[Opinión] El karma de la corrupción en las elecciones

La práctica de la sanción social es tan antigua como la humanidad. Se la ha aplicado tanto desde la política como desde la cultura. Es decir, desde el poder o desde la colectividad.

La Santa Inquisición obligaba a vestir un sambenito a quienes consideraba pecadores. Los acusados debían llevarlo puesto en público mientras durara la condena. Era el mecanismo de la autoridad para generar vergüenza, como una forma de castigo y expiación de culpas; y, de paso, para ahorrarse la parafernalia de la hoguera.

Aunque la modernidad omitió estas formas atrabiliarias y violentas de castigo, no pudo superar la idea de estampar una huella indeleble en la conducta reprochable de las personas. Por ejemplo, estigmatizar de por vida a quien haya cometido un delito común, por más que la legislación y los derechos pregonen lo contario.

En política, estas formas de escarmiento son aún más brutales. A finde de cuentas, se refieren a figuras públicas que se disputan el poder de manera desalmada. Basta una decisión equivocada o malintencionada para que un político quede empapelado para siempre. En el Ecuador tenemos varios casos paradigmáticos. Carlos Arroyo del Río quedó adosado con cemento a la vergonzosa firma del Protocolo de Río de Janeiro. Nunca pudo resarcirse de esa imagen deplorable.

La posmodernidad, con su aureola de espiritualidad, nos proporcionó un término popularizado a partir de las religiones orientales: el karma, esa energía trascendente generada por nuestros actos y que condiciona nuestras sucesivas reencarnaciones. Dicho en morocho, esos actos en la vida que nos identifican hasta el final de nuestros días.

Jaime Nebot es uno de los políticos a quienes les cayó la huella indeleble en forma de karma. Cada y cuando, la sociedad y los medios de comunicación le recuerdan su responsabilidad en la violación de derechos humanos durante el gobierno de Febres Cordero. Todos sus éxitos locales no le han servido para desligarse de los centenares de torturados, asesinados y desaparecidos con que abonaron su ejercicio del poder durante cuatro años. Es más, sus dos fracasos electorales a nivel nacional tienen mucho que ver con esos antecedentes.

Hoy, el karma le ha tocado al trinomio Correa-Arauz-Rabascall. No solo que no tienen forma de desmentir los astronómicos casos de corrupción en que estarían involucrados como parte del anterior gobierno, sino que, a medida que avanza la acción de la justicia y la campaña electoral, las evidencias se multiplican. Ahora nos enteramos de que Andrés Arauz ha sido lo que en lenguaje coloquial se conoce como una ficha. Su paso por la administración pública está plagado de anomalías. Lo que Juan Fernando Velasco denunció en el debate parece ser únicamente la última raya del tigre.

¿Tienen esos karmas algún costo electoral? Depende. Los socialcristianos han reinado en Guayaquil durante un cuarto de siglo a pesar de (o gracias a) esa imagen autoritaria y violenta. El éxito de su estrategia radica en que no se han preocupado por negar esos abusos, sino que los han justificado como un mal necesario para garantizar el orden público.

En el caso del trinomio correísta la situación es más complicada, porque a medida que aparecen caen con más frecuencia en sus propias mentiras. Y tampoco están seguros de proyectar la imagen de que robaron, pero hicieron obras. El karma de la corrupción está minando la candidatura de Arauz.

 

Enero 20, 2020

Acerca de Juan Cuvi 180 Articles
Miembro de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA), Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo, Parte de la Red Ecudor Decide Mejor Sin TLC.

Be the first to comment

Leave a Reply

Tu dirección de correo no será publicada.


*