Judith Butler: “El mundo debe cambiar, y los ideales del socialismo democrático deberían ser los más valiosos”

Por Constanza Michelson

Judith Butler es filósofa feminista y académica de la Universidad de California, en Estados Unidos. A finales de marzo, la editorial ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) lanzó Sopa de Wuhan: pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemia, una recopilación de textos sobre la Covid-19 de varios intelectuales, entre los que están, además de Butler, Byung Chul-Han, Slavoj ŽiŽek, Franco Bifo Berardi o David Harvey. En esta entrevista, la autora de El género en disputa reflexiona sobre el mundo azotado por la pandemia del coronavirus.

¿Cómo está? Estos días su país ha sido duramente azotado por el virus.

Estoy bien, gracias. Estoy confinada en casa, como todos en California, pero puedo caminar y encontrarme con gente a través de la aplicación Zoom. Todos conocemos a personas que están enfermas, y algunos de nosotros conocemos a otras que han muerto.

¿Cómo ve el tratamiento que se le ha dado a la pandemia? En una entrevista decía que Trump quiso comprar los derechos exclusivos de una posible vacuna a una empresa alemana, pero que le respondieron que  “el capitalismo tiene un límite”.

Por un lado, hay gobiernos que tienden a negar la realidad del virus y cómo se propaga, y están poniendo en peligro a su gente. Bolsonaro es el ejemplo más obvio. Por otro lado, la gestión del coronavirus puede convertirse en una ocasión para afirmar y fortalecer el control gubernamental. Esto lo vemos en Israel y en Hungría, pero también en muchos países donde los militares están llamados a administrar a la población.

Personalmente estoy a favor de una respuesta gubernamental fuerte, ya que se necesita más espacio en los hospitales, más tratamientos y más información. Al mismo tiempo, vemos muchos casos en los que las comunidades comprenden la necesidad de autoaislarse por su propio bien, por su propia salud y la salud de los demás. Y esta es una forma de autogobierno muy impresionante. No hay forma de predecir en qué dirección se moverá la política después del coronavirus, pero ahora tenemos la oportunidad de fortalecer los ideales de solidaridad social.

¿Podría realmente el capitalismo verse obligado a tener un límite? O quizás, como ha ocurrido en otras catástrofes, cobre un nuevo impulso.

El mundo debe cambiar, y los ideales del socialismo democrático son los que deberían ser más valiosos. Cuando vemos cómo ciertas poblaciones se ven privadas de atención médica y derechos básicos, y que esto lleva a su muerte más probable, debemos responder con indignación y compromiso. Nunca ha sido más importante garantizar refugio, atención médica y participación pública en la construcción de una democracia. Muchas corporaciones están listas para beneficiarse de tratamientos médicos, especialmente vacunas, y en la medida en que los gobiernos permitan que los mercados decidan el precio y la distribución de dichos bienes, los pobres quedarán privados de sus derechos. Trump trata al gobierno como si fuera un negocio; esta puede ser una característica definitoria del neoliberalismo. Pero idealmente debería preservar los derechos básicos de las personas, especialmente de los pobres, a una vida habitable.

La pandemia ha acentuado el debate sobre seguridad y libertad. ¿Cuánto debemos ceder a la vigilancia en beneficio de la salud?

La intervención de Agamben [filósofo italiano criticado por su artículo “La invención de una epidemia”, en el que denunció los riesgos que traen los estados de excepción decretados por el virus] fue claramente un error. Él solo podía ver la intensificación del poder estatal y la pérdida de libertades civiles para el pueblo. Pero es necesaria una respuesta gubernamental fuerte para garantizar que los recursos médicos estén disponibles para las personas y que se distribuyan equitativamente. Para asegurar tanto la vida como la igualdad, necesitamos un poder gubernamental responsable.

Agamben respondió a las críticas diciendo –entre otras cosas– que las guerras siempre dejan legados: concertinas, centrales nucleares… Quizás esta catástrofe nos deje “la distancia social” o la educación on line. ¿Qué podría ocurrir con la biopolítica?

Biopolítica es un término que describe aquellas operaciones de poder que buscan gestionar poblaciones. No son necesariamente decisiones emitidas por el poder soberano, sino que, más a menudo, son políticas y prácticas que surgen de diversos orígenes dentro de las regulaciones gubernamentales y sociales. El manejo del coronavirus ha sido dirigido por el poder ejecutivo o soberano, que no es lo mismo que la biopolítica. Al mismo tiempo, el tipo de racionalidad que utilizan los gobiernos está impregnado de presunciones biopolíticas. ¿Quién debe recibir los medicamentos cuando se desarrollan y quién no? ¿Habrá una nueva forma de eugenesia y cómo se administrará? ¿Qué vidas estarán dotadas de valor y qué vidas se considerarán prescindibles? Estas formas de dividir las poblaciones son biopolíticas. Joseph-Achille Mbembe los llamó “necropolíticos”: formas de organizar la muerte. A medida que entra en juego el cálculo de coste-beneficio, escuchamos a los funcionarios del gobierno decidir implícita o explícitamente quién debe vivir o quién debe morir. No tienen que “ejecutarlos” como lo han hecho los soberanos tradicionales. Pueden “dejarlos morir” al no proporcionarles beneficios para la salud o refugios seguros, al mantener a las personas en las cárceles donde la tasa de infección es alta o, en el caso de Gaza, al mantener la frontera cerrada.

