Entre cantidad de contrasentidos y vacilaciones, de preocupaciones e iras amansadas por el pavor y la incertidumbre, y el palpitante presagio de que, en cualquier momento, puedan entrar en escena los dispositivos estatales de fuerza y control social, transitan lxs pobladorxs de Maicao, municipio ubicado al este de La Guajira, en Colombia, por entre los callejones abarrotados de colmenitas de waireñas, carretillas rebosantes de víveres y mototaxis que siguen faenando en plena hora punta. Vacilando entre las balanzas donde se disputan el dominio el hambre y la sed, la vida llegó a alcanzar semejantes cotas de resiliencia que ni el virus más mortífero e implacable es hoy ya capaz de trastocar el paisaje de cotidianeidad que reina en el Maicao del comercio y el rebusque, donde la gente ha hallado en la venta ambulante y, en ocasiones, también en el contrabando, un gran aliado para la supervivencia.
Duván, líder social guajiro, copartícipe de la Junta de Acción Comunal del barrio Luis Carlos Galán, se mira en el espejo panorámico de su Maicao natal, que pareciera haberse quedado suspendido en el tiempo; y le devuelve el reflejo de alguien que, a pesar de su palmaria juventud, no duda en que su agencia y razón de ser han de atravesar la esfera de lo estrictamente particular, de todo aquello que llama a unx a labrarse lo suyo sin descarrilarse de sus propósitos individuales, para rascar hasta lo más hondo de la potencia que mora en la remota posibilidad de que su pueblo alcance, un buen día, la buena costumbre del bienestar compartido y la paz social.
Lxs líderes como Duván, más o menos jóvenes, más o menos melladxs por la herencia de las injusticias que llevan selladas en sus cadenas de transmisión las consignas de raza y clase, tomaron en su propia mano el compromiso de revertir las funestas consecuencias del histórico abandono institucional; se encargaron humanamente de desafiar la ideología del despojo que ha pretendido condenar a todo un pueblo, expresamente en la coyuntura actual pero también en ese pasado que ve tú a saber dónde quedó (quizás pronto lo nombremos como “era pre-covid-19”), al destino único que impone en silencio la obediencia del mandato de la necropolítica. Los líderes en Colombia, en La Guajira, en Maicao, por vocación o por obligación o, quizás, por la pasión y el compromiso por la recuperación y defensa de lo comunal que emerge cuando el menester de los pueblos se hace insufrible, cuando ya comienzan a asomar con excesivo arrojo las costillas de la injusticia social, no han tomado vacación ni se han refugiado bajo el amparo del teletrabajo como típica consigna de la pandemia. Porque la necesidad, el hambre y la escasez hídrica tampoco descansa. Porque el teletrabajo, sencillamente, no existe en Maicao.