Una peligrosa institucionalización de la violencia oficial se está implantando en el país. Y no solo por el último llamado de la alcaldesa de Guayaquil a que los policías desenfunden sus pistolas alegremente. Esa aspiración no tiene nada de novedoso. En efecto, el proyecto socialcristiano se ha basado siempre en la exaltación del Estado policiaco: la única posibilidad de conservar un sistema que produce delincuencia en cantidades industriales es el uso de la fuerza.
Por: Juan Cuvi*
Los llamados a armarse empezaron a proliferar luego del paro de octubre. Las redes sociales están inundadas de ejemplos sobre la legitimidad de la defensa propia o la eliminación selectiva de delincuentes. Y la sutil yuxtaposición de escenarios no es casual: las amenazas al statu quo provendrían tanto desde las luchas indígenas y populares como de la delincuencia individual u organizada. A fin de cuentas, ambos fenómenos son vistos desde el poder como una anomalía social. Peor aún: el discurso de las élites echa mano de absurdas teorías conductuales, morales y hasta raciales para explicarlos.
La violencia en nuestras sociedades, tanto la espontánea como la planificada, tiene causas mucho más complejas y profundas que un simple desorden en la personalidad de los involucrados. Son estructurales (ese concepto que los académicos y políticos de la derecha desearían borrar del diccionario), es decir, se han ido construyendo a lo largo del tiempo, con tal consistencia que no pueden ser solucionadas con paliativos o con medidas inconexas. Ni la pobreza se resuelve con bonos ni la inseguridad se resuelve con balas.
El Ecuador no ha tenido que lidiar con las situaciones de violencia social y política que han afectado a otros países de la región. Tal vez por ello todavía nos permitimos respuestas tan simplonas como inútiles, tan demagogas como cínicas. Por ejemplo, nadie se pregunta por qué 25 años de gobiernos socialcristianos no han hecho de Guayaquil una ciudad más segura.
Hay, no obstante, estudios sobre el fenómeno de la violencia que pueden darnos luces sobre un problema que puede agravarse. Vera Grabe fue una conocida dirigente del movimiento M-19 y, como tal, cumplió un rol relevante en el proceso de negociación de la paz de ese grupo guerrillero con el Estado colombiano. Sus reflexiones y análisis están recogidos en un voluminoso libro titulado La paz como revolución (Taller de Edición Rocca, Bogotá).
Su principal argumento se refiere a la concepción de la “paz positiva” como superación de la violencia estructural. Es decir, no se trata de una ausencia de violencia, sino de la necesidad de generar procesos para que la gente mejore sus condiciones de vida. ¿De qué sirve terminar la guerra interna en Colombia –se pregunta la autora– si las violencias cotidianas que la desencadenaron se mantienen?
Pero aquí en el Ecuador las iniciativas oficiales van a contracorriente de la lógica y de la experiencia. Con su exhortación a que los policías disparen Cinthya Viteri acaba de hacer una magistral apología de la irracionalidad y lo peor es que estuvo secundada por la ministra de Gobierno.
#ACTUALIDAD | La alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, y la ministra de Gobierno, María Paula Romo, llamaron a la Policía Nacional para que usen sus armas si es necesario. https://t.co/URSof34SUT pic.twitter.com/QdGpClx2Rn
— Revista Vistazo (@revistavistazo) February 8, 2020
*Máster en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum – Cuenca. Ex dirigente de Alfaro Vive Carajo.
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