RESUMEN
El potencial tecnológico y digital de China está provocando que sea cuestionado el orden hegemónico
internacional liderado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo de este
trabajo es analizar la estrategia tecnonacionalista de China, desde Deng Xiaoping hasta Xi Jinping,
constatando que esta supone un pilar básico en su escalada hacia la hegemonía mundial.
Concretamente, se estudiará la estrategia de China en Inteligencia Artificial, 5G y estándares como
elementos centrales en la futura IV Revolución Industrial. Entre los principales resultados, se concluye
que aunque China ha conseguido liderar ciertos aspectos en estas tecnologías, como en el 5G, sigue
por detrás de países como Estados Unidos debido a la dependencia de elementos centrales como los
semiconductores.
1. Introducción
Para entender el crecimiento exponencial de la economía China en las últimas décadas, es
inevitable fijar la atención en su músculo tecnológico y digital. Es tal su potencial, que está
haciendo temblar los cimientos del orden hegemónico internacional liderado por Estados
Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. La supremacía de Washington es todavía
vigente en el ámbito económico, político o militar. Sin embargo, China está ganando terreno a
pasos agigantados en la nueva carrera tecnológica que enfrenta a las dos potencias. El peso
que tiene el dominio de la Inteligencia Artificial, la producción de semiconductores o la
conectividad 5G, puede alterar significativamente el panorama actual de las relaciones
internacionales. La competición se estructura en torno al registro de patentes, los estándares
internacionales que marcarán las pautas para el desarrollo de las nuevas tecnologías claves en
la IV Revolución Industrial. El país que establezca las normas de estos ámbitos estratégicos,
orientará la producción en su favor y se beneficiará del coste de las regalías que la
competencia deberá asumir.
Históricamente, el Estado chino se ha involucrado de forma activa en el desarrollo tecnocientífico del país. Este intervencionismo, denominado tecnonacionalismo, adquiere unos
valores propios en el contexto chino, donde los vínculos entre el sector público y el privado
son más fuertes que en Occidente, al tiempo que se asocian a ciertos valores de la identidad
nacional.Ya desde el maoísmo, el Partido Comunista Chino (PCCh) buscó innovar en el
contexto geopolítico de la Guerra Fría, dedicando la mayor parte de la inversión a la energía
nuclear. La llegada de Deng Xiaoping y la consiguiente liberalización de la economía
reorientaron el desarrollo tecnológico hacia lógicas de mercado. A partir de entonces, los
líderes sucesores han mostrado una clara determinación a la hora de escalar en el dominio de
la producción de tecnologías de alto valor añadido y depender cada vez menos de las
potencias extranjeras. La llegada de Xi Jinping ha acelerado esta tendencia, buscando un
mayor grado de autonomía ante escenarios adversos como la Guerra Comercial con Estados
Unidos o la pandemia de la Covid-19. Estos últimos años, China ha conseguido incluso
posicionarse líder mundial en tecnologías estratégicas como el 5G.
2. Hegemonía y tecnonacionalismo
El concepto de hegemonía interestatal se refiere a la superioridad económica y militar de un
Estado u otro tipo de comunidad política que le permite ejercer funciones de liderazgo y
gobierno sobre un sistema de estados soberanos (Arrighi y Silver, 1999; Kindleberger, 1996;
Gilpin, 2001; Cooley y Nexon, 2020, Vázquez, 2020), es decir, el hegemón representa el
papel de cuasi-estado mundial (Ikenberry y Nexon, 2019). Sin embargo, el concepto de
hegemonía interestatal adquiere mayor poder explicativo si se entiende más allá del puro
dominio a través de la superioridad económico-militar (Arrighi y Silver, 1999; Cooley y
Nexon, 2020) y se relaciona con el liderazgo y la influencia en la estructura del orden
interestatal al que pertenece (Cooley y Nexon, 2020). No obstante, aunque el hegemón tiene
gran influencia, este no determina todos los aspectos del orden internacional, estando en
continua tensión entre la coerción y el consentimiento, la cooperación y la contestación
(Ikenberry y Nexon, 2019; Cooley y Nexon, 2020).En las teorías clásicas de la hegemonía, el poder económico nacional se concibe convencionalmente como la producción industrial, el volumen de comercio y el PIB, todos los
cuales están estrechamente asociados al discurso popular sobre el ascenso de China (Liu y
Tsai, 2020). Sin embargo, Liu y Tsai (2020) señalan que en función de las distintas etapas de
la era moderna, las claves para la consideración de un país como hegemónico cambian. Por
ejemplo, en la era del mercantilismo, la clave sería el poder naval y el volumen comercial y en
la era del capitalismo industrial, las empresas nacionales, la industrialización, el progreso
tecnológico y el tamaño del PIB (Liu y Tsai, 2020). En la actualidad, la acumulación de
capital y el poder de un país están directamente relacionados con la posición en la escala
global de tecnologías y en las remesas por patentes. Las patentes son tecnologías básicas en
las que evolucionarán otras tecnologías o métodos, lo que creará efectos de bloqueo y
dependencia de la trayectoria para los productos y trayectorias tecnológicas futuras. Ejemplos
de ellos son HHTTP para Internet o el estándar WIFI para redes inalámbricas. En
consecuencia, en el capitalismo global contemporáneo, el desarrollo tecnológico vinculado a
la capacidad de innovación genera más riqueza que el simple aumento del tamaño de la
producción (Liu y Tsai, 2020).
