Por Miguel Iradier
Trucos de circulación
Hoy no es raro ver artículos denunciando la vacuidad de la Teoría Monetaria Moderna, que siempre encuentra más voceros en las épocas de crisis. A sus autores no les falta razón, pero sus críticas se quedan cortas, y se apresuran a cerrar la puerta justo donde debería hacerse la luz.
Pues la nueva jerga neokeynesiana que ahora llaman TMM, no es ni siquiera, tal como se dice, un paño caliente para las llagas de este corrupto sistema, sino parte suya esencial desde el comienzo. Sólo las palabras se van transformando.
A los ricos les encanta la TMM porque mientras se sigan imprimiendo billetes sus activos suben con la inflación mientras el resto de la gente se hace más pobre —y además una gran parte de ese dinero recién creado les llega directamente a ellos en condiciones irrisorias. Por añadidura, gran parte de los fondos presupuestarios de nuestro capitalismo de Estado está controlada por lobbies y corporaciones ¿Qué más se puede pedir?
Pero el hecho de que a las grandes fortunas les vaya tan fabulosamente bien en épocas con más gasto público nos tendría que hacer pensar algo más. ¿O acaso se inventó el gasto público en la época de Keynes? La crítica marxista insiste en que la ley del valor hace imposibles los «trucos de circulación» —el dinero por sí solo no puede crear valor. Esto es palmario, pero igualmente existe el amaño, y de eso mismo se trata —porque el dinero nunca está solo. El darle alas a la esfera de la circulación es tan consustancial al liberalismo moderno como la extracción de valor: son anverso y reverso de una misma operación.
Traigamos a colación un ejemplo histórico que no por más citado resulta menos esclarecedor: la fundación del Banco de Inglaterra en 1694. El gobierno y la corona querían reconstruir la maltrecha Marina Real y para ello pidieron prestadas 1.200.000 libras a los prestamistas de turno. Guillermo III recibía la cantidad en oro y quedaba en deuda con los prestamistas, que, a cambio, obtenían la autorización para emitir esa suma en notas bancarias, los primeros billetes, que se convirtieron en los activos del Banco.
Con esta simple operación el dinero se multiplica por dos: el rey consigue su millón largo y lo gasta, y el Banco sigue teniendo la misma cantidad y la presta —mientras que el rey aún sigue debiendo el millón y pico de libras. El dinero se ha multiplicado por dos, pero los bienes no, y si esto se aplicara al conjunto de la economía, habría que concluir que ahora los bienes cuestan el doble. El aumento va derecho a las arcas del banquero, pero lo paga toda la población que tiene que hacer uso de un dinero que habría perdido la mitad de su valor.
Por supuesto estos primeros grandes prestamos, casi siempre relacionados con la guerra, no tenían un peso equiparable al del conjunto de la economía nacional. Pero había una forma de ir extendiendo gradualmente el rendimiento y la «cuota de mercado»: la proporción de la reserva. Como la mayor parte de los que hacen depósitos en un banco no lo retira a la vez, no hace falta que todo ese dinero esté disponible.
Si como mucho a un banco se le exige un 10% del dinero depositado, será suficiente con tener esa cantidad, o incluso el doble para tener un cómodo margen. Si guarda entonces un 20%, puede prestar cuatro veces más —de un dinero que no existe y unos bienes que no existen. Ese dinero «endógeno» o fantasma sólo puede ser redimido por aquellos que han contraído las deudas de los préstamos correspondientes.
Para hacernos una idea, los requerimientos de reserva en los bancos actuales suelen estar en torno a un mero 5%, pero en lugares como en los Estados Unidos incluso se ha abolido el requerimiento de un mínimo de cualquier clase en este mismo 2020, ya que incluso esto parecía demasiado; prestar veinte veces el dinero que se tiene aún es poca cosa.
