LA REVOLUCIÓN SEXUAL DEL SIGLO XXI

Por: Silvia Ocaña.

Quito, 10 de diciembre de 2020.

¿SOMOS TAN LIBRES EN EL SEXO COMO PENSAMOS O SEGUIMOS CONDICIONADOS POR LAS IDEAS ESTABLECIDAS DE LO QUE ES DESEABLE Y NOS DEBERÍA GUSTAR?

El pasado 9 de septiembre murió en Londres Shere Hite, la historiadora e investigadora que en los setenta escandalizó al mundo con su célebre Informe Hite, el libro que derribó algunos de los grandes mitos sobre la sexualidad femenina. Hite, por entonces una joven estudiante de postgrado de la Universidad de Columbia que se ganaba la vida trabajando como modelo y había posado desnuda para Playboy, hizo algo tan sencillo, y en su momento tan revolucionario, como preguntar directamente a 3.500 mujeres de todo tipo y condición por su vida sexual y sus relaciones. La conclusión más conocida (y polémica) de su investigación fue que el 70% de las mujeres no llegaban al orgasmo a través de la penetración, pero la mayoría no tenía problemas en lograrlo mediante la masturbación. Hite desmontó así la idea de que una mujer ‘normal’ debía tener orgasmos a través del coito y sacó a la luz una realidad al parecer bastante extendida, y es que muchas mujeres fingían en la cama y muchos hombres no tenían ni idea de lo que realmente sentían sus parejas. El libro, publicado en 1976, cayó como una bomba. Se convirtió en un best seller (se calcula que ha vendido 50 millones de copias en todo el mundo), pero también fue prohibido en varios países. Su autora fue vilipendiada y acusada de promover el odio a los hombres. Recibió incluso amenazas de muerte y terminó trasladándose a Europa.

Unos años después, en 1981, impulsada por el éxito de su primer libro, Shere Hite publicó el Informe sobre la sexualidad masculina, con la misma fórmula y el doble de testimonios (esta vez más de 7.000). Sus conclusiones revelaban que también la mayoría de los varones disfrutaban más con la masturbación que con el coito, que muchos vivían con angustia la excesiva presión alrededor de la erección y que tenían serios problemas a la hora de expresar sus sentimientos.

El trabajo de Shere Hite no solo planteó cuestiones que nadie se había atrevido a hacer hasta entonces, sino que también puso de relieve que ni en la era del amor libre, el amor había sido efectivamente libre. La revolución sexual que, al calor de los movimientos contraculturales y las reivindicaciones feministas, se desarrolló en Occidente en los años sesenta y setenta fue un tsunami cuyas consecuencias se han dejado sentir durante décadas. Reivindicó la sexualidad como parte esencial de la condición humana, el cuerpo y su desnudez, y cuestionó los roles tradicionales de hombres y mujeres en las relaciones y en una institución social tan básica como el matrimonio. Esto supuso un enorme desafío para los códigos morales de la época, propiciando la aceptación de las relaciones prematrimoniales, la homosexualidad, las parejas de hecho y de las uniones civiles, y la aparición de nuevos tipos de familia. En esa época se extendió también el uso de anticonceptivos y en muchos países se legalizó el aborto, lo que, por primera vez en la historia, desvinculó sexo de reproducción.

Fue un cambio sin duda profundo, pero ni la liberación consiguió todos sus objetivos ni resultó ser la panacea para la igualdad, como ya por entonces se encargaron de señalar destacadas voces del movimiento feminista de la época. Autoras como Kate Millet, alertaron del riesgo de que esa revolución ‘a medias’ y el empuje del neoliberalismo de los años posteriores acabaran favoreciendo el desarrollo de nuevas formas de relaciones de dominación y el que las mujeres terminaran convertidas en objetos sexuales vinculados al mercado capitalista. Es decir que, paradójicamente, la liberación sexual podía acabar acarreando nuevas esclavitudes para ellas.

