¿Una economía de guerra?

Por Michael Roberts

Si todos los países fueran iguales la pandemia terminaría como lo muestra el gráfico de más abajo.  La tasa de inicio de las infecciones de la Covid-19 duraría por lo menos de 40-50 días.

Muchos países no están todavía cerca del punto máximo y no hay ninguna garantía de que el pico se produzca en el mismo momento. Los métodos de mitigación y eliminación (test, autoaislamiento, cuarentena y cierres) no funciona de las misma manera en todo el mundo.  Pero, en última instancia, habrá un pico en todas partes y la pandemia disminuirá, aunque tal vez, sólo sea para volver el próximo año.

Sin embargo lo que ya no se discute es que el bloqueo en la economía ha provocado y provocará una caída descomunal de la producción, la inversión, el empleo y los ingresos.  Según  la OCDE  : el efecto del cierre de empresas podría dar lugar una reducción de más de 15 por ciento en la producción de las economías avanzadas y de las economías de los países emergentes. En los países con una economía media, la producción disminuiría en un 25 por ciento… («Por cada mes de contención, habrá una pérdida de 2 puntos porcentuales en el crecimiento anual del PIB» afirma la OCDE).

Revisando mi libro “La larga depresión”, encontré el siguiente dato: las principales economías capitalista perdieron más del 6% del PIB entre el 2008 – cuando comenzó la Gran Recesión – hasta 18 meses después, a mediados del 2009. El PIB real mundial cayó alrededor del 3,5% durante ese período, mientras que las llamadas economías de mercado emergentes está vez no se contrajeron, porque China siguió expandiéndose.

En esta pandemia las principales economías estarán bloqueadas durante dos meses (el bloqueo de China en Wuhan no se aliviará hasta la próxima semana; por lo tanto, son más de dos meses). Entonces lo más probable es que el PIB mundial se contraiga en el 2020 en mayor cantidad que en la pasada Gran Recesión.

Por supuesto, que existe la esperanza que los cierres sean de corta duración.  Pero como ha dicho Ángel Gurría, secretario general de la OCDE:  «No sabemos cuánto tiempo nos demoraremos en superar el desempleo y el cierre de millones de pequeñas empresas. Es una ilusión hablar de una rápida recuperación».  Estas y otras declaraciones son jarro de agua fría para Trump que espera que los Estados Unidos vuelvan a los “negocios  habituales” para el Domingo de Pascua.

Sin embargo, con la esperanza que los cierres sean de corta duración los gobiernos pro-capitalistas han lanzado el fregadero la economía (no tienen otra opción) para evitar lo peor para sus negocios.

La primera prioridad ha sido salvar los negocios capitalistas, especialmente a las grandes empresas.  Por eso, los bancos centrales han reducido los tipos de interés a cero ( o por debajo del cero) y han anunciado una gran cantidad de facilidades de crédito y programas de compra de bonos que empequeñecen los rescates y de alivio cuantitativo de los últimos diez años.

En efecto, los gobiernos han anunciado garantías a los préstamos y subvenciones para las empresas por cantidades nunca antes vistas. Globalmente, calculo que los gobiernos han anunciado paquetes de «estímulo» fiscal entre el 4% y el 5% del PIB en garantías de crédito y préstamos al sector capitalista.  En la Gran Recesión, los rescates fiscales totalizaron sólo el 2% del PIB mundial.

El paquete de 2 billones de dólares acordado por el Congreso de los Estados Unidos es mayor que el dinero facilitado durante el colapso financiero mundial de 2008-9.  Dos tercios de estos dos billones están destinados a préstamos que seguramente no podrán ser devueltos por las grandes empresas (compañías de viajes, etc.) y por las empresas más pequeñas. Sólo un tercio se adjudicará para ayudar a la sobrevivencia de millones de trabajadores y de autónomos. Estos sectores recibirán también donaciones en efectivo y aplazamientos de pago en los impuestos.

