Alejandro Moreano, a propósito de la cantante turca Helin Bolek

A propósito de la cantante turca Helin Bolek integrante de la banda Grup Yorum, quien murió en una casa en Estambul donde sostuvo una huelga de hambre por 228 días que con tan solo 28 años de edad, se había declarado en huelga para exigir la liberación siete presos políticos, pertenecientes a su banda musical, así como a otros pesos políticos de este país, recordé un texto de mi libro El Apocalipsis Perpetuo -Tercera parte “El Renacimiento del otro”- que se refiere a la lucha de los revolucionarios turcos de hace 20 años La ética de la libertad “La revolución es el mayor acto de entrega.

El Ayuno hasta la Muerte 2000 encarna la abnegación revolucionaria. El número de mártires caídos en el transcurso de esta resistencia: 72”, es el epígrafe de un comunicado DHKC, organización turca, fechado en Bélgica, el 28 de septiembre de 2001, dos semanas después de los atentados.

El documento narra la épico-trágica resistencia, de cientos de presos políticos turcos que el 20 de octubre del 2000 desencadenaron una huelga de hambre en contra de la represión política y por el fin de la opresión al pueblo kurdo. A los 60 días, el 19 de diciembre, cuando se anunciaban las primeras víctimas, las manifestaciones populares de apoyo se extendían en todas las ciudades turcas y crecía la presión internacional, el gobierno de Bulan Ecevit lanzó una siniestra operación que duró tres días y en la cual murieron 28 presos, varias mujeres quemadas vivas. La ironía macabra es que el operativo se denominaba retorno a la vida y pretendía obligar a los presos a vivir. Los presos rechazaron la comida y, cada vez que volvían en sí de los sedantes, se arrancaban las sondas de suero.

El Gobierno eligió entonces la vía del silencio. Pero el 3 de enero de 2001, un militante del DHKC, Gültekin Koç, se cargó de explosivos y explotó en la sede de la seguridad, un centro de tortura situado en el corazón de Estambul. Simultáneamente la organización de familiares de los detenidos, TAYAD, empezó el Ayuno hasta la Muerte , así denominada la huelga de hambre, en las afueras de las cárceles. El 9 de abril de 2001, una de las madres de los presos, Gülsüman Dönmez, fue la primera en morir.

Hasta la fecha 8 miembros del TAYAD han muerto. Hasta abril varios de los presos habían muerto igualmente sin que la prensa turca y mundial le dieran mayor importancia. Fue entonces, 25 de abril, que uno de los militantes del DHKC que vivía en Alemania, Kazým Gülbað, se inmoló en Berlín. Obligados por una nueva ola de presión internacional, el Estado turco decidió arrojarlos en hospitales o en sus casas, pero los huelguistas persistieron y se congregaron en el barrio popular de Küçük Armutlu situado en el extrarradio de Estambul para proseguir la huelga de hambre, organizaron las casas de resistencia e invitaron al pueblo a visitarlos: Coge un clavel y ven fue el emblema utilizado en referencia a que la policía impedía el ingreso de ramos de flores a las cárceles. El 10 de septiembre Uður BülbüL, militante del DHKC recién liberado, estalló con su cuerpo sobre una de las unidades de las Fuerzas de Intervención Rápida en Estambul.

El 15 de septiembre, la policía turca, con blindados y granadas lacrimógenas pretendió tomar Küçük Armutlu, pero se enfrentó a las barricadas levantadas por la población que los obligó a retirarse. Ese día tres miembros del DHKC, detenidos en las cárceles de Tekirdað y de Edirne, se inmolaron con fuego. Sevgi Erdoðan, militante del DHKC, es el símbolo de esta lucha. Logró resistir el Ayuno hasta la Muerte casi 9 meses, obsesa por sobrevivir hasta el 12 de julio de 2001, décimo aniversario de la muerte de su esposo a manos de la policía. Murió el 14 de julio. Pesaba solo 18 Kilos.

La resistencia de los revolucionarios turcos expresa una moral distinta. A la manera de los kamikazes de Al Qaeda hacen de la elección de la muerte su victoria. Pero, a la inversa, no se truecan en portadores del Apocalipsis. Por el contrario, han llevado al amo a un callejón sin salida. Por un lado vuelven a la concesión graciosa de la vida, en una imposición violenta: obligar a los combatientes a vivir a punta de bayoneta, tortura, sondas de suero puestas a la fuerza. “Si el poder, dice Baudrillard, reside en el hecho de dar sin que se os devuelva, está claro que el poder que tiene el amo de conceder la vida unilateralmente no será abolido mas que si esa vida puede serle devuelta; en una muerte no diferida” .

El intercambio simbólico se ha cumplido y el poder ha salido derrotado: ha perdido la potestad del don unilateral sin contra-don. La vida le ha sido devuelta: los presos han hecho de la elección de la muerte inmediata una política de permanente confrontación: quitarse las sondas, escapar de los hospitales. Por otro lado le han expropiado el monopolio de la muerte llevándolo al límite en que el único modo de ejercerlo sería el genocidio, el Apocalipsis. En la guerra de Vietnam sectores del establishment norteamericano postularon el uso de bombas nucleares tácticas –es decir que solo podían destruir un país o una región-.

Tal proposición no era una locura: la escalada se basaba en la lógica de la devastación ascendente cuyo clímax no podía ser otro que la destrucción total de Vietnam. He señalado en otro texto que tal estrategia tenía un límite: podía sobrevivir una pareja de vietnamitas y recomenzar el ciclo. Es imposible destruir un pueblo entero ni siquiera a un movimiento insurgente que ha hecho de la elección de la muerte su victoria. A la inversa de los terroristas del Al Qaeda, los revolucionarios turcos no han expropiado al poder el monopolio de la muerte sino que lo han vuelto contra él y lo han llevado al delirio de la imposible solución final . No viven la moral del Terror sino la de la libertad. En la diferencia entre esas dos morales, late la diferencia de dos proyectos distintos –el del integrismo de extrema derecha y el del socialismo- y fuerzas sociales distintas.