No cabe duda de que durante esos años se introdujo en la sociedad una actitud más abierta respecto al sexo, pero la promesa de unas relaciones libres e igualitarias no llegó a cumplirse del todo. De hecho, a día de hoy todavía seguimos sin ponernos de acuerdo en algo tan básico como en qué consiste realmente esa libertad. “Hay una divergencia entre lo que se considera ser libre sexualmente y lo que significa para mí”, explica la escritora Bel Olid. “En el imaginario colectivo sigue significando tener muchas relaciones con muchas personas sin demasiadas trabas, pero para mí es tener relaciones con quien quieres, cuando quieres y como quieres, compartiendo deseo y placer”. Dejarse guiar por el deseo y el placer podría parecer lo más fácil del mundo, pero en su libro ¿Follamos? (Editorial Bridge), Olid expone lo complicado que nos sigue resultando deshacernos de las ideas que nos han enseñado sobre los cuerpos que deberían gustarnos o las prácticas que se consideran ‘normales’; olvidarnos, en definitiva, del papel que, se supone, tenemos que jugar en la cama. Coincide la sexóloga Miriam Conde, para quien la libertad en el sexo debería estar fundamentalmente relacionada con la ausencia de normas aparte de las impuestas por el respeto y el acuerdo que se tenga con la pareja o parejas. “Pero más allá de esto todavía existen muchísimos estigmas y etiquetas”, asegura. “Hay una idea muy marcada sobre lo que se debe y no se debe hacer, lo que es oportuno y lo que no, sobre todo con respecto al género: lo que una mujer puede o no permitirse. El sexo está muy guionizado”.

Incluso tras los muchos avances que se produjeron durante la segunda mitad del siglo pasado, los medios y la cultura han seguido vendiendo un modelo único de sexo ‘normal’. En general, todavía lo imaginamos como lo refleja el cine: relaciones en su mayoría entre una pareja heterosexual que en un par de minutos resuelven el asunto pasando por A y por B hasta llegar al orgasmo. La realidad es algo más complicada. La brecha orgásmica que señaló Shere Hite en los setenta ha sido confirmada por infinidad de investigaciones después y sigue existiendo a día de hoy. Según una reciente encuesta realizada por la firma de juguetes eróticos Platanomelón y en la que participaron casi 11.000 españolas, solo tres de cada diez mujeres alcanzan el orgasmo durante la penetración y el 68% de ellas reconocen haberlo fingido. Casi la mitad lo ha hecho “para no hacer sentir mal a su pareja”. Evidentemente, no llegar al orgasmo alguna vez no es ningún drama, pero que la falta de reciprocidad se convierta en norma y que las mujeres sientan la necesidad de mentir a sus parejas al respecto sí pueden ser señales de que ahí hay un problema.

En este último año se han popularizado unos aparatitos electrónicos que prometen orgasmos en menos dos minutos a través de la estimulación por ondas sónicas o aire a presión del clítoris. A pesar de su poco sugestivo nombre, los succionadores de clítoris no solo se han vendido como rosquillas, también han conseguido que se hable de la masturbación femenina de una forma mucho más abierta. Son varios los factores que pueden explicar su éxito, pero el principal es que realmente funcionan. No son para todo el mundo, hay a quien no le gusta la sensación que producen, pero la mayoría de las mujeres que los han probado confirman que son extremadamente efectivos en su cometido. Y, además, lo cuentan. “La primera vez que yo supe de los succionadores de clítoris fue porque escuché a una colega diciendo que había usado uno y había alucinado con ello. Me lo ofrecieron en una tienda, lo probé y, efectivamente, yo tampoco había probado nada igual. Se fue corriendo la voz y al final todas las amigas terminamos teniendo uno porque nos lo habían regalado o nos lo habíamos comprado por lo que oíamos”, relata Bel Olid. Ese efecto boca-oreja explica cómo los succionadores de clítoris se han convertido, en tiempo récord, en los reyes de los juguetes eróticos. Una encuesta de la firma Lelo presentada hace unos días señalaba que el 53% de los españoles tienen algún juguete y el 37,5% se han comprado el primero en este último año, un periodo durante el que la marca de origen sueco ha experimentado un crecimiento del 100% en nuestro país. Las ventas en su web aumentaron hasta un 72% entre la última semana de marzo y el mes de abril, coincidiendo con el inicio del confinamiento. Como cabía esperar, un succionador, el Sona 2 Cruise, es ya su juguete más vendido en España.

