Green New Deal: del capitalismo verde al cambio de sistema

por Miguel Díaz-Carro

Si bien el debate de los últimos meses en los movimientos ecologistas está fundamentado en “Green New Deal vs decrecimiento”, quizá sería más acertado plantearlo en términos de “Green New Deal para el decrecimiento», ¿cómo lo hacemos”?

Hay pocas formas más brillantes y sencillas de describir la crisis socioecológica a la que nos enfrentamos que la que expuso Greta Thunberg en el Foro de Davos en 2019: nuestra casa está ardiendo. Vivimos en un escenario de urgencia, donde la economía, la política y la cultura hegemónicas le han declarado la guerra a la vida, a través de la construcción de sus paradigmas completamente en contra de las bases materiales que la sostienen. La ciencia actual confronta la idea de que es posible alcanzar una economía sostenible bajo el mantra del crecimiento ilimitado. Iago Otero y algunos de sus colaboradores concluyen en su trabajo que la única forma de frenar la pérdida de biodiversidad es abandonando esa línea, igual que ocurre si queremos respetar los límites de emisiones de gases, y por tanto resistir el cambio climático, como señala Jason Hickel.

En el imaginario colectivo parece imposible la renuncia a este sistema tóxico, y aunque “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, la cuestión es si podemos pagar el precio de creer que no existen alternativas. O visto desde otro ángulo, si podemos pagar el precio de pensar que todo lo que está respaldado por la razón nos va a permitir construir políticas públicas, o tiene más de mantra sobre el que fundamentamos nuestros discursos. Quizá tener un discurso basado únicamente en el conocimiento científico, pero que no apele a nuestros deseos, dudas y sentimientos, que es lo que nos hace humanos, no sea suficiente para construir hegemonía en torno a esas alternativas.

Además, nos surge otra dificultad: la necesidad de conseguir este cambio por el que llevamos décadas luchando, en apenas cinco años, el margen de seguridad con el que contamos si no queremos presenciar la sexta extinción masiva, o la emigración forzada de casi un tercio de la población mundial huyendo de la sequía, las inundaciones y el hambre.

En este escenario de urgencia, no nos queda alternativa a elegir que el camino más corto entre nuestra realidad y el mundo nuevo que hay en nuestros corazones —que decía Buenaventura Durruti— y asegurarnos victorias que nos permitan generar una transición que no deje a nadie atrás. Y si bien el decrecimiento es la única opción a largo plazo, no parece que sea una alternativa realista en el corto, cuando tenemos que disputar hasta las medidas más obvias de transición ecosocial, como las zonas bajas en emisiones en el centro de las ciudades.

Por ello, la posibilidad de contar con un Acuerdo Verde, puede ser el primer paso (insisto, el primer paso, no el fin) para mantenernos bajo los límites de seguridad ecológica, mientras generamos el resto de condiciones materiales que nos permitan el cambio de sistema, inevitable para garantizar nuestra supervivencia.

Por ello, si bien el debate de los últimos meses en los movimientos ecologistas está fundamentado en “Green New Deal vs decrecimiento”, quizá sería más acertado plantearlo en términos de “Green New Deal para el decrecimiento, ¿cómo lo hacemos?”. Y es que si bien muchos de los modelos presentados por distintas naciones en torno a esto se basan en que todo cambie para que nada cambie, la indefinición manifiesta de este tipo de políticas nos permite reapropiarnos de ellas, de forma que el Green New Deal nos interese en tanto en cuanto sea una herramienta para el cambio de sistema.

Tenemos que articular medidas y marcos de referencia que superen la tibieza del mismo, y aunque es una propuesta arriesgada sabiendo la facilidad que tiene la economía de reapropiarse de nuestro discurso y despojarlo de cualquier elemento emancipador, no podemos esperar a que, parafraseando a Jorge Riechmann, lo necesario ecológicamente se haga posible políticamente. Y quizá sea esta una de las palancas que hagan posible lo imposible.

Resignificar el Green New Deal implica de base incidir en que esta propuesta tendrá que ir unida a la reparación al Sur Global y no a perpetuar nuestras dinámicas colonialistas, a democratizar la alimentación y la energía, a incluir una mirada feminista y de cuidados en las propuestas económicas o a expulsar al poder corporativo de los procesos internacionales de toma de decisiones. Lamentablemente, la fina diferencia lingüística entre lo que el Green New Deal “es” y lo que “puede ser” puede cambiar el devenir de la humanidad.

Empujar en esa dirección implica en primer lugar asegurar lo que ya tenemos, y por tanto crear y mantener redes de resistencia para evitar los peores efectos sobre los ecosistemas y las personas vulnerables. Junto con esto, y más si entendemos el Green New Deal como un proceso, tenemos la tarea de crear e implementar alternativas en todos los sectores que nos permitan esa transición, a la vez que aseguramos recorrido.

Por último, y quizá lo más importante, necesitamos una movilización masiva que presione a empresas e instituciones en la dirección que debemos tomar, que no puede ser otra que la superación de la economía neoliberal. Este es posiblemente el punto también más complicado, ¿cómo conseguimos que decenas de miles de personas se movilicen por un cambio de sistema que no permitirá el desarrollo de muchos planes que comercialmente nos han prometido? ¿Cómo asociamos esa movilización a un esfuerzo por imaginar un mundo más allá del consumo desenfrenado?

En septiembre tendrá lugar la Online Youth Gathering for Climate and Social Justice, un evento online organizado por la red Young Friends of the Earth y con el apoyo de decenas de organizaciones, que reunirá a jóvenes de toda Europa para debatir, reflexionar y avanzar en la creación de escenarios realistas posibles y ambiciosos para la configuración de una sociedad más justa y respetuosa. Grupos de base de todo el continente nos reuniremos del 3 al 13 de septiembre, en un encuentro abierto a escuchar las voces de todos y todas, generando redes de resistencia y creación de alternativas.

Puede que esto sea uno de los pasos que nos permita tener a miles de personas bloqueando instalaciones extractivistas, cultivando huertas en las ciudades o instalando placas solares junto a sus vecinas. Puede que tengamos días oscuros, pero no podemos perder. Porque hay mucho en juego. Y para ganar solo tenemos una receta: movilizar, resistir y transformar.

Por Miguel Díaz-Carro

responsable de Juventud en Amigos de la Tierra (@MDiazCarro)

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Ecuador-Today, agencia de comunicación.

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