por Santiago Sánchez-Migallón
Pues ahora yo, en un ejercicio de arrogancia sin parangón, y a sabiendas que me contradigo, os voy a decir lo que va a pasar de verdad: no mucho o, si me he pasado de frenada, desde luego no tanto. A ver. Pidiendo disculpas muy sinceras a todo el que pierda un familiar querido (yo estoy bastante preocupado por los míos. Crucemos los dedos), esto no va a durar mucho más de dos meses. Y dos meses de confinamiento no dan para tanto. Cuando esto termine volveremos a nuestras vidas como siempre. Es cierto que vendrá una nueva crisis económica, pero será parecida a las anteriores, es decir, tocará apretarse un poco más el cinturón. Unos sectores saldrán más perjudicados que otros y la desigualdad aumentará un poquito más. Los ricos serán un poquito más ricos y los pobres un poquito más pobres. Nada nuevo bajo el sol. Esta crisis no es, ni de lejos, lo suficientemente fuerte para provocar ni un cambio de mentalidad ni una carestía material que posibilitaran un cambio socio-económico de calado. Aparte que no hay ninguna opción viable alternativa al capitalismo. La gente no va a renunciar a sus smartphones ni a Netflix por ninguna promesa de emancipación eco-feminista. Y, no, tampoco vamos a volver a ninguna forma de autoritarismo comunistoide por mucho que pueda mostrarse eficaz en tiempos de crisis.
Ahora unos cuantos dardos:
Me ha resultado extraña la falta de liderazgo mundial ante la crisis. No hemos visto reuniones del G-7 cruciales en la que se marque el paso… Cada país ha tomado las medidas a su ritmo haciendo más o menos caso a la OMS y punto. Estados Unidos, que podría haberse valido como primera potencia mundial, ha sido completamente irrelevante. Cuando habla Trump nadie espera más que la sandez de turno. China, por el contrario, parece haber ganado la partida.
Esta falta de liderazgo también está salpicando a la Unión Europea. La negativa a los “Coronabonos” por parte de Alemania y Holanda da ganas de hacer un Brexit express. No puede ser que cada vez que pasa lo que sea, aquí sálvese quién pueda y yo a mirar por lo mío. Siempre se hace lo que Alemania dice, y lo que Alemania dice es lo que a Alemania le viene económicamente bien. Ya sucedió esto de forma muy marcada en la crisis de 2008.
No se le está dando demasiada relevancia a un hecho importante: el falseamiento de datos. Y no solo apunto a China, la que ha falseado lo que habrá querido y más, sino de países occidentales tan “democráticos y transparentes” como Alemania, Inglaterra, Estados Unidos… A los enfermos que pasan asintomáticos o que se quedan en casa “pasando un resfriado”, se suman los fallecidos por complicaciones con patologías previas a los que se computa como muertos por esas patologías sin contar la intervención del coronavirus. Es muy fácil no hacer casi ningún test y solo contar como infectados los que están ingresados graves. La guerra de los datos está, como siempre y como era de esperar, en pleno apogeo.
Me pregunto por qué los ultraliberales no dicen en estos momentos que el estado no intervenga absolutamente en nada, que se deje que la economía sea más libre aún y que así se regule ella solita… ¿Nos damos cuenta ya que la mano invisible de Smith es una patraña? Me gustaría debatir con mi liberal favorito, el brillante Robert Nozick, si un estado mínimo que exclusivamente garantiza la propiedad privada podría hacer frente a una pandemia como ésta.
El dilema ético es espectacular: ¿dejamos morir a los ancianos o salvamos la economía? Dan Patrick, vicegobernador de Texas, abuelete ya, negaba que se tomaran medidas de cuarentena diciendo que estaba dispuesto a sacrificarse por el futuro económico del país. Aunque pudiesen parecer las declaraciones de un viejo senil del Tea Party, no son tan absurdas. Podría ser muy loable sacrificarse en pro de que nuestros hijos y nietos tengan un futuro mejor. Pero aquí nos encontramos con el muro de nuestra ignorancia: ¿hasta qué punto paralizar económicamente un país va a causar un malestar tal en nuestros descendientes que justifique dejar morir a los ancianos? ¿Cómo diablos calcular eso? Difícil, pero ya os digo yo la solución: no compensa de ningún modo. Por muy terrible que sea la crisis que nos espera, no será tan mala como para justificar éticamente el hecho de condenar a muerte a nuestro abuelo. Si dejamos morir a nuestros ancianos por salvar la economía, engrosaremos con un capítulo más el libro de la historia de la infamia.