Qué se hizo de la usura
Prácticamente todas las culturas y religiones a lo largo de la historia han estado de acuerdo en condenar la usura como el peor de los males de la economía y su pecado capital. La razón más elemental nos dice que el dinero no puede hacer más dinero por sí solo. La excepción sería el judaísmo, cuyos guías decidieron que hacer préstamos con interés era ilícito entre judíos, pero lícito con los no judíos, distinción que selló el destino de este pueblo.
Que hay o debería haber una ganancia de valor con cualquier actividad, es algo que siempre se ha asumido y dado por supuesto —de otro modo, no se entiende para qué uno se tomaría la molestia de hacer nada. Y se entendía que ese valor hasta cierto punto se puede acumular y superar la prueba del tiempo, como lo hacen las construcciones sólidas o una buena parte de nuestra herencia cultural. O el dinero hecho con metales escasos, en comparación con los bienes perecederos.
La ganancia por una actividad se consideraba en principio lícita, aunque podía considerarse injusta si estaba fuera de proporción y se aprovechaba de la coacción. Por el contrario la usura se juzgaba ilícita por principio, y aunque tampoco tenía por qué fundarse en la coacción directa sí lo hacía a menudo en la necesidad.
Pero no faltó quien hiciera distinciones de grado, porque muchos préstamos se antojaban legítimos y útiles: si alguien prestaba una mula o un arado, se entendía que pidiera algo a cambio por no usarlo, y además ambos se gastan. Pero muchos pronto pedirían todo lo que ganaba el labrador, menos la parte que necesitaba para comer y seguir trabajando.
Y esto es lo interesante. Porque la usura como flagrante exacción y el usurero como odioso chupasangres que pedía intereses escandalosos son cosas de otra época, al menos para la mayor parte de nosotros. Hoy uno no va a pedir fondos al gueto precisamente, y, según dicen, las tasas de interés rondan insistentemente los valores negativos.
Sí, el execrable prestamista de antaño se hizo mucho más… liberal; esa es la palabra. Se lo puede permitir, puesto que ha ampliado hasta límites insospechados su negocio. Eso no significa que se conforme con menos o que sea menos abusivo. Sigue exigiendo lo mismo: todo, menos la parte que necesitas para seguir existiendo sin molestar demasiado. Pero el sistema se ha perfeccionado hasta tal punto que uno ya ni se da cuenta de cuánto realmente le roban.
¿Y dónde está todo eso? La mayor parte de eso no está ni en la plusvalía del empleador ni en los denigrados impuestos. Ambos son bastante magros comparados con… ¿qué? Con los márgenes que hay entre lo que pagas por todo y lo que pagarías si esa diferencia en forma de inflación no se la hubieran llevado los bancos.
Esa diferencia aumenta poco por año, pero si pensamos en el aumento de precios en un siglo, o incluso sólo en una generación, nos encontramos pronto con una montaña. Especialmente si hablamos de la inflación real, que incluye muchos aspectos encubiertos de los que no quieren saber nada las estadísticas. Con la inflación real el gráfico ya se iría acercando al del incremento de la desigualdad.
Controlando la emisión de dinero de los bancos centrales, la banca privada, que también controla el crédito en general y el de la deuda de los estados en particular, no sólo se hace dueño del circuito completo del dinero, sino también de los resortes de presión sobre el gobierno y la administración. De esta forma se hace con el mando desde arriba y modela todo lo demás como su materia, igual que el alfarero a la arcilla en su torno.
Entonces, ¿cómo se entiende que el «dinero solo» no produzca nada pero le sirva al banquero para acumular riqueza? Porque ese dinero, no tan solo, si es capaz de crear lo más fundamental para el calculador preciso y sin excusas: la escasez artificial. Con eso sólo basta para que todo se ponga en movimiento y vivamos para llenarles las arcas, igual que el agua en un circuito se desplaza en función de un vacío y se mueve intentando llenarlo. La deuda y la inflación, el proverbial ladrón silencioso, consiguen crear ese vacío que se pugna por llenar.