Medidas similares se han tomado en el Reino Unido y Europa: primero, salvar el negocio capitalista; y segundo, ayudar a los trabajadores. Se espera que el pago a los trabajadores despedidos y a los auto-empleados sólo estén en vigor en los próximos dos meses. En otras palabras, es probable que mucha gente no reciba ningún dinero en efectivo durante semanas o meses. Por tanto, estas medidas están muy lejos de proporcionar suficiente apoyo a los millones de personas que se quedarán sin ingresos.

Es realmente ingenuo, si no ignorante, que un nobel de economía economistas como Joseph Stiglitz o dos premiados economistas como Chris Pissarides o Adam Posen se apresuren a elogiar al Reino Unido, sólo porque “es más generoso que el gobierno de los Estados Unidos”.  Según A. Posen: «El Reino Unido merece un reconocimiento por haber terminado con la austeridad. Su plan es muy ambicioso y coherente. El diseño, tamaño, contenido y coordinación ha sido estupenda.»

El archi-keynesiano británico Will Hutton resumió así su estado de ánimo: «Se ha cruzado un Rubicón. El keynesianismo ha sido restaurado en la vida pública británica.» A este coro de alabanzas se han unido los antiguos partidarios de la austeridad, entre los que destaca el ex canciller del Reino Unido, George Osborne.

La población británica y estadounidense parecen estar convencida que las ayudas fiscales son generosas. Las últimas encuestas sugieren un aumento del apoyo al mendaz Presidente Trump y a la «Operación Ultimo Aliento» del Primer Ministro Johnson.  Pareciera que estos gobernantes han ganado apoyo durante la crisis.  Sin embargo, no durará mucho. Sobretodo si continua el cierre de la producción y la caída comienza a ser profunda.

La realidad es que el dinero para ayudar a los trabajadores es mínimo en comparación con las enormes cantidades que se concederán a las grandes empresas.  Por ejemplo, el paquete del Reino Unido ofrece un 80% de los salarios para empleados y autónomos. Esto en realidad no es más que la proporción habitual del desempleo que existe en el resto de Europa.  El Reino Unido hace mucho que tiene seguros muy mezquinos para los parados y sólo por unos pocos meses.  Y, aún así hay millones que no calificarán para las ayudas.

Además, ninguna de estas medidas son suficientes para restablecer el crecimiento y el empleo en las economías capitalistas durante el próximo año. Hay muchas posibilidades que la caída “pandémica” no tenga una recuperación en forma de V. Es más probable una recuperación en forma de U (es decir, una caída que dure un año o más).  Aunque también existe el riesgo de una recuperación muy lenta, más bien en forma de L (como puede ocurrir en China si no se recupera pronto).

De hecho, los economistas convencionales no están seguros qué medidas tomar.  Para Lord Skidelsky, biógrafo de Keynes “los cierres son lo contrario del típico problema keynesiano de demanda deficiente».

Robert Skidelsky considera que no vivimos un «shock de oferta» sino un problema de «exceso de demanda».  Según este economista keynesiano «una recesión normalmente se desencadena por una quiebra bancaria o por un colapso en la confianza empresarial. Se detiene la producción, se despide a los trabajadores, cae el poder adquisitivo y la caída se extiende más por una reducción multiplicada del gasto. La oferta y la demanda caen juntas hasta que la economía se estabiliza a un nivel más bajo. En estas circunstancias, explicó Keynes, el gasto del gobierno debería aumentar para compensar la caída del gasto privado».

Los lectores de mi blog saben bien que considero que, si bien una recesión puede ser «desencadenada» por una quiebra bancaria o «un colapso de la confianza empresarial», estos desencadenantes no son la causa subyacente de las crisis recurrentes del capitalismo.

¿Por qué a veces las quiebras bancarias no causan una caída y por qué las empresas tienen de repente un colapso de la confianza?  La teoría keynesiana no tiene respuesta para ambas interrogantes.