La ética de la libertad “La revolución es el mayor acto de entrega. El Ayuno hasta la Muerte 2000 encarna la abnegación revolucionaria. El número de mártires caídos en el transcurso de esta resistencia: 72”, es el epígrafe de un comunicado DHKC, organización turca, fechado en Bélgica, el 28 de septiembre de 2001, dos semanas después de los atentados. El documento narra la épico-trágica resistencia, de cientos de presos políticos turcos que el 20 de octubre del 2000 desencadenaron una huelga de hambre en contra de la represión política y por el fin de la opresión al pueblo kurdo. A los 60 días, el 19 de diciembre, cuando se anunciaban las primeras víctimas, las manifestaciones populares de apoyo se extendían en todas las ciudades turcas y crecía la presión internacional, el gobierno de Bulan Ecevit lanzó una siniestra operación que duró tres días y en la cual murieron 28 presos, varias mujeres quemadas vivas. La ironía macabra es que el operativo se denominaba retorno a la vida y pretendía obligar a los presos a vivir.

Los presos rechazaron la comida y, cada vez que volvían en sí de los sedantes, se arrancaban las sondas de suero. El Gobierno eligió entonces la vía del silencio. Pero el 3 de enero de 2001, un militante del DHKC, Gültekin Koç, se cargó de explosivos y explotó en la sede de la seguridad, un centro de tortura situado en el corazón de Estambul. Simultáneamente la organización de familiares de los detenidos, TAYAD, empezó el Ayuno hasta la Muerte , así denominada la huelga de hambre, en las afueras de las cárceles. El 9 de abril de 2001, una de las madres de los presos, Gülsüman Dönmez, fue la primera en morir.

Hasta la fecha 8 miembros del TAYAD han muerto. Hasta abril varios de los presos habían muerto igualmente sin que la prensa turca y mundial le dieran mayor importancia. Fue entonces, 25 de abril, que uno de los militantes del DHKC que vivía en Alemania, Kazým Gülbað, se inmoló en Berlín. Obligados por una nueva ola de presión internacional, el Estado turco decidió arrojarlos en hospitales o en sus casas, pero los huelguistas persistieron y se congregaron en el barrio popular de Küçük Armutlu situado en el extrarradio de Estambul para proseguir la huelga de hambre, organizaron las casas de resistencia e invitaron al pueblo a visitarlos: Coge un clavel y ven fue el emblema utilizado en referencia a que la policía impedía el ingreso de ramos de flores a las cárceles. El 10 de septiembre Uður BülbüL, militante del DHKC recién liberado, estalló con su cuerpo sobre una de las unidades de las Fuerzas de Intervención Rápida en Estambul. El 15 de septiembre, la policía turca, con blindados y granadas lacrimógenas pretendió tomar Küçük Armutlu, pero se enfrentó a las barricadas levantadas por la población que los obligó a retirarse.

Ese día tres miembros del DHKC, detenidos en las cárceles de Tekirdað y de Edirne, se inmolaron con fuego. Sevgi Erdoðan, militante del DHKC, es el símbolo de esta lucha. Logró resistir el Ayuno hasta la Muerte casi 9 meses, obsesa por sobrevivir hasta el 12 de julio de 2001, décimo aniversario de la muerte de su esposo a manos de la policía. Murió el 14 de julio. Pesaba solo 18 Kilos. La resistencia de los revolucionarios turcos expresa una moral distinta. A la manera de los kamikazes de Al Qaeda hacen de la elección de la muerte su victoria. Pero, a la inversa, no se truecan en portadores del Apocalipsis.

Por el contrario, han llevado al amo a un callejón sin salida. Por un lado vuelven a la concesión graciosa de la vida, en una imposición violenta: obligar a los combatientes a vivir a punta de bayoneta, tortura, sondas de suero puestas a la fuerza. “Si el poder, dice Baudrillard, reside en el hecho de dar sin que se os devuelva, está claro que el poder que tiene el amo de conceder la vida unilateralmente no será abolido mas que si esa vida puede serle devuelta; en una muerte no diferida” . El intercambio simbólico se ha cumplido y el poder ha salido derrotado: ha perdido la potestad del don unilateral sin contra-don. La vida le ha sido devuelta: los presos han hecho de la elección de la muerte inmediata una política de permanente confrontación: quitarse las sondas, escapar de los hospitales.

Por otro lado le han expropiado el monopolio de la muerte llevándolo al límite en que el único modo de ejercerlo sería el genocidio, el Apocalipsis. En la guerra de Vietnam sectores del establishment norteamericano postularon el uso de bombas nucleares tácticas –es decir que solo podían destruir un país o una región-. Tal proposición no era una locura: la escalada se basaba en la lógica de la devastación ascendente cuyo clímax no podía ser otro que la destrucción total de Vietnam. He señalado en otro texto que tal estrategia tenía un límite: podía sobrevivir una pareja de vietnamitas y recomenzar el ciclo.

Es imposible destruir un pueblo entero ni siquiera a un movimiento insurgente que ha hecho de la elección de la muerte su victoria. A la inversa de los terroristas del Al Qaeda, los revolucionarios turcos no han expropiado al poder el monopolio de la muerte sino que lo han vuelto contra él y lo han llevado al delirio de la imposible solución final . No viven la moral del Terror sino la de la libertad. En la diferencia entre esas dos morales, late la diferencia de dos proyectos distintos –el del integrismo de extrema derecha y el del socialismo- y fuerzas sociales distintas.

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