En la misma línea, Kim et al. (2020) y Lewis (2018), consideran que en la actualidad el centro
de las disputas entre potencias no es la fuerza militar o la expansión territorial, sino el
dominio de las normas e instituciones mundiales en materia de comercio y
tecnología. Concretamente, tal y como señala Vlados (2020), en medio de una
reconfiguración de poder a nivel mundial, el capitalismo se encuentra en pleno proceso de
“destrucción creativa” (Schumpeter, 1942) y de nueva regulación (Aglietta, 1979) ante la
emergencia de la IV Revolución Industrial, que será central en el proceso de acumulación de
capital global de las próximas décadas (Vlados, 2020). El conflicto gira en torno a la creación
de nuevas tecnologías, fundamentalmente digitales, como el 5G o la Inteligencia
Artificial. La tecnología digital ha creado nuevos enfoques para acumular riqueza y ha
aumentado rápidamente el peso de la economía digital en las economías de las principales
potencias (Xuetong, 2020), convirtiendo los datos en recursos económicos con características
muy diferentes de las de los recursos naturales. En este sentido, Kim et al. (2020) sostienen
que los EE. UU. y China están en medio de una guerra compitiendo por el dominio de las
tecnologías claves en el futuro.
La pugna de diversos países por la supremacía en el campo de las tecnologías estratégicas a
nivel internacional gira en torno a una estrategia tecnonacionalista. Basada en una fuerte
inversión por parte del Estado en sus empresas punteras y en la implementación de medidas
proteccionistas, las potencias que hoy lideran la competición tecnológica en la actualidad han
recurrido a este tipo de política. Es el caso de EE.UU. y China, pero también de Japón, Corea
del Sur o Taiwán. Estos países se han visto seducidos por las recetas tecnonacionalistas,
garantes del crecimiento y la riqueza a nivel interno, pero también del poder y de la influencia
en el exterior (Cheng, 1994). Esta perspectiva es la misma que impulsó los partenariados entre
la industria electrónica y la esfera militar estadounidense que vieron el surgimiento de Silicon
Valley (Sadin, 2014). Décadas más tarde, fue Ren Zhengfei fundador de Huawei y antiguo
cuadro del Ejército de Liberación Chino, quién se entrevistó con el entonces presidente chino
Jiang Zemin para dotar a la empresa de telecomunicaciones de un financiamiento y un
proyecto a largo plazo que la convirtiera en un eje de la influencia china en el extranjero
(Zǒuchūqū Zhànlüè) (Wen, 2020).
El componente nacionalista del desarrollo tecnológico aúna esfuerzos entre el sector público y
privado como parte del proceso de consolidación del Estado-Nación (Cheng, 1994). Varios
distintivos del Estado se reconocen dentro de esta estrategia. En el caso de China, esta síntesis
se observa en el perfil de sus líderes políticos desde el relevo de Mao Zedong en 1978: tanto
su sucesor Deng Xiaoping, como Jiang Zemin, Hu Jintao o Xi Jinping tenían y tienen
formaciones de ingenieros. De hecho, la llegada de Deng promovió entre 1982-1988 un
considerable aumento del número de funcionarios con funciones técnicas en varias de las
administraciones territoriales chinas: desde el ámbito local hasta el provincial, con un
crecimiento también importante en el seno del ejército (Cheng, 1994). Igualmente, la noción
de soberanía, componente fundamental del Estado, se encuentra presente en esta política de
incentivos del desarrollo tecnológico. Bien es cierto que el ciberespacio, así como las cadenas
de valor tecnológicas, pueden difícilmente disociarse del sistema transnacional de
interdependencias en torno al que se configura (Montresor, 2001; Mueller, 2019). Pero el
objetivo de las recetas tecnonacionalistas es aumentar el grado en el que un Estado pueda
decidir por sí mismo sobre su devenir político sin depender de un agente externo, ya sea otro
Estado, un actor privado o una organización internacional. Para hacer este concepto de
soberanía operante, Paul Timmers recurre al de autonomía estratégica: la soberanía es el
grado de independencia que un Estado tiene dentro de sus fronteras (Timmers, 2019; 2020).
No obstante, es cierto que las ambiciones de China van mucho más lejos, buscando unas cotas
de autonomía superiores a las de sus competidores.
El factor cultural ligado a la identidad nacional está también presente en una estrategia
tecnonacionalista. La innovación tecnológica está estrechamente relacionada con las
condicionantes sociohistóricas que atraviesan un país en un momento determinado (Montresor,
2001). En el caso de China se distinguen dos etapas claves: el periodo maoísta y el posterior a
Mao. Mientras que Mao priorizó un desarrollo tecnológico más enfocado a las masas y menos
a la búsqueda de poder en la arena del comercio internacional, los líderes que le sucedieron
obraron por dotar a China de un músculo tecnológico competitivo, innovando en tecnologías
estratégicas y con una mayor orientación de mercado (Cheng, 1994; Pieranni, 2020; Wang,
2015).
Asimismo, la cultura confucianista propia de la tradición china, sirvió como soporte
ideológico para fundamentar el aperturismo de Deng y su interés por las tecnologías
provenientes del oeste. Si es cierto que existe un debate importante sobre cuál es el peso real
del confucianismo en la actual sociedad, hay varios factores del desarrollo tecnológico chino
y de la capacidad de la sociedad china para adaptarse a las nuevas tecnologías, que inducen a
pensar que existe tal relación (Jing y Doorn, 2019). Para distinguirse de la cultura occidental,
el confucianismo se sitúa por encima en el plano moral, pero no rechaza la asimilación de los
saberes técnicos estadounidenses o europeos como parte de un enriquecimiento nacional
propio (Yao & Yao, 2000). Mientras que Mao reprimió con contundencia la tradición
confuciana china, Deng liberaliza no solo el sistema económico del país, sino también su
sistema de valores en torno a un nuevo confucianismo adaptado a su tiempo (Prosekov, 2018).
La iniciativa de Deng será mantenida y reforzada por Hu Jintao a través de su visión de
“Sociedad Armoniosa”, un plan para asentar el crecimiento económico, así como las bases de
la futura industria tecnológica nacional. Durante el gobierno de Xi, las políticas orientadas a
la innovación en el campo de la IA se han puesto igualmente en funcionamiento amparadas en
el marco del confucianismo, apelando a un desarrollo armónico y al bien común (Wong &
Wang, 2021).
