Por Joschka Fischer
No nos hagamos ilusiones respecto de lo que puede y debe venir a continuación. La pandemia ha generado crisis tan profundas y abarcadoras que el resultado inevitable será una redistribución radical del poder y de la riqueza a escala global. Las sociedades que se hayan preparado reuniendo la energía, el conocimiento y las inversiones que se necesitan saldrán victoriosas; las que no consigan ver lo que viene se encontrarán entre las perdedoras.
La pandemia de Covid‑19 está ingresando en su segunda fase, mientras los países reabren gradualmente sus economías y relajan o incluso anulan estrictas medidas de distanciamiento social. Pero a menos que aparezca una terapia o vacuna eficaz y de acceso universal, la transición a la “normalidad” será más una aspiración que una realidad. Para colmo, conlleva el riesgo de provocar una segunda oleada de contagios en los niveles local y regional (e incluso en una escala mucho mayor).
Es verdad que las autoridades políticas, los profesionales de la salud, los científicos y la población general han aprendido mucho de la experiencia de la primera ola. Aunque una segunda ola de contagios parece muy probable, no será igual a la primera. La respuesta no se basará en un confinamiento total que paralice la vida económica y social, sino más bien en reglas estrictas pero selectivas en lo referido al distanciamiento social, el uso de mascarillas, el teletrabajo, las videoconferencias, etcétera. Según la intensidad de la próxima ola, es posible que en los casos más extremos todavía se considere necesario aplicar cuarentenas de nivel local o regional.
Igual que la primera ola de la pandemia, la próxima fase implicará un trío de crisis simultáneas. Al riesgo de que los nuevos contagios se salgan de control y la enfermedad vuelva a propagarse por el mundo hay que añadir las consecuencias económicas y sociales ya iniciadas y un conflicto geopolítico cada vez más intenso. La economía mundial ya está en una recesión profunda y la recuperación no será rápida ni fácil. Esto, sumado a la pandemia, será un factor en la creciente rivalidad China-EU, en particular en los meses previos a la elección presidencial de noviembre en los Estados Unidos.
Como si el efecto desestabilizador de esta triple conmoción sanitaria, socioeconómica y geopolítica no fuera suficiente, no se puede ignorar el “factor Trump”. Si el presidente estadounidense Donald Trump consigue otros cuatro años en el cargo, habrá una drástica escalada del caos mundial; por otra parte, una victoria de su adversario demócrata Joe Biden al menos traerá más estabilidad.
La importancia de lo que está en juego en la elección presidencial de Estados Unidos no podría ser mayor. En vista del agravamiento de las crisis mundiales, no es exagerado decir que la humanidad se aproxima a una encrucijada histórica.
Es probable que la recesión económica no alcance a apreciarse en toda su magnitud hasta los últimos meses del año, cuando casi con certeza caerá como otro impacto, porque el mundo ya no está acostumbrado a contracciones tan drásticas. Desde un punto de vista psicológico, y también en los hechos, estamos acostumbrados al crecimiento continuo.
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