No obstante, hay un elemento sustancial que la clase capitalista sigue y seguirá necesitando en su ireemplazable fin de seguir acumulando valor. Se trata de la más primitiva, orgánica e impredecible de todas las mercancías: el ser humano con su fuerza de trabajo, que se convierte en “plusvalía para el explotador” una vez transvasado el umbral de horas de labor (enajenada) socialmente necesarias para satisfacer las propias necesidades vitales.
Mientras quienes se encuentran en la vanguardia del desarrollo tecnológico idean y experimentan, cada día, nuevos mecanismos de acaparación de beneficio, a través de la extracción de plusvalía bajo la modalidad del free digital labor (trabajo digital gratuito que lxs ciudadanxs hiperconectadxs aportamos, en gran medida de forma inconsciente, a las compañías dueñas de los servidores y softwares que capturan, depositan y capitalizan los billones de datos que generamos mientras expresamos nuestros likes y dislikes, realizamos nuestras búsquedas en Google, compramos online, etc.), millones de personas se ven abocadas aún a los modos de explotación más tradicional. Es el abuso clasista, racista, colonial y patriarcal de toda la vida que, mientras permanezca relativizada y soterrada bajo la dura piel de quienes son consideradxs desechables, de quienes no importan a nadie, coexistirá con las nuevas formas de explotación que pasan desapercibidas dado que son disimulables, en tanto se camuflan en el tiempo dedicado a la diversión, a la socialización, e incluso al aprendizaje y a la actividad intelectual.
Yuli Ramírez y Javier Pozo, así como lxs miles de riders en Quito y en otras zonas urbanas del Ecuador, se encuentran en el lado de quienes padecen el modo de sobreexplotación tradicional, pero camuflado bajo un concepto que genera muy buena onda en la sociedad posmo: son colaboradorxs. Son lxs portavoces del colectivo de lxs Glovers organizadxs del Ecuador, quienes, por su condición de precariedad, de migración, y otros miles de factores y legados estructurales que determinan sus vidas y su porvenir, recorren kilómetros en sus motos y bicicletas para entregar tiempo de vida a cambio de la plata justa para poder seguir, literalmente, existiendo.
Mientras empresas tan tecnológicamente avanzadas como Glovo se aprovechan de su condición de inseguridad alimentaria, económica, administrativa y/o legal para adueñarse de su tiempo (muy poco valorado en el mercado) y venderlo en un mercado con una alta demanda de deseos de comodidad y de ahorro del tiempo, un amplio espectro de ciudadanxs (desde la clase media-baja hasta la cúspide de la pirámide) entrega sus datos, altamente cotizados, en tanto realiza su pedido de sushi y chatea por Whatsapp; se trata de quienes engrosan, por así decirlo, esa gran masa de prosumers que, aunque sin contrato ni sueldo, genera grandes ganancias para la minería de la información.