Del Capitolio al Tribunal Electoral del Guayas: los mundos imaginarios de los desquiciados por el poder.
Por: Erika Arteaga Cruz y Juan Cuvi.
Martes 9 de febrero, 13:00 horas: empieza en Washington el segundo intento de juicio político (impeachment) contra Donald J. Trump. Esta vez se le acusa de incitar a la insurrección que dejó muertos en el Capitolio hace menos de un mes. El representante demócrata por Maryland, Jaime Raskin, lleva la acusación: por lo menos siete personas perdieron su vida, más de 140 policías sufrieron heridas y muchos más han sido impactados e impactadas severamente por los sucesos de ese día.
Hace menos de una semana, Alexandria Ocasio Cortez narró su aterradora experiencia en el Capitolio en un facebook live; Rashida Tlaib, representante demócrata por Michigan y musulmana, lloraba mientras hacía su declaración a propósito de las múltiples amenazas de muerte que ella y su hijo han recibido desde que asumió el cargo.
Una vuelta alrededor del gigantesco bloque del Capitolio revela lo inaudito: hay tropas de la Guardia Nacional cada treinta pasos a lo largo de un perímetro de tres a cuatro manzanas, que incluyen las oficinas del Senado. El centro de la ciudad (el downtown del D.C.) está muerto, los negocios cerrados, muy pocos autos circulan; hay transporte público, bicicletas y personas ejercitándose a todas horas. Pero no existe ningún indicio de organizaciones en las calles defendiendo su democracia. Aparentemente todo ha vuelto a la normalidad. Solo que esa normalidad incluye ahora a 6.000 soldados armados viviendo en este pequeño territorio. Parece una película de Rambo. Rambo en pandemia y con mascarilla.
Quienes sí están presentes en cada esquina son los medios de comunicación, tratando de obtener el mejor ángulo de un Capitolio cercado por vallas y alambre de púas (nada nuevo para nosotros desde hace años en Ecuador); policías “amables” con mascarillas aseguran que todo terminó y que pronto se irán a casa las fuerzas especiales; militares que saludan a través del muro de alambre. Dicen: “¿qué pensaban encontrar, paz y amor?” Y se ríen. Todo muy cordial y políticamente correcto, como corresponde a Washington.
También hay señores blancos que siguen hablando de Make America Great Again (MAGA), de una posesión ilegal de Biden y de teorías de conspiración cuyo hilo es muy difícil de seguir. No se entiende, por ejemplo, que el exmarine que hizo su tour en Irak y Afganistán y que llevaba una camiseta de con la foto de Trayvon Martin (un adolescente negro de 17 años asesinado en Florida por un vigilante barrial, en 2012) defienda la estrafalaria teoría de que Trump volverá para su verdadera posesión el 4 de marzo, y que lo que en realidad se busca con el cerco alrededor del Capitolio es volver a ser colonia inglesa. Zona franca?.
Hay teorías conspiracionistas que no tienen pies ni cabeza. ¿Cómo apropiarse del Black Lives Matter para decir que todas las vidas importan, obviando el brutal genocidio del que hombres y niños negros son víctimas? ¿Cómo argumentar en favor del derecho a “defender” a niños Iraquíes mientras está en curso una violenta e ilegal ocupación? Se vacía de sentido una lucha histórica (la de la resistencia negra en Estados Unidos) para defender un privilegio blanco, patriarcal y, en este punto, delirante.
En el Ecuador, los fanáticos correístas (en un símil imposible, porque según ellos luchan contra el imperio) son muy parecidos a los delirantes trumpistas. En su fantasía, Yaku es un agente gringo que ha sido posicionado por la CIA para derrotar su caricatura de revolución; la misma revolución que llenó los bolsillos de cientos de burócratas, de asambleístas que ahora se refugian en México y del propio Correa. Si la disputa electoral entre Moreno y Lasso sirvió para esa absurda ficción del progresismo internacional que un sumiso corifeo calificó como la batalla de Stalingrado, no demorarán mucho en equiparar lo que pasa ahora en Ecuador con la caída del muro de Berlín. Que un indígena les despoje de su careta les parece escandaloso.
Solo considerando cuán grave es para los correístas despojarse del poder y perder la oportunidad de redimir sus delitos se puede entender semejante histeria colectiva. Andrés Arauz ya anticipó que, de llegar a Carondelet, propiciará la revisión de las causas penales en contra de sus amigotes, a quienes considera perseguidos pese a que las evidencias de actos de corrupción les llueven como confeti.
Trump quiso utilizar su poder de otorgar clemencia para perdonar sus propios crímenes antes de salir de la Casa Blanca. Como lo señala el New York Times, ningún presidente se ha perdonado a sí mismo, por lo que la legitimidad de la posible auto-clemencia nunca ha sido probada en el sistema judicial. Los juristas están divididos sobre si los tribunales la reconocerían, pero están de acuerdo en que un auto-perdón presidencial podría crear un precedente peligroso para que los mandatarios se coloquen unilateralmente por encima de la ley y eviten su responsabilidad por los delitos que pudieran cometer en el cargo.
Y así está la mente retorcida de quienes crean mundos paralelos para seguir evadiendo la justicia. En el Tribunal Electoral del Guayas, socialcristianos, lassistas y correístas cocinan un fraude que tiene el mismo tufo que el ataque al Capitolio por los enloquecidos devotos de Trump.
Febrero 10, 2021
Be the first to comment