El ecofeminismo ya lo dijo: !Este sistema es insostenible!

Por Mane Rivadeneira

El actual modelo de producción y consumo ha superado los límites del planeta. Las bases materiales que sostienen la vida de los seres humanos dependen de los recursos de la naturaleza y de quienes realizan los trabajos básicos de cuidado en una sociedad altamente desigual.

La economía registra un crecimiento exponencial en las últimas décadas, misma que se concentra en el 1% de la población del mundo mientras que países en vías de desarrollo sufren de grandes desigualdades en términos de oportunidades para el desarrollo humano (World Social Report 2020, United Nations; Global Social Mobility Index 2020: why economies benefit from fixing inequality, World Economic Forum; CEPAL, 2020). El sistema de producción mundial basa la  acumulación de sus riquezas en la explotación bien sea de personas o de las materias primas provenientes de ecosistemas cada vez más frágiles.  De acuerdo a un estudio de British Parliament House of Commons Library (2015) se proyecta que para el 2030 el 1%  con mayor acumulación de capital tendrá en sus manos el 64% de la riqueza mundial.

La pandemia a la que asiste la humanidad, nos ha obligado en medio del sufrimiento por las pérdidas humanas a retirarnos el vendaje de los ojos para reconocer que la organización de las sociedades actuales es insostenible. Insostenible en términos de los recursos disponibles, pero también insostenible en cuanto a las condiciones de vida precarias de la mayoría de la población, especialmente para quienes se sitúan en los bordes de la economía informal, quienes no tienen techo, quienes sufren de inmunodeficiencias o quienes viven sometidos a regímenes de explotación, dominación o sumisión, quienes deben dejar sus hogares porque su única opción es migrar, así como poblaciones indígenas o nativas en zonas altamente sensibles. 

En todo el planeta, la realidad supera la ficción. Servicios públicos de salud colapsados, millones de personas en aislamiento forzado, gente que depende de las ganancias diarias para sobrevivir y deben decidir entre la enfermedad o el hambre; y aquellas personas, sobre todo mujeres con doble o triple carga de trabajo y muchas veces en confinamiento con sus abusadores. La economía mundial se ha detenido y nos obliga como humanidad a replantearnos la forma en cómo vivimos. 

Ni las necesidades humanas, ni los avances tecnológicos que permiten la producción a gran escala pueden mantenerse sin los trabajos dedicados a sostener las vidas humanas o los recursos de la naturaleza que tienen límites físicos y los estamos traspasando. De acuerdo al modo de producción y consumo actual, la demanda de recursos naturales excede en un 41% la capacidad del planeta. De continuar con este ritmo, para el 2030 se necesitarán dos planetas tierra para satisfacer las necesidades de aproximadamente 10 billones de personas (World Resources Forum, 2015. “Planet Earth and its Limits on Use of Natural Resources”).Hay una relación depredadora con respecto a la naturaleza, por lo que esta parada obligatoria nos invita a pensar en cómo podemos proteger lo que nos queda de la biosfera, y tener una vida digna como humanidad sin agotar los recursos, que son limitados. 

Desde una corriente de pensamiento pluralista y  a la vez un movimiento social, el ecofeminismo busca la igualdad real mediante la corrección del sesgo androcéntrico en la economía, la política y la cultura. Pone en diálogo al feminismo y al ecologismo para plantear el debate sobre cómo superar la condición alineada de acumulación de objetos para el consumo que se basa en prácticas de desposesión de territorios, recursos, comunidades y personas. Uno de los aspectos fundamentales que recoge el ecofeminismo está relacionado con la crisis de los cuidados, entendiendo que la dignidad de las personas va más allá del cuidado personal, pues está relacionada con una forma de vida saludable, una interacción equilibrada con el entorno, lo que incluye también las relaciones entre seres vivos y entre seres humanos. (Orozco, Amaia Pérez, 2006. «Amenaza tormenta: la crisis de los cuidados y la reorganización del sistema económico.»).

Esta corriente plantea que una vida digna también es una vida libre de desigualdades y violencias en el  hogar, en los espacios públicos, en la participación política, en la economía de las mujeres y personas vulnerables,  en la salud sexual y reproductiva, en los territorios donde se encuentran las reservas de materias primas. El ecofeminismo, desde una diversidad de planteamientos, propone una visión contra-hegemónica a la producción y consumo capitalistas, se plantea una reflexión sobre los “modos de vida”. Busca comprender las interrelaciones entre modos de producción y consumo con las dimensiones culturales y de género de la vida cotidiana. De ahí que rutinas y hábitos de las personas deben modificarse desde sus estructuras para superar la visión única de pensamiento que nos obliga el modelo económico androcéntrico que privilegia la acumulación individual en detrimento del bienestar común. Ahora lo vemos, lamentablemente, con los sistemas de salud público mismos que deben ser una prioridad y no una opción para los Estados. 

Esta visión de cambio estructural exige también una conciencia crítica sobre los cuidados, entendidos desde una perspectiva integral que supere la visión binaria del género e integre a la dignidad de las personas y los ecosistemas (seres humanos + biosfera). Es una propuesta que comprende al vivir bien de manera integral y extensiva. No se limita a buscar que las personas como individuos tengan una buena vida, sino que incorpora a todas las formas de vida y desde ahí propone comprenderlas como una red integral, es decir: los cuidados de los cuerpos para que en ejercicio de los derechos de autodeterminación puedan decidir lo que es mejor para cada persona, la reciprocidad, la distribución justa de los beneficios de la producción, y el equilibrio con el entorno, con la naturaleza. 

La pandemia nos trae también una reflexión sobre los desafíos que nos plantea el cambio climático y cuán preparadas están nuestras sociedades, las economías y los estados para enfrentar fenómenos extremos del clima, la escasez de los recursos naturales y la creciente demanda de cuidados.

Desde el confinamiento, entre el miedo y la incertidumbre, las propuestas del ecofeminismo resultan imperantes y nos invitan a hacernos preguntas claves cómo: ¿Cómo cuidamos de nuestras vidas, no sólo de la muerte, sino cómo nos cuidamos para vivir mejor? ¿Cómo nos organizamos para vivir en un mundo con menos sufrimiento? ¿Cómo nos construimos desde lo comunitario? ¿Cómo superamos las distintas formas de explotación y de violencia? ¿Cómo nos cuidamos de tal manera que todas las personas tengamos garantizado lo básico para vivir en condiciones de dignidad?

Es hora de plantearnos modos de vida equilibrados entre lo que producimos y consumimos, una vida saludable que comprende una alimentación sana, libre de transgénicos y pesticidas que no dañe a otros –humanos, animales y plantas-, una interacción respetuosa con el entorno comprendiendo y respetando los ciclos de vida, lo que incluye también las relaciones entre seres vivos y entre seres humanos. Y algo fundamental, cómo superamos definitivamente todas las formas de violencia, de explotación de los cuerpos y los territorios. 

Frente a un sistema insostenible, formas de vida comunitarias, solidarias y libres de violencia. 

 

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Ecuador-Today, agencia de comunicación.

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