3. Un recorrido histórico por el tecnonacionalismo chino
3.1. De Mao Zedong a Deng Xiaoping: diferentes enfoques del desarrollo científico
Aunque históricamente muchos inventos claves en el desarrollo de la humanidad han sido
atribuidos a la civilización china, durante el desarrollo y auge del capitalismo, el papel de
China fue secundario (Thompson, 2020). De hecho, uno de los motivos más destacados para
que China fuese adelantada por Occidente en crecimiento económico durante el siglo XIX, se
atribuye a haberse quedado fuera de la I y II Revolución Industrial (Hung, 2015, Thompson,
2020). Además, durante la etapa de hegemonía estadounidense, Pekín ha tenido poco peso en
cuanto al liderazgo tecnológico o elaboración de normas o estándares internacionales. Entre
las razones de este retraso se encuentra la escasa proyección estatal e internacional en el
ámbito de la tecnología que caracterizó el gobierno de Mao Zedong. Es cierto que después de
la fundación de la República Popular China en 1949, un influyente grupo de tecnócratas con
vínculos con el Partido Comunista Chino (PCCh) toma la iniciativa de dotar al país de una
industria tecnológica competente a través de una serie de políticas de planificación estatal
(Wang, 2015). Este impulso quedó plasmado en el “Plan a largo plazo para el desarrollo de la
ciencia y la tecnología”, un dispositivo de innovación que abarcó desde 1956 hasta 1967 en el
que se asientan las bases del programa nuclear chino y el diseño de una fábrica de
semiconductores que no llegó a construirse cerca de Shanghái, en la ciudad de Wuxi (Simon
& Rehn, 1988).
No obstante, Mao y el órgano del partido tenían otra idea sobre cuál debía ser la dirección que
debía tomar el desarrollo tecnológico del país. La planificación estatal de la ciencia ya estaba
presente en la China previa a la guerra civil (1945-1949) y muchos de los tecnócratas que la
defendían provenían de la Academia Sínica, una institución presente en el país desde 1927
que acostumbraba a realizar intercambios con universidades en Europa y Estados Unidos.
Este cúmulo de circunstancias hacían que Mao desconfiara de la planificación, tachándola de
economicista y alejada de las masas; así como de la tecnocracia china. Además, las
prioridades del “Gran Timonel” en ese momento estaban mayormente centradas en la Guerra
de Corea (1950-1953) y en las reformas revolucionarias, desestimando así la importancia del
desarrollo científico (Wang, 2015). Aunque el plan se llevó a cabo, estuvo enfocado a la
pugna geopolítica de la Guerra Fría, dedicando gran parte del trabajo a la concepción de la
bomba atómica y no tanto al desarrollo de una industria tecnológica propia. Una vez
finalizado y con el comienzo de la Revolución Cultural (1966-1976) Mao descuidó aún más el
desarrollo de tecnologías estratégicas hasta el punto de costarle a China el retraso que a día de
hoy sufren en ámbitos como los semiconductores.
La llegada de Deng Xiaoping al poder después de la muerte de Mao contribuyó enormemente
a la revitalización de la planificación estatal en el ámbito de las tecnologías. Su aperturismo
de mercado y su integración en la globalización comercial y financiera cambió de manera
determinante el curso del país. Las autoridades chinas comenzaron una reforma encaminada al
establecimiento de una economía socialista planificada a la inclusión progresiva de elementos
de una economía de mercado (Vázquez y Orellana, 2021). Esta reforma, a diferencia de otros
casos como el ruso, fue progresiva y dirigida a nivel interno por el propio partido (MoleroSimarro, 2014). Para atraer la inversión extranjera, y con ella las transferencias tecnológicas
que sentaron las bases del sector tecnológico chino, Deng concibió una serie de Zonas
Económicas Especiales en el sureste del país, regidas por regímenes fiscales más laxos que los
del resto de China (Boschet et al. 2019). Estas áreas están situadas en las ciudades de
Shenzhen, Zhuhai, Shantou y Xiamen, siendo la primera el emblema de la High Tech china,
albergando actualmente la sede de empresas como Foxconn, Huawei, ZTE, Tencent y
WeChat. La propia reforma de Deng tenía como principales objetivos desarrollar el país
maximizando el crecimiento económico para conseguir una convergencia con los países
occidentales, pero sin detenerse demasiado en el impacto que este crecimiento generaría en la
desigualdad social, regional y a nivel ecológico (Wagner, 2019).
3.2. Consolidación del tecnonacionalismo: los gobiernos de Jiang Zemin y Hu Jintao
Jiang Zemin tomará las riendas del partido entre 1989 y 2002 para sentar las bases de la futura
estrategia tecnonacionalista. En una entrevista para la revista Science (2000), Jiang rescata la
filosofía de la antigua Academia Sínica, invitando a investigadores extranjeros a trabajar a
China y facilitando los intercambios de científicos chinos con otros países. Durante su
gobierno, fundamentalmente a partir de 1995, cuando el país al completo se abre a la
Inversión Extranjera Directa (IED) y con la entrada en la Organización Mundial del Comercio
en el 2001, los gobiernos locales de la costa China crearon un ecosistema para atraer capital
de Occidente. Concretamente, se establecieron parques industriales con mano de obra barata,
infraestructura moderna y facilidades administrativas (Hong, 2017). Este ecosistema se
centraba en empresas destinadas a la exportación de productos de bajo valor añadido,
transformando a China en la fábrica del mundo. Es interesante observar que tanto Deng como
Jiang recurrieron a una liberalización de la economía socialista, pero siempre dentro de una
estrategia coherente de apoyo a las grandes empresas por parte del Estado.