De hecho ese vacío y la configuración del circuito es lo que determina su evolución, y el artefacto bancario moderno ha hecho todo lo posible por controlar ambos. ¿Acaso hoy no dicen los banqueros centrales sin la menor vergüenza que intentan elevar la inflación por todos los medios a su alcance? Y a menudo se desesperan de no lograrlo, aun sabiendo todos que hay una enorme inflación tan sólo «encubierta» para las estadísticas que la enmascaran, o por la pérdida constante de calidad de muchos productos y servicios.
Se dice por supuesto que también los ingresos se actualizan de forma correspondiente, pero dejando aparte la diferencia no visible que se extrae continuamente del circuito, lo importante es la presión y la dirección que de este modo se le imprime al conjunto del sistema y a todas sus partes. Una dirección que coincide inevitablemente con el incremento de la deuda a todos los niveles.
Se comprende fácilmente entonces que la Alta Finanza moderna no es sino la transformación de la vieja usura cuando se ha hecho con el control del sistema de arriba abajo.
¿Es esto exagerado? En un artículo de este año calculábamos, completamente a bulto, que el valor real de los salarios actuales es probablemente entre cinco y diez veces mayor que el que perciben los trabajadores, sin que, naturalmente, sean los empleadores los que se quedan con la enorme diferencia. Esa diferencia estaría difuminada en el monto total de intereses a todos los niveles; pero aún estamos esperando que los economistas se tomen el trabajo de desmentirlo o comprobarlo.
La cuarta revolución monetaria: un poco de perspectiva
Se habla mucho de las sucesivas revoluciones industriales y ahora nos martillean con el advenimiento de la cuarta, pero se subraya mucho menos que tales transformaciones coinciden puntualmente con otros tantos giros históricos en el uso del dinero; mudanzas monetarias que también han tenido un indiscutible componente técnico.
La primera revolución monetaria fue justamente la mentada creación de Bancos Centrales estatales y la emisión de los primeros billetes o notas bancarias firmadas a mano, con un decidido protagonismo de los prestamistas privados que siempre estuvieron detrás. Esta primera revolución del crédito es la que impulsa la primera revolución industrial, puesto que llega hasta mediados del siglo XIX.
Durante toda esa época también los bancos privados emitían dinero-papel, y a menudo con excesiva abundancia, lo que propició la siguiente gran transformación de mediados del XIX. La emisión de todos los billetes pasa a ser competencia exclusiva de los Bancos Centrales; el primer billete íntegramente elaborado en la imprenta sale a la calle en 1855, y también es significativo que en Inglaterra la derogación de las últimas leyes contra la usura tuviera lugar en 1854.
La nueva ley o carta del Banco de Inglaterra de 1844 establecía el respaldo completo de su dinero por el oro, lo que inició el apogeo del Patrón Oro, que se liquidaría definitivamente en 1971 con su abandono por el dólar. Comienza el régimen de cambio flotante en el mercado de divisas que coincidirá con el neoliberalismo, la financiarización de toda la economía, y el ascenso vertiginoso de la deuda en todos los órdenes, el apalancamiento y la desigualdad.
Esta tercera revolución monetaria y del crédito coincidió también con la tercera revolución industrial que es también la primera fase de la revolución digital: la penetración del ordenador en todas las esferas, la tarjeta electrónica, la expansión de internet, los móviles y todo lo demás.
Y ahora, y desde Davos, se promueve, y casi parece que se promulga, la implantación de una cuarta revolución industrial. Es un tanto curioso porque, hasta ahora, no vemos un cambio cualitativo en la revolución digital sino más bien su desarrollo incremental, por más que eso no sea sinónimo de desarrollo previsible.
Pero no se trata sólo de bombo publicitario, hay en todo ello cierta declaración de intenciones —aunque sea sólo de una pequeña parte. Y por supuesto, la llegada del dinero digital es la clave de arco de esta nueva arquitectura, con la consiguiente disminución gradual del dinero en metálico que todavía manejamos.
Decimos que esta cuarta revolución industrial es la segunda fase de la revolución digital porque la primera fase de ésta se caracterizó por un expansionismo típicamente neoliberal mientras que lo que ya llama a nuestras puertas tiene un signo contrario, es una fase de contracción, de cierre del puño del control tecnocrático. Esto creo que lo percibimos todos sin necesidad de entrar en pormenores.
