Que el cuidado colectivo sea la trinchera!

Mane Rivadeneira

La violencia machista apago la vida de 101 mujeres y niñas durante esta pandemia en Ecuador y dejó en orfandad a 98 niños y niñas. Inevitable sentir rabia y querer con todo cambiar estas estructuras que someten, dañan, destruyen, violan, matan. 

En una sociedad misógina que basa sus relaciones en la explotación, opresión y violencia contra las mujeres, niñas y cuerpos feminizados, “madresposas, monjas, putas, presas y locas” luchan a diario para sobrevivir a los complejos mecanismos de los cautiverios en un mundo cimentado en la imagen y práctica de la dueñidad; lo que conocemos como el patriarca o el patriarcado. 

Ese círculo vital de la violencia se basa en la reproducción sistemática de normas, instituciones, modos de vida y una cultura de dominación, donde ser mujer significa ser menos humana. Una aparente satisfacción se da al cumplir con los roles socialmente asignados de ser mujer que se expresan en lealtad, entrega, abnegación, instinto maternal. Marcela Legarde dice que de ahí viene la “subordinación enajenada al poder” o lo que conocemos como actos de amor. 

Estas condiciones femeninas de la opresión definen políticamente a las mujeres en su privación de libertad, autonomía vital, sobre su capacidad de decir sobre sus vidas. De ahí que las violencias buscan conservar ese modelo de dominación y opresión, siendo su expresión más cruel las muertes (feminicidios) en manos de parejas, familiares, maestros, o personas de círculos cercanos. Pero también se mueren las mujeres con la violencia sexual, con los golpes, críticas, juzgamientos, se mueren del miedo o se mueren de hambre en sociedades donde la pobreza tiene rostro de mujer. Hay muerte en los territorios despojados de sus recursos, arrasados por la miseria de la explotación, en los cuerpos perseguidos por resistir o por el hecho de ser indígena, afrodescentiente o migrante. Hay muerte en el silencio cómplice de la sociedad. Hay muertes físicas y muertes simbólicas, así como hay sobrevivencias que duelen todos los días. 

Ante esta misoginia, nos unimos en un abrazo hermanado para hacerle frente a la violencia. Unas desde casa, otras desde las calles, muchas sin poder parar porque hay que ganarse el pan de cada día, algunas descostruyendo los cautiverios, otras sobrevivendo. 

Que el cuidado colectivo sea la trinchera!

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