Varias explicaciones pueden ensayarse para entender las sucesivas crisis políticas que empiezas a golpear a distintos países de la región. Lo ocurrido en el Perú puede darnos algunas pistas.
La explicación más ramplona se refiere a la ambición delirante de ciertos personajes por llegar a cargos de importancia a cualquier costo, incluso arriesgando normas elementales de supervivencia política. Desde esta perspectiva, se considera a la política un asunto de habilidades individuales antes que una confrontación de fuerzas. Un político astuto e inescrupuloso puede llegar a un alto cargo a punta de muñequeos. El gobierno de Moreno está plagado de ejemplos.
La vieja concepción oligárquica de que el poder debe ser administrado por expertos –más apropiado sería decir por elegidos– está agotada, inclusive en su moderna versión tecnocrática.
Pero las consecuencias de este procedimiento están a la vista. En el Perú, el fugaz paso del señor Merino por la Presidencia de la República ha sido una tragicomedia total, con muertos y heridos incluidos. La desfachatez con que la clase política procesó la destitución del expresidente Vizcarra terminó por exacerbar la indignación general.
Otra explicación apunta a la crónica desconexión de la clase política con la realidad social. Algo parecido al delirio del poder, aunque no tan patológico. Suponer que la política formal es una cancha ilimitada, donde los jugadores pueden hacer lo que les viene en gana, es un error reiterado, del que muchos se dan cuenta únicamente cuando los graderíos se incendian. La vieja concepción oligárquica de que el poder debe ser administrado por expertos –más apropiado sería decir por elegidos– está agotada, inclusive en su moderna versión tecnocrática.
Si antes el pueblo se levantaba apenas los chanchullos del poder exageraban su impudicia, hoy resulta más difícil disimularlos y mantener el control desde las alturas. Basta un tuit para que las redes sociales se enciendan y las calles se llenen de gente. Con un ingrediente nuevo: la espontaneidad de las protestas está desquiciando las convencionalidades del poder. Las masas ya no necesitan de ningún liderazgo reconocido para movilizarse.
En estas condiciones, la crisis del sistema político está amenazando al viejo pacto social. La pregunta, entonces, es ¿entre quiénes se va a suscribir un eventual nuevo pacto social? Sin actores políticos formales, la propia idea de pacto social hace aguas.
Así, entre las brumas del delirio individual, de la desconexión de la clase política y del hartazgo ciudadano emerge el fantasma del colapso de la representación política. ¿Quién nos representa? La autoconvocatoria en las redes sociales es una versión informática de la atávica autonomía social: por iniciativa y decisión propias, la gente va perfilando su proyecto de vida en común en el espacio público. Por ahora, al menos define lo que no está dispuesta a tolerar. En algún momento definirá lo que desea. Y lo que le aterra a la clase política es que esta decisión prescinda de ella.
Noviembre 17, 2020
Be the first to comment