Paralelamente a este proceso de liberalización, las autoridades chinas seguían interviniendo
otros sectores de la economía, como el control del de los precios agrícolas. Este fenómeno
provocó tal empeoramiento de las condiciones de vida rurales que incentivó a su vez un
desplazamiento continuo de población del campo a la ciudad. Estos trabajadores, una vez
integrados en las lógicas del trabajo remunerado, fueron desprovistos de derechos sociales y
laborales (Molero-Simarro, 2014). Los salarios chinos suponían a principio de la década de
los 2000 entre un 10% y un 25% de los estadounidenses con la misma cualificación, algo que,
en pleno auge de la globalización, aceleró el proceso de deslocalización de parte de la
producción de empresas multinacionales occidentales, además de aumentar la IED y la
transferencia de tecnología por compañías transnacionales (Li, 2017).
El Gobierno de Jiang no solo orquestó un programa para atraer tecnologías y capital
extranjero, también fue de los primeros en tomar medidas proactivas para ir poco a poco
asentando las bases de una industria tecnológica nacional. En la década de 1990, China seguía
dependiendo de empresas de Estados Unidos como IBM, Intel o Microsoft para importar
tecnologías de la información y la comunicación, fundamentalmente ordenadores personales
(Ahmed y Weber, 2018). El PCCh empezó a sospechar de una posible injerencia
estadounidense a través de estos dispositivos, que según ellos, llevaban instaladas puertas
traseras a través de las cuales espiar sus comunicaciones. Bajo este pretexto, en 1999 vio la
luz la Comisión Estatal de Gestión de Cifrado (STME por sus siglas en inglés), con el
objetivo de aprobar una ley que permitiera al Gobierno el acceso a los códigos de cifrado de
los dispositivos que se vendían en China, todo ello para garantizar la seguridad de sus
comunicaciones digitales. Ahmed y Weber se decantan por otro motivo: aunque la
ciberseguridad fuera un motivo de peso, el objetivo principal de la STME estaba relacionado
con el robo de la propiedad intelectual, pues el acceso a dicho códigos permitiría a los
desarrolladores chinos ponerse al día con la competencia (2018). Aunque las empresas
estadounidenses, respaldadas por la Cámara de Comercio, impidieron que la ley se aprobara,
otra parecida acabó entrando en vigor años después (Ahmed y Weber, 2018).
Llegado 2002, Hu Jintao sucedió a Jiang como líder del PCCh para consolidar la estrategia
tecnonacionalista que sus predecesores comenzaron. La “Sociedad Armoniosa” (héxié shèhuì)
que concibió como la meta final de su proyecto de «Desarrollo Científico» sentó las bases de
un plan para que China alcanzara el nivel tecnológico de las principales potencias mundiales
(Molero-Simarro, 2014). En esta línea, en el año 2006, con el objetivo de reducir la
dependencia tecnológica de compañías extranjeras, el Gobierno lanzaba el plan “National
Outline for Medium and Long Term Science and Technology Development Planning (2006–
2020)” (Ding, 2018; Liu y Tsai, 2020). Este proyecto refleja las ambiciones de Pekín de
convertir el país en una de las principales potencias mundiales, con un objetivo explícito de
reducir la dependencia de China de la investigación y el desarrollo extranjeros, así como
utilizar la contratación pública para fortalecer la industria nacional (Serger y Breidne, 2007).
El gobierno de Hu se enmarca en el inicio del cambio de modelo de crecimiento chino, que
comenzó a dar una importancia creciente al mercado interno, en contraposición al modelo
centrado en las exportaciones y relegando a un segundo plano las manufacturas de bajo valor
añadido. Además, el objetivo de Hu era apostar por la redistribución de la riqueza generada
desde la llegada de Deng y estimular el consumo interno. Estas iniciativas llevaron a China a
dar los primeros pasos para convertirse en una potencia tecnológica que rivalizase con sus
competidores. La estrategia tecnonacionalista sube aquí de nivel, pues si anteriormente el país
no contaba con los recursos para reducir su dependencia de la tecnología extranjera, con Hu
comienza a hacer esta realidad posible (Kim et al. 2020). De esta forma, la nación china
refuerza el vínculo entre sus capacidades tecnológicas y la seguridad nacional, prosperidad
económica y estabilidad social (Capri, 2020).
El Gobierno de Hu recurrió a políticas similares a las que provocaron el enfrentamiento en
torno a los códigos de encriptación en 1999, predominando en este caso una política de
proteccionismo económico. En 2003, China ya había aumentado los impuestos sobre las
importaciones de materiales estratégicos como los semiconductores al 17% mientras que la
producción doméstica de estos mismos materiales estaba sometida a un impuesto del 6%
(Cromer, 2005). Ese mismo año, el PCCh anunció que todo equipamiento con conectividad
WLAN (Wireless Local Area Network) utilizase el protocolo WAPI (Wireless LAN
Authentication and Privacy Infrastructure), diseñado en China, y no el estándar Wi-Fi
(Wireless Fidelity), concebido por el “Institute of Electrical and Electronics Engineers”
(“IEEE”), basado en Estados Unidos. Una vez más, los motivos alegados por Pekín era la
encriptación del código diseñado por el IEEE, según ellos, débil y de fácil acceso. Sin
embargo, la lógica subyacente es la económica: el algoritmo del sistema WAPI, al contrario
que el de Wi-Fi, estaba sujeto a regalías. La empresa que quisiera vender un equipamiento
WLAN en China, tendría que pagar las regalías correspondientes al “Broadband Wireless
Internet Protocol Standards” (BWIPS), organismo chino encargado de su diseño (Cromer,
2005; Hong, 2017).
3.3. La llegada de Xi Jinping y la búsqueda de la soberanía tecnológica
El cambio de modelo económico de Hu Jintao se acentúa con la llegada al poder de Xi Jinping
en 2013. Con una visión geoestratégica, China se vuelve un país mucho más proactivo a la
hora de buscar su independencia en el desarrollo tecnológico. Ante la inminente IV
Revolución Industrial, el gobierno de Xi vió una ventana de oportunidad para hacerse con el
liderazgo tecnológico del mundo y apostó por la carrera tecnológica. Al haberse quedado
fuera del desarrollo de las últimas tecnologías disruptivas, China paga la segunda mayor
cantidad en regalías de propiedad intelectual, lo que lleva a un gran déficit en el comercio de
servicios.