Skidelsky sostiene que si la crisis es por «exceso de demanda» tenemos que reducir la demanda para satisfacer la oferta: «No es que los empresarios quieran producir menos. Se ven obligados a producir menos porque una parte de su fuerza de trabajo se ve impedida de trabajar. El efecto económico es similar al del reclutamiento en tiempos de guerra, cuando una fracción de la fuerza de trabajo se extrae de la producción civil. La producción de bienes civiles disminuye, pero la demanda agregada sigue siendo la misma: simplemente se redistribuye entre los trabajadores que producen bienes civiles y los trabajadores que son reclutados en el ejército o reasignados a la producción de municiones. Lo que ocurra hoy estará determinado por lo que ocurra con el poder adquisitivo de aquellos que se han quedado obligatoriamente ociosos «.

¿En serio? ¿Podemos tomar en serio estas opiniones? ¿Estamos en una situación parecida?

Veamos. En una economía de guerra, todo el mundo sigue trabajando – de hecho, durante la segunda guerra mundial, hubo pleno empleo mientras la máquina de guerra funcionaba.  Actualmente nos dirigimos al mayor aumento del desempleo en unos pocos trimestres de la historia económica.  Este no es el escenario de una economía de guerra.

A pesar de las evidencias, Lord Skidelsky nos recuerda cual fue la solución de Keynes en una economía de guerra: «En su folleto Cómo pagar la guerra (1940) Keynes dijo, que había que liberar recursos para el gasto militar. Sin un aumento del ahorro voluntario, sólo hay dos maneras de reducir el consumo: la inflación o el aumento de los impuestos. La solución a la que llegó él, en conjunto con el Tesoro, fue elevar el impuesto sobre la renta al 50%, con una tasa marginal máxima del 97,5%, y reducir el umbral para el pago de impuestos. Esto último  incorporó a 3,25 millones de contribuyentes adicionales al impuesto sobre la renta. Todo el mundo pagó con el aumento de sus impuestos el esfuerzo que exigió de la guerra. También hubo racionamiento de bienes esenciales y los impuestos más altos fueron reembolsados en forma de créditos fiscales después de la guerra. «.

¡Vaya!  Así que la respuesta de Skidelsky a la actual crisis es aumentar los impuestos, incluso para los que están en la parte inferior de la escala de ingresos,  Lord Skidelsky quiere evitar que gasten demasiado y causen inflación!  El biógrafo de Keynes termina diciendo que la pandemia «debería profundizar nuestra comprensión de lo que es ser un verdadero keynesiano».

El economista James Meadway le ha respondido a ultra-keynesiano que “en la situación actual no se pueden aplicar los parámetros de una economía de guerra”.  La llamada pandemia de gripe española golpeó al mundo justo al final de la primera guerra mundial cobrándose 675.000 vidas en los EE.UU. y al menos 50 millones en todo el mundo. Pero la primera gran epidemia de gripe no destruyó la economía estadounidense.

En 1918, el año en que las muertes por gripe alcanzaron su punto máximo en USA las pérdidas empresariales se encontraban en menos de la mitad de antes de la guerra, y fueron aún menores que en 1919 (véase el gráfico). Impulsado por la producción en tiempos de guerra, el PIB real de los EE.UU. aumentó un 9% en 1918, y otro 1%  al año siguiente. Eran momentos que la gripe hacía estragos . Entonces hubo cierres de empresas y el sistema de salud del capitalismo fue incapaz de enfrentar la epidemia dejando morir a mucha gente.

Un punto de vista diferente

Nuestro punto de vista es muy diferente a las recetas de los partidarios de Keynes.

Una vez que los actuales cierres por pandemia terminen, lo que se necesita para hacer revivir la producción, la inversión y el empleo no es una economía de guerra que se dedique a rescatar a las grandes empresas con subvenciones y préstamos.

La caída sólo podrá revertirse con una inversión gubernamental generalizada, con los sectores estratégicos en manos de la propiedad publica y con una la dirección estatal en los sectores productivos de la economía.

