Nuestro sistema electoral no permite conocer el comportamiento electoral por segmentos etarios. Se puede saber cómo votan hombres y mujeres, o sectores rurales y urbanos, pero es imposible descifrar cómo vota la población de acuerdo con su edad. Esto es materia de los análisis políticos o sociológicos que, al final, tienen que acomodarse a un alto grado de incertidumbre.
Únicamente un estudio riguroso y prolongado podría proporcionar datos confiables para entender este fenómeno, pero en perspectiva. No para efectos de ninguna campaña electoral.
Esta información, no obstante, es fundamental para precisar posibles tendencias electorales. Por ejemplo, el voto joven urbano resulta crucial a la hora de definir resultados. Pero solamente contamos con datos proporcionados por unas encuestas que cada vez más se parecen a una ruleta. Según los entendidos, la población menor de 30 años es la más susceptible a situaciones de volatilidad, desconfianza y desencanto frente al mundo de la política. Por eso las mediciones son tan volubles.
A pesar de estas limitaciones, sí es posible aventurar explicaciones a propósito de ciertos resultados electorales. Tomemos como referencia el aparatoso fracaso de Alianza PAIS en las elecciones seccionales de 2014, que constituyeron el principio del fin de ese proyecto político.
Un año antes el gobierno había anunciado la decisión de abrir el parque nacional Yasuní a la explotación petrolera. La falsa promesa de conservar el crudo bajo tierra fue inconsultamente reemplazada por el plan B. La indignada respuesta de los jóvenes, que habían hecho de esa propuesta una insignia generacional, se expresó en aquella célebre concentración en la Plaza Grande donde abuchearon al expresidente Correa.
No resulta descabellado, entonces, vincular ambos hechos. Es muy probable que la manifestación en las urnas al año siguiente haya sido un efecto de la desilusión de esos mismos jóvenes con la renuncia del gobierno a una agenda ecológica excepcional.
¿Cuánto de esa asociación entre jóvenes y ecología se mantiene en la actualidad como para influir en el próximo proceso electoral? Seguramente mucho, porque la crisis ambiental amenaza con mayor violencia no solo a quienes tienen más años por vivir, sino a quienes están construyendo otros referentes vitales y civilizatorios. La defensa de la naturaleza puede llegar a ser un punto de inflexión en las relaciones de poder a futuro. Dicho de otro modo, en el desarrollo de la política.
Por eso, los candidatos no pueden evadir ese debate. En concreto, no pueden hacerse de la vista gorda frente a propuestas concretas, como la consulta popular por el agua de Cuenca. Y de ello, la gran mayoría no ha dicho ni pío. Los que quieran pronunciarse tendrán que hacer un enorme esfuerzo de sindéresis para no meter las patas, ni quedar como unos auténticos farsantes, ni entrar en franca contradicción con sus padrinos. El desencanto de los jóvenes les agudiza la suspicacia.
Octubre 1, 2020
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