Por: Erika Arteaga Cruz.
El miércoles 25 de noviembre fue el Día de la Erradicación de la Violencia contra la Mujer. Ese día el dolor es más palpable en el cuerpo porque recordamos a todas las que nos han arrebatado, sentimos el dolor de nuestras compañeras madres de las muertas, de sus hermanas, de sus huérfanxs… ese día recordábamos 110 femicidios en lo que va del 2020. Creímos que el dolor y 119 puñaladas eran demasiado ya; no pensamos que para el 7 de diciembre seríamos además testigas del femicidio con TORTURA de una mujer embarazada de 8 meses en Guayaquil; los crímenes son más macabros, el círculo se va cerrando, la violencia nos toca a todas en lo más inmediato, no hay forma de escapar.
Las mujeres, sin embargo, ESTÁN MURIENDO, están siendo agredidas, son violadas y hay que PARAR.
Decía Michelle Otero (escritora chicana de Malinche´s Daughter) en un taller de sanación a través de la escritura para mujeres sobrevivientes de violencia que quien contaba su verdad (violencia sexual en la familia) era capaz de liberarse del peso de una piedra enorme que había cargado toda su vida. El momento de vocalizar lo sucedido podía descargar el peso enorme de esa piedra y repartir ese peso, y esa piedra, entre todos y todas las involucradas. El hermano que violó, el abuelo que sabía, el padre que dio el ejemplo, la madre que ignoró; todos y todas cargaban con su piedra.
En estos últimos meses hemos visto crecer la violencia y su impunidad en todos los niveles. Está en las comunas (Tamia Sisa, Lidia Cabascango), en las ciudades, en la piladora (Katty Basurto), y también está en los baños de las escuelas (YoTeCreoEmiliana).
La idea de nuestros espacios (sean universidades, comunas, familias o escuelas) como comunidades armónicas de gente moralmente superior es muy nociva y grave.
Si los espacios son armónicos y fomentamos una cultura de paz ¿de dónde sale tanta violencia? ¿Solo del otro? ¿Del migrante, del pobre, de un hombre como el Monstruo de los Andes?
NO!
La violencia está también en las comunidades que se reconocen armónicas y que quizás no han logrado ver su propia violencia estructural. En ese sentido la familia, las universidades, las comunas y las escuelas deben comenzar a cargar con su propia piedra- las instituciones TIENEN una responsabilidad en la violencia machista. Sin duda la escuela está angustiada y al borde del colapso, EL MUNDO está así. La sobreexplotación laboral que vivimos en pandemia, el refuerzo exacerbado de la triple carga para las mujeres, la pauperización de los modos de vida, la descomposición social producto de esa pauperización, el deterioro de los territorios por el extractivismo nos ha pasado una factura enorme a todos y todas. Las mujeres, sin embargo, ESTÁN MURIENDO, están siendo agredidas, son violadas y hay que PARAR.
Ante el grito de PAREN, BASTA DE VIOLENCIA, no falta quien diga que las feministas somos sueltas de huesos y largas de lengua. Resulta- como bien decía un post que circuló el 25 de noviembre- que las culpables siempre son las feministas, nunca el agresor, nunca las instituciones que los encubren, nunca las autoridades silentes, nunca los departamentos de psicología que no han logrado actualizar sus conocimientos en educación sexual. ES HORA DE QUE CADA QUIÉN CARGUE SU PIEDRA! Y las feministas- que también criamos hijos hombres en esta sociedad patriarcal- no vamos a parar ni dejar que otra vez se esconda la inmundicia bajo la alfombra.
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