Por Max J. Castro
El domingo, la revista The New York Times Magazine publicó “¿Por Qué Estamos Perdiendo la Batalla contra la Covid-19?”. “La Creciente Crisis en Texas Muestra Cómo la Crónica Falta de Fondos de la Salud Pública Encamina a Estados Unidos hacia la Peor Respuesta al Coronavirus en el Mundo Desarrollado”.
El artículo, que confunde la sombra con la sustancia, es de hecho un ejemplo inquietante de cómo todavía no entendemos por qué Estados Unidos ha tenido la peor respuesta del mundo desarrollado al coronavirus, en lugar de simplemente encaminarse en ese sentido.
Sin duda, factores como la falta de fondos para la salud pública, la ignorancia generalizada y el desdén por la ciencia, las actitudes desafiantes ultraindividuales y una ausencia de solidaridad con los más vulnerables han desempeñado un papel en provocar esta calamidad. Pero ni individualmente ni en combinación son la causa del fallo de este país ante el COVID-19. Más bien, cada uno es una consecuencia (o un síntoma) de una podredumbre más profunda.
La causa fundamental de la catástrofe que estamos padeciendo es que vivimos bajo un sistema político y económico en el cual el beneficio privado es prácticamente la única fuerza impulsora. ¿Por qué solo se asigna a la salud pública el 3 por ciento de la cantidad colosal que este país gasta en atención médica? Porque en la salud pública casi no hay ganancias privadas. La misma razón por la que se ha eliminado el financiamiento de todo lo demás que es público, desde la educación pública hasta la radio y teledifusión pública. Y la razón de esto es que vivimos bajo una forma extrema de capitalismo que el economista Thomas Piketty llama “hipercapitalismo”.
Durante cuatro décadas, a medida que el Partido Republicano se ha movido del centro derecha a la extrema derecha y los plutócratas han sido facultados por un Tribunal Supremo de derecha para gastar todo lo que quieran en campañas políticas, la economía política ha pasado de un estado de bienestar mal concebido hacia el estilo de capitalismo más desigual y salvaje del planeta.
Una analogía debería ayudar a aclarar por qué es engañoso identificar la falta de fondos para la salud pública como la razón por la que hemos perdido la guerra contra el nuevo coronavirus. Las relaciones sexuales sin protección, las transfusiones de sangre contaminada, la promiscuidad y las agujas intravenosas infectadas son las principales formas de contraer el SIDA. Pero la causa última del SIDA no es ninguna de estas cosas. Es el VIH, un virus que coloniza el sistema inmunitario y, si no se trata, destruye y mata a su huésped.
El hipercapitalismo es el virus que ha colonizado nuestro sistema inmunológico social y que impide que evite enfermedades como la muerte por desesperación o la desnutrición crónica, desde el cáncer curable que mata a los no asegurados hasta el nuevo coronavirus.
Comprender esto es crucial, porque para ganar las guerras del futuro contra nuevas y viejas plagas se requerirá más que reorganizar las sillas en el Titanic. Se necesitará diseñar y construir un barco de estado completamente nuevo, una economía política diferente y más justa.
El hipercapitalismo no es inevitable debido a ningún tipo de supuesto excepcionalismo estadounidense. La ganancia privada siempre ha sido un factor clave en el capitalismo, pero en otros países desarrollados y en el sistema que existió en este país hasta la década de 1980 (cuando Ronald Reagan comenzó la actual contrarrevolución republicana de derecha), la ganancia privada no es el único motor. El gobierno y los sindicatos ponen algunos límites modestos a la prioridad de la ganancia privada. Ahora, las ganancias privadas detienen el poder del estado y los sindicatos, y ha logrado reducirlos a casi una total irrelevancia.
El punto ciego en el artículo del Times acerca de la causa fundamental del desastre de la Covid-19 es un punto ciego común incluso a gran parte del mejor periodismo estadounidense convencional. Un sociólogo estadounidense de principios del siglo 20 escribió que el periodismo es como un reloj con una sola manecilla, la que muestra el minuto. La sociología, en contraste, marca el minuto y la hora. Otra forma de decir lo mismo es que este tipo de periodismo suele ser ahistórico.
Hay muchas excepciones. Una es Jane Mayer, de la revista The New Yorker, quien ha escrito magníficos libros históricamente informados acerca de la tortura en la administración de George W. Bush y acerca del auge de la plutocracia estadounidense.
La fuente del abandono de la salud pública en los Estados Unidos, en comparación con otros países avanzados, es la misma razón por la que nos encontramos en los puestos inferiores entre otros estados desarrollados con respecto al bienestar de la población, como se refleja en el índice de desarrollo humano, y en indicadores específicos tales como la mortalidad infantil, la mortalidad materna, el hambre y el abismo entre el pago a los directores generales y los salarios del trabajador promedio. La disminución de la clase media, la fuerte contracción del valor real del salario mínimo y la reducción de los ingresos de los trabajadores asalariados tienen el mismo origen.
Hoy, por primera vez desde mayo, mil estadounidenses murieron de la Covid-19. Estamos de vuelta al punto de partida, gracias en gran parte a Donald Trump. Pero Trump, a pesar de su locura, no existe en el vacío ni es una anomalía.
“Esto no es lo que somos”, es el mantra en el que muchas personas confían para explicar los ultrajes de Trump. Pero Donald Trump ganó el voto del 48 por ciento de los electores estadounidenses en 2016, cuando incluso sus oponentes primarios republicanos sabían que era un fanático, un misógino y un estafador.
Tengo una respuesta al reconfortante mantra “esto no es lo que somos”. Hace unos 15 años, el fallecido politólogo de Harvard, Samuel P. Huntington, escribió un libro titulado Quiénes somos, en el que argumentaba esencialmente que esto no es un país de inmigrantes, porque los verdaderos estadounidenses son los descendientes blancos de los colonos de las Islas Británicas y otras áreas del norte de Europa.
Hoy, a pesar de cierta erosión en el apoyo de su base, según las encuestas, y a pesar del desastre de su presidencia, ¡Trump aventaja a Biden entre los blancos por un 21 por ciento!
Por favor, dejen de decir que esto no es lo que somos. Esto, según Huntington y la mayoría de los blancos, que se ven a sí mismos y son vistos por el mundo como los estadounidenses prototípicos, es exactamente lo que somos.
Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.
Progreso Semanal/ Weekly
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