En el tiempo corto podemos leer los acontecimientos de Chile, de octubre a octubre. La rebelión iniciada por lo cabros hace un año, el 18 de octubre de 2019, hoy se expresa en el triunfo del plebiscito contra la Constitución Pinochetista. El primer resultado, en una lectura desde atrás, es que sin la movilización, sin la presentación, no hay triunfo de la representación. La irrupción de la “violencia divina”, de la justicia más allá de la ley, ahora presiona para que la ley se modifique. Aunque en una lectura hacia adelante, queda el reto de regresar ese triunfo en la representación hacia el contacto nutricio con su fuente, la movilización de la calle, la democracia de la calle, la construcción permanente de un poder autónomo que no se doma dentro de los barrotes del Estado.
Hay también la oportunidad de una lectura de tiempo largo, de septiembre a los octubres. El 11 de septiembre de 1973, el golpe de Pinochet cerró una etapa histórica no sólo de Chile, sino de la humanidad: bajo los escombros de la Moneda bombardeada se enterró el tiempo largo del imaginario del cambio, reforma o revolución, que vivió Occidente desde la Revolución Francesa. Y empezó el tiempo brutal de un tiempo cerrado, no hay alternativa, la proclama de que el capital en su forma más extrema es la salvación. En la bayonetas de los militares llegó el privilegio de convertir a Chile en el primer laboratorio del modelo neoliberal, soñado treinta años en la Sociedad de Monte Pélerin. La sangre y el dolor de Salvador Allende y de decenas de miles de asesinados, desaparecidos, encarcelados, expatriados, torturados, eran la ofrenda que exigía el ángel del progreso.
La desigualdad fue el detonante: como decía la gente, no son los 30 pesos del pasaje, sino los 30 años de opresión.
Y parecía que ese tiempo era eterno. La salida de la Dictadura, por otro referéndum realizado el 5 de octubre de 1988, en que triunfó el NO con el 54,71%, para impedir que Pinochet se quede hasta marzo de 1997, dejó intacta la Constitución heredada. El pacto aceptado se sostenía en la aceptación también de la oposición, de la Convergencia Democrática de los partidos, de que no había alternativa. Parecía que las cifras daban la razón a los oráculos, Chile se convirtió en el referente del crecimiento económico. La economía fue privatizada, menos el cobre. Las AFP se apoderaron del ahorro social y de la vida de los trabajadores. Los militares custodiaron sus privilegios. Las transnacionales financieras-rentistas-comerciales encontraron el paraíso del mercado libre. Las élites criollas de los diversos países se América Latina, podían invocar el ejemplo exitoso del capitalismo libre de Chile, acompañado del ejercicio democrático de sucesivas elecciones y turnos de representaciones políticas que podían disputar los curules, pero no se atrevían a cuestionar los pilares del progreso.
La resistencia armada fue derrotada. Las luchas seguían en los bordes. El Pueblo Mapuche era el símbolo de la resistencia a un capitalismo neocolonial y autoritario. El 18 de octubre de 2019 estalló el modelo exitoso. El progreso era de los grandes capitales, mientras abajo se agotaba el horizonte de vida no sólo para los pobres, sino también para los sectores medios. La desigualdad fue el detonante: como decía la gente, no son los 30 pesos del pasaje, sino los 30 años de opresión.
Las grandes alamedas anunciadas por Salvador Allende en la hora de su sacrificio empiezan a abrirse. Apruebo la modificación de la Constitución pinochetista consiguió el 78% de los sufragios, y la opción de la convención constitucional integrada por ciudadanos electos y paritaria obtuvo 79%. Allí en donde empezó el ensayo neoliberal bajo una estrategia de shock, hoy se abre la posibilidad de caminar hacia su final. Un camino difícil e incierto, pero esperanzador.
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