No hace falta decir que este cierre o contracción no es en absoluto una fatalidad inherente a la naturaleza de las tecnologías en juego, sino un intento de instrumentación consciente al servicio de una oligarquía que es la interfaz de la minúscula plutarquía.
Ya hemos hablado otras veces de esta «fase final» de licuefacción del dinero y sus peligros para todas las partes implicadas. Final no tiene porqué ser, pues igual que ya se habla en prospectiva de una quinta revolución industrial, que asaltaría definitivamente la interfaz entre la máquina y el hombre, pueden sin duda concebirse estadios del dinero aún más «fluidos»; los chips implantables, una tecnología desarrollada para las mascotas, ya son usados por muchos seres humanos y su progresión se antoja muy prometedora.
Pero antes de decir las tonterías de rigor al respecto, más nos valdría escrutarle los riñones a esta cuarta revolución monetario-industrial que no tiene su destino escrito, ni en Davos ni en ninguna parte.
Las estaciones del diablo
No es lo mismo la inflación, que puede responder a muchas causas externas como los aumentos de precios en materias primas, que los artificios inflacionarios conectados con la inyección de dinero. Ni que decir tiene que tampoco estamos afirmando que toda la extracción de valor se produzca por estos artificios; sin embargo son ellos los que determinan la dirección del flujo principal.
Quién no ama como Baudelaire la eterna ronda de las estaciones, condición de la regeneración universal; pero las fases de los ciclos económicos, que cosechan beneficios cuando la helada agrieta los espejismos, son las estaciones del diablo. Además del robo silencioso por inflación, dentro del parasitismo financiero y el festín de carroña hay un lugar de honor para las estafas, los desfalcos, y, sobre todo, las operaciones internas de la bolsa de valores.
Aunque toda esta economía del fraude ya casi parece la parte mayor del pastel, a nadie se le escapa que florece al compás de los ciclos del crédito y la inflación de los precios de los activos. Verdaderamente esta miserable gente ha conseguido que vivamos más en función de estos ciclos urdidos que de los ciclos astronómicos de la naturaleza —toda una hazaña por la que nunca acertaremos a corresponderles.
Hoy cualquiera sabe que las grandes corporaciones sacan más dinero especulando con el valor de sus propias acciones, con la ayuda inestimable del dinero fácil de los bancos centrales, que por el margen de beneficio que rinden los productos que ofrecen. Así el crédito ha llegado ha subvertir por completo la lógica primitiva de la ganancia. Claro que estas cosas nunca suelen durar demasiado —lo que nos recuerda que esto ya ha ocurrido innumerables veces antes, aunque el estallido de la Gran Burbuja actual puede hacer historia por un montón de razones.
También es para morirse de risa que entre las diez primeras fortunas del mundo, según los rankings del ramo, no haya ni un solo banquero y sean casi todos «capitanes de empresa» de las grandes marcas; como si además ellos fueran los principales accionistas de sus compañías. Y es que no hay nada como los nuevos ricos para animar un poco a los emprendedores. ¡Tú también puedes!
Las mismas guerras, incluyendo las más devastadoras, han hecho de parteaguas en las estaciones perversas y nunca se han hecho sin la connivencia y la providencia de la gran finanza, para dejar luego a los historiadores preguntarse por generaciones qué mandatario o pelele era el responsable principal.
Hoy las guerras a gran escala son poco viables, pero inflar el peligro por diez con tal de seguir aumentando el gasto militar es en sí misma una industria más grande y mejor engrasada que la propia industria militar, con sus diplomáticos, gabinetes estratégicos, institutos de investigación, laboratorios de ideas y todo lo demás. Los que fabrican las bombas de racimo y las minas antipersona son casi los criminales menores dentro del gran crimen orquestado a conciencia por las RR. PP.