La nueva estrategia de China se refleja en tres proyectos de impacto internacional: La
iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), que comenzó en 2013 y que
permite a China aumentar las relaciones económicas, resolver el exceso de capacidad de sus
empresas, desarrollar sus regiones más pobres y aumentar considerablemente su capacidad de
poder blando (Vázquez y Orellana, 2021). El Banco Asiático de Inversiones en
Infraestructuras es el segundo, creado como complemento de la BRI proporciona financiación
para proyectos de infraestructura (Vázquez, 2021; Morrison, 2019). Finalmente, el plan
“Made in China 2025”, lanzado en 2015, que tiene como objetivo convertir al país asiático en
el líder de la producción de bienes de alta tecnología y reducir su dependencia del mundo
exterior produciendo el 70% de los materiales necesarios para 2025. Este último responde al
tecnonacionalismo planteado por Xi, quien ha reforzado sus intentos por aumentar su
soberanía e independencia en el ámbito tecnológico, especialmente para reducir la
incertidumbre de una posible escasez de suministro ante el escenario de la guerra comercial
con el expresidente estadounidense Donald Trump y la pandemia de la COVID-19.
Después de poner en marcha el plan “Made in China 2025”, el gobierno de Xi aprobó varias
iniciativas complementarias en la misma línea. El “Plan de Acción Internet Plus” vio la luz en
2015, con la intención de integrar Internet móvil, la computación en la nube, el Big Data y el
Internet de las cosas con la industria tradicional, para fomentar el desarrollo del comercio
electrónico, las redes industriales y la banca por Internet. La integración de Internet con las
industrias tradicionales tendrá una profunda influencia en el desarrollo del conjunto de
Internet y la agricultura, la manufactura y la industria de servicios (Hong, 2017). El objetivo
es crear un ecosistema integrado de comercio electrónico, Internet industrial e Internet móvil
e impulsar empresas líderes de China en el mercado global (Hong, 2017)
Además, China se ha volcado con los fabricantes de tecnologías de la información y los
proveedores de servicios nacionales, incentivando la protección estatal y el levantamiento de
barreras digitales a la competencia (Cancela y Jiménez, 2020). De la misma forma, ha
desarrollado estrategias de internacionalización de empresas punteras como Baidu, Alibaba,
Tencent, Xiaomi y Huawei (BATXH), rivales directos de los GAFAM estadounidenses.
Baidu es un motor de búsqueda; Alibaba y Tencent, plataformas de comercio en línea; y
Xiaomi y Huawei son empresas de telecomunicaciones y fabricantes de terminales móviles,
dispositivos electrónicos u ordenadores. A nivel interno, tanto Baidu como las plataformas de
e-commerce han permitido que el consumo interno tenga cada vez más peso en el país,
dependiendo menos de las exportaciones y contribuyendo a reducir las desigualdades
económicas entre el ámbito rural y los núcleos urbanos. Por otra parte, a través de
aplicaciones como Wechat, la mayor red social china; o Alipay, que gestiona los pagos de
Alibaba, China está acumulando un ingente capital en materia de datos que le sirven para
desarrollar y entrenar complejos algoritmos de Inteligencia Artificial. De hecho, Alibaba ya
ha contribuido a disminuir los niveles de contaminación de la ciudad de Hangzhou, en el norte
del país, gracias a un algoritmo que regula el tráfico (Mckinsey, 2017).
En suma, la construcción del capitalismo digital chino tiene características muy particulares,
ya que pese a crear un ecosistema propio, está altamente entrelazado con el proceso de
globalización y digitalización mundial. Concretamente, como señala Hong (2017), esta
transformación configura de forma sustancial el modelo económico chino, fundamentalmente
desde el año 2008. Así, China construirá un modelo de capitalismo digital dirigido por el
estado, que rivaliza y se entrelaza con el capitalismo digital global liderado por Estados
Unidos. Este enfoque, sumado a los planes del gobierno, tienen como objetivo convertir a
China en uno de los países más innovadores del mundo en 2020 y en una potencia científica y
tecnológica líder a nivel mundial en 2049, coincidiendo con el centenario de la revolución
maoísta y la fundación de la RPC (Cancela y Jimenez, 2020). Esta elaborada planificación
estatal, junto con una inversión en medidas a largo plazo para toda la sociedad, han permitido
convertir a China en una de las economías digitales más grandes del mundo (Ding, 2018),
representando en 2018 el 34,8% del PIB nacional (Xuetong, 2020).
4. Principales frentes de la pugna tecnonacionalista
4.1. La política de estándares
Los estándares son fundamentales ya que estructuran la norma universal en la que se basa el
desarrollo tecnológico contemporáneo, permitiendo que las tecnologías e industrias de todo el
mundo trabajen a escala mundial. Generar nuevos estándares en tecnologías disruptivas
implica liderar las nuevas reglas del sector, absorber los pagos de licencias y regalías y la
capacidad de reinvertir dichas ganancias en investigación y desarrollo (Cancela y Jimenez,
2020). Esto convierte a los estándares en uno de los principales vectores de la competición a
nivel internacional en el ámbito de las nuevas tecnologías. Liderar en este terreno permite a
las grandes potencias estar por encima de sus rivales en el ámbito económico, al beneficiarse
del cobro de regalías, pero también político y de ciberseguridad (Lewis, 2018). A nivel
internacional, las instituciones más importantes de normas y estándares son la Organización
Internacional de Normalización (ISO), la Comisión Electrotécnica Internacional (IEC), y la
Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU). Los países con más presencia y más
capacidad de liderazgo en dichas instituciones pueden influir el rumbo de las decisiones en
tecnología (USCBC, 2020).
