian al feminismo.
Otra mucha gente (pienso que la mayoría) no tiene claros los conceptos. Conviene, pues, ir desbrozando premisas básicas, aclarando terminología, significados e ideas. Sé que se ha hecho y se hace, pero creo que no está de más seguir insistiendo.
Eso intentaré en este y otros artículos, explicar conceptos.
-El transactivismo propugna que ser hombre o mujer es “una elección” prácticamente desvinculada y desvinculable de la realidad corporal sexuada.
Ante tal aserto, el feminismo alega: ¿en base a qué nos clasifican, pues, en uno u otro género? ¿Acaso lo hacen al albur? Pues no, por supuesto que no. Aunque puedan darse casos de atribuciones arbitrarias en recién nacidos sin dimorfismo sexual claro, la catalogación se hace a partir del sexo.
–El feminismo no combate la dualidad biológica sexuada de la humanidad. Los casos de mutaciones o alteraciones genéticas -que rara vez ocurren- no invalidan el hecho de que la especie humana está compuesta de dos sexos (igual que el caso de que ocasionalmente alguien nazca con tres riñones no invalida la constatación de que los humanos tenemos dos).
-El feminismo sabe que el problema no es el sexo sino el género. En efecto, el análisis feminista dice que, como ya hemos señalado, en base a la dualidad genética humana, la sociedad patriarcal ha creado una rígida estructura dualista que impregna, ordena, jerarquiza todas las realidades, tanto individuales como colectivas y sociales. Y ese es el problema. Problema grave sobre todo para las mujeres porque esa estructura es clamorosamente asimétrica e injusta: los hombres en su conjunto gozan de una situación de privilegio sobre las mujeres en su conjunto.
-El feminismo señala que el sexo es biología pero que el género es cultura. Esto ya lo dijo claramente Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”. Nacemos siendo biológicamente mujeres, cierto. Nuestro cuerpo tiene características específicas distintas a las de los varones, pero, al margen de esa realidad corporal, lo que hoy significa y conlleva “ser mujer”, ese enorme conglomerado de mandatos e imposiciones totalmente arbitrarias, no has sido atribuido por la cultura.
Ser “la parte interesante de la humanidad”, imponer tu sexualidad y tus necesidades a la otra media, tenerla a tu servicio, gozar de autoridad sobre ella, etc. etc. no está en los genes masculinos. Igual que en los femeninos no está obedecer, vivir en segundo plano, guisar, ganar menos, complacer a los hombres, cuidar a los enfermos, etc. etc.
En resumen: la desigualdad, las limitaciones, las características que conforman el género femenino no son naturales ni consustanciales con nuestro sexo sino culturales, artificiales, arbitrarias, abusivas e impuestas.
-Lo cual no significa que los géneros sean una especie de disfraz de quita y pon, como sostiene el transactivismo. En efecto, este viene a decir que el género no es un sistema de opresión sino un simple conjunto de reglas superficiales y electivas libremente asumidas. Según eso, basta con tomárselo como un rol teatral para sacudírselo. En consecuencia, si no te sientes a gusto con el género que te asignaron, puedes “migrar” al otro.
- El feminismo, por el contrario, se toma muy, muy en serio la opresión patriarcal. No cree que sea un juego, ni algo puramente formal y superficial, ni una especie de ropaje o máscara de quita y pon.
Postula que el género nos construye, determina nuestra mente, nuestras emociones, nuestro imaginario, nuestra forma de ser y estar en el mundo. Nos marca tan radical y profundamente que, incluso quienes conscientemente venimos luchando contra él, nunca terminaremos por liberarnos. Nunca conseguiremos desterrar radicalmente de nuestras estructuras psíquicas su profunda huella. Tan es así que ni siquiera sabemos cómo seríamos si naciésemos en una sociedad libre del patriarcado. En definitiva, las feministas creemos que, tal y como señala Amelia Valcárcel, “ser individuo no es asunto individual”.
Además, más allá de lo personal, toda la organización social, económica, cultural se funda en el dualismo genérico. Es decir, el patriarcado se estructura en torno a dos tipos de roles y funciona sobre la explotación y sumisión de la mitad de la humanidad a la otra mitad. Así, por poner un ejemplo, si por arte de magia, las mujeres pudieran dejar de “ser mujeres” (no dejar de ser mujeres genéticamente hablando -cosa imposible- sino en el sentido que Beauvoir señalaba) el sistema sanitario colapsaría. Y si alguien lo duda que consulte los minuciosos análisis realizados por María Ángeles Durán y otras estudiosas.
En definitiva, el objetivo del feminismo no es lograr que las personas cambien de género sino destruir el género, dinamitar esos corsés, lograr un mundo donde no se le impida a nadie -en función y razón de su sexo- construirse y construir su vida como desee.
Fuente: Tribuna Feminista.
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