Recordemos, que antes que el virus golpeara a la economía mundial, muchas economías capitalistas se estaban desacelerando rápidamente o estaban en franca recesión.  En los EE.UU., una de las economías de mejor rendimiento, el crecimiento del PIB real en el cuarto trimestre había caído por debajo del 2% anual con previsiones de una mayor desaceleración para este año.

La inversión empresarial se estaba estancando y los beneficios de las empresas no financieras habían seguido una tendencia descendente durante cinco años. El sector capitalista no estaba ni está en condiciones de liderar una recuperación económica que pueda nos lleve al pleno empleo y aumente de los ingresos reales.  Será necesario que el sector público tome la iniciativa.

Andrew Bossie y J.W. Mason acaban de publicar un perspicaz trabajo sobre la experiencia del papel del sector público en la economía estadounidense en tiempos de guerra. El estudio demuestra que en la primera etapa de la crisis la administración Roosevelt ofreció todo tipo de garantías de préstamos, incentivos fiscales, etc., a los capitalistas.  Pero pronto quedó claro que el sector capitalista no podía cumplir con el esfuerzo de la guerra, ya que no invertía ni aumentaba su capacidad productiva sin garantías de obtener beneficios. La situación obligó a grandes inversiones públicas directas y se impuso una dirección planificada desde el gobierno.

Bossie y Mason revelaron que el gasto federal aumentó a un promedio de  un 40 por ciento del PIB entre 1942 a 1945. Y lo más significativo, el gasto en contratos de bienes y servicios representó el 23 por ciento en promedio durante la guerra.  Actualmente – en la mayoría de las economías capitalistas – la inversión del sector público es de alrededor del 3% del PIB, mientras que la inversión del sector capitalista es de más del 15%. En la segunda guerra esa proporción se invirtió.

Yo llegue a la misma conclusión en 2012.  Cito: «Lo que sucedió fue un aumento masivo de la inversión y del gasto del gobierno.  En 1940, la inversión del sector privado estaba todavía por debajo del nivel de 1929 y de hecho cayó aún más durante la guerra.  Así que el sector estatal se hizo cargo de casi todas las inversiones, ya que los recursos (valor) se desviaron a la producción de armas y otras medidas de seguridad para una economía de guerra».  El propio Keynes dijo que la economía en este trance demostró que «parece políticamente imposible para una democracia capitalista organizar el gasto en la escala necesaria en condiciones de una guerra».

La economía de guerra no estimuló el sector privado, sino que sustituyó al «mercado libre» y la “inversión capitalista”.  Para organizar la economía, garantizando que se produjeran los bienes necesarios para la guerra, el gobierno de Roosevelt creó una serie de agencias que no sólo compraban bienes, sino que dirigían la fabricación de esos bienes e intervenían decisivamente en el funcionamiento de las empresas privadas y de sectores industriales enteros.

Bossie y Mason concluyen de esta manera su trabajo: «Cuanto más rápido es el cambio en la economía, más se necesita la planificación. Más que en cualquier otro período de la historia de los EE.UU., la economía de la guerra fue una economía planificada. El cambio masivo de la producción civil a la militar requirió de una dirección mucho más consciente que el utilizado en un proceso económico normal. La respuesta nacional al coronavirus y la transición energética por el cambio climático también requerirá de grados más altos de planificación económica por parte del gobierno».

Lo que la Gran Depresión y la Segunda Guerra demostró fue que, una vez que el capitalismo se encuentra en la profundidad de una larga depresión, irremediablemente se producirá una destrucción de todo lo que el capitalismo ha acumulado en décadas anteriores antes de que una nueva era de expansión sea posible. No hay ninguna política que pueda evitar la depresión privilegiando al mismo tiempo al sector capitalista. Si el sector publico no interviene activamente en la economía y en la producción, entonces viviremos una nueva larga depresión de la economía.

Las principales economías (por no hablar de las llamadas economías emergentes) no podrán por salir de una nueva gran depresión a menos que la ley del mercado y del valor sea sustituida por la propiedad pública, la inversión y la planificación, utilizando todas las habilidades de los trabajadores.  Esto es lo que está demostrando la  pandemia del COVID-19.

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