La cuestión es inflar hasta donde se pueda la necesidad y el valor de cosas que nadie necesita, siempre que haya primos que las compren, para que las que si son indispensables valgan la décima parte.
Tampoco conviene olvidar, ya que de hecho se olvida continuamente, que estos mismos días de «crisis del coronavirus» estamos asistiendo a la mayor transferencia de riqueza de la historia; con la que aún les costará menos que nada pagarte una módica renta para que te estés quieto en tu casa y no perturbes la suave transición hacia el mejor de los mundos posibles.
Perros de paja
Seguiríamos indefinidamente pero es innecesario. Por más que les pese a los marxistas y nos pese a todos nosotros, los «trucos de circulación» existen, y no sólo existen sino que han sido siempre una parte esencial del capitalismo y de la obtención y agrandamiento de las ventajas del capital. Cuando los primeros billetes del Banco de Inglaterra vieron la luz en 1695, puede estarse seguro de que hasta se hacían chistes en los mentideros financieros de Londres, pues no se necesita ninguna clarividencia para ver de qué va la cosa.
Uno se pregunta entonces porqué Marx hizo la vista gorda a todos los esquemas especulativos de la Alta Finanza para meterse de cabeza en su versión «materialista» del sistema de la mercancía, pero es mejor que cada cual responda por su cuenta a esa pregunta. Desde luego, las alusiones vacías de tamaño maestro de la sospecha al «capitalismo rentista» y al «fetichismo del dinero» son totalmente irrelevantes para la magnitud del caso.
Ya hemos comentado en artículos anteriores que hay una doble fisiología y una doble genealogía en la historia y formación del capital: la de la violencia y la del engaño. De forma harto comprensible, Marx se centró en el lado de la violencia y la explotación obrera, que ya era un clamor en su época y nadie podía negar, convirtiendo al rentismo en su subproducto.
Pero en realidad la economía del engaño, como la de la inducción de la guerra por el crédito, no es un subproducto sino un factor iniciador y desencadenante. Lo más razonable es admitir la coexistencia simultánea de ambos factores, pero estando el control y la iniciativa del lado financiero más que del industrial.
Y así estas diatribas de marxistas contra neokeynesianos recuerdan a perros de paja ladrando a otros perros de paja; a lo sumo enseñan los dientes pero no tienen intención de morder. Cuando escribí que lo que correspondía a los salarios probablemente era diez más de lo que se paga, recibí un mensaje de un amable lector anónimo que me recomendaba informarme sobre la teoría crítica del valor de Anselm Jappe —un teórico alemán que tras pasmosas elucubraciones arriba a la conclusión de la naturaleza ficticia del valor. Otra jugada perfecta: te ajustan las cuentas toda tu vida mediante cálculos sin cuento; y cuando tú puedes cantárselas a ellos, llega el sesudo teórico de turno para decirnos con Plotino o el Vedanta, pero con la jerga más actual, que todo es Uno, y los números, pura ilusión, Maya. Valientes intelectuales radicales.
Los medios tienen sus discusiones de pega para todos los públicos y la academia tiene las suyas para sujetos algo más leídos, pero igual de amañadas están. Al liberalismo nunca se le ocurrió teorizar sobre la economía del fraude y del engaño que era como quien dice su salsa; pero luego llega el materialismo histórico, y por aquello de oponerse diametralmente al idealismo burgués, decide que tampoco existe. Era el comienzo de una larga amistad.
Se entiende entonces que medidas que son de la más simple justicia y razón, como eliminar la reserva fraccionaria y atenerse simplemente al dinero cien por cien legal sean calificadas de «excéntricas»; porque, aunque se hallen en el eje mismo de la realidad económica, tienen que resultar de lo más exótico para quienes necesitan situarse de espaldas a ellas.
