¨Los buenos somos mayoría, pero no se nota, porque las cosas buenas son humildes y silenciosas -una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba, hay millones de caricias que construyen la vida…´´ (Facundo Cabral).
En memoria de Carla Paola- 44 años.
Por: Erika Arteaga Cruz.
Estamos viviendo una tragedia en Ecuador… nuestros cuerpos en shock. La impotencia y el llanto dieron paso a un amortiguamiento general. Ese amortiguamiento que le hace teclear a una de las escritoras más tiernas y fecundas que conozco el “sin palabras”.
Me acuerdo de pequeña cuando me arrastraban olas gigantes en el mar de Atacames: esa sensación de estar revolcándose, de ser objeto, de soltarse y saber que algún rato- con las rodillas remelladas, el cabello con arena y el dolor de inhalar agua salina- volvía a la orilla.
Puedo tratar de describir lo que siento pero no puedo colocar un sentimiento per se, es en realidad inefable. Lo que sé es que todas estamos así: quieres llorar en los brazos de una amiga, de un compañero, de tu familia y todos estamos así- golpeados, arrastrados. Nos tomamos turnos. Es como pasar la posta del llanto decíamos a comienzos de la semana en una triangulación entre Guayaquil y La Roldós- Monteserrín en Quito; barrios y escenarios tan dispares, pero tan cerca a través de una pantalla de whats app.
Después de largas tertulias hemos descubierto que el cuidado SI se puede transmitir por la fría pantalla de un celular. El cuidado y el amor se pueden cultivar a la distancia.
El afecto y la ternura en una mezcolanza extraña con la indignación. No sé qué espeluzna más: saber que hay militares con pistolas y balas de goma obligando a la gente a no salir de sus cuartos en barrios populares de Guayaquil o ver los comentarios en redes sociales pidiendo que utilicen balas de verdad. Pensaba en cómo las elites pueden salir impunes de esta -con Cynthia Viteri y la derecha más rancia protegida por la Ruptura de los 25- para lavarse las manos con ataúdes de cartón. Terminamos culpabilizando a la gente de barrio de propagar el virus cuando no fueron ellos ni ellas los que derrocharon virus y glamur en bodas y baby showers. A punte de bala de goma no sales a comer hoy. Ni todas las disculpas de Schnauzer por su ineptitud nos devolverán la poca fe que teníamos antes del horror.
Compañeros y compañeras buscando los cuerpos de sus muertos; mujeres adoloridas enterrando a sus caídas después de tres días de estar con el cuerpo a la intemperie pero además preocupadas porque no saben qué van a comer sus hijos e hijas mañana; en esa ola gigante de dolor, también se descubre la humanidad más recóndita. La flor de loto florece bellamente en el barro más profundo dicen los budistas, en el dolor florece la compasión. Las caricias y los actos sublimes pasan desapercibidos en la OLA de número de contagios y de ataúdes de cartón, de cadenas de TV ridículas y entrevistas sin sentido en CNN.
En ese shock – como en la escena de The Matrix que se torna eterna durante una sola patada al estómago – podemos también enumerar los infinitos actos de bondad, las caricias más numerosas que las bombas: ofrecimiento de acompañar a la distancia para el buen morir; conexión y nexos para formar redes de distribución de cuidado, comida, contención emocional; recetas que llegan del Sur y del Norte de la Argentina (Laicrimpo/ Red Jarilla) para sanación con plantas; mensajes de solidaridad y cariño de todo un continente; zoom con lectobordadoras feministas que abrazan en la distancia el alma; las ocurrencias y las risas que arrancan los hijos; lazos y tejidos que duran toda una vida. Mientras escribo estas líneas mi mamá asiste a la misa fúnebre- via Facebook- de la hija de mi maestra de primer grado; se fue después de retozar con el cáncer. La Bachita me enseñó con cariño la combinación de sílabas, a leer jugando al bingo. La Bachita llamó cuando mi papá partió y ahora, a pesar de la pandemia, mi mamá está con ella mientras se despide como puede de su hija de mi edad. Eso sin duda es amor.
Me acuerdo de las olas que nos sacaban todo el aire de los pulmones, pero también me acuerdo de todo el amor de mi profesora de primer grado. En esa danza de muerte y amor, seguimos.
Las caricias nunca sobran.
Hermosa composición de amor y más sentimientos humanos en el entorno de la tragedia