La falta de competitividad de China en el desarrollo de normas técnicas resulta un signo de
debilidad y vulnerabilidad. Esto ha supuesto un gran coste histórico, mermando su capacidad
para definir los futuros caminos tecnológicos. La incapacidad de traducir las normas
nacionales en las normas internacionales limita la maniobrabilidad de las empresas chinas en
el extranjero, que o bien tienen que soportar los costos de ajuste de la adaptación en los
mercados de extranjeros o quedan aislados. Además, el costo de la integración de las normas
extranjeras en el ámbito nacional también puede ser importante (Seaman, 2020). El hecho de
que China no propusiera normas tecnológicas competitivas le costó al país decenas de miles
de millones de dólares en concepto de regalías (Seaman, 2020). Estos factores ayudan a
explicar por qué Huawei ha dedicado aproximadamente el 15% de sus ingresos anuales (más
de 60.000 millones de dólares) a la investigación y el desarrollo de normas de
telecomunicaciones 5G (Seaman, 2020).
En esta línea, los líderes chinos, al conferir una importancia creciente a los estándares, han
lanzado una serie de planes para potenciar el impacto de la tecnología nacional. Ejemplos de
estos planes son el Plan de Reforma de Estandarización y el Plan Quinquenal para la
Estandarización, lanzados en el año 2015 y enfocados en convertir al país en una potencia
normativa, fortalecer la participación en instituciones internacionales de estandarización,
aumentar la presencia en órganos técnicos y promover las normas chinas a través de contratos
de construcción en el extranjero y exportaciones de equipos para ayudar a las empresas chinas
a globalizarse (USCBC, 2020).
En el año 2018, las autoridades chinas lanzaron una nueva ley que ha fortalecido el desarrollo
de normas impulsadas por el sector privado, aunque en última instancia sigue siendo un
modelo dual (público/privado) con una clara preponderancia del Estado (Rühlig, 2020). La
normalización técnica es un medio más para la formulación de políticas industriales y sigue
marcos generales como el de «Made in China 2025» (Rühlig, 2020). El ascenso de la
economía china en la cadena de valor mundial ha hecho que la calidad de los productos y la
innovación sean la nueva prioridad de la República Popular China (Rühlig, 2020). Así, la
creciente influencia de China en la normalización técnica internacional podría llevar a
terceros países a estudiar el enfoque chino como modelo a seguir (Rühlig, 2020).
Sumado a los esfuerzos de planes previos, el gobierno prepara el lanzamiento para 2021 de
una ofensiva más ambiciosa con el plan “Standars 2035”, que se lleva desarrollando desde el
2018 como complemento al “Made in China 2025” (Rühlig, 2020). La clave de este proyecto
es marcar los estándares principales de uso mundial en tecnologías disruptivas como la
blockchain, el Internet de las cosas, las nuevas formas de computación en nube, el Big Data,
el 5G, la inteligencia artificial de nueva generación, ciudades inteligentes o los sistemas de
información geográfica (Rühlig, 2020). Si el “Made in China 2025” se centra en escalar en
las cadenas globales de valor, el “Standards 2035” va un paso más allá, siendo su objetivo
marcar las reglas de las tecnologías del capitalismo del siglo XXI. Aunque la reforma de la
normativa de estándares que está llevando a cabo el gobierno chino está enfocada a la
modernización de la industria nacional, esta tiene un enfoque claramente geoestratégico, para
continuar aumentando su presencia en las organizaciones internacionales de normalización
existentes. De este modo, potenciar la creación de normas técnicas se ha convertido en una
pieza central de la política industrial para aumentar la calidad de los productos chinos (Rühlig,
2020).
En el marco del BRI, los proyectos que acuerda China con terceros países funcionan como
paquetes que incluyen la financiación, el diseño y la construcción de la infraestructura,
aceptando las normas técnicas chinas como base (Rühlig, 2020). Al aceptar este paquete, los
países dependerán de los fabricantes chinos durante décadas para el mantenimiento y la
construcción de infraestructura compatible (Rühlig, 2020). Además, como complemento del
BRI, Pekín anunció en 2015 una de las principales estrategias del gobierno chino para
internacionalizar su modelo tecnológico: la Digital Silk Road (DSR) (Triolo et al., 2020). Las
inversiones de la DSR se destinan a mejorar las redes de telecomunicaciones de los receptores,
las capacidades de IA, la computación en la nube, el comercio electrónico y los sistemas de
pago por móvil, la tecnología de vigilancia, las ciudades inteligentes y otras áreas de alta
tecnología. Además, la DSR también proporciona apoyo a los exportadores chinos, como
Huawei (Triolo et al. 2020).
Las inversiones de la DSR cubren la necesidad de los países de África, Oriente Medio y
algunas partes de Europa del Este, América Latina y el Sudeste Asiático de acceso a
tecnología barata y de calidad para ampliar las redes de comunicación digital. Las empresas
chinas contribuyen al establecimiento de centros de formación y programas de investigación y
desarrollo para impulsar la cooperación entre los científicos e ingenieros de estos países y sus
homólogos chinos, y para transferir conocimientos técnicos en áreas como las ciudades
inteligentes, inteligencia artificial, la robótica, y energía limpia entre otras (Kurlantzick, 2020).
En África, por ejemplo, China ya proporciona más financiación para las tecnologías de la
información y la comunicación que todos los organismos multilaterales y las principales
democracias juntas en todo el continente (Kurlantzick, 2020). En los últimos años, países
como Estados Unidos, Australia, Japón y algunos estados europeos, intentan limitar la
expansión de los gigantes tecnológicos chinos e impedir que Pekín establezca normas para Internet, redes 5G y otras áreas. Este hecho ha acelerado el esfuerzo tecnológico de Pekín por
internacionalizar sus empresas tecnológicas en los mercados en desarrollo, para compensar la
exclusión de los estados más ricos (Triolo et al. 2020). En consecuencia, la expansión de
empresas chinas en la construcción de infraestructuras digitales en estos países en desarrollo
provocará que se tengan que adaptar a las normas chinas (Triolo et al. 2020).