La forma en que se crea y distribuye el dinero es el instrumento principal de la economía del fraude; y naturalmente, esta es la razón de que la élite económica no quiera ni oír hablar de cambiarla. Si a los ricos les costara realmente algo de su dinero el comprar voluntades y engrasar toda clase de mecanismos, seguramente se lo pensarían dos veces antes de dedicar tan generosas sumas a la lubricación y corrupción de la sociedad entera. Pero les sale gratis. Lo pagamos nosotros mismos, e incluso así sirve para que ganen más con ello, como es el caso del ejército de los Estados Unidos. ¿Cómo podría cambiar algo si esto no cambia?
Pero que nadie tiemble, que si algún día cambia no será por los desvelos de la autodenominada izquierda radical.
Guerra monetaria
Entre otras cosas, la cuarta revolución monetaria será diferente de las anteriores por el hecho de que tendrá lugar en una época de guerra comercial y tecnológica entre imperios, con una amenaza existencial para la hegemonía «anglosajona», si así se la quiere llamar. Esto puede no parecer tan nuevo, pero la guerra comercial y tecnológica promete convertirse además en una guerra de divisas e incluso en una «guerra monetaria» propiamente dicha, esto es, una guerra entre modelos diferentes de moneda.
Hasta ahora el yuan ha sido como un derivado del dólar puesto que estaba pegado a su valor. Pero cuando el nuevo yuan digital —que no es una criptodivisa distribuida, sino centralizada- pueda usarse directamente en el extranjero a través de los móviles, muchas cosas pueden cambiar. Uno podría hacer negocios o transacciones con otras empresas —chinas o no- y recibir ingresos de forma inmediata, sin los retrasos del sistema SWIFT que domina Estados Unidos; también podría sortear las sanciones que este mismo país impone, o los impuestos de las agencias de recaudación.
Esto es sólo una muestra de la constelación de cosas que pueden ocurrir con las divisas nacionales, las corporativas, las alternativas, etcétera. El caso es que en un ambiente de creciente hostilidad entre Estados Unidos y China nadie puede dar por hecha la «gobernanza global» de las monedas digitales requerida para la consolidación y cierre del sistema de dominación de las masas.
Hoy la caída del dólar entra ya dentro de lo concebible y no sólo por China sino por las crecientes divisiones internas del país y su pérdida de consenso, sin mencionar las maniobras de la cúpula financiera para rediseñar el sistema monetario internacional. Pero incluso si el dólar cayera ello sólo sería una buena noticia si se crean las condiciones para aprovecharla.
Cuarta y marcha atrás: el reflujo
Cuando hoy se habla del futuro de las tecnologías, y más ahora cuando todas ellas pasan por el filtro digital, la omisión generalizada de las formas del dinero y el crédito resulta imperdonable dado que éstas son, y cada vez serán más, las formas específicas en que el capital quiere dominar e instrumentalizar, tanto al resto de las tecnologías, como a los propios seres humanos. Y no se trata de hablar del diseño de terminales e interfaces con el usuario, sino ante todo del diseño general de la circulación o «modelo de negocio». Aquello de «sigue al dinero» se materializará literalmente en las tecnologías dentro de la digitalización.
Es imposible ser optimista respecto a cualquier proceso que se nos presenta como irreversible. La cuarta revolución industrial y la cuarta revolución monetaria son procesos de ese tipo, obviamente dirigidos por intereses muy minoritarios. Con todo, la digitalización del dinero presenta «contradicciones» inherentes que no son fáciles de resolver, más todavía en un clima de hostilidad comercial entre las grandes potencias.
Puesto que el sueño de las monedas digitales es crear corrales financieros herméticamente cerrados para que nada ni nadie escape, y eso difícilmente se puede conciliar con los «mercados abiertos» y «las sociedades abiertas». Vemos que el giro del neoliberalismo ya conocido al cierre tecnocrático de la segunda fase de la digitalización a la que ahora asistimos está enteramente relacionado con esto.
En otros artículos hemos esquematizado una «doble contradicción» en la encrucijada de las elecciones monetarias. Hemos visto que hay dos actitudes básicas de los estados con respecto a la moneda digital, así como dos tipos de criptodivisas privadas, las especulativas y de las corporaciones, y las comunitarias o alternativas. Estas últimas parecen una opción residual pero pueden inclinar la balanza en el caso harto plausible de una guerra generalizada de divisas; en el peor de los casos pueden ser una suerte de mercado negro, y en el mejor, una alternativa al las moneda estatales o corporativas.
