Posición de Fundación Nómada por la construcción de una nueva ética en la Gobernanza Global

Por Decio Machado / Director Ejecutivo Fundación Nómada

El término sociedad del riesgo fue postulado por el sociólogo alemán Ulrich Beck en su obra La sociedad del riesgo allá por 1986. Este concepto se basa en la constatación de que en las sociedades actuales, la producción social de riqueza va acompañada por una creciente producción social del riesgo. Así las cosas, el proceso de globalización originado en el sistema mundo occidental y que se ha expandido de forma global tras el fin de la Guerra Fría, aumentó los riesgos que de forma inexorable terminarían generando daños sistémicos e irreversibles para el planeta y nuestras respectivas sociedades. Treinta y cuatro años atrás, Beck ya nos hablaba de la necesidad de generar una nueva gobernanza en busca de impedir la catástrofe que más temprano que tarde tendríamos que afrontar.

Implementar un modelo productivo, de consumo y formas de gobierno que atentan directamente contra la Naturaleza tiene su costo. Hoy asistimos a como un virus originado en un territorio al interior de la República Popular China contabiliza al momento casi setecientos mil de fallecidos y lleva infectados a nueve millones de personas a lo largo y ancho de nuestro planeta. Nos encontramos aún en fase de aprendizaje respecto a esta enfermedad infecciosa causada por el coronavirus COVID-19, estamos lejos de alcanzar la vacuna y los tratamientos implementados en la actualidad sobre los contagiados tienen una eficacia relativa. Aún no sabemos el número de fallecidos que llegará a alcanzar, ni sus posteriores secuelas. Pero en todo caso si ha desnudado las desigualdades sociales existentes en el planeta, así como el nivel de vulnerabilidad de nuestra población mayor y de los sectores socio-económicamente vulnerables.

Pero hagamos memoria… La llegada del siglo XXI implicó un cuestionamiento del viejo modelo de representación democrática que tuvo su apogeo durante el siglo XX. De hecho, los sucesos político-sociales globales más interesante vividos a lo largo de las últimas dos décadas carecen de institucionalidad y dejaron a las formas de organización/representación política clásicas en entredicho. Quizás podríamos situar este punto de inflexión entre el 29 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999 -cierre del pasado siglo- en la ciudad de Seattle, durante la tercera cumbre ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC). A partir de ahí hemos asistido a las primaveras árabes; al movimiento de los indignados en España; a los Ocuppy Wall Street, London o Hong Kong; al junio de 2013 en Brasil; al nuit debut en Paris; y más recientemente al surgimiento de los chalecos amarillos francesas o las revueltas de octubre y noviembre de 2019 en Ecuador, Chile y Colombia. Todos movimientos de perfil horizontal y asambleario, todos desligados de la política tradicional y del sistema de partidos, todos cuestionadores del establishment político y económico existente tanto en sus respectivos países como a nivel global.

La crisis multidimensional que transversaliza al sistema mundo -social, económica, ambiental y cultural- implica la necesidad de cambiar patrones de muy distinto orden hasta ahora existentes. Ya antes de la pandemia COVID-19 asistíamos a tres crisis interrelacionadas: la crisis ecológica -cambio climático, agotamiento de recursos naturales y colapso de la biodiversidad- de dimensiones globales; la crisis de reproducción social -expectativas inalcanzables de reproducción material y emocional de las grandes mayorías- que afectaba al Sur global; y la crisis de los cuidados -cada vez más insuficientes, precarios e insatisfactorios- en el Norte global. Ahora, cuando el mundo está ingresando en la segunda fase de la pandemia COVID-19 corremos el riesgo de que los nuevos contagios se salgan de control y la enfermedad vuelva a propagarse; la agudización de la crisis económica y social fruto de de la paralización económica global y sobre la que no tendremos una apreciación en toda su magnitud hasta los últimos meses del presente año; así como la agudización de un conflicto geopolítico cada vez más intenso que tiene como fondo un recambio en la hegemonía mundial.

Cabe recordar que el mundo ya vivió, cien años atrás, una situación con ciertas similitudes a la actual. Entre 1918 y 1920 un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1, mató a más de 40 millones de personas en todo el mundo; mientras en paralelo, la primera guerra mundial y después la Gran Depresión quebraba la economía global y el racismo se convertía en uno de los principales argumentos políticos en diversos países. Las consecuencias de aquello fue la aparición del fascismo en Europa, la segunda gran guerra y generación de décadas oscuras en múltiples naciones.

No repetir el pasado implica repensar éticamente nuestro modelo económico y social a escala global. Necesitamos un nuevo sistema productivo y de consumo que no sea ambientalmente depredador; debemos democratizar el acceso a la educación y la tecnología; es urgente proteger a la ciudadanía global a través de un sistema de seguridad social robusto; estamos obligados a propender hacia la equidad y justicia social, generando lógicas basadas en bienestar colectivo por encima del beneficio individual; se deben el modelo de toma de decisiones desde un perfil más democrático y generar programas de gobierno en busca de una prosperidad global y compartida con enfoque en la distribución de la riqueza. 

Tras la segunda guerra mundial asistimos a como las grandes potencias consensuaron el  establecimiento de un nuevo orden global bajo el paraguas de lo que en su momento fue un gran logro: la creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En paralelo, la disputa geopolítica derivaría en que la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) retuviese el control de Europa del Este y expandiera su influencia sobre determinados países del Sur global, mientras en el área bajo influencia de Estados Unidos se constituiría el aparato militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el sistema económico de Bretón Woods.

El actual declive estadounidense no es más que el síntoma que evidencia de que aquel orden mundial establecido tras 1945 está agotado. Hoy asistimos al auge final de la República Popular China como nuevo hegemón a nivel mundial; vemos como el poder económico se ha volcado hacia el Asia-Pacífico consecuencia de que aproximadamente la mitad de la actual población mundial vive en un círculo que puede dibujarse alrededor de China, India y el sudeste asiático; y como la nueva ruta de la seda será la red de rutas predominante en un futuro cercano para el intercambio comercial, cultural y tecnológico. Caminamos aceleradamente hacia un nuevo nuevo que impondrá nuevas lógicas en el orden mundial.

Que este futuro inmediato, aún en fase de diseño, potencie o atenúe tendencias de la vida económica y político-social ya presentes depende de como se enfoque un necesario debate en el cual la sociedad civil debe ejercer su rol como herramienta de presión ante Estados nacionales y organismos multilaterales.

Hoy por hoy, nada nos garantiza que el producto de la crisis actual sea la conformación de una sociedad más justa, sostenible e igualitaria. La construcción de un modelo de gobernanza global equilibrado y democrático, así como la construcción de sociedades bajo otro tipo de relaciones sociales no provendrá de una racionalidad igualitaria surgida automáticamente a partir de la actual pandemia. No habrá mejoras sustanciales en la construcción de nuestro futuro inmediato sin la participación activa de la sociedad civil. 

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Ecuador-Today, agencia de comunicación.

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