4.2 Innovación en Inteligencia Artificial para liderar la Industria del futuro
Uno de los pilares de la IV Revolución Industrial será la inteligencia artificial (IA). Como su
desarrollo todavía está en marcha, los países y las empresas que lideren los avances en esta
tecnología tendrán una gran ventaja frente al resto. China ha impulsado la inversión en
diferentes áreas para convertirse en una de las primeras potencias en IA para 2030, situando
esta tecnología como una parte integral de la estrategia tecnonacionalista (Ding, 2018).
Además, las autoridades chinas ven en la IA un catalizador para mejorar las industrias
manufactureras y de servicios para alcanzar a las economías avanzadas. Para cumplir dichos
objetivos, los planes y proyectos de IA desarrollados por China en la última década son
innumerables. Desde el “13º Plan quinquenal para el desarrollo de industrias estratégicas
nacionales y emergentes» o el «Plan de desarrollo de la industria de la robótica (2016-2020)»
publicados en 2016, hasta el «Plan de Desarrollo de la Nueva Generación de Inteligencia
Artificial», el Inteligencia Artificial de Nueva Generación (AIDP) o el plan «Inteligencia
Artificial 2.0» lanzados en 2017.
Lee (2018) sostiene que China será la primera potencia mundial gracias al desarrollo de la
inteligencia artificial, que marcará un cambio disruptivo en el orden mundial. Esto se debe a
la ventaja que tiene China en la obtención y el uso masivo de datos, clave en el entrenamiento
de los algoritmos (Ding, 2018; Lee, 2018). El proteccionismo digital de China favorece que
las empresas de IA tengan acceso a grandes cantidades de datos de su mercado interno,
pudiendo así acceder a un volumen mayor y más detallado, localizando de forma más precisa
las decisiones de los consumidores (Lee, 2018). Con una protección de la privacidad
relativamente laxa, los gigantes de la tecnología china recogen grandes cantidades de datos, y
el intercambio entre los organismos gubernamentales y las empresas es habitual (Lee, 2018;
Ding, 2018).
Con todo, el desarrollo de la IA china tiene grandes limitaciones (Ding, 2018). Concretamente,
Ding señala que China sigue por detrás de los EE.UU. en todos los puntos clave de
inteligencia artificial, excepto en el acceso a los datos (2018). Entre los puntos débiles estaría
el acceso a semiconductores, el hardware y el acceso a talento, todos elementos provenientes
de países avanzados como Estados Unidos. La gran debilidad de China está especialmente en
los semiconductores necesarios para el desarrollo de IA. En el año 2015, China tenía el 4% de
la cuota de mercado mundial de semiconductores, mientras que los Estados Unidos
representaban el 50% (Ding, 2018). Para superar este escollo, los esfuerzos de Pekín se
centran en producir el hardware necesario para entrenar y ejecutar algoritmos de IA. El
gobierno apoya a sus campeones nacionales con una financiación considerable, alentando a
las empresas nacionales a adquirir la tecnología de los chips mediante acuerdos en el
extranjero (Ding, 2018). Empresas de tecnología establecidas como Baidu y nuevas empresas
como Cambricorn están diseñando chips específicamente para su uso en algoritmos de IA
(Ding, 2018). De forma general, China importó 301.000 millones de dólares en semiconductores en 2019,
más incluso que el petróleo crudo (238.000 millones) (Cancela y Jimenez, 2020). Para paliar
esta situación, el gobierno chino ha diseñado el plan MIC2025: dos empresas respaldadas por
el gobierno chino, Quanxin Integrated Circuit Manufacturing (QXIC), y Wuhan Hongxin
Semiconductor Manufacturing Co. (HSMC), han utilizado subsidios estatales para contratar
ingenieros de la TSMC de Taiwán, el principal fabricante de chips del mundo. Se estima que
solo la iniciativa MIC2025 ha atraído a unos 3.000 ingenieros taiwaneses al continente (Capri,
2020). El gobierno lanzaba además en 2020 el «Gran Salto Adelante en Semiconductores»: un
plan impulsado por el gobierno chino para ser autosuficiente en este sector (Hille y Yu, 2020)
y que comenzó a funcionar rápidamente: más de 13.000 empresas chinas se registraron como
productores de semiconductores en 2020.
En cualquier caso, el beneficio de la IA para China podría ser superior que para cualquier otro
país, estimando que el 51% de las actividades laborales en China pueden automatizarse
(McKinsey, 2017; Ding, 2018). Aunque la inversión en empresas de IA ha aumentado de
forma muy rápida en los últimos años, es posible que el exceso de inversión especulativa
provoque ciclos de auge y caída abruptos (Ding, 2018). Como se ha demostrado en análisis
anteriores sobre megaproyectos, el enfoque de la política industrial de China respecto de la
innovación científica ha sido criticado por desviar recursos de proyectos de abajo hacia arriba,
impulsados por investigadores, a grandes proyectos nacionales dirigidos por laboratorios de
baja calidad debido a conexiones personales (Ding, 2018).
4.3. El 5G, vector chino de liderazgo tecnológico a nivel internacional
China ha reconocido la naturaleza disruptiva de la tecnología 5G, la nueva generación de conexión inalámbrica de alto rendimiento y baja latencia que actuará como una de las
extremidades principales de la IV Revolución Industrial o las Ciudades Inteligentes (Kim et al.
2020). El Ministerio de Industria y Tecnologías de la Información (MIIT por sus siglas en
inglés) se ha involucrado activamente en el seno del 3GPP, el organismo encargado de
establecer los estándares de la conectividad 5G. Gracias a los planes de desarrollo de
tecnologías estratégicas como el «Made in China 2025», un tercio de todas las solicitudes de
patentes relacionadas con el 5G en el mundo provienen del país asiático. China es el primer
país en el registro de patentes de la quinta generación de tecnología móvil, con Huawei como
líder mundial con un 15% del total y ZTE, que tiene más del 11% del total.