Pero además de resultar extremadamente rentable para las empresas del sector, el boom experimentado por este tipo de aparatos está teniendo efectos mucho más profundos, como explica Valérie Tasso, escritora, sexóloga y embajadora de la marca: “El discurso ‘falocéntrico’ y porextensión el ‘coitocéntrico’, que hacía del coito la única erótica ‘completa’, ha sido amo y señor de lo que yo llamo el discurso normativo del sexo. Todo lo relativo a nuestra condición sexuada se vinculaba a ellos, todo se organizaba para favorecerlos, para rendirles pleitesía y honrarles, todo se explicaba desde el pene o desde su carencia, todo tenía que ver con su tamaño, que no paraba de crecer. Eso de que el falo era el astro rey ya hace mucho tiempo que se puso teóricamente, desde la sexología, en entredicho, pero el surgimiento de estos vibradores y su extraordinaria eficacia lo vienen a demostrar de facto. El goce femenino puede ser autónomo –digo ‘puede’ como posibilidad y no un impositivo ‘debe’—, con lo que falo y coito pasan a poder ser considerados como alternativas eróticas y no como el paso de obligado cumplimiento. En cierta medida, y aunque pueda sonar a exageración, la juguetería llamada erótica y los succionadores de clítoris como porta estandarte han venido a darle otra puntilla a una determinada concepción del sexo, como lo hizo la inseminación artificial respecto a un modelo sexual que se organizaba exclusivamente con relación a lo reproductivo”.

También Sara Porras, del Departamento de Sociología de la Universidad Complutense, relaciona el éxito de los succionadores de clítoris con el hecho de que el placer de las mujeres empiece a adquirir un protagonismo que no ha tenido nunca. “Yo soy profesora de Sociología del Género y la mayoría de las chicas suelen plantear que hasta ahora tenían más o menos claro a lo que tenían que decir que no, pero todavía no hemos respondido a qué tenemos que decir que sí; es decir, qué es lo que nos tiene que gustar. Así como el placer de los hombres tiene múltiples representaciones y eso genera una hegemonía sobre los imaginarios, el placer femenino sigue siendo un gran desconocido. Eso está empezando a cambiar. Cada vez vemos, en espacios más o menos activistas, incluso en espacios comerciales, la puesta en el centro del placer de la mujer”. Hasta qué punto eso es feminismo o moda no es una cuestión que a ella le preocupe demasiado. “El mercado no deja de ser un reflejo del sentir común. Si esto se vende ahora y no hace diez años es porque ese sentir común antes no lo permitía y ahora sí. Una forma de verlo es que el capitalismo lo invade todo, pero otra es que hemos conseguido instalar en la sociedad un discurso que abre también nuevas oportunidades de mercado. La masturbación femenina ya no tiene que quedar relegada al ámbito de lo privado, de lo íntimo, sino que podemos hablar de ella y también se puede comercializar”. Aunque en ese cambio están participando distintas generaciones de mujeres, son las jóvenes las que lo lideran, algo, en su opinión, necesario. “En España, las mujeres más mayores, las que están por encima de mi generación, sí tuvieron debates sobre sexo”, explica Porras. “En el contexto de la Transición y los restos del mayo del 68 se habló más del tema. Estoy pensando, por ejemplo, en personajes como Manuela Carmena, que en su momento generó mucho revuelo al hablar libremente del placer, pero luego la cuestión pasó a un segundo plano. Entre otras cosas, porque hay una realidad terrible que tiene que ver con la violencia sexual, y los movimientosfeministas han tendido a poner el foco ahí –algo que, por otra parte, parece lógico— más que en otras cuestiones”.