En medio del torbellino monetario que se avecina pueden distinguirse tres ejes: el horizontal ligado a los factores más puramente comerciales, civiles y de liquidez, el vertical o político-legal de los estados y los acuerdos entre estados, y un eje temporal en profundidad cifrado en el alcance de la reversibilidad e irreversibilidad de la deuda, los cambios y usos monetarios.
Dentro de la tónica general de huida hacia delante, la irreversibilidad tecnológica es una trampa gigantesca para los «usuarios», pero además el aumento de la fragilidad sistémica que conlleva también puede ser una terrible trampa para aquellos que creen conducir el proceso. ¿Quién ganará al final? El que menos dependa de ella.
Esto puede valer tanto para los diversos contendientes de la guerra monetaria como para la pugna entre gobernantes y gobernados, que gracias a la aceleración de decisiones va entrando en una nueva fase.
Epílogo
13 «No había pan en toda la tierra, y el hambre era muy grave, por lo que desfalleció de hambre la tierra de Egipto y la tierra de Canaán.
14 Y recogió José todo el dinero que había en la tierra de Egipto y en la tierra de Canaán, por los alimentos que de él compraban; y metió José el dinero en casa de Faraón.
15 Acabado el dinero de la tierra de Egipto y de la tierra de Canaán, vino todo Egipto a José, diciendo: Danos pan; ¿por qué moriremos delante de ti, por haberse acabado el dinero?
16 Y José dijo: Dad vuestros ganados y yo os daré por vuestros ganados, si se ha acabado el dinero.
17 Y ellos trajeron sus ganados a José, y José les dio alimentos por caballos, y por el ganado de las ovejas, y por el ganado de las vacas, y por asnos; y les sustentó de pan por todos sus ganados aquel año.
18 Acabado aquel año, vinieron a él el segundo año, y le dijeron: No encubrimos a nuestro señor que el dinero ciertamente se ha acabado; también el ganado es ya de nuestro señor; nada ha quedado delante de nuestro señor sino nuestros cuerpos y nuestra tierra.
19 ¿Por qué moriremos delante de tus ojos, así nosotros como nuestra tierra? Cómpranos a nosotros y a nuestra tierra por pan, y seremos nosotros y nuestra tierra siervos de Faraón; y danos semilla para que vivamos y no muramos, y no sea asolada la tierra.
20 Entonces compró José toda la tierra de Egipto para Faraón; pues los egipcios vendieron cada uno sus tierras, porque se agravó el hambre sobre ellos; y la tierra vino a ser de Faraón.
21 Y al pueblo lo hizo pasar a las ciudades, desde un extremo al otro del territorio de Egipto.
22 Solamente la tierra de los sacerdotes no compró, por cuanto los sacerdotes tenían ración de Faraón, y ellos comían la ración que Faraón les daba; por eso no vendieron su tierra.
23 Y José dijo al pueblo: He aquí que os he comprado hoy, a vosotros y a vuestra tierra, para Faraón; ved aquí semilla, y sembraréis la tierra.
24 De los frutos daréis el quinto a Faraón, y las cuatro partes serán vuestras para sembrar las tierras, y para vuestro mantenimiento, y de los que están en vuestras casas, y para que coman vuestros niños.
25 Y ellos respondieron: La vida nos has dado; hallemos gracia en ojos de nuestro señor, y seamos siervos de Faraón.
26 Entonces José lo puso por ley hasta hoy sobre la tierra de Egipto, señalando para Faraón el quinto, excepto sólo la tierra de los sacerdotes, que no fue de Faraón.
27 Así habitó Israel en la tierra de Egipto, en la tierra de Gosén; y tomaron posesión de ella, y se aumentaron, y se multiplicaron en gran manera». Génesis, 47: 13-27
Fuente:: https://www.hurqualya.net
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