Aunque el objetivo de China es convertirse en una potencia autónoma, esto no le ha impedido
desarrollar acuerdos con actores privados de otros países, algunos de ellos amparados por
instituciones públicas y académicas, para la investigación en el ámbito
5G. La Unión Europea ha establecido varios acuerdos con China para innovar en materia de conectividad transfronteriza (Cuenca, 2020). Algunos de estos proyectos cuentan con la financiación del Plan de trabajo Horizon 2020 de la UE (ITU, 2018). Por su parte, Huawei es uno de los
vectores fundamentales del PCCh para ganar influencia en el extranjero, una meta importante
de la estrategia tecnonacionalista que se resume bajo el eslogan “Ir hacia afuera” (zou-chu-qu)
(Kim et al. 2020). Los partenariados que esta empresa forja en el extranjero con empresas de
la competencia o gobiernos presumiblemente antagónicos, vienen precedidos de una fuerte
inversión por parte del gobierno chino para convertir a Huawei en uno de los buques insignia
de su potencial tecnológico desde hace años (Sun, 2019).
En el caso del 5G la lucha por establecer los parámetros en el marco del 3GPP es crucial, pues
resulta un juego de suma cero: únicamente una tecnología será finalmente el estándar
internacional, por lo que la competencia por el dominio del mercado es de una relevancia
considerable. (Seaman, 2020). El desarrollo de normas técnicas viables depende en gran
medida de la capacidad de generar innovación de vanguardia, adelantándose al resto de países.
Las empresas chinas que participan como miembros con derecho a voto en el Proyecto de
Asociación de Tercera Generación (3GPP), el órgano responsable de la elaboración de normas
5G, se han duplicado con creces en los últimos años hasta llegar a 110 en enero de 2020, más
del doble de los 53 miembros con derecho a voto de los Estados Unidos (USCBC, 2020).
5. Conclusión
Pese a que China sigue lejos de superar a Estados Unidos como potencia hegemónica, la
estrategia tecnonacionalista le ha permitido escalar posiciones en el orden internacional,
convirtiéndose en una superpotencia de primer nivel, hasta el punto de rivalizar con Estados
Unidos en la lucha por liderar el desarrollo de tecnologías clave.
Aunque históricamente muchos inventos claves en el desarrollo de la humanidad han sido
atribuidos a la civilización china, durante el desarrollo y auge del capitalismo, el papel del
país asiatico fue secundario, quedándose fuera de la I y la II Revolución Industrial. Con la instauración de la República Popular de China, Mao consigue iniciar la industrialización del
país, pero sin conseguir un gran impulso en el desarrollo tecnológico. Tres décadas más tarde,
con la llegada de Deng Xiaoping al poder el Estado inició una etapa de desarrollo tecnocientífico del país. En primer lugar, mediante su progresiva apertura e inserción periférica en
el capitalismo global, consiguieron avanzar tecnológicamente a través de la transferencia de
tecnología de empresas multinacionales que asentaban parte de su producción en el país.
En la década de los 2000, con la llegada de Hu Jintao al poder, la nación asiática inicia un
cambio de modelo de crecimiento en el que la estrategia tecnonacionalista será central. Este
giro pasa por desarrollar un ecosistema tecnológico autóctono para avanzar en la escala de
valor global y abandonar el papel de “fábrica del mundo”. En el 2013, con la llegada de Xi, la
estrategia se acelera y el objetivo pasa por convertir a China en una superpotencia tecnológica.
Este hecho se materializa en proyectos como el “Made In China 2025”, cuyos objetivos pasan
por convertir a China en el líder del desarrollo tecnológico en tecnologías disruptivas como
5G o IA.
El crecimiento del país y la nueva estrategia de Xi Jinping hacen que Estados Unidos vea
amenazada su posición de potencia hegemónica, al constatar que tecnologías como el 5G o la
IA serán el centro de la IV Revolución Industrial y el país que lidere su desarrollo será uno de
los polos de la nueva etapa del capitalismo global. Este hecho ha sido uno de los detonantes
de la guerra tecnológica entre ambas potencias. La carrera por liderar el desarrollo de nuevas
tecnologías pasa por marcar los estándares y normas, además de copar las instituciones
multilaterales que las desarrollan. Esta batalla se convierte en un juego de suma cero, pues la
tecnología que llegue primero se convertirá en estándar internacional, por lo que el resto de
país tendrán que adaptarse a las reglas del juego del país líder.
En el nuevo Índice de Exposición Mundial de China del Instituto Global McKinsey (2019), la
dependencia de China al mundo en el comercio, la tecnología y el capital han caído en
términos relativos. De forma opuesta, la dependencia del mundo a China ha aumentado. Esto refleja el reequilibrio de la economía china hacia el consumo interno y la independencia
tecnológica.
Sin embargo, en la carrera por liderar dichas tecnologías, la potencia asiática tiene ciertas
limitaciones. En el caso del 5G, pese a liderar a nivel mundial el desarrollo de patentes, con
Huawei como buque insignia, China tiene una dependencia crítica de la importación de
semiconductores, un componente que ha focalizado los ataques de EE. UU. a sabiendas de la
debilidad estructural que sufre el país asiático. En relación con la IA, aunque China tiene una
de las principales ventajas en esta tecnología al contar con acceso a una cantidad de datos
mayor que ningún país, la falta de capital humano disponible, como también la limitación de
producción nacional de semiconductores, suponen un lastre para adelantar a Estados Unidos.
De este modo, China está aumentando su capacidad de desarrollar tecnologías disruptivas
aunque todavía no se ha traducido en un aumento de su capacidad tecnológica general, debido
en gran parte a su débil capacidad institucional y de infraestructura. En la próxima década, la
ofensiva tecnonacionalista será el centro de la estrategia de China, tanto para modificar su
modelo de crecimiento a nivel interno, como para convertirse en la primera potencia del
mundo.
Fuente: https://rebelion.org/wp-content/uploads/2021/03/Arsenio-Cuenca-Navarrete-y-Juan-Vazquez-Rojo-copia.pdf
Be the first to comment