Lamentablemente ese es un problema que parece lejos de solucionarse. Movimientos como el #MeToo o #Cuéntalo y casos como el de La Manada han vuelto a poner en primera línea el problema de la violencia sexual. En marzo, el Gobierno presentó su anunciado proyecto de ley de libertad sexual para adecuar la legislación sobre esta materia a la realidad del siglo XXI. Entre otras cosas, la nueva regulación establece que todo lo que no sea un consentimiento expreso por parte de una mujer puede ser considerado como un delito. Es decir, que “solo sí es sí”. Que a estas alturas sigamos con el debate de lo que es sexo consentido puede resultar sorprendente, pero en vista de las cifras de agresiones sexuales denunciadas en España (y las agresiones denunciadas, coinciden todos los expertos, son solo la punta del iceberg), el problema es muy real. Aunque el lenguaje y el comportamiento humano son siempre interpretables y, por tanto, una posible fuente de conflictos, a juicio de Valérie Tasso, la clave no es tanto que la mujer pueda o no ser lo suficientemente explícita o clara en su consentimiento, “el problema es que siendo clara, el otro (o la otra) se pase esa claridad por ahí por donde hace espuma el jabón. Y eso tiene que ver mucho más con desequilibrios de poder, con relaciones asimétricas de dominación y sumisión, con una flagrante desigualdad en la relación. No es un asunto de sexo, aunque pueda manifestarse en esos terrenos”. En el imaginario colectivo las agresiones las siguen llevando a cabo extraños en sitios públicos, sin embargo, las estadísticas demuestran que la mayoría son a manos de conocidos y en un entorno familiar. Las violaciones en cita o en pareja, por ejemplo, son mucho más habituales de lo que la mayoría piensa, y hasta ahora se hablaba poco o nada de ellas. “Las mujeres, y aquí generalizo, están todavía muy presionadas por parte de sus parejas para tener sexo, y lo perciben como un deber, algo con lo que deben cumplir”, apunta Miriam Conde.

También resulta inquietante el aumento de la violencia sexual entre adolescentes (los procedimientos por abuso cometidos por menores aumentaron un 15% el año pasado, según datos de la Fiscalía General del Estado). Muchos psicólogos y sociólogos relacionan el fácil acceso a la pornografía en la red, o más concretamente a un modelo específico de pornografía basado en la dominación masculina que está muy extendido, con las prácticas sexuales de riesgo. “El acceso tan fácil desde edades tan tempranas, cuando además hay una ausencia de educación sexual, genera una gran confusión”, asegura Sara Porras. Un estudio publicado el año pasado por la Red Jóvenes e Inclusión Social y la Universidad de las Islas Baleares concluye que hay un porcentaje considerable de chavales que se inicia en el porno antes de los 14 años y en algunos casos el primer contacto con este tipo de contenidos se produce, tanto para niños como para niñas, tan pronto como a los 8 años.

Como apunta la profesora de la Universidad Complutense, “estamos hablando de una pornografía en su mayoría hecha por hombres, donde de nuevo se vuelve a poner el foco en el deseo y la fantasía masculinas”. Dado que la cultura de la pornografía es una realidad y no parece que esta vaya a desaparecer, Bel Olid insiste en la necesidad de cambiar el tipo de contenidos que se hacen “si queremos que los chicos accedan a otra que sea más respetuosa, centrada en el placer y el deseo, y no en la violencia”. Sin embargo, nada de esto servirá de mucho si padres y educadores no asumen la responsabilidad de ofrecer información sobre el tema, más allá de la ‘charla del condón’, que haga que el porno no sea la única (o al menos la principal) escuela de sexualidad para los chavales. “El problema para mí no es que exista la pornografía, sino que no haya otras esferas donde poder hablar de sexualidad y plantear que eso no deja de ser una representación. También hay películas de asesinatos, pero la gente no interpreta que eso sea un patrón de comportamiento normalizado”, reflexiona Porras.

Tinder, sextingcibersexo… La generalización de la pornografía no es la única novedad que ha aportado internet a nuestras relaciones íntimas. A la hora de valorar los efectos de esta digitalización del sexo existen dos corrientes principales. En primer lugar, están los que creen que se trata de un simple cambio de escenario; es decir, que se ha trasladado al mundo virtual lo que ya estaba sucediendo en el real, con todo lo malo (replicación de dinámicas de abuso, poder o violencia) y todo lo bueno (la posibilidad de compartir y experimentar) que ello implica. Pero también hay quien sostiene que estamos ante un cambio radical en nuestra forma de relacionarlos. Es el caso de Valérie Tasso, que aborda esta cuestión en su último ensayo publicado, Sexo 4.0 (Temas de Hoy). “Las tecnologías disruptivas derivadas en gran medida de la digitalización remueven hasta los cimientos las estructuras sociales de las que nos habíamos dotado hasta su llegada y alteran el núcleo duro de lo que somos, seres eróticos que están en perpetua relación con los demás y que deben preguntarse ¿qué es el otro?, ¿cómo tengo que relacionarme con él?, ¿qué puedo esperar de él? Estas tres preguntas están siendo reescritas ahora mismo, además de por el feminismo y la investigación sobre el género, por estas nuevas tecnologías”.