Se vuelve a hablar de la importancia de la verdad para enfrentar el daño que hacen las fake news. Pero también ha aparecido un discurso sobre la ciencia como única disciplina verdadera, que parece estar más bien al servicio de negar los conflictos políticos. En Chile, por ejemplo, hay quienes dicen que hoy no se debería seguir pensando en la crisis social que estalló en octubre.

Eso me parece un movimiento cínico, muy parecido a que Netanyahu suspenda los procedimientos judiciales en su contra, ¡debido al virus! Este tipo de movimientos invisibles son injustos y hay que oponerse a ellos. También creo que es el momento de la verdad y la ciencia. En Estados Unidos tenemos un presidente que nos miente sobre el virus, la ciencia y el futuro. Estoy muy agradecida de que haya epidemiólogos valientes. Todos dependemos vitalmente de una buena atención médica, de trabajadores de la salud en los que podamos confiar y de una excelente investigación científica. Por lo tanto, el conocimiento sobre el virus debe ser veraz. Si nos preguntamos por qué debe ser veraz, hay muchas razones: los ciudadanos tienen derecho a conocer las condiciones en las que viven y a emitir juicios sobre si sus gobiernos los están atendiendo bien. En esta última declaración, notará que “el derecho a saber” y el “juicio” son conceptos que están fuera de la ciencia, y que pertenecen a la ética y la política de la atención médica. ¿Quién decide si alguien puede tener acceso y qué condiciones deciden si puede pagar? La ciencia del tipo médico no puede responder esa pregunta, pero la ética y la política sí. Y si preguntamos qué constituye “autonomía” y cómo se define, entonces estamos en el campo de la interpretación, la ética y las humanidades. Por lo tanto, ni siquiera podemos describir algunos de los problemas más importantes de nuestro tiempo si no recurrimos a todos estos modos de investigación. Y sería una tontería pensar que todos estamos de acuerdo de antemano sobre qué es la autonomía o quién debería tenerla. Estas son cuestiones de interpretación y definición que impregnan el mundo político. Tales preguntas no niegan a la ciencia, pero la ciencia no puede responder a estas preguntas.

Un asunto político es quiénes pueden o no estar confinados. En Sudamérica ya se han registrados femicidios y el asesinato de una niña durante la cuarentena.

El hogar suele figurar como un espacio “seguro” contra el virus. Incluso si lo es (lo cual no siempre es cierto), eso no significa que sea seguro para las mujeres que sufren violencia dentro de sus propios hogares. Debería haber otras formas de refugio que no dependan de una falsa idea del hogar como un lugar seguro. Espero que podamos reimaginar lo que significa “refugiarse”: ese es un concepto en el que se basan los gobiernos, pero a menudo es una noción idealizada del hogar familiar que oculta la verdad.

En su último libro, La fuerza de la no violencia, desarrolla la idea de la interdependencia. La relación con otros no es un “buenismo”, sino algo que nos constituye. Dice entonces que destruir a otro es destruir algo de nosotros mismos. ¿Esta crisis nos obliga a experimentar la interdependencia más allá de un eslogan?

No quisiera decir que el virus está sirviendo a los propósitos de la educación. El virus debe curarse, y no hay una lección necesaria que el virus nos enseñe. Y, sin embargo, la forma en que funciona el virus nos desafía a repensar lo que es ser uno mismo. Puedo estar infectado, pero también puedo infectar a alguien más. Y esto puede suceder sin que yo lo sepa. Entonces, este “yo que soy” puede ser dañado, y puede dañar a otros. Estoy conectado no sólo con personas que conozco, comunidades a las que pertenezco, sino también con el extraño. Puedo dañar a ese extraño o ser dañado por ese extraño, y esto es cierto no solo en el mundo creado por el virus, sino también en nuestro mundo cotidiano.

La avaricia corporativa del Norte depende de la política extractivista que ha devastado el Sur; sin embargo, aquellos que insisten en este “derecho” a la explotación no se ven interpelados por el perjuicio ético. Se destruye el potencial de reciprocidad, la idea de que podríamos vivir juntos en condiciones de igualdad en un mundo habitable, una tierra habitable.

¿Qué significa el poder de la no violencia? ¿Es posible convencer de eso a quienes la ejercen desde el poder, pero también a aquellos que la consideran una vía legítima de lucha social?

Mi argumento es que generalmente cometemos un error si pensamos que la violencia es el medio por el cual podemos lograr un fin no violento. Los medios que usamos para cambiar el mundo ya conllevan una visión del mundo. Si elegimos la violencia como un medio, traemos más violencia al mundo, y esa violencia no podemos controlarla.

¿Es posible una política de la interdependencia, cuando los regímenes de subjetivación promueven el individualismo y el “capitalismo del ego”

Por supuesto, un mundo de igualdad e interdependencia parece imposible desde esa perspectiva. Pero esa es una razón más para desarrollar tal visión. No debemos aceptar que el “capitalismo del ego” sea un hecho necesario e inmutable. Se puede resistir y socavar. Lo vemos en los fuertes movimientos de solidaridad por parte de las mujeres, los indígenas y los pobres.

—————–

Esta entrevista se publicó originalmente en La Tercera.

Acerca de editor 5836 Articles
Ecuador-Today, agencia de comunicación.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*