Por: Erika Arteaga Cruz.
Son exactamente 14 días en cuarentena. 14 días, 336 horas.
Hemos – varios y varias compañerxs con lxs que estamos atravesando esta distopia global- pensado y repensado el mundo que nos queda, el mundo que dejamos.
Estamos acostumbrados y acostumbradas – al contrario de lo que creía la aplanadora verdeflex de Alianza País que intentó eliminar todo disenso- a pensar y a proponer. Estamos acostumbrados y acostumbradas a pensar, proponer y actuar. No imaginé por un minuto que a estas alturas, lo único que querría es dejar de pensar. Qué difícil resulta adaptarse a la impotencia de saber que cientos están muriendo, que otros tantos van a morir, que la mayor parte de esas muertes las sufrirán los sectores más desposeídos y que la realidad es que no nos podemos mover. Y es ahí cuando las lágrimas brotan.
¿Esas lágrimas van a solucionar algo? NO. Pero son incontenibles.
Brotan del dolor de sabernos con privilegios, infructuosxs y aisladxs, brotan también del miedo – pasa la policía recordando la importancia de quedarse en casa. Brotan de la indignación del país que vamos vislumbrando.
¿Cómo puede sorprendernos algo de Teleamazonas a estas alturas? ¿Cómo puede Janeth Hinostroza pedir que un enfermo, transportado en el balde de una camioneta, no denuncie que no recibe atención en un centro de salud, pedirle que no se queje? ¿Cómo puede ser alguien tan indolente? ¿Será que el privilegio les quitó además coeficiente intelectual?
¿Cómo pueden los medios ocultar una boda en Samborondón que contagió a todo Guayaquil- o a la mayoría- y condenar al enfermo en un balde de camioneta que exige asistencia sanitaria? ¿Eso es Madera de Guerrero o Corazón de Lata?
Durante estos últimos cuatro días he estado apelando a la necesidad de buscar esperanza en esta grieta enorme que se abre frente a nosotrxs. Buscar esperanza en que este es el inicio de un nuevo sistema, esperanza de que el ser humano no es por naturaleza egoísta, esperanza en que – como dice Valerie Kaur- esta no es la oscuridad de la muerte sino la oscuridad del canal del parto antes de ver la luz/salida.
Me alcanzó el miedo cuando la respuesta que logré elaborar para una colega médica sobre la crisis en la región no fue en número de mascarillas, insumos hospitalarios o medidas de prevención sino: aseguren la distribución de alimentos y cómo van a poder repartirlos- a aquellos que no los van a tener- sin transmitir el virus y sin exponerse. Como médica con enfoque de medicina social no había que explicar que la gente NO SE VA A QUEDAR EN CASA si tiene que sobrevivir a diario…… yo misma, ¿cuánto tiempo me quedaría en casa si en lugar de tener todo asegurado, mis hijos lloran de hambre?
Además de esa prioridad, otra era asegurar protocolos para la disposición de cuerpos, de modo que no tengan que esperar hasta 36 horas, como pasó en Guayaquil, para que sepan dónde van a enterrar a sus muertos o cómo. Seguí contándole que mis colegas médicos en Guayas están con neumonía viral, que no estamos preparadxs para esto porque finalmente desnuda toda la brutal inequidad existente y nos llena de IMPOTENCIA.
Llanto de impotencia el saber que ya pasó esto en África. Producto de los préstamos del Banco Mundial y de las políticas de ajuste del Fondo Monetario Internacional se tenían servicios de salud crónicamente sin financiamiento; esto resultó finalmente en que durante la crisis del Ébola, 8% de la fuerza laboral de salud muriera en Liberia[1].
Llanto de ira al saber que Hinostroza no hace más que vocalizar la política de Estado que Romo – con vergüenza para el país entero- reafirmó en CNN: la culpa de la pandemia es de la gente, de la gente pobre e inculta. Hinostroza no hace más que repetir lo que dice Otto o lo que dice Lenin: el que sale es un indolente y un terrorista.
Miedo de que ese discurso se multiplique, de que los y las ecuatorianxs si seamos así de egoístas, así de miserables. Miedo de que no podamos resolver esta situación desde la sociedad civil organizada porque la policía está en todos los rincones, miedo porque esto recién inicia y no sabemos para cuánto tiempo tenemos. Miedo a que no podamos encontrarnos- durante algún tiempo- para darnos un abrazo, el abrazo rompehuesos que cura el alma.
En el budismo, el bodhisatvva no esquiva el miedo sino que le hace sentarse, para tomar el té. Conversa con él— digamos que no lo vence, pero lo enfrenta. Este es un intento de sacar el miedo, de conversar con él y de aceptarlo.
Mi querida amiga Tania me escribía ayer, preocupada por su madre solidaria en Macas ahora: “Sé que mi madre elegirá morir un día con coronavirus o lo que sea antes que vivir en soledad…. Es decir, hay cosas que superan el miedo y el miedo a la muerte, o a vivir así, como la mierda”.
Seguro que mañana puedo sentir otra vez que nosotros somos como la mamá de Tania, solidarios en esencia y que eso, la solidaridad que tenemos, supera el miedo y el miedo a la muerte, en esta país que no es el de Hinostroza, los socialcristianos, Romo, Schnauzer o Lenin.
[1] https://www.theguardian.com/world/2020/mar/18/colleagues-die-ebola-health-workers-coronavirus-martyrs?fbclid=IwAR0oUCFHY8pOAGp-H9VsHxDk13Fb38d8mXgarZtawyw9kTKzpFlcauK1qtY
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