El feminismo ha tenido históricamente un papel clave en la evolución de la sexualidad. “Sin el trabajo que ha hecho para situar a las mujeres y, de hecho, a cualquier persona que no sea un hombre cis hetero, como sujeto que puede gobernar su propia vida, no sería posible acercarnos al placer. Sin el feminismo sería imposible reformular las sexualidades desde lugares más igualitarios, como relaciones no tanto de poder como de intercambio”, apunta Bel Olid. Sin duda, la llamada cuarta ola que ha explotado en los últimos años tiene mucho que ver con los cambios que actualmente se están produciendo en este ámbito. Sin embargo, conviene no perder de vista que en cualquier contexto social convergen a la vez varios procesos y que esos procesos tampoco suelen ser lineales u homogéneos; es decir, que perfectamente pueden darse al mismo tiempo un auge del feminismo y de los movimientos conservadores o de la ultraderecha, y que también dentro del propio feminismo existe diversidad de opiniones, como actualmente se está viendo en debates como el de la transexualidad y el derecho a la identidad de género, el de la pornografía o el de la prostitución.

Que el movimiento feminista mantenga su fuerza, pese a la pluralidad, será básico para que siga teniendo influencia en este ámbito. Porque, una vez constatado el hecho de que las cosas están cambiando, la pregunta ahora es hacia dónde orientar ese cambio. Es decir, cómo conseguir que en este siglo XXI nuestras relaciones sean de verdad más libres e igualitarias. “Ese ‘cómo’ es el tema central de la revolución sexual y humana que no es que esté por venir, sino que ya está clarísimamente sucediendo”, asegura Tasso. “El modo en el que contestemos marcará lo que seamos en las próximas generaciones y, desgraciadamente, ahora mismo están tomando, a mi parecer, demasiada importancia planteamientos regresivos presentados como progresistas que son totalmente inútiles (frente a las redes sociales de nada vale una máquina ciclostil) y que desprenden un cierto y contundente tufo a puritanismo rancio enmascarado de avances en cuestiones de capital importancia como la igualdad o los afectos”.

Para Bel Olid, uno de los retos más importantes que tenemos ahora mismo en este sentido es el de “liberarnos de las imposiciones de lo que nos tendría que gustar y cómo tendríamos que ser para gustar, para poder así fijarnos en lo que realmente nos gusta. Es decir, dejar de condicionar nuestro deseo a estereotipos y prejuicios y empezar a escuchar realmente”. Por supuesto, en ese debate tendrán que participar también los hombres. De hecho, su papel será clave, a juicio de Sara Porras. “Las mujeres nos hemos repensado mucho. Hemos reflexionado sobre dónde estamos, dónde queremos ir, cuáles son los elementos que nos presionan,… Y lo hemos hecho abarcando multitud de ámbitos, desde los cuidados al trabajo. Tenemos mucho avanzado. Sin embargo, la masculinidad todavía no se ha repensado. Marina Subirats plantea que los hombres no solo matan, sino que también mueren por el actual modelo de masculinidad. Tenemos que afrontar el debate de la masculinidad para el siglo XXI, porque nos permitirá también poner encima de la mesa cuestiones como la sexualidad y las relaciones”.

 

Fuente: https://www.mujeresaseguir.com/social/noticia/1163489048615/revolucion-sexual-del-siglo-xxi.1.html

Acerca de Victoria Rubio 329 Articles
Victoria Rubio, quiteña, asistente, investigadora y reportera. Tiene estudios en Comunicación Social mención Comunicación para el Desarrollo en la Universidad Politécnica Salesiana (UPS) y actualmente cursa una maestría en Relaciones Internacionales con mención en Economía Política Internacional en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).

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