Es lamentable que los políticos estén utilizando la gestión de la crisis como arma política. Evidentemente, ha podido hacerse mejor o peor, y seguramente, hemos reaccionado algo tarde, pero en un asunto así deberíamos dejar esta repugnante politización de todo para ser leales al gobierno central. Por si alguien sospecha de que aquí mantengo un sesgo izquierdista, diré en mi defensa que si recuerdan la catástrofe ecológica del Prestige, pienso que fue una de las manipulaciones mediáticas de la izquierda más mezquinas, y electoralmente eficaces, que se han hecho en la historia de nuestra democracia. De un posible error en una decisión técnica (Acercar o alejar el petrolero de la costa) se proclamó el celebérrimo “Nunca mais” y todos los personajetes guays de la izquierda española fueron a la costa gallega a hacerse la fotito con la pala y el chapapote.
En esas críticas al gobierno me causó mucha inquietud cuando Pablo Casado dijo que “Sánchez se estaba parapetando detrás de la ciencia”… ¿De verdad que eso es malo señor Casado? ¿En dónde debería parapetarse si no? ¿A qué tipo de asesor debería consultar un político para tomar decisiones en el caso de una pandemia? Todo lo contrario: los políticos deberían incorporar mucho más conocimiento científico en todos los niveles de la toma de decisiones.
Una moraleja que me gustaría que quedara grabada a fuego en el cerebro de todos, pero que no quedará, es algo que Nassim Taleb lleva tiempo diciendo: la realidad es mucho mas impredecible de lo que parece y sucesos improbables ocurren por doquier: ¿qué gobierno hubiese predicho que en marzo de 2020 medio mundo estaría encerrado en su casa? Lo importante es que aprendamos humildad epistemológica: el mundo es caótico y la incertidumbre reina por doquier. Es muy difícil predecir lo que va a pasar y los políticos, incluso si se parapetan detrás de la ciencia, tienen complicado acertar. Desde luego a mí no me gustaría estar en el pellejo del ministro de sanidad en estos momentos. A toro pasado, nadie va a tener la consideración de pensar que se tuvieron que tomar decisiones en muy poco tiempo y con muy poco conocimiento de las consecuencias. Pensemos en, por ejemplo, la estrategia inicial de Gran Bretaña: buscar la inmunidad del rebaño. A todas luces parece un suicidio, pero, si lo miramos a nivel de evidencia científica, tampoco parece tan, tan mala idea ¿Qué hacer? Si ni a nivel de evidencia científica tenemos acuerdo…
Da qué pensar que el sistema económico pueda derrumbarse por dos meses de parada ¿De verdad que dos meses de parón en el que se aplazan hipotecas, pagos a proveedores y demás, se hunde irremisiblemente? Entiendo que sufra daños, pero no me creo que sea tan grave. Y si fuera así es para mirárselo, porque en un mundo globalizado e hiperconectado como lo es ya desde hace mucho tiempo el nuestro, serán cada vez más comunes interferencias del tipo más diverso. Sería muy conveniente aprovechar el momento para pensar mecanismos que pudiesen robustecer el sistema ante estas eventualidades cada vez más habituales.
Algo que si me ha gustado mucho es el auge de la literatura distópica que todo esto conlleva. Sí, amigos, hay que leer La carretera de McCarthy, a Dick, a Vonnegut, a Ballard, a Bradbury… será muchísimo menos aburrido que seguir la actualidad del coronavirus en las noticias. Lo garantizo.
Fuente: https://hyperbole.es/2020/04/reflexiones-en-torno-al